– No creo que hubiera sido una rival para ella si me hubieras conocido -apostilló Vanessa.
– Cuando os traje a mi madre, a mi hermana y a ti a Londres antes de la boda, fui a ver a Anna para decirle que iba a casarme -prosiguió-. Ella se lo tomó muy mal, y yo me marché dejándola hecha una furia. Pensaba que el tema había quedado zanjado, pero parece ser que no. Hace dos noches apareció en el teatro, y al verla anoche también en el baile comprendí que no le había dicho de forma clara y rotunda que nuestra relación había acabado. Así que he ido a verla esta mañana para hacerlo.
– Y también le has dicho que yo estaba cansada después del día de ayer -señaló ella.
Su afirmación lo hizo titubear.
– Creo que sí -admitió.
– ¿¡Cómo te atreves a hablarle de mí!? -exclamó al tiempo que se daba la vuelta para mirarlo a los ojos.
– Lo siento -se disculpó-. La verdad es que fue una falta de tacto. Vanessa, ¿te ha insinuado que seguimos siendo amantes? ¿No crees que lo haya hecho porque piensa que jamás serías capaz de recriminármelo y de esa forma la idea echaría raíces en tu cabeza hasta amargarte? Eso deja muy claro que no te conoce en lo más mínimo, ¿no te parece? No somos amantes y no lo hemos sido desde antes de comprometerme contigo. No esperaba semejante rencor por su parte, pero ya veo de lo que es capaz. Te pido perdón con el corazón en la mano por haberte involucrado de forma tan dolorosa en algo tan sórdido como el fin de una aventura.
– ¡Ah! Pero ¿tienes corazón? -Le preguntó Vanessa-. Anoche te acostaste conmigo en esta cama. Pensaba que habías llegado a sentir algo por mí. Pero lo primero que has hecho esta mañana ha sido ir a ver a tu amante.
– He ido a ver a mi antigua amante, sí -reconoció-. Ya te he explicado por qué me parecía necesario hablar con ella.
– ¿Y no te pareció necesario decirme adonde ibas?
– No -respondió.
– ¿Por qué has puesto fin a tu relación con ella?
– Porque estoy casado.
La vio esbozar una sonrisa fugaz.
– Pero no porque estás casado conmigo -precisó Vanessa-. Solo porque estás casado, ¿verdad? En fin, supongo que algo es algo. Tal vez sea incluso loable. Eso sí, ¿cuánto durará este noble arranque de moralidad? ¿Volverás a buscarte una amante?
– Nunca -le aseguró-. Jamás en la vida.
– Supongo que hubo otras antes que ella -dijo Vanessa.
– Sí -admitió.
– Todas guapas, claro.
– Sí.
– ¿Cómo puedo…?
– Ya vale, Vanessa -dijo, interrumpiéndola con brusquedad-. ¡Ya está bien! Te he dicho que eres guapa y no te he mentido. Aunque no te fíes de mis palabras, no entiendo que dudes de mis actos. ¿No te dicen mis caricias cuando hacemos el amor que eres guapa e irresistible?
Vio que se le llenaban los ojos de lágrimas por momentos antes de que le diera la espalda de nuevo.
En ese instante se dio cuenta de lo arraigada que estaba la inseguridad que le provocaba el tema de su aspecto físico. Y también se dio cuenta de que era muy posible que ni siquiera fuera consciente de ello. Había cultivado la alegría como antídoto. Pero cuando el buen humor desaparecía, se encontraba indefensa ante los golpes.
– Ojalá no hubiera sido tu amante -dijo-. No me gusta. No soporto la idea de que hayas estado con…
– Y yo no soporto la idea de que hayas estado con Dew -la interrumpió-. Por muy distintas que sean las circunstancias, Vanessa. Supongo que a todos nos gusta creer que nuestra pareja es tan inocente como un bebé, que no hubo nadie en su vida antes de conocerla. Pero eso es imposible. Tú has vivido casi veinticuatro años sin mí. Y yo casi treinta. Sin embargo, si ninguno de los dos hubiera vivido su vida durante esos años, ahora no seríamos los que somos. Y me gustas tal como eres. Creía que yo empezaba a gustarte.
Vanessa suspiró e inclinó la cabeza.
– ¿De quién fue la idea de saludarnos en el teatro y de aparecer anoche en el baile? -le preguntó-. ¿De ella o de Constantine?
