A Vanessa le parecieron muy elegantes. Sus vestidos, sus pellizas y sus bonetes debían de ser el último grito. De repente, se sintió como un ratoncillo de campo, razón por la que le lanzó al vizconde una mirada de reproche, ya que debería haberlas avisado con antelación de la visita. Ni siquiera se había quitado el delantal que se había puesto sobre el vestido gris para no mancharse con el polvo de las estanterías. Tanto Margaret como ella se habían recogido el pelo de la forma más sencilla, y hacía horas que no veían un cepillo.

El vizconde la miró y enarcó las cejas, y Vanessa tuvo la sensación de que podía leerle el pensamiento. Las verdaderas damas, parecía decirle su desdeñosa expresión, estaban siempre preparadas a esa hora del día por si aparecía alguna visita inesperada. Como de costumbre, lord Lyngate iba hecho un pincel. Y estaba tan guapo y tan viril como siempre.

– Les agradezco el detalle de su visita -escuchó que decía Margaret, la cual no parecía haberse inmutado por lo inesperado de la misma-. Acompáñenme al salón, allí estaremos más cómodos. La señora Forsythe nos servirá el té.

– Merton, me alegré muchísimo cuando Elliott me comentó que había insistido usted en venir acompañado por sus hermanas -dijo lady Lyngate mientras subían por la escalinata-. Esta casa es demasiado grande para que un caballero viva solo.

– Si él no hubiera insistido, lo habría hecho yo -terció Margaret-. Stephen solo tiene diecisiete años, y aunque se empeñe en repetir que es un adulto en casi todos los aspectos, yo no habría disfrutado de un solo momento de tranquilidad si le hubiera permitido venir con la única compañía del vizconde Lyngate y del señor Bowen.

– Es comprensible -asintió lady Lyngate.

Stephen pareció sufrir un repentino ataque de timidez mientras la señorita Wallace lo observaba con interés.

– A primera vista yo no le echaría diecisiete años -comentó la joven-. Parece usted mayor que yo, y eso que tengo dieciocho.

Stephen respondió al comentario con una sonrisa de oreja a oreja.

Katherine se reunió con ellos en el salón al cabo de unos minutos. Su aspecto era correcto y limpio, ya que acababa de lavarse la cara. Estaba preciosa, como siempre. Sin embargo, al lado de la señorita Wallace parecía un tanto pueblerina, concluyó Vanessa después de observarla con cariño, pero con ojo crítico.

– Merton -dijo el vizconde-, si te parece, dejaremos que las damas tomen el té sin nosotros. Quiero saber en qué has estado ocupado desde ayer.

La expresión de la señorita Wallace se tornó desilusionada, pero no tardó en prestarle toda su atención a Katherine.

– Elliott dice que irá a Londres después de Pascua para ser presentada en sociedad -comentó-. Yo también seré presentada este año. Así nos haremos compañía. Me encantaría tener el pelo tan rubio como usted. Esos reflejos dorados son preciosos.

La señorita Wallace era muy morena. Como su hermano. Saltaba a la vista que no habían heredado de su madre, cuyo aspecto era muy griego, con su pelo negro veteado de canas y sus rasgos elegantes pero fuertes.

– Gracias -respondió Katherine-. Confieso que estoy disfrutando mucho de la estancia en Warren Hall, pero no estoy segura de querer ir a Londres. Aquí me queda mucho por explorar, hay mucha belleza que contemplar. Además, estoy aprendiendo a montar a caballo.

– ¿Está aprendiendo a montar? -preguntó la señorita Wallace con incredulidad.

– Pues sí -respondió Katherine-. Meg aprendió cuando papá aún estaba vivo, porque en aquella época teníamos un caballo. Nessie montaba en Rundle Park después de casarse con Hedley, nuestro cuñado. Pero yo nunca he tenido la oportunidad de aprender. Constantine me dio unas cuantas lecciones antes de marcharse, hace ya unos días, y ahora es el señor Taber, el encargado de los establos, quien me está ayudando.

– Estoy disgustadísima con la marcha de Con -afirmó la señorita Wallace-. Últimamente no va nunca a Finchley Park y mamá no me permite venir sola a Warren Hall. Adoro a Con. ¿A que es el hombre más guapo del mundo?

Katherine sonrió y lady Lyngate enarcó las cejas.

