– No -convino ella con voz triste.
– Dios, ¿por qué he tenido que cargarte con un asunto tan sórdido? -se preguntó él.
– Porque soy tu esposa -le recordó-. Elliott, no debes renunciar al amor aunque creas que todas las personas a las que has amado te han traicionado. De hecho, solo son dos personas de todas las que conoces, por mucho que las quisieras. Y no debes renunciar a la felicidad aunque todos tus recuerdos felices te parezcan espejismos. El amor y la alegría te están esperando.
– ¿En serio? -La miró a los ojos con expresión cansada.
– Y la esperanza -añadió-. Siempre debemos tener esperanza, Elliott.
– ¿Siempre? ¿Por qué?
En ese momento, mientras lo miraba sin apartar las manos de su cara, vio cómo se le llenaban los ojos de lágrimas y empezaban a resbalar por sus mejillas.
Elliott se zafó de sus manos y soltó un improperio que debería haberla escandalizado.
– ¡Maldita sea! -exclamó a continuación, bajando un poco el tono. Se puso a buscar un pañuelo hasta dar con él-. ¡Por el amor de Dios, Vanessa! Discúlpame.
En ese momento intentó quitársela de encima, apañarla de su regazo para alejarse de ella. Pero ella se negó a permitírselo. Le echó los brazos al cuello y lo obligó a apoyar la cabeza sobre su pecho.
– No me alejes de ti -dijo contra su pelo-. No sigas apartándome, Elliott. No soy tu padre ni Constantine. Soy tu esposa. Y nunca te traicionaré.
Volvió la cabeza para apoyar la cara en su coronilla mientras Elliott lloraba desconsolado, sin ser consciente de sus sentidos sollozos.
Iba a sentirse muy avergonzado cuando terminase, pensó ella. Seguramente llevara años sin derramar una sola lágrima. Los hombres eran muy tontos al respecto. Llorar era una afrenta para su hombría.
Le dio un beso en la coronilla y otro en una sien. Le peinó el pelo con los dedos.
– Amor mío -murmuró-. Ay, amor mío…
CAPÍTULO 22
Elliott había reservado una mesa en los jardines de Vauxhall.
Mientras se estaba en Londres disfrutando de la temporada social, era imprescindible cenar una noche en los famosos jardines emplazados al sur del Támesis, y en cuanto Elliott le preguntó si le apetecía conocerlos, Vanessa esbozó una sonrisa de oreja a oreja, encantada con el plan.
Complacer a su esposa se había convertido en algo sumamente importante para él. Tan importante como ese sentimiento que despertaba en su interior. No podía, o tal vez no quería, ponerle nombre. Era imposible que estuviera enamorado de Vanessa, esa emoción era demasiado banal. En cuanto al amor verdadero… En fin, desconfiaba del amor y no quería incluir lo que sentía por Vanessa en esa frágil categoría.
Porque confiaba en ella. Tenía la impresión de que la de su esposa se caracterizaba por el amor incondicional que les ofrecía a todas las personas con las que se relacionaba, lo merecieran o no.
Y él no lo merecía, bien lo sabía Dios.
Sin embargo, era consciente de que Vanessa lo amaba a su modo.
La noche del horrible incidente en la biblioteca, su esposa estuvo a su lado hasta que se tranquilizó, y desde entona no había siquiera mencionado el episodio. Le había ofrecido el tiempo y el espacio necesarios para recuperarse, y también para que sus heridas sanaran.
Y habían sanado. Había acabado comprendiendo que el amor, si acaso se atrevía a usar esa palabra, no residía en una sola persona. Su padre lo había decepcionado. Igual que Con. Pero el amor no.
El amor seguía en su interior con una doble faceta: el amor que los demás le ofrecían y, el más importante, el amor que él era capaz de ofrecer.
Se lo iba a ofrecer a sus hijos de tal forma que jamás dudarían de su existencia mientras él viviera. Vanessa se encargaría de enseñarles, con su ejemplo si no lo hacía con palabras (aunque estaba seguro de que las habría en abundancia), que el amor era algo que vivía en el interior de las personas, que era una fuente inagotable, que era algo capaz de cambiar para bien la vida de la gente, incluso durante las etapas más sombrías y difíciles.
Esos hijos, o el primero al menos, no tardarían mucho en llegar. Se había dado cuenta de que Vanessa debía de estar embarazada, aunque ella todavía no le había dicho nada. Desde que se casaron no había tenido la menstruación.
Con mucha cautela, podía afirmar que se sentía contento con su matrimonio.
No obstante, la cena en los jardines de Vauxhall no era solo para alegrar a Vanessa. Más que nada era por el bien de su cuñada Margaret y del joven Merton, que tenían pensado regresar en breve a Warren Hall. Vanessa y él los acompañarían, pero en cuanto el muchacho recuperara el ritmo de sus estudios con sus tutores, volverían a Londres para disfrutar del resto de la temporada social.
La facilidad con la que el muchacho se había adaptado a Londres le resultaba un poco preocupante. Le faltaban muchísimos años para poder disfrutar plenamente de la que sería su vida, pero ya había entablado amistad con personas mayores que él, tanto hombres como mujeres, y pasaba casi todo el tiempo fuera de casa, ya fuera cabalgando en el parque, en el hipódromo, examinando caballos en Tattersall’s o asistiendo a los numerosos acontecimientos sociales a los que lo invitaban.
Era demasiado joven y tal vez fuera una presa demasiado fácil para hombres como Con, que solían acompañarlo con frecuencia. Ya era hora de atarlo un poco en corto y enviarlo de nuevo a casa, donde podría retomar sus estudios hasta que llegara el momento de irse a Oxford.
Un plan que el joven conde había aceptado gustoso. El día que trató el tema con él, Merton ni siquiera rechistó.
– Todavía no puedo entrar en los clubes masculinos -dijo al tiempo que iba extendiendo los dedos para exponer sus motivos-, no puedo comprar caballos, ni un tílburi, ni cientos de cosas más sin tu permiso, y no puedo ocupar mi asiento en la Cámara de los Lores, ni asistir a los bailes y a las veladas más interesantes. Me he dado cuenta de que hay un millón de cosas que necesito aprender antes de que se me permita hacer todo eso. Además, echo de menos Warren Hall. No me dio tiempo a instalarme, a hacerlo mi hogar, antes de trasladarnos a Londres. Estaré encantado de regresar.
El muchacho sufriría un período de rebeldía en un futuro cercano, de eso estaba seguro. Pero esperaba que lo superase sin sufrir ningún daño permanente. Pese a toda esa incansable energía, poseía un carácter firme, que no era otra cosa que el resultado de una buena educación.
Su hermana mayor insistía en volver con él al campo. El día que Elliott le aseguró que no tenía por qué hacerlo ya que estaría firmemente vigilado por sus tutores, ella le dijo que ya había sido presentada en sociedad. Que a partir de ese momento podía relacionarse con la alta sociedad cuando le apeteciera, si acaso le apetecía. Le aseguró que se alegraba mucho de haber ido a Londres para disfrutar de parte de la temporada social, pero que su lugar estaba al lado de Stephen y que durante los próximos años, o al menos hasta que su hermano se casara, debía estar en Warren Hall, ejerciendo la labor de señora de la casa. Por si eso no bastaba, le recordó que ya no la necesitaban en Londres, ya que Katherine iba a trasladarse a Moreland House, donde la vizcondesa viuda de Lyngate ejercería de carabina hasta que Vanessa volviera del campo.
Y le dejó muy claro que nadie la haría cambiar de opinión.
Fue Vanessa quien comunicó a Elliott que el marqués de Allingham había propuesto matrimonio a su cuñada y que esta lo había rechazado. Habría sido un enlace brillante para ella, pero según Vanessa su hermana seguía albergando ciertos sentimientos hacia el militar que la había traicionado, y tal vez nunca los superara.
Katherine Huxtable también quiso volver a Warren Hall en cuanto se enteró de los planes de sus hermanos. Adujo que añoraba mucho la tranquilidad del campo. Sin embargo, entre Cecily y Vanessa lograron convencerla de que se quedara en Londres. Tenía una horda de admiradores y posibles pretendientes, casi tantos como Cecily. Tal vez no se diera cuenta de lo afortunada que era. Muchas jovencitas que disfrutaban de su presentación en sociedad habrían dado cualquier cosa para lograr la mitad de sus admiradores.
Sin embargo, había una cosa que Elliott había descubierto y que con el paso del tiempo resultaba cada vez más evidente. Aunque la vida de los Huxtable hubiera cambiado como de la noche al día, ellos no habían cambiado en absoluto. Se adaptarían a sus nuevas circunstancias -de hecho ya lo estaban haciendo-, pero no se les subirían a la cabeza.
Al menos, así esperaba que fuese en el caso de Merton, además de en el de sus hermanas.
Por tanto, la velada en los jardines de Vauxhall era en realidad una cena de despedida para Merton y la señorita Huxtable. Su madre y Cecily, así como Averil y su esposo, y por supuesto Katherine Huxtable completaban el grupo.
Elliott había elegido una noche en la que habría orquesta y fuegos artificiales. La suerte les sonrió, ya que el cielo siguió despejado después del crepúsculo y la noche resultó agradable, con una ligera brisa que mecía suavemente los farolillos colgados en las ramas de los árboles, sumiendo en su juego de luces y sombras los numerosos senderos por los que paseaban los alegres visitantes.
Llegaron a los jardines por el río, justo cuando caía la noche. La orquesta ya estaba tocando en la rotonda central, lugar donde se emplazaba el reservado a nombre del vizconde de Lyngate.
– ¡Oh, Elliott! -Exclamó Vanessa, aferrándole con fuerza el brazo-. ¡Es lo más bonito que he visto en la vida!
Vanessa y sus exageraciones… Nada podía ser simplemente bonito, o delicioso, o divertido.
– ¿Más bonito que el vestido que llevas o que tu nuevo corte de pelo? -le preguntó, mirándola-. Yo sé de otra cosa más bonita que los jardines. Muchísimo más bonita, en realidad. ¡Tú!
Ella ladeó la cabeza y lo miró con su habitual alegría.
– Qué tonto eres… -le dijo.
– ¡Ah! -Exclamó él al tiempo que daba un respingo-. ¿Te referías a los jardines? Sí, ahora que los miro, la verdad es que también son preciosos.
Vanessa soltó una carcajada y la señorita Huxtable volvió la cabeza para mirarlos con una sonrisa en los labios.
– ¿Eres feliz? -le preguntó él a su esposa mientras le acariciaba los dedos de la mano que descansaba en su brazo.
La risa se atenuó un poco.
– Sí -contestó-. Sí que lo soy.
Su contestación lo llevó a preguntarse si ese sería el «felices para siempre» del que él siempre se había burlado y en el que ella no creía. Si se habría acercado a ellos a hurtadillas. Un sentimiento que no necesitaba de ningún nombre.
Claro que sería toda una novedad que Vanessa no le pusiera unos cuantos y que lo obligara a él a hacer lo propio.
Elliott hizo una mueca que no tardó en ser reemplazada por una sonrisa.
– ¡Elliott, mira! -Exclamó Vanessa-. La orquesta y los reservados. Y la pista de baile. ¿Vamos a bailar? ¿Al aire libre, bajo las estrellas? ¿Se te ocurre algo más romántico?
– Ahora mismo, nada. Salvo que ese baile sea un vals.
– ¡Sí!
– Bien -dijo Merton en ese momento con evidente entusiasmo-. Allí está Constantine con su grupo. Me dijo que asistiría esta noche.
Vanessa estaba tan locamente enamorada de su esposo que incluso le dolía. Porque aunque había contestado con sinceridad a su pregunta de si era feliz, esa solo era una parte de la verdad.
Elliott no le había dicho nada referente a la conversación de la biblioteca, y se preguntaba si le guardaría algún tipo de resentimiento por haber presenciado sus lágrimas, si se sentiría humillado por el llanto y por haberse negado a dejarlo solo cuando se lo pidió.
Aunque no se había mostrado resentido en ningún momento. Durante la semana que había transcurrido desde entonces le había demostrado una ternura especial, sobre todo cuando hacían el amor. Tal vez los actos dijeran mucho más que las palabras.
Pero ella necesitaba escuchar las palabras.
Y él no había dicho nada.
Sin embargo, no era de las que se regodeaban en la melancolía. Su matrimonio era mucho más feliz de lo que había esperado que fuese cuando tomó la desesperada medida de proponérselo a fin de evitar que se lo pidiera a Meg. Si se veía obligada, se contentaría con que las cosas siguieran como estaban durante el resto de su vida.
Pero cómo anhelaba… En fin, esas palabras.
¿Cómo no iba a ser prácticamente feliz cuando se encontraba en los jardines de Vauxhall, acompañada por todos sus seres queridos?
Caminaron por la avenida principal en grupo, disfrutando de los árboles, de las esculturas, de las columnatas, de los farolillos de colores y de los alegres grupos de personas que paseaban por la avenida, respirando los olores de la naturaleza, de los perfumes y de la comida; escuchando las voces, las risas y la música en la distancia.
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