A la postre Elliott lo dejó todo más o menos solucionado para poder pasar unos días en Finchley Park. Quería regresar a casa. Quería reflexionar sobre el tema que había rechazado de plano cuando George lo sugirió unas cuantas semanas antes. Sin embargo, tenía la impresión de que acabaría proponiéndole matrimonio a la señorita Huxtable.
Solo había un detalle que le hacía dudar. Si se casaba con ella, la señora Dew se convertiría en su cuñada.
La idea le resultaba deprimente.
Bastaba para agriarle el carácter de por vida.
La mujer le había sonreído alegremente durante los tres últimos días, como si lo considerara una especie de chiste.
Se alegraba mucho de estar de nuevo en casa.
La primera persona que salió a su encuentro fue su hermana pequeña. Salía de casa cuando él llegó, vestida con un precioso traje de montar. Lo saludó con una sonrisa cariñosa y echó la cabeza hacia atrás para recibir un beso en la mejilla.
– ¿Y bien? -le preguntó-. ¿Cómo es?
– Yo también me alegro mucho de verte, Cecé -repuso con sequedad-. ¿Te refieres a Merton? Es alegre, inteligente y tiene diecisiete años.
– ¿Es guapo? -Quiso saber su hermana-. ¿De qué color tiene el pelo?
– Rubio.
– Prefiero a los hombres morenos -señaló Cecé-. Pero da igual. ¿Es alto? ¿Delgado?
– ¿Que si es un adonis? -repuso él-. Eso tendrás que decidirlo tú sólita. Estoy seguro de que mamá te llevará a Warren Hall dentro de poco. Sus hermanas están con él.
Las noticias lograron alegrarla aún más.
– ¿Hay alguna de mi edad? -preguntó.
– Sí, creo que la más pequeña -respondió-. Como mucho, será dos años mayor que tú.
– ¿Y es guapa?
– Mucho -reconoció-. Pero tú también lo eres. Y ahora que ya tienes el halago que buscabas, puedes irte. Espero que no vayas a montar tú sola…
– ¡Por supuesto que no! -Exclamó ella con un mohín-. Me acompañará uno de los mozos de cuadra. He quedado con los Campbell. Me invitaron ayer y mamá me dio permiso, siempre y cuando no lloviera.
– ¿Dónde está mamá? -le preguntó él.
– En sus aposentos.
Al cabo de unos minutos, Elliott estaba cómodamente sentado en uno de los mullidos sillones del gabinete privado de su madre, con una taza de café que ella misma le sirvió.
– Deberías haberme comunicado que ibas a traer a la tres hermanas de Merton a Warren Hall, Elliott -le reprochó después de que le resumiera las noticias, tras un breve abrazo y las consabidas preguntas sobre la salud-. Cecily y yo habríamos ido a hacerles una visita ayer o anteayer.
– Era evidente que necesitaban un poco de tiempo a solas para adaptarse a su nuevo hogar y a las nuevas circunstancias, mamá -adujo-. Throckbridge es un pueblecito muy pequeño que apenas recibe visitantes. Vivían casi en la pobreza, en una casita con techo de paja. La hermana pequeña daba clases en la escuela.
– ¿Y la viuda? -preguntó su madre.
– Vivía en Rundle Park, la propiedad de su suegro, un baronet -contestó-. Pero no era un sitio grande, y sir Humphrey Dew es un hombre tontorrón y charlatán, aunque actúa sin maldad; es una buena persona. Dudo mucho que haya salido del pueblo alguna vez.
– Por lo visto, todas ellas van a necesitar un buen pulido -apostilló su madre.
– Desde luego -convino él con un suspiro-. Esperaba traer solo a Merton de momento. Sus hermanas podían haberlo seguido después, preferiblemente muchísimo después.
– Pero son sus hermanas -le recordó su madre, que se puso en pie para servirle otra taza de café-. Y solo es un muchacho.
– Gracias, mamá -dijo al tiempo que aceptaba la taza-. Qué tranquilidad hay siempre en casa.
Ojalá no tuviera una hermana que presentar en sociedad, porque así su madre estaría libre y él se ahorraría…
No obstante, tendría que casarse. Ese mismo año.
– ¿Son una familia muy bulliciosa? -preguntó su madre, enarcando las cejas.
– ¡No, no, en absoluto! -Suspiró otra vez-. Es que me sentía un poco…
– ¿Responsable? -sugirió ella-. Elliott, has hecho todo lo que ha estado en tu mano desde que heredaste esa responsabilidad. ¿Es inteligente ese muchacho? ¿Serio? ¿Está dispuesto a aprender?
