– ¿Tiene dinero? -quiso saber ella-. Quiero decir si heredó algo.
– Su padre se encargó de que así fuera -respondió Elliott-. Nada extravagante, pero sí lo suficiente.
– Me alivia saberlo -repuso-. No he dejado de hacerme esa pregunta desde que llegamos a Warren Hall y lo echamos de su casa.
– Con siempre encontrará el modo de apañárselas -le aseguró Elliott, y tanto su mirada como su voz se tornaron desabridas-. No tienes que preocuparte por él, Vanessa. Ni prestarle demasiada atención.
– Es nuestro primo -le recordó.
– Una relación que es mejor pasar por alto -replicó él-. Y es muchísimo mejor no hacerle caso. Vanessa lo miró con el ceño fruncido.
– A menos que me des un buen motivo, no puedes esperar que no le haga caso, que le dé la espalda, solo porque tú lo odias. Y no creo que haya un buen motivo.
Elliott arqueó las cejas y su expresión siguió siendo gélida. Sin embargo, en ese momento se hizo el silencio en el teatro. La obra estaba a punto de comenzar.
Ya no se sentía tan animada. Mucho se temía que la noche se había arruinado en parte. Aún tenía la mano sobre el brazo de Elliott, y él seguía cubriéndosela con la suya, pero el gesto ya no resultaba cariñoso. Tanto era así que se preguntó si lo habría hecho de cara a la galería, si en realidad no había sido un gesto espontáneo de afecto ni mucho menos.
Miró a Margaret, que sonreía con la vista clavada en el escenario. Su hermana no había dejado de sonreír desde que llegaron a Londres. La expresión era una máscara. Sin embargo, lo único que podía hacer era imaginar lo que sucedía en su interior, porque Meg evitaba a conciencia cualquier conversación de índole personal.
En ese momento comenzó la representación.
Todo lo demás quedó relegado al olvido. Solo existían los actores, la trama y la obra.
Se inclinó hacia delante en su asiento, sin ser consciente de su entorno ni de sus acompañantes; sin ser consciente del brazo que apretó con más fuerza; sin ser consciente de que su esposo la miraba a ella tanto como miraba la obra.
Fue más tarde, ya en el entreacto, cuando volvió a acomodarse en la silla con un suspiro.
– ¿¡Habéis visto alguna vez algo más maravilloso!? -preguntó.
Era evidente que cuatro de sus acompañantes no habían visto nada más maravilloso. Estaban ansiosos por charlar, e intercambiar sus impresiones con gran entusiasmo. Incluso la sonrisa de Meg parecía natural.
– Supongo que tú has visto un millar de actuaciones como esta y te has aburrido de ellas -le dijo a Elliott, que no se había sumado a la conversación.
– Uno nunca se aburre de una buena obra de teatro -respondió.
– ¿Y es buena? -quiso saber Katherine.
– Sí -respondió Elliott-. Debo daros la razón en todo lo que habéis dicho durante este último minuto. Si queréis, podemos salir del palco para estirar las piernas antes de que comience el siguiente acto.
El pasillo estaba atestado de gente, que se saludaba entre sí con gran algarabía mientras charlaba sobre la representación.
Elliott les presentó a algunos de sus conocidos, y a Vanessa le alegró ver el interés con el que todos saludaban a Stephen en cuanto se enteraban de quién era. Su hermano destacaba incluso en ese entorno, tan rubio y tan guapo, pensó con cariño, y también tan joven. Más de una dama le lanzó una segunda miradita, incluso una tercera.
En ese momento Constantine se abrió paso entre la multitud. Debió de rodear el teatro con el propósito de saludarlos. Lo hizo acompañado por la dama que había estado sentada a su lado en el palco. Era increíblemente guapa, se percató Vanessa con cierto interés. Tenía un lustroso pelo rubio y una figura que podría rivalizar con la de Meg.
– ¡Qué alegría veros, primos! -los saludó Constantine cuando estuvo lo bastante cerca para hacerse oír.
Todos exclamaron encantados, salvo Elliott, por supuesto, que hizo una reverencia muy rígida.
Cecily soltó un chillido entusiasmado y se colgó de su brazo libre.
– ¡Con! -exclamó-. ¡Es maravilloso! Me alegro muchísimo de verte. No te olvides de que mañana es mi baile de presentación. Me prometiste un baile.