– De cualquier forma -prosiguió su hija-, debe venir a Londres durante la temporada social. He traído una revista de bocetos de moda; la he dejado en el carruaje. ¿Me permite enseñársela? Hay algunos diseños muy novedosos que le sentarían estupendamente con su figura, tan alta y tan delgada. En realidad, estoy convencida de que todos le sentarían estupendamente.

– Kate -dijo Margaret-, si te parece, puedes irte con la señorita Wallace a la biblioteca para echarle un vistazo a la revista y disfrutar con los bocetos sin que nadie os moleste.

Se marcharon juntas, de modo que Margaret y Vanessa se quedaron a solas con la vizcondesa. Mientras les llevaban la bandeja del té, la dama les sonrió con elegancia pero también con afecto, y conversaron sobre los temas habituales.

– Deben hacer su presentación en sociedad esta temporada -les aconsejó-. Las tres. Aunque entiendo que la idea les parezca aterradora. Su hermano es demasiado joven para circular libremente entre sus pares; todavía le faltan unos cuantos años para poder hacerlo. Sin embargo, la alta sociedad querrá echarle un vistazo. La figura del conde de Merton lleva mucho tiempo ausente de los círculos sociales. Jonathan era un niño y de todas formas no podía salir de Warren Hall.

– Es muy triste que haya muerto tan joven -comentó Vanessa-. Era su sobrino, ¿verdad, señora?

– El hijo pequeño de mi hermana, sí -respondió la vizcondesa-. Es muy triste, sí. Sobre todo porque ella murió poco después de dar a luz. Pero Jonathan fue un niño muy feliz, ¿saben? Tal vez toda esa felicidad haya sido suficiente compensación por disfrutar de una vida tan corta. Me gusta creer que es así. Además, murió de forma repentina y tranquila. Sin embargo, su hermano es ahora el dueño de Warren Hall y me parece un muchacho encantador.

– Nosotras así lo vemos, sí -convino Vanessa.

– Sabemos que entre sus posesiones cuenta con una casa en Londres -comentó Margaret-. Así que si decidimos marcharnos, no tendremos problema en ese sentido. Aunque sí en muchos otros, tal como usted imaginará solo con mirarnos, milady.

– Cuenta usted con una gran belleza -afirmó lady Lyngate mirando a Margaret, por supuesto.

– Gracias. -Margaret se ruborizó-. Pero eso no es lo importante.

– No, desde luego -convino la vizcondesa-. Pero si una de ustedes estuviera casada, se solucionaría el problema.

– Mi marido está muerto, señora -terció Vanessa-. De todas formas no se movía en los círculos más exquisitos de la aristocracia, aunque mi suegro es un baronet.

Lady Lyngate la miró un instante con afabilidad antes de volverse hacia Margaret.

– No -dijo-, dicho marido tendría que estar muy bien situado en la alta sociedad. Debería ser alguien con posición e influencia. Y después de una presentación formal en la corte, con el guardarropa apropiado y un poco de lustre, usted podría amadrinar a sus hermanas e incluso encontrarles esposo.

Margaret se llevó la mano al pecho mientras se ruborizaba de nuevo.

– ¿Se refiere a mí, milady? -preguntó.

– Lleva usted muchos años cuidando a sus hermanos -adujo la vizcondesa-. Un comportamiento admirable, pero sus años de juventud se han esfumado. Sigue siendo preciosa, y posee una elegancia natural que le facilitará mucho sus relaciones con la aristocracia. Sin embargo, querida, ya va siendo hora de que se case. Por su bien y por el de sus hermanas.

– Meg no tiene que casarse por mi bien -replicó Vanessa mirando a Margaret, cuyo rubor había desaparecido ya que en esos momentos se había quedado blanca.

– No -convino lady Lyngate-. Pero usted ya ha tenido su oportunidad, señora Dew. No así su hermana mayor. Y su hermana menor necesitará tener la suya dentro de poco. Es mayor que Cecily. Perdónenme. Pensarán que esto no es de mi incumbencia, y tienen toda la razón, por supuesto. No obstante, han admitido que necesitan ayuda y consejo. Este es mi consejo, señorita Huxtable. Cásese lo antes posible.

Margaret había recuperado el buen color de cara y el consejo pareció hacerle gracia.

– Acabo de acordarme de la antigua cuestión sobre la gallina y el huevo -dijo-. Necesito casarme para que mis hermanas puedan disfrutar de una presentación en sociedad adecuada, pero convendrá usted, milady, en que para casarme primero debería ser presentada en sociedad.

– No necesariamente -le aseguró la vizcondesa-. Tal vez haya un candidato interesado, muy adecuado, más cerca de lo que cree.

Dejó la cuestión ahí, sin explicar nada más, y les preguntó si habían pensado en buscar una doncella que las pusiera al día en cuestiones de vestuario y que pudiera aconsejarlas en cuanto a peinados. Les dijo que podían contar con ella para contratar a alguien adecuado para el puesto.

– Se lo agradecería mucho -dijo Margaret-. Solo hay que mirarlas a usted y a la señorita Wallace para saber cuánto debemos aprender.

Fue mucho después, mientras paseaban por la terraza para disfrutar de la vista de los jardines que se extendían a sus pies y mientras aguardaban la llegada del carruaje y de sus dos hijos, cuando la vizcondesa volvió a hacer alusión al tema que había dejado caer antes.

– Elliott ha decidido casarse este año -dijo-. Será un partido estupendo para cualquier dama, como es evidente. Además de los atributos más obvios de su persona, también posee un corazón fiel; yo diría que incluso tierno, aunque él no se ha dado cuenta de ese detalle. Sin embargo, la mujer adecuada logrará que lo descubra. Su intención, y mi esperanza, es que encuentre una dama de carácter y principios firmes. La belleza y la elegancia no estarían de más, claro está. Tal vez no tenga que buscar mucho para hallar lo que busca.

Mientras hablaba mantuvo la vista clavada en los parterres desnudos que tenían a los pies, como si estuviera pensando en voz alta.

Vanessa no fue la única en interpretar correctamente el velado mensaje. El carruaje se puso en marcha al cabo de unos minutos, y el vizconde de Lyngate se alejó a caballo. Katherine y Stephen se marcharon hacia el establo, ya que habían planeado ir cabalgando al pueblo para hacerles una visita a los Grainger, de modo que Vanessa y Margaret se quedaron a solas en la terraza.

– Nessie -dijo Margaret al cabo de unos minutos de silencio, cuando el sonido de los cascos de los caballos se perdió en la distancia-, ¿lady Lyngate acaba de decir lo que yo creo que acaba de decir?

– Parece que está intentando auspiciar un compromiso entre su hijo y tú -contestó.

– ¡Pero eso es absurdo! -exclamó Margaret.

– Yo no lo veo así -la contradijo-. El vizconde ha llegado a una edad en la que lo normal es buscar una esposa. Todos los caballeros con título y posesiones deben casarse, no sé si lo sabes, sea cual sea su opinión al respecto. Y tú eres una candidata muy adecuada. Además de seguir soltera, de ser guapa y de poseer unos modales exquisitos, eres la hermana de un conde, precisamente del conde de quien es tutor lord Lyngate. ¿Se te ocurre algo más conveniente que una boda entre vosotros?

– ¿Conveniente para quién? -replicó Margaret.

– Y el vizconde es un gran partido -prosiguió Vanessa-. Hace solo dos semanas nos llevamos una gran impresión porque se había alojado en la posada del pueblo sin previo aviso y porque asistió al baile. Es un hombre con título y con dinero, joven y guapo. Y tú misma le has expuesto a la vizcondesa lo precario de nuestra posición, ya que no contamos con la ayuda de una dama que nos amadrine para presentarnos en sociedad.

– ¿Y si yo me casara crees que podría asumir ese papel con respecto a ti, a Kate y a mí misma? -le preguntó Margaret con un estremecimiento mientras regresaban a la casa.

– Sí-contestó Vanessa-. Supongo que podrías hacerlo. Disfrutarías de tu presentación en la corte tal como ha explicado lady Lyngate, y después podrías hacer lo que te pareciera mejor. De esa forma, el vizconde de Lyngate podría ayudarnos todo lo posible sin que nadie lo considerara incorrecto. Si él fuera tu marido, no habría nada impropio en que nos prestara su apoyo.

La idea le resultó espantosa por algún motivo. Margaret y el vizconde de Lyngate… Intentó imaginárselos juntos. En el altar, durante la boda, sentados el uno junto al otro frente al fuego en una escena de lo más hogareña, o en el… ¡No! No pensaba imaginárselos en ningún otro sitio. Sacudió la cabeza con suavidad para alejar la imagen.

Margaret se detuvo al llegar junto a la fuente. Colocó una mano en el borde de piedra como si necesitara apoyo.

– Nessie -dijo-, no estás hablando en serio.

– La cuestión es si hablaba en serio la vizcondesa -repuso su hermana-. Y si es capaz de convencer al vizconde para que considere en serio la idea.