– Muy inteligente, sí-contestó-, aunque me parece que tiene un carácter un poco inquieto. De repente, se ha visto con alas y desea extenderlas con desesperación, aunque no tiene mucha idea de cómo hacerlo.
– En ese caso, es igual que todos los muchachos a esa edad -le aseguró su madre con una sonrisa.
– Supongo que tienes razón -dijo. Pero de momento ha demostrado sentir interés por sus tierras y por todo el trabajo que conllevan, y también por las responsabilidades que implicará ser un par del reino cuando alcance la mayoría de edad. Ha accedido a continuar con sus planes de asistir a Oxford este otoño. Admito que posee mucho encanto. Creo que la servidumbre de Warren Hall ya lo adora, Samson incluido.
– Entonces no será una pérdida de tiempo ni de esfuerzo para ti -repuso su madre-. ¿Y las damas? ¿Será muy difícil quitarles el aura rústica? ¿Son vulgares? ¿Duras de mollera?
– En absoluto. -Apuró el café y soltó un suspiro de contento mientras estiraba las piernas, todavía con las botas puestas, tras lo cual dejó la taza junto al apoyabrazos del sillón-. Creo que se adaptarán sin dificultad. Pero, mamá, alguien tendrá que llevarlas a Londres esta primavera y acompañarlas para que adquieran un guardarropa adecuado, para presentárselas a las personas adecuadas, para introducirlas en la alta sociedad y… En fin, es que no sé cómo se hace. Yo no puedo hacerlo. En el caso de las tres damas me encuentro atado de manos.
– Desde luego -convino su madre.
– Y tú tampoco puedes -señaló-. Este año es la presentación de Cecily. -Le lanzó una mirada esperanzada.
– Cierto -repuso ella.
– He pensado que tal vez la tía Fanny o a la tía Roberta… -dijo.
– ¡Elliott! -Lo interrumpió su madre-. No estarás hablando en serio, ¿verdad?
– No -reconoció-. Supongo que no. Y la abuela está demasiado mayor. George dice que debería casarme y dejar que mi mujer las amadrine.
Su madre pareció alegrarse por la solución, aunque acabó frunciendo el ceño.
– Después de las Navidades me dijiste que te casarías este año -le recordó-, antes de cumplir los treinta. Me alegro mucho de que lo hayas decidido, de verdad, pero espero que no elijas a tu futura esposa movido por motivos fríos y racionales, sin tener en cuenta las razones del corazón.
– Sin embargo, los matrimonios concertados y cuidadosamente planeados suelen resultar más felices que las uniones por amor, mamá -protestó.
Y se arrepintió nada más decirlo. El matrimonio de su madre había sido concertado. No obstante, aunque en aquella época su madre era joven y hermosa -de hecho todavía lo era a esas alturas-, su matrimonio no había sido feliz. Su padre se había mantenido fiel a su amante y a la familia que había creado con ella mucho antes de casarse y de crear una nueva familia con su esposa.
La vio sonreír sin apartar la mirada de su taza.
– George sugirió que me casara con la señorita Huxtable -dijo, observándola con mucha atención.
Su madre dejó a medio camino la taza que se estaba llevando a los labios.
– ¿Con la hermana mayor? -le preguntó.
– Por supuesto -respondió.
– ¿Con una joven criada en el campo que ha pasado toda la vida viviendo en una casita de techo de paja? -Frunció el ceño mientras dejaba la taza en el platillo-. ¿Con una joven a quien apenas conoces? ¿Cuántos años tiene?
– Rondará los veinticinco, creo -contestó-. Es una mujer sensata y de modales exquisitos, a pesar de su humilde infancia en la vicaría del pueblo. Es bisnieta y hermana de un conde, mamá.
– Te lo ha sugerido George -dijo su madre-. ¿Qué opinas tú al respecto?
Se encogió de hombros.
– Ya es hora de casarme y de tener hijos -respondió-. Ya me había resignado a contraer matrimonio antes de finales de año, y esperaba ser padre lo antes posible después de la boda. No tenía en mente a ninguna joven en concreto. Supongo que la señorita Huxtable es tan adecuada como cualquier otra.
Su madre apoyó la espalda en el respaldo del sillón y guardó silencio un instante.
– Jessica y Averil han contraído matrimonios muy ventajosos -le recordó a la postre-. Pero, Elliott, lo más importante es que ambas sentían afecto por sus maridos antes de casarse. Es lo que espero que encuentre Cecily este año o el próximo. Es lo que siempre he deseado para ti.