– Creo recordar, Cecé, que fui yo quien te pidió una pieza -la contradijo Con-. Y pienso obligarte a cumplir tu palabra. Aunque estoy seguro de que estarás rodeada de jovenzuelos cuando llegue el momento. Al igual que mi prima Katherine.
Con sonrió a la aludida e incluso le guiñó un ojo.
– Lady Lyngate, señorita Huxtable, señorita Katherine Huxtable, señorita Wallace, Merton, tengo el placer de presentaros a la señora Bromley Hayes -prosiguió Con-. Creo que la dama y tú ya os conocéis, Elliott.
Se sucedieron los saludos y las reverencias. Al parecer, la dama estaba casada, pensó Vanessa. O tal vez fuera viuda. Constantine y ella hacían una pareja maravillosa.
– Enhorabuena por su reciente herencia, lord Merton -dijo la mujer-. Milady, permítame darle también la enhorabuena por su boda. Y a usted, lord Lyngate. Les deseo toda la felicidad que se merecen.
Su voz era muy musical y grave. Mientras hablaba, le sonrió a Elliott y comenzó a abanicarse la cara con gesto lánguido. Debía de resultar muy placentero ser tan guapa, pensó Vanessa.
– ¡Caray! -Exclamó Stephen-. ¿Alguna vez habéis visto una interpretación más impresionante?
Hablaron de la obra hasta que llegó el momento de regresar a sus respectivos palcos.
Vanessa se percató de que Elliott no volvía a cogerle la mano. Sus ojos tenían una expresión acerada y había apretado los dientes. Cuando se sentaron, empezó a tamborilear con los dedos sobre la barandilla forrada de terciopelo del palco.
– ¿Qué querías que hiciéramos? -le preguntó en voz baja-. ¿Que le diéramos la espalda a nuestro propio primo después de haber tenido el detalle de venir a saludarnos?
Elliott la miró.
– No te he reprochado nada al respeto -protestó.
– Ni falta que te hace -replicó ella al tiempo que comenzaba a abanicarse-. Pareces a punto de estallar. ¿Qué habría pensado la señora Bromley Hayes si les damos la espalda?
– No tengo la menor idea -respondió Elliott-. No sé qué piensa esa mujer.
– ¿Es viuda? -preguntó.
– Sí -contestó él-. Pero debes saber que es normal que las mujeres casadas acudan a los eventos sociales acompañadas por caballeros que no son sus esposos.
– ¿Ah, sí? ¿Eso quiere decir que debo entablar amistad con algunos caballeros que estén dispuestos a acompañarme para que tú no tengas que molestarte en llevarme al museo, a Gunter's, al teatro o a cualquier otro lugar?
– ¿Quién ha dicho que sea una molestia? -Elliott apartó la mano de la barandilla y se volvió hacia ella para cogerla de nuevo de la mano y retomar la posición anterior-. ¿Estás intentando por casualidad provocarme para que tengamos una pelea? -quiso saber mientras le daba unas palmaditas en el dorso de la mano.
– Prefiero tu irritación a tu frialdad -contestó ella con una sonrisa.
– Porque solo tengo dos estados de ánimo, ¿no es cierto? -preguntó él-. Pobre Vanessa. ¿Cómo vas a conseguir que un hombre así sea feliz? ¿O que se sienta a gusto y tranquilo? ¿Cómo te las vas a apañar para complacerlo?
La estaba mirando directamente a los ojos con lo que ella había comenzado a describir como su «mirada sensual». Tenía los párpados entornados. Notó una repentina excitación, una reacción que le había parecido un tanto absurda desde el final de su luna de miel.
– Bueno, ya pensaré en distintas formas de lograrlo -respondió al tiempo que se inclinaba un poco hacia él-. Tengo imaginación de sobra.
– ¡Vaya! -exclamó él antes de que comenzara el siguiente acto.
Vanessa disfrutó de lo que quedaba de representación y la siguió con mucha atención. Pero ya no estaba tan absorta en el escenario como en el primer acto. Aunque no desvió la mirada ni una sola vez, era muy consciente de los dedos de su esposo, que le acariciaban el dorso de la mano y en ocasiones hasta la punta de los dedos.
Deseaba con desesperación irse a la cama con él, aunque desde que acabara la luna de miel dichos encuentros duraban cinco minutos como mucho.
¿Acababa de coquetear Elliott con ella?
Era una idea ridícula. ¿Por qué iba a coquetear Elliott con ella?
Aunque ¿qué otra cosa podía ser salvo un claro coqueteo?
CAPÍTULO 18
Después de despachar a su ayuda de cámara, Elliott pasó un buen rato en su dormitorio contemplando la oscuridad a través de la ventana mientras sus dedos tamborileaban sobre el marco. El sereno hacía la ronda por la plaza, balanceando el farolillo que llevaba en la mano. Cuando desapareció, volvió a reinar la oscuridad.
Se preguntó si había sido premeditado. Era el tipo de cosas que Con sería capaz de hacer. El tipo de cosa que podrían haber hecho juntos en otro tiempo, durante su irresponsable juventud. Porque después se habrían reído a mandíbula batiente cuando recordaran el mal rato que había pasado la víctima. Sin embargo, no recordaba ninguna ocasión en la que hubieran sido deliberadamente crueles al involucrar a una persona inocente que pudiera resultar muy dolida.
¿Se sentiría dolida Vanessa? Eso sospechaba.
No obstante, ¿cómo iba a saber Con que asistirían esa noche al teatro? Ni él mismo lo había sabido hasta que hizo la impulsiva sugerencia esa misma mañana.
Aunque Con no tenía necesariamente que saberlo a ciencia cierta. Podía haberse planteado varias suposiciones sobre los eventos a los que cabía la posibilidad de que Elliott asistiera con Vanessa. Porque su presencia en Londres no era ningún secreto. Si no hubieran ido esa noche en concreto al teatro, habrían asistido a un baile o a una velada cualquier otro día.
Sí, había sido premeditado. Por supuesto. ¿Qué duda cabía?
¿Habría sido también premeditado por parte de Arma Bromley Hayes? Esa era la pregunta más importante.
Claro que si no lo había sido, ¿por qué se había prestado a ser presentada al grupo que lo acompañaba? ¿No le habría resultado doloroso el encuentro en ese caso?
Sí. Había sido premeditado también por su parte. Aunque esperaba otra cosa de ella, no podía recriminarle su actuación. Porque le había hecho daño. Había pasado por alto sus sentimientos y le había anunciado una decisión tomada de antemano sin ni siquiera ponerla sobre aviso.
¡Por el amor de Dios! Esa tendencia a analizarlo todo, a preocuparse por los sentimientos de los demás, ¿sería por influencia de Vanessa?
Fuera por lo que fuese, su esposa y su antigua amante no solo se habían encontrado cara a cara, sino que habían sido presentadas. Para él había sido un momento terriblemente bochornoso, de la misma forma que para muchos espectadores habría resultado terriblemente emocionante.
Detalle que Con esperaba de antemano.
Y también Anna.
Parecía que para ella era mucho más importante la venganza que el buen gusto o que la dignidad personal. Se había arreglado con esmero para estar deslumbrante.
Con se había mostrado tan encantador como de costumbre y tan irónico como siempre, dos facetas de su personalidad que él conocía muy bien. Durante su juventud nunca había imaginado que acabaría siendo una de las víctimas de su primo.
Vanessa lo estaría esperando, recordó de repente cuando su mente volvió al presente. Su tardanza estaba privándola de sus horas de sueño. Si no pensaba ir esa noche a su dormitorio, debería haberla avisado.
¿No pensaba ir?
En realidad, había disfrutado mucho de ese día al completo, de la mañana y de la noche, hasta que el joven Merton reparó en la presencia de Con en el palco de enfrente y él descubrió al mirar que no estaba solo, sino acompañado por Anna. Sus miradas se encontraron y, pese a la distancia, el desafío que leyó en sus ojos le quedó muy claro.
Había disfrutado del día hasta ese momento. Por algún extraño motivo, había disfrutado de la compañía de su esposa. Había algo fascinante en ella que no atinaba a explicar.
Sus dedos tamborilearon con más fuerza sobre el marco de la ventana.
Se alejó y se adentró en el vestidor, dejando la vela encendida para que su luz le iluminara el camino.
Lo que debía hacer era entrar con paso firme en el dormitorio de Vanessa y contarle lo que ella quería saber. Su esposa quería conocer el motivo de la enemistad que mantenía con su primo, quería un motivo de peso para sentirse obligada a evitarle. Elliott debería contárselo sin más. Con era un ladrón y un pervertido. Le había robado a su propio hermano, que confiaba ciegamente en él pero cuya deficiencia mental le había impedido comprender que estaba abusando de esa confianza. Y había deshonrado a un buen número de criadas de Warren Hall, así como a otras mujeres de la localidad, cosa que no haría ningún hombre decente.
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