– Margaret no estaba enfadada, si es a eso a lo que se refiere -señaló ella-. O al menos no lo estaba por el hecho de que me hubiera propuesto matrimonio a mí en vez de a ella.

– Me siento desolado -repuso él.

– Nos desea lo mejor -le aseguró.

– Eso sí me resulta más creíble. Su hermana la quiere de forma desmesurada. Y no le gustó nada descubrir, y espero que me corrija si me equivoco, que usted se había ofrecido como sacrificio por el bien de la familia.

– No tengo la menor intención de convertirme en un sacrificio -afirmó-. Seré su esposa, su vizcondesa. Aprenderé a realizar bien mi trabajo, ya lo verá.

– Este año cumpliré los treinta -dijo el vizconde-. El motivo principal por el que decidí casarme antes de que acabara el año no fue otro que el de tener descendencia. Necesito un heredero.

En esa ocasión la miró abiertamente, aunque seguía con los párpados entornados. Su intención no era otra que la de incomodarla, por supuesto.

– ¡Vaya! -exclamó a sabiendas de que se estaba ruborizando. La tensión se apoderó de ella hasta dejarle el cuerpo rígido-. Es lógico, claro. Perfectamente normal. Sobre todo si se tiene en cuenta que algún día será un duque.

– ¿Hubo algún problema en su matrimonio con el señor Dew al respecto? -quiso saber él.

Vanessa negó con la cabeza y se mordió el labio.

– Me dijo usted que no era virgen y la creí. ¿Es posible que sea usted casi virgen?

La pregunta hizo que Vanessa volviera la cabeza con brusquedad para mirarlo. No quería hablar por temor a no controlar la voz. Clavó la vista en la ventanilla y vio descender dos hilillos de agua por el cristal.

Había sucedido en un total de tres ocasiones, se dijo, refiriéndose a las relaciones conyugales con Hedley. Y en dos de ellas su difunto marido había acabado llorando.

– Discúlpeme -lo oyó decir al tiempo que le colocaba una mano enguantada en el brazo-. Mi intención no era la de incomodarla.

– Es comprensible que quiera saber si puedo tener hijos -repuso Vanessa-. Que yo sepa, sí puedo. O al menos eso espero.

– Casi hemos llegado a Finchley Park -anunció el vizconde-. Verá la mansión al doblar la siguiente curva.

Se inclinó por encima de sus piernas para limpiar el vaho de la ventanilla con la manga de su gabán.

Otra mansión de piedra gris, pero más antigua que Warren Hall. De planta cuadrada y sólida, con balaustradas y estatuas en el tejado. La fachada estaba medio cubierta por la hiedra. A su alrededor se extendía un prado verde salpicado de arboledas aún desnudas. En la distancia pastaban las ovejas, posiblemente en un cercado. A lo lejos distinguió otra mansión, porque era imposible llamarla «casa», emplazada a la orilla de un lago.

La propiedad carecía del esplendor de Warren Hall, pero a ella le pareció un lugar majestuoso, sereno y acogedor, aunque ese último adjetivo le recordó lo que sucedería entre sus paredes dentro de escasos minutos. Apoyó la espalda en el respaldo del asiento.

– Luce increíblemente mejor en un día soleado -le aseguró él.

– A mí me parece preciosa así -afirmó ella.

Inspiró profundamente cuando el carruaje se detuvo frente a la puerta principal de la mansión, una puerta de doble hoja, y soltó el aire con tanta fuerza que, por desgracia, resultó audible.

– Supongo que antes de decidirme a proponerle matrimonio debería haber meditado un poco más sobre lo que me esperaría después -admitió mientras lord Lyngate extendía los escalones para que se apeara del carruaje y le tendía la mano.

– Sí -convino el vizconde al tiempo que ella bajaba-, tal vez habría sido lo mejor. Pero no lo hizo, ¿verdad?

– Y las posibilidades truncadas no sirven de nada -añadió Vanessa-. Usted mismo lo dijo el día que llegamos a Warren Hall.

– Exactamente. Tendrá que cargar usted conmigo, señora Dew. Y yo… -dejó la frase en el aire.

– Sí, usted también tendrá que cargar conmigo.

Era habitual en ella encontrar graciosas las cosas más extrañas. Soltó una carcajada.

La risa era mejor que el llanto tanto para su ánimo como para su orgullo.

Lord Lyngate enarcó las cejas y le ofreció el brazo.