– Ya hemos hablado de esto antes. -Le sonrió-. Mamá, no soy un hombre romántico. Espero casarme con una mujer con quien pueda tener una relación cómoda y agradable, e incluso afectuosa con el paso de los años. Pero lo más importante es elegir con sensatez.
– ¿Y crees que la señorita Huxtable es una elección sensata? -le preguntó su madre.
– Eso espero -respondió Elliott.
– ¿Es guapa?
– Mucho -le aseguró.
Su madre colocó la taza y el platillo en la mesa que tenía al lado.
– Ya va siendo hora de que Cecily y yo hagamos una visita a Warren Hall -anunció-, para saludar al nuevo conde de Merton y a sus hermanas. Deben de pensar que somos muy negligentes por no haberlo hecho antes. ¿Constantine sigue allí?
– Se marchó hace tres días. -Apretó los dientes.
– A Cecily le apenará saberlo -repuso su madre-. Lo adora. Aunque supongo que el nuevo conde de Merton bastará como aliciente para convencerla de que me acompañe. Me ha hecho mil preguntas sobre él, para las cuales no tenía respuesta, claro. Le echaré un buen vistazo a la señorita Huxtable. ¿Estás decidido a proponerle matrimonio?
– Cuanto más lo pienso, más me convence la idea -respondió.
– ¿Y ella te aceptará?
No veía por qué no iba a hacerlo. La señorita Huxtable era soltera y por su edad corría el riesgo de quedarse para vestir santos. Sus motivos para no contraer matrimonio hasta el momento le parecían lógicos, aunque con su belleza debían de haberle llovido las propuestas matrimoniales incluso en un lugar tan remoto y perdido como Throckbridge. Sin embargo, le había hecho una promesa a su padre y la había mantenido. Aunque ya no había motivos para que siguiera al frente de la familia. Sus dos hermanas habían dejado muy atrás la adolescencia, y Merton seguiría disfrutando de la compañía de ambas, además de contar con su tutor y con su hermana mayor como vecinos.
En realidad, sería un arreglo muy oportuno. Para todos.
– Eso creo -contestó.
Su madre se inclinó hacia delante y le tocó la mano.
– Iré a ver a la señorita Huxtable -dijo-. Mañana.
– Gracias. Me gustaría mucho conocer tu opinión.
– Mi opinión no debería ser relevante, Elliott -replicó ella-. Si es la mujer con la que quieres casarte, deberás estar dispuesto a mover cielo y tierra para llevarla al altar. -Enarcó las cejas, como si estuviera esperando que le confesara sentir una pasión eterna por la señorita Huxtable.
Elliott cubrió la mano de su madre con la que tenía libre y le dio unas palmaditas antes de ponerse en pie.
La vizcondesa de Lyngate y su hija fueron de visita a Warren Hall al día siguiente.
Una visita que pilló totalmente por sorpresa a sus habitantes.
Stephen entró en la biblioteca procedente del despacho del administrador, donde se encontraba con el señor Samson, y les dijo a sus hermanas que el carruaje del vizconde de Lyngate acababa de aparecer por la avenida. Sin embargo, las noticias no eran en absoluto alarmantes. El vizconde les informó antes de marcharse el día anterior de que los visitaría con frecuencia. Más concretamente, de que visitaría a Stephen.
Margaret estaba examinando los libros de cuentas domésticos, que había pedido a la señora Forsythe. Vanessa, que acababa de escribir una carta a lady Dew y a sus cuñadas, estaba ojeando los libros encuadernados en cuero que se alineaban en los estantes mientras pensaba que esa estancia se parecía bastante al paraíso.
Y en ese momento entró Katherine en tromba procedente del establo, y anunció la llegada del carruaje y la del vizconde, que viajaba a caballo.
– ¿Quién viene en el carruaje, entonces? -preguntó Margaret un tanto alarmada, al tiempo que cerraba el libro y lo dejaba en el escritorio, tras lo cual se pasó las manos por el pelo.
– ¡Ay, Dios! -exclamó Katherine mientras se echaba un vistazo. Tenía un aspecto muy desaliñado, ya que había estado tomando clases de montar con uno de los mozos de cuadra-. ¿Crees que será su madre? -Y salió volando de la biblioteca, presumiblemente para lavarse la cara y las manos, y para adecentarse un poco.
Margaret y Vanessa no tuvieron esa oportunidad. Oyeron que el carruaje se detenía frente a la puerta principal, justo bajo las ventanas de la biblioteca, y después les llegaron voces desde el vestíbulo. Stephen había salido para recibir a las visitas, que en efecto eran la vizcondesa y su hija. El vizconde de Lyngate las acompañó sin pérdida de tiempo a la biblioteca, para realizar las presentaciones.
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