Se dieron un suntuoso festín, que incluyó las finísimas lonchas de jamón cocido y las fresas por las que eran tan famosos los jardines. Además de una maravillosa selección de vinos.
Charlaron con los numerosos conocidos que se detuvieron al verlos en el reservado.
Y bailaron. Todos. Incluida la vizcondesa viuda.
Bailar un vals bajo las estrellas le resultó tan romántico como Vanessa había imaginado, y tuvo la sensación de que se pasaron todo el rato mirándose a los ojos mientras ejecutaban los pasos. Ella esbozó una sonrisa y él la miró con esa emoción en los ojos que no podía ser otra cosa que ternura.
Estaba dispuesta a creer que lo era. Las palabras no eran necesarias en realidad.
Pero por muy feliz que fuera, más feliz de lo que cualquier mortal pudiera desear ser al menos una vez en la vida, había cierta parte de sí misma decidida a aguarle el momento. Porque su melancolía no se debía del todo a la resistencia de Elliott a decirle eso tan importante que ella esperaba desde la noche de la biblioteca.
También se debía a la presencia de Constantine, al que siempre encontraban allá adónde iban. Evitarlo esa noche le resultó tan difícil como de costumbre desde hacía una semana.
Su primo se mostró tan sonriente y encantador como siempre. Y muy atento, a pesar de encontrarse con otro grupo de personas. Habló con Stephen un rato y después bailó con Meg. Acompañó a Cecily y a Kate a dar un paseo, tomando a cada una de un brazo, y tardó media hora en volver. Vanessa se habría puesto muy nerviosa si solo hubiera ido una de ellas. Dadas las circunstancias, lo que sentía era cierta irritación con él y consigo misma. Porque aunque tenía todos los motivos del mundo para poner sobre aviso a sus hermanos, no lo había hecho. De hacerlo, tendría que mencionar a la señora Bromley Hayes y el robo que había tenido lugar en Warren Hall en vida de Jonathan. Y como no le apetecía mencionar ninguno de los temas, había guardado silencio.
Había evitado a Constantine haciendo un gran esfuerzo, aunque él siempre le sonreía y sabía que se le acercaría en cuanto ella lo alentara lo más mínimo. Suponía que habría podido seguir evitándolo durante el resto de la temporada social, sobre todo porque iba a pasar toda una semana fuera de Londres. Sin embargo, no tenía por costumbre evitar aquello que la vida le plantaba en el camino. Cuando Constantine acompañó de vuelta al reservado a Cecily y a Kate, Vanessa se inclinó hacia delante en su silla antes de que él se alejara. Elliott estaba hablando con unos conocidos.
– Constantine, ¿te apetece acompañarme ahora a mí a dar un paseo? -preguntó.
Su primo le sonrió con afecto y de repente le pareció muy triste haber perdido a un primo justo después de encontrarlo. No cabía duda de que poseía mucho encanto. Él le hizo una reverencia y le ofreció el brazo.
– Será un placer -contestó. En cuanto se alejaron del reservado, inclinó la cabeza y le dijo en voz baja-: Creía que estabas enfadada conmigo.
– Y lo estoy -le aseguró.
Aunque su expresión era seria, los ojos de Constantine tenían un brillo jocoso a la luz de los farolillos, según comprobó mientras se internaban en una amplia avenida. Lo vio enarcar las cejas, instándola de ese modo a que se explicara.
– No fue de recibo que nos presentaras a la señora Bromley Hayes ni a mí, ni a mis hermanos ni a Cecily en el teatro -le dijo-. Y tampoco fue de recibo que aparecieras con ella en el baile de presentación de tu prima. No esperaba eso de ti. Eres nuestro primo.
El brillo jocoso de sus ojos perdió algo de lustre.
– No fue de recibo, no -reconoció-. Te pido disculpas, Vanessa. Mi intención no fue la de haceros daño ni a ti ni a tu familia. Ni tampoco a Cecé.
– Pero lo hiciste -le recriminó-. Ellos no saben que los expusiste a un escándalo delante de la alta sociedad en pleno. Pero yo sí. Y yo fui la más afectada, aparte de Elliott, a quien supongo que querías avergonzar. Constantine, ¿de verdad pensabas que no iba a pedirle explicaciones a Elliott después de lo que ella me dijo, aunque fuese mentira, el día posterior al baile? ¿De verdad pensaste que con tu estrategia destrozarías nuestro matrimonio poco a poco, como si fuera un tumor que acaba de forma silenciosa con la vida de un enfermo? Si es así, te equivocaste por completo. Mi matrimonio ni siquiera ha quedado resentido y mi felicidad no se ha empañado. Aunque en cierto modo ha perdido un poco de brillo. Porque me alegré mucho de conocerte cuando llegamos a Warren Hall. Me encariñé de inmediato con mi nuevo primo y me gustó lo que vi de tu persona. Habría sido tu amiga durante el resto de mi vida y habría aceptado de buena gana tu amistad. Podríamos haber sido familia en el sentido más profundo del término. Pero tu malicia ha hecho que sea imposible, y me da mucha pena. Eso era lo que tenía que decirte.