CAPÍTULO 11

Lady Lyngate le pareció muchísimo más elegante en su propio salón de lo que le había parecido en el salón de Stephen. Tal vez se debiera al hecho de que en Warren Hall solo era la madre del vizconde de Lyngate mientras que en ese momento era su futura suegra.

La vizcondesa estaba sola. No había ni rastro de la señorita Wallace.

Y fue muy amable con ella. La recibió con manifiesta calidez y la invitó a sentarse en un sillón situado frente al que ella ocupaba, junto a la chimenea.

El vizconde de Lyngate, después de presentarla como su prometida, fue relegado a un segundo plano como si no tuviera nada que ver con la conversación que estaban a punto de entablar. El vizconde les hizo una reverencia y tras asegurarle a Vanessa que volvería al cabo de una hora para acompañarla de vuelta a su casa, se fue.

– Supongo que se sorprendió, y no gratamente, cuando lord Lyngate regresó con las noticias de que me había pedido matrimonio a mí en vez de a Meg -dijo ella, que se lanzó a la ofensiva porque estaba aterrada.

Lady Lyngate enarcó las cejas y por un instante adoptó una expresión muy aristocrática y muy altiva, y muy parecida a la de su hijo.

– Me sorprendió, sí -reconoció la dama-. Tenía entendido que mi hijo iba a pedirle matrimonio a su hermana mayor. Tal parece que estaba equivocada. Supongo que tendrá sus motivos para haberla escogido a usted. Confío en que haya elegido sabiamente.

La culpa la abrumó al escuchar esas palabras.

– Le haré feliz -le aseguró a la vizcondesa al tiempo que se inclinaba hacia delante-. Se lo he prometido a su hijo. Siempre he sido capaz de hacer felices a los demás.

No obstante, ¿sería posible en el caso del vizconde? Lo cierto era que sería un desafío en toda regla.

La vizcondesa la miró fijamente, con las cejas enarcadas, pero no replicó a su comentario. Mientras les servían el té y las pastas, su futura suegra se limitó a hablar del tiempo y de lo mucho que deseaba que llegase la primavera, a la espera de que los criados se marcharan.

– Posee usted una buena figura -comentó cuando se quedaron a solas-que la moda actual resaltará. No es muy voluptuosa, pero estará muy elegante con las sedas y las muselinas. Y ese vestido azul le sienta mucho mejor que el gris que llevaba puesto hace dos días, aunque el corte no es muy actual y dudo mucho que alguna vez haya estado a la moda. Lo más sensato es que haya abandonado el luto por completo ahora que está comprometida, sí. Debemos averiguar qué colores le sientan mejor. Creo que los tonos pastel, porque con ellos no parecerá tan pálida. Y su pelo tiene muchas posibilidades, aunque el peinado que lleva ahora no la favorece. Un experto se lo cortará y se lo peinará. Su cara es mucho más atractiva cuando sonríe que cuando está seria. Cuando esté rodeada de otras personas, debe mostrarse animada, no hastiada como dicta la moda. Creo que la alta sociedad la aceptará sin problemas.

Vanessa la miró sin dar crédito a lo que estaba escuchando.

– Espero que no pensara que esta visita sería una simple formalidad para hablar de temas insustanciales -dijo la vizcondesa-. Será la esposa de mi hijo, señora Dew. ¿Cuál es su nombre de pila?

– Vanessa, señora.

– Vas a ser la esposa de mi hijo, Vanessa -repitió, tuteándola-. Vas a ocupar mi puesto como vizcondesa de Lyngate. Y algún día te convertirás en la duquesa de Moreland. Eso quiere decir que debemos prepararte, hacerte presentable, y no tenemos tiempo que perder. Hace dos días tuve la impresión de que tanto tus hermanos como tú sois encantadores, pero carecéis de la preparación para lidiar con la alta sociedad londinense, y lo sabes. Tienes unos modales agradables y nada afectados, y creo que a la alta sociedad le resultará encantador tu aire rústico, pero tienes que aprender a vestirte de otra manera, a comportarte con más seguridad en ti misma, y también tienes que aprender el protocolo de la alta sociedad, las normas inherentes a los títulos nobiliarios y otras muchas cosas. Vas a entrar en un mundo totalmente distinto y no puedes dar la impresión de que no sabes lo que estás haciendo. ¿Serás capaz de lograr todo esto?

En ese momento Vanessa recordó el primer encuentro con lady Dew después de aceptar la proposición de matrimonio de Hedley. Lady Dew la había abrazado, la había besado, había llorado contra su hombro y le había asegurado que era un ángel llegado del cielo.

– He estado casada con el hijo de un baronet, señora -adujo-. Pero sir Humphrey rara vez sale de su casa; le tiene demasiado cariño. Y nunca me he alejado mucho de Throckbridge, salvo para venir a Warren Hall. No me avergüenzo de lo que soy, o de lo que Stephen y mis hermanas son. Sin embargo, entiendo la necesidad de adquirir conocimientos nuevos ahora que mis circunstancias han cambiado, y ahora que van a cambiar todavía más. Estaré encantada y ansiosa por aprender todo lo que quiera enseñarme.

Lady Lyngate la observó con atención mientras hablaba.

– En ese caso no veo motivos por los que no podamos llevarnos bien -le aseguró la vizcondesa-. La semana que viene llevaré a Cecily a Londres a fin de que le tomen medidas para confeccionar el nuevo guardarropa que necesitará en su primera temporada social. Vendrás con nosotras, Vanessa. Hay que prepararte el ajuar y el vestido para la presentación en la corte. Porque, por supuesto, serás presentada a la reina poco después de tu boda. Hasta que llegue el momento, pasaré todo el tiempo que me sea posible instruyéndote en cuanto necesitas saber para desempeñar el papel de vizcondesa de Lyngate.

– ¿Su hijo nos acompañará? -preguntó.

– Por supuesto -respondió lady Lyngate-. Quiere entrevistar a algunos de los candidatos propuestos por George Bowen para el puesto de tutor de tu hermano. Pero regresará casi de inmediato, ya que tiene asuntos que atender tanto en Warren Hall como aquí. Además, no lo necesitaremos. Los hombres no hacen más que estorbar en estas cuestiones. No necesitarás de su presencia hasta el día de la boda.

El comentario de la vizcondesa le arrancó una carcajada.

– Vanessa, ten por seguro que pienso obligarte a cumplir tu promesa de hacer feliz a Elliott -añadió lady Lyngate, mirándola con seriedad-. Mi hijo es muy importante para mí. Aunque pasó unos años cometiendo las típicas locuras de juventud, cuando llegó el momento asumió sin quejas y con diligencia las obligaciones de su título. ¿Le tienes afecto?

– Yo… -Se mordió el labio-. Le tengo estima, señora. Haré todo lo que esté en mi mano para ser una buena esposa. Y espero que el afecto surja entre nosotros con el tiempo.

La vizcondesa la miró en silencio un instante.

– Creo que no interpreté erróneamente las intenciones de Elliott cuando salió ayer hacia Warren Hall -dijo lady Lyngate-. Creo que tenía intención de proponerle matrimonio a tu hermana mayor. Claro que mi hijo jamás lo admitirá, y no espero que tú lo hagas si te lo pregunto directamente. Por algún motivo cambió de opinión, o lo convencieron para que cambiara de opinión, algo que no sucede muy a menudo con Elliott. No obstante, confío en que hayas dicho la verdad en lo referente a tus sentimientos y a tu intención de hacerlo feliz. Porque solo así podrás retenerlo a tu lado. ¿Tendrías la amabilidad de levantarte y tirar de la campanilla del servicio? Cecily estará deseando reunirse con nosotras. Arde en deseos de saludar a su futura cuñada.

Vanessa la obedeció.

– Espero que Cecily no se haya llevado una decepción -comentó.

– En absoluto -le aseguró lady Lyngate-. Las personas tan mayores como tú o como tu propio hermano no le interesan en lo más mínimo. Sin embargo, está muy contenta porque Elliott va a casarse con la hermana de la señorita Katherine Huxtable, con quien ha trabado una gran amistad.

Y de esa forma Vanessa superó un tremendo obstáculo, o eso supuso mientras regresaba a su sillón para esperar la aparición de la señorita Wallace. Había sido aceptada, al menos de entrada, por su futura suegra. Ya solo tenía que ganarse su total aprobación, y eso solo dependía de ella.

Dentro de una semana iría de camino a Londres para que la transformasen en una dama de la alta sociedad, en una futura vizcondesa y duquesa.

¿Quién habría imaginado algo así tan solo dos semanas antes?

En ese instante recordó unas palabras que le había dicho la vizcondesa hacía unos minutos.

«Aunque pasó unos años cometiendo las típicas locuras de juventud…»

Además, el día anterior él mismo le había dicho que tenía mucha experiencia, aunque nunca hubiera estado casado.