Aunque confiaba en Elliott, se sentía dolida. No le afectaba el hecho de que hubiera tenido una amante antes de casarse, porque eso habría sido irracional. Pero sí se sentía un poco dolida por que hubiera visitado a su antigua amante después de casarse con ella, una visita que habría ignorado si no se hubiera enterado por su cuenta. Y también se sentía un poco dolida porque la señora Bromley Hayes era una criatura muy hermosa, al menos físicamente.
Su matrimonio iba muy bien, se repetía una y otra vez, de hecho, iba fenomenal. Tenía un marido que le prestaba atención, que le era fiel, que le había jurado fidelidad eterna. Era muy afortunada. ¿Qué más podía pedir? ¿Su corazón?
Si ya tenía la luna y las estrellas, ¿debería ser avariciosa y querer también el sol?
Tal parecía que la respuesta era un sí.
Katherine trataba a su corte de admiradores como había hecho en Throckbridge. Sonreía con amabilidad e indulgencia a todos, les concedía los mismos favores, le caían todos muy bien. Pero cuando se le preguntaba, admitía que ninguno le resultaba especial.
– ¿No quieres a una persona especial en tu vida? -le preguntó Vanessa una mañana mientras daban un paseo por un parque casi desierto.
– Claro que sí -respondió su hermana con lo que parecía un suspiro-. Pero ahí está la cuestión, Nessie. Tiene que ser especial de verdad. Estoy llegando a la conclusión de que esa persona no existe, de que estoy buscando un imposible. Pero eso no es verdad, ¿a qué no? Hedley era especial para ti, y lord Lyngate lo es. No sabes cómo te envidié cuando os vi bailar el vals juntos en el baile de presentación de Cecily. Si a ti te ha pasado dos veces, ¿es demasiado pedir que me pase a mí una sola vez?
– Ya te pasará -le aseguró ella, y la cogió del brazo y le dio un apretón-. Me alegro de que no te conformes con algo menos que el amor. ¿Qué me dices de Meg?
Su hermana no estaba con ellas. Había ido a la biblioteca de Hookham con el marqués de Allingham.
– ¿Te refieres al marqués? -Preguntó Katherine-. Creo que la está cortejando formalmente.
– ¿Y lo aceptará? -quiso saber.
– No lo sé -contestó su hermana-. Parece gustarle mucho. Y no le presta atención a nadie más, aunque hay varios caballeros muy agradables que están muy interesados por ella. Pero Meg no se comporta como si estuviera enamorada, ¿verdad?
Era cierto. Meg estaba más pendiente de controlar las idas y venidas de Stephen, de animar a Kate a disfrutar todo lo posible y de asegurarse de que Vanessa fuera feliz que de forjarse una nueva vida.
Aun así, el marqués, que era un hombre muy agradable, se mostraba muy solícito con ella.
Y Crispin Dew estaba casado. No tenía sentido seguir languideciendo por él. ¡Qué fácil se veía desde fuera!, pensó.
– Meg nunca hablará de sí misma, ¿verdad? -Preguntó Katherine-. Antes no me fijaba en esas cosas, pero es cierto. Supongo que por eso nunca me enteré de lo de Crispin Dew. Nessie, ¿lo quería mucho?
– Me temo que sí-respondió-. Pero tal vez con el tiempo encuentre a otra persona. Tal vez esa persona sea el marqués de Allingham. Parece disfrutar de su compañía.
Sin embargo, esa esperanza no tardó en quedar hecha añicos.
Una semana después Vanessa llegó a Merton House una mañana y se encontró con Stephen en el vestíbulo, esperando a Constantine. Iban a las carreras. Su hermano fruncía el ceño.
– ¡Diantres, Nessie! -Exclamó Stephen-. ¿Cuándo se va a enterar Meg de que es mi hermana y no mi madre? ¿Cuándo se va a enterar de que tengo diecisiete años, casi dieciocho, y de que ya no tengo edad para que me lleven de la mano?
– Ay, cariño, ¿qué ha pasado? -preguntó.
– Allingham ha venido esta mañana y me ha pedido hablar en privado. Ha sido muy amable de su parte, porque yo solo tengo diecisiete años y seguro que él me dobla la edad y Meg tiene veinticinco. Me pidió permiso para proponerle matrimonio a Meg.
– ¡Stephen! -Exclamó ella, llevándose las manos al pecho-. ¿Y…?
– Y claro que le dije que sí-contestó su hermano-. Estaba encantado. Tal vez no tenga el mejor sastre del mundo y sus botas no estén a la última, pero es un jinete espectacular y dicen que es un caballero de los pies a la cabeza. Además, aunque no sea demasiado alto, tiene mucha presencia. Y Meg ha pasado mucho tiempo en su compañía estas últimas semanas. ¡Por Dios! Digo yo que lo normal es que el hombre pensara que iba a darle el sí.
– ¿No ha sido así? -preguntó.
– Lo ha rechazado de plano -contestó Stephen.
– Vaya -dijo ella-. Después de todo, no le tenía tanto afecto.
– No tengo ni idea -confesó su hermano-. Se niega a decirme nada. Asegura que eso no es importante. Que le hizo la dichosa promesa a papá y que piensa mantenerla hasta que yo cumpla los veintiún años y Kate esté casada, ¡por Dios!
– ¡Y por todos los santos! -exclamó ella-. Pensaba que se había dado cuenta de lo mucho que han cambiado las cosas.
– ¡Desde luego que han cambiado! -Estalló Stephen-. Ahora soy Merton, Nessie. Tengo tierras, fortuna y una vida. Tengo nuevos amigos. Tengo un futuro. Quiero a Meg, de verdad que sí. Y le estoy muy agradecido por todo lo que ha hecho por mí desde que papá murió. Nunca lo olvidaré y siempre le estaré agradecido. Pero me molesta mucho tener que darle cuentas de todo lo que hago, al detalle. Y me molesta que me ponga de excusa para rechazar la mejor proposición de matrimonio que seguramente le harán. Si no le gusta, me parece estupendo. Aplaudo que tenga los arrestos para rechazar su proposición. Pero no se trata de eso… Si fuera solo por mí… Ah, ese debe de ser Constantine.
La expresión de su hermano se tornó radiante.
Ella, en cambio, no tenía el menor deseo de hablar con su primo. Le dio unas palmaditas a Stephen en el brazo.
– Voy a ver qué me dice Meg -dijo-. Que te diviertas.
– Desde luego -le aseguró él-. Constantine es un tipo genial. Y Lyngate también lo es, Nessie. Cierto que no me quita ojo, pero no intenta llevarme de la mano a todas partes.
Stephen salió de la casa antes de que Constantine pudiese siquiera llamar a la puerta.
Margaret no soltó prenda y se negó a hablar cuando Vanessa entró en el salón y le dijo que acababa de hablar con Stephen.
– El problema de nuestro hermano es que cree que sus nuevas circunstancias le han añadido cuatro años a su vida -declaró Margaret-. Pero la verdad es que sigue siendo un muchacho, Nessie, y un muchacho cada vez más díscolo.
– Un muchacho que tal vez necesite una mano más suave en las riendas -sugirió.
– ¿Tú también? -exclamó Margaret, exasperada-. Debería estar en Warren Hall con sus tutores.
– Y pronto estará allí-le aseguró-. Pero también necesita conocer el mundo que le espera cuando alcance la mayoría de edad. No nos peleemos por él, por favor. ¿El marqués de Allingham te ha pedido matrimonio?
– Ha sido muy amable de su parte -respondió Margaret-. Pero he rechazado su proposición, por supuesto.
– ¿Por supuesto? -Enarcó las cejas-. Creía que te estabas encariñando con él.
– Pues creíste mal -replicó su hermana-. Tú mejor que nadie deberías saber que nunca me casaré hasta ver cumplido el deber que asumí hace ya ocho años.
– Pero Elliott y yo vivimos muy cerca de Warren Hall -le recordó-. Y Kate será mayor de edad dentro de unos cuantos meses. Stephen se pasará los próximos años en la universidad. Para entonces ya será un adulto.
– Pero todavía no ha llegado ese momento -señaló Margaret.
Vanessa ladeó la cabeza y observó a su hermana mayor con detenimiento.
– ¿No quieres casarte, Meg? -le preguntó-. ¿Nunca?
Crispin Dew era culpable de muchas cosas, pensó.
Margaret extendió las manos sobre su regazo y clavó la vista en ellas.
– Si no lo hago, algún día tendré que vivir en Warren Hall con la esposa de Stephen como la señora de la casa. O en Finchley Park contigo. O con Kate y su marido en alguna parte. Supongo que algún día tendré que casarme con el hombre que me haga el favor de proponerme matrimonio. Pero ese momento todavía no ha llegado.
Vanessa siguió mirando a la cabizbaja Meg.
– Meg -dijo después de un largo silencio-. Es muy posible que Stephen no sepa… lo de Crispin, a menos que Kate le haya dicho algo. Cree que has rechazado al marqués de Allingham por culpa suya.
– Y él es el motivo -repuso Margaret.
– No, no lo es -la contradijo ella-. Es por Crispin.
Margaret levantó la cabeza para mirarla con el ceño fruncido.
– Stephen tiene que saberlo -dijo ella-. Tiene que saber que no es él quien te mantiene apartado de la felicidad.
– Stephen es mi felicidad -apostilló Margaret con ferocidad-. Al igual que lo sois Kate y tú.
– Así nos cargas a todos con la culpa -le recriminó-. Te quiero con locura, Meg. También quiero muchísimo a Kate y a Stephen, pero no os describiría a ninguno como «mi felicidad». Mi felicidad no puede proceder de otra persona.
– ¿Ni siquiera de lord Lyngate? -Preguntó Margaret-. ¿Ni de Hedley?
Negó con la cabeza.
– Ni siquiera de Hedley ni de Elliott -contestó-. Mi felicidad debe proceder de mi interior; de lo contrario, sería demasiado frágil para que me sirviera y representaría una carga demasiado pesada para beneficiar en algo a mis seres queridos.
Margaret se puso en pie y se acercó a la ventana para echarle un vistazo a Berkeley Square.
– No lo entiendes, Nessie -dijo su hermana-. Nadie lo entiende. Cuando le hice la promesa a papá, sabía que era un compromiso de doce años, hasta que Stephen alcanzara la mayoría de edad. Ya van ocho años. No voy a desentenderme de los cuatro años restantes solo porque hayan cambiado las circunstancias, solo porque estés felizmente casada, porque Kate esté siendo cortejada por un sinfín de buenos partidos y porque Stephen esté deseando probar sus alas. O porque yo haya recibido una buena proposición de matrimonio y pueda partir hacia Northumberland para comenzar una nueva vida, dejando a Kate y a Stephen a tu cargo y al de lord Lyngate.
Esto no tiene nada que ver con Crispin Dew. No tiene nada que ver con nada, salvo con una promesa que hice libremente y que estoy dispuesta a cumplir. Os quiero a todos. No voy a rehuir mi deber aunque a Stephen le resulte irritante. No lo haré.
Se acercó a Meg y le rodeó la cintura con un brazo.
– ¿Por qué no vamos de compras? -sugirió-. Ayer vi el bonete más maravilloso del mundo, pero era azul marino y a mí no me sentaría nada bien. Pero a ti te quedaría perfecto. ¿Por qué no le echamos un vistazo antes de que lo compre otra persona? Por cierto, ¿dónde está Kate?
– Ha salido a dar un paseo en carruaje con la señorita Flaxley, lord Bretby y el señor Ames -contestó Margaret-. Tengo más bonetes de los que me harán falta en toda la vida, Nessie.
– En ese caso, ¿qué más da otro? -replicó-. Vamos.
– Ay, Nessie… -Margaret soltó una trémula carcajada-. ¿Qué iba a hacer yo sin ti?
– Tendrías más sitio en el armario, desde luego -respondió ella, y las dos se echaron a reír.
Sin embargo, Vanessa regresó a Moreland House un par de horas después con el alma en los pies. La infelicidad de los seres queridos solía ser mucho más difícil de sobrellevar que la propia, pensó… y saltaba a la vista que Meg era infeliz.
Por supuesto que ella misma no era infeliz. Sin embargo…
Sin embargo, había disfrutado de una felicidad delirante durante su luna de miel y también durante unos cuantos días antes y después de su presentación. Y esa felicidad la había llevado a desear más.
Era incapaz de contentarse con un matrimonio que marchara bien y que fuera agradable.
Además, estaba casi segura de estar embarazada. Tal vez eso marcaría una diferencia en su relación. Pero ¿por qué iba hacerlo? Tan solo estaba cumpliendo la misión por la que Elliott se había casado con ella.
Pero… ¡estaba embarazada de Elliott, por Dios! Llevaba a su hijo en su seno. Deseaba con desesperación volver a ser feliz. No solo feliz consigo misma, a pesar de lo que le había dicho a Meg. Quería ser feliz con él. Quería que él estuviera delirante de felicidad cuando le comunicara las noticias. Quería que…
Bueno, quería el sol, por supuesto. ¡Qué tonta era!
No disfrutaban de muchas noches libres. De hecho, cuando se presentaba una les parecía un raro respiro.
Durante una de esas noches Cecily se fue al teatro con un grupo de amigas, acompañadas por la madre de una de ellas. Elliott se refugió en la biblioteca después de la cena. La vizcondesa viuda, que se quedó en el salón para charlar con Vanessa mientras tomaban el té, fue incapaz de contener los bostezos hasta que por fin se retiró, aduciendo que estaba agotada.
– Creo que podría dormir una semana entera -le dijo mientras Vanessa le daba un beso en la mejilla.
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