La mirada de Constantine a esas alturas era muy seria, según se percató ella después de que la apartara del centro de la avenida para evitar ser arrastrados por un bullicioso grupo que caminaba en dirección contraria a la suya.
– ¿Anna ha hablado contigo? -le preguntó-. Y supongo que te dijo que seguía siendo la amante de Elliott, ¿verdad? Ni siquiera se le ocurrió que le pedirías explicaciones a Elliott y que descubrirías sus mentiras al instante. Lo siento.
Vanessa le lanzó una mirada de reproche, pero no dijo nada.
– Y ahora me toca a mí confesar mi mentira -prosiguió su primo después de un breve silencio-. Ya sabía que Anna había hablado contigo en el parque. Ella misma me lo contó. Lo siento, Vanessa. Lo siento muchísimo. Mis problemas son con Elliott, y cuando decidí avergonzarlo ni siquiera pensé en el daño que podría hacerte a ti. Créeme, esa nunca fue mi intención.
– Tienes problemas con Elliott porque él sabe realmente cómo eres -precisó-. Estoy del lado de mi esposo, Constantine. Y tus disculpas no significan nada para mí. Espero no verte nunca más. Jamás volveré a hablarte a menos que me vea obligada a hacerlo.
– Elliott sabe realmente cómo soy -parafraseó él, otorgándole cierto énfasis a la afirmación-. Un ladrón y un pervertido, supongo.
«¿Un pervertido?», se preguntó ella. ¿Habría algo más que Elliott no le había contado? En cualquier caso, prefería no saberlo.
– Sí -convino ella-. Y no puedes negar ninguna de las dos acusaciones.
– ¿Ah, no? -Constantine esbozó una sonrisa tirante y burlona.
Vanessa lo miró después de que alguien le diera un empujón al pasar por su lado, y aguardó un instante con la esperanza de que ofreciera alguna explicación.
– Tienes razón -dijo en cambio su primo al tiempo que le hacía una elegante reverencia-. No puedo negar ninguna de las dos acusaciones, Vanessa. No voy a hacerlo. Así que a tus ojos me he convertido en un villano. Al menos, tu opinión está justificada en parte. Si me permites, te acompañaré de vuelta a tu reservado. Supongo que no querrás seguir hablando conmigo.
– Desde luego -repuso ella.
Volvieron por donde habían llegado, pero sin tocarse y sin hablar. No obstante, llevaban poco tiempo caminando cuando Vanessa vio que Elliott se acercaba con el ceño fruncido.
– Te devuelvo a tu vizcondesa sana y salva -dijo Constantine cuando se encontraron, con la expresión y la voz burlonas de siempre-. Buenas noches, Vanessa. Buenas noches, Elliott… -Y se alejó sin mirar atrás.
– He sido yo quien lo ha invitado a pasear -aclaró Vanessa-. He estado evitándolo. Pero he comprendido que necesitaba decirle lo decepcionada que estoy por su comportamiento en el teatro y en el baile de presentación de Cecily. Necesitaba explicarle por qué no pienso volver a hablarle salvo cuando los buenos modales lo exijan. Y necesitaba decirle que sé la verdad sobre él. Ha admitido ser un pervertido, además de un ladrón.
– ¡Vaya! -Elliott la tomó del brazo y la instó a caminar en dirección a un sendero más estrecho y menos iluminado-. No creo que necesites conocer esa parte de la historia, Vanessa. Aunque supongo que deberías saberlo todo. En las cercanías de Warren Hall hay muchas jóvenes, algunas de las cuales trabajaban en la servidumbre de la mansión, que se han visto obligadas a criar a sus hijos ilegítimos a solas.
– ¡No! -exclamó ella-. ¡No, por Dios!
– Me temo que sí. Pero vamos a dejar de hablar de Con. Cuéntame cosas de Hedley Dew.
Vanessa volvió la cara para mirarlo en la penumbra.
– ¿Sobre Hedley? -le preguntó, sorprendida.