– No lo sé -contestó él-. Probablemente de los dos. Debería haberles arrebatado el poder de hacerte daño diciéndote nada más verlos: «Mira, la dama que está sentada al lado de Con es mi antigua amante, aunque ella tal vez ignore ese detalle. Lo siento, pero te prometo que seré bueno durante el resto de mi vida». Te habría ahorrado el mal rato, ¿verdad?
Vanessa volvió la cabeza y le regaló una sonrisa torcida, aunque tenía muy mal color de cara.
– Me habrías arruinado la representación -contestó.
– ¿Ah, sí?
La vio asentir con la cabeza.
– ¿Y el hecho de saberlo ha arruinado tu matrimonio? -le preguntó-. ¿Ha arruinado el resto de tu vida?
– Elliott, ¿me estás contando toda la verdad? -inquirió ella a su vez.
– Sí -le aseguró, enfrentando su mirada.
Ella suspiró y se dio la vuelta.
– Nunca he creído en el «felices para siempre» y tampoco lo he buscado -dijo-. Qué tonta he sido al pensar que, sin embargo, lo había encontrado a tenor del día de ayer y de esta mañana. Porque no es así. Pero no te preocupes, no hay nada arruinado. Seguiré adelante. Seguiremos adelante. ¿De verdad te resulto irres…? ¿De verdad te resulto atractiva?
– Sí -respondió. Podría haber rodeado la cama en ese momento para abrazarla, pero tal vez sería un error. Porque el gesto le habría hecho dudar de su sinceridad-. Pero no he usado la palabra «atractiva», por muy bien empleada que esté. La encuentro un poco… insípida para este caso. He usado la palabra «irresistible».
– ¡Vaya! -exclamó ella-. Pues no sé cómo puedes decir algo así. Debo de estar espantosa. -Se miró el vestido.
– La verdad es que sí -convino-. Si hubiera ratones, estoy segurísimo de que saldrían corriendo nada más verte. No sé si sabes que la ropa de vestir no está hecha para meterse en la cama. Y tampoco sé si sabes que el pelo hay que cepillárselo cada cierto tiempo.
– ¡Ah! -exclamó Vanessa con una carcajada. Una carcajada trémula e insegura.
– Permíteme llamar a tu doncella -dijo-. Voy a bajar para decirles a mi madre y a Cecily que esta noche no van a morirse de hambre, que bajarás dentro de media hora.
– Será una tarea hercúlea ponerme presentable solo en media hora -repuso ella mientras Elliott rodeaba la cama de camino a su vestidor.
– No creo -la contradijo él al tiempo que tiraba del cordón de la campanilla-. Lo único que tienes que hacer es sonreír, Vanessa. Tu sonrisa es pura magia.
– En ese caso, tendría que interpretar tus palabras al pie de la letra y bajar tal como estoy, tonto. A tu madre le daría un soponcio.
– Volveré dentro de veinticinco minutos -le dijo antes de entrar en su propio vestidor, tras lo cual cerró la puerta.
Elliott se quedó un rato apoyado en ella, con los ojos cerrados.
Tenía mucho muchos pecados por los que hacer penitencia. Les había hecho daño a muchas personas de un tiempo a esa parte. Sin embargo, a él también se lo habían hecho durante los dos últimos años, y precisamente se trataba de personas en las que confiaba, de modo que se había volcado en sus obligaciones y le había dado la espalda al amor. Y a la risa y a la alegría.
De todas formas, les había hecho daño a muchas personas.
El amor, la risa y la alegría, se repitió.
Personificados en la mujer con la que se había casado a regañadientes y con tanto cinismo.
Se había casado con un tesoro que no merecía en absoluto.
¿Qué acababa de decir Vanessa? Frunció el ceño mientras intentaba recordar.
«Nunca he creído en el "felices para siempre" y tampoco lo he buscado. Qué tonta he sido al pensar que, después de todo, lo había encontrado a tenor del día de ayer y de esta mañana.»
Había sido feliz con él. El día anterior y esa misma mañana.
Feliz para siempre. ¡Dios Santo!
Vanessa había sido feliz.
Desde luego que lo había sido.
Al igual que lo había sido él.
CAPÍTULO 21
Vanessa pensaba que la tarea de introducir a sus hermanas en la alta sociedad sería hercúlea. Al fin y al cabo, ella conocía tan poco de la alta sociedad como sus hermanas, aunque estuviera casada con un vizconde, con el heredero de un ducado. Podría decirse que prácticamente no sabía nada ni conocía a nadie.
Sin embargo, no resultó ser difícil en absoluto. Solo hacía falta tener una posición respetable como la esposa de un caballero perteneciente a ese selecto grupo. Elliott superaba con creces ese requisito.
Las Huxtable se convirtieron en una especie de curiosidad. En su caso, porque acababa de casarse con uno de los solteros más codiciados de toda Inglaterra. En el caso de Margaret y de Katherine, porque eran las hermanas del nuevo conde de Merton, que había resultado ser un muchacho muy joven, muy apuesto y muy atractivo pese a su falta de sofisticación, o tal vez precisamente por eso. Además, Margaret y Katherine contaban con el interés añadido de su considerable belleza.
La alta sociedad, descubrió pronto Vanessa, ardía constantemente en deseos de conocer caras nuevas, de escuchar historias nuevas y de enterarse de nuevos escándalos. La historia de que el flamante conde de Merton y sus hermanas habían estado escondidos en un pueblecito recóndito, viviendo en una casa más pequeña que el cobertizo de un jardín (por que la alta sociedad también tenía la tendencia de exagerar mucho), había capturado la imaginación colectiva y avivado las conversaciones de salón durante más de una semana. Al igual que el hecho de que una de sus hermanas hubiera conseguido la mano, si no el corazón, del vizconde de Lyngate ni más ni menos. Como no era una belleza, no tildaban la unión de matrimonio por amor, aunque si era un matrimonio de conveniencia, resultaba extraño que el vizconde no se hubiera casado con la hermana mayor. Y el interés se avivó muchísimo cuando corrió la noticia de que la señora Bromley Hayes había dejado de ocupar el puesto de amante del vizconde de Lyngate de manera fulminante después de que fuera vista por Hyde Park acompañada de la vizcondesa.
El prestigio de la flamante vizcondesa de Lyngate aumentó de manera considerable.
Los Huxtable recibían invitaciones a todos los eventos frecuentados por la flor y nata de la alta sociedad: a bailes, a veladas, a conciertos, a comidas al aire libre, a desayunos al estilo veneciano, a cenas, al teatro… La lista era interminable. De hecho, podrían estar de fiesta desde la mañana hasta la noche. En fin, tal vez no «la mañana» en el sentido estricto de la expresión. La mayoría de la aristocracia se levantaba después del mediodía, ya que se pasaba buena parte de la noche bailando, jugando a las cartas, charlando o entreteniéndose de cualquier otra forma.
De modo que una invitación a desayunar era en realidad una invitación a un almuerzo a media tarde. Vanessa no entendía cómo muchas de esas personas estaban encantadas de comenzar sus jornadas por la tarde y concluirlas al amanecer.
¡Qué pérdida de horas de luz y de sol!
Acompañó a sus hermanas a un buen número de eventos sociales, pero no tuvo que esforzarse para presentarles personas de cuyo nombre no solía acordarse, ni para buscarles grupos en los que integrarse o parejas de baile. Tal como Elliott había predicho, se encontraban con la misma gente en casi en todos los eventos a los que acudían, y los nombres, las caras y los títulos se hicieron más familiares.
Margaret y Katherine pronto entablaron amistades e hicieron un grupo de conocidos, y no tardaron en tener su propia corte de admiradores… al igual que le sucedió a ella, para su total asombro. Caballeros a quienes apenas recordaba la invitaban a bailar o se ofrecían a llevarle algún refrigerio o a acompañarla a dar un paseo por los jardines o alrededor de la pista de baile. Algunos incluso la invitaron a pasear en carruaje o a caballo por Rotten Row.
No era nada inusual, por supuesto, que las mujeres casadas contaran con sus chichisbeos. Y recordó que Elliott le dijo en el teatro que era normal que una mujer casada apareciera en público con un caballero que no fuera su esposo.
A su entender, eso decía mucho de la naturaleza de los matrimonios de la alta sociedad, aunque ella no tenía ningún deseo de amoldarse a sus costumbres. Si Elliott no podía acompañarla, prefería la compañía de sus hermanas o de su suegra a la de un caballero desconocido.
Durante las semanas que siguieron a su presentación en la corte no fue infeliz.
Tampoco fue especialmente feliz.
Entre Elliott y ella existía cierta tirantez desde el día que se enfrentó a él para hablar de la señora Bromley Ha estaban distanciados. La acompañaba a muchos eventos, sobre todo por la noche. Conversaba con ella a la menor oportunidad. Le hacía el amor todas las noches. Dormía en su cama.
No obstante, había… algo. Una especie de tensión.
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