– Después de que te hablara de mi padre, comprendí que habías descubierto una parte oculta de mi persona que debías conocer puesto que eres mi esposa. Y creo que Hedley es esa parte oculta de tu persona y que quizá haya más cosas sobre él que necesites contarme.
El sendero había ido estrechándose, de tal forma que le soltó el brazo y le rodeó los hombros para caminar más pegados. Vanessa era delgada e irradiaba un agradable calorcito. De repente, cayó en la cuenta de lo sensual que le resultaba su cuerpo. Su pelo desprendía un suave olor a jabón.
– Siempre fue un niño delicado y soñador -dijo ella-. Siempre prefirió sentarse en algún lugar apartado y pintoresco al aire libre antes que participar en los extenuantes juegos de los demás niños. Al principio me hice su amiga por lástima, aunque en realidad me gustaba más jugar con los demás. Pero Hedley hablaba de un sinfín de temas, era un muchacho inteligente y un ávido lector, y soñaba muchas cosas para el futuro. A medida que crecía, me fue incluyendo en esos sueños, íbamos a viajar por el mundo, a sumergirnos en las culturas de otros pueblos. El me… El me quería. Y tenía una sonrisa preciosa, Elliott, y unos ojos que te atrapaban. Sus sueños te atrapaban.
Habían llegado a un banco de madera emplazado a un lado del sendero, de modo que Elliott hizo un gesto a Vanessa para que se sentara, cosa que hicieron sin que él apartara el brazo de sus hombros.
– Hasta que un buen día, de repente, la realidad me arrancó de esos sueños y descubrí que la vida era muchísimo más dura. Hedley estaba enfermo. Posiblemente iba a morir. Creo que fui la primera en darme cuenta, aunque él siempre lo supo, claro. Hedley me deseaba. Me quería. Y yo también lo quería, pero no de la misma forma. Mis padres siempre me habían dicho que tal vez nunca llegara a casarme porque no era tan guapa como Meg o Kate, o como otras muchachas de los alrededores. Sin embargo, quería casarme y, evidentemente, Hedley era un buen partido. Era el hijo de sir Humphrey Dew. Y vivía en Rundle Park. Pese a todo eso, no creo que me hubiera casado con él si no me hubiera necesitado. Pero me necesitaba. Y el matrimonio era lo único que podía ofrecerle, un sueño que yo podía hacer realidad. Saltaba a la vista que los demás eran imposibles.
Vanessa estaba temblando y no paraba de retorcerse las manos sobre el regazo. Su voz delataba lo dolorosos que eran esos recuerdos. Elliott apartó el brazo de ella, se quitó el frac, se lo echó por los hombros a su esposa y retomó la postura inicial.
– No quería hacerlo -confesó ella-. Hedley estaba enfermo, se estaba muriendo, y yo no. Yo no… No me resultaba atractivo, y eso que era muy guapo. No sabes lo muchísimo que me pesa. Porque lo engañé. Le dije miles de veces que lo adoraba.
– ¿Y te arrepientes? -le preguntó.
– ¡No! -Contestó ella con vehemencia-. De lo que me arrepiento es de no haber logrado que esas palabras fueran verdad. Bueno, eso tampoco es del todo cierto. Sí que lo adoraba. Lo quise con toda el alma y con todo el corazón. Pero no lo amaba.
Unas cuantas semanas antes, Elliott habría meneado la cabeza exasperado por semejante embrollo sentimental. Sin embargo, en esos momentos sabía muy bien de lo que Vanessa estaba hablando. Porque había descubierto la diferencia entre los distintos tipos de amor.
– Vanessa -dijo-, le ofreciste un amor muy grande. Un amor puro y generoso que no reclamaba nada a cambio.
– Pero sí que me llevé ciertas cosas -lo corrigió-. Porque Hedley se entregó en la misma medida que lo hice yo. Me enseñó cómo vivir el día a día, me enseñó a disfrutar de los pequeños placeres, a reírme cuando acechaba la tragedia. Me enseñó lo que eran la paciencia y la dignidad. Y me enseñó a no aferrarme a nada, a no depender de algo condenado a desaparecer. Antes de morir me dijo que debía amar de nuevo, que debía volver a casarme y ser feliz otra vez. Me dijo que me riera siempre. Me dijo… -Tragó saliva de forma audible, como si tuviera un enorme nudo en la garganta.
Elliott enterró la nariz en su pelo y la besó en la coronilla.
– Me quería -prosiguió ella-. Y yo también lo quise. Lo quise. Lo siento, Elliott. Lo siento muchísimo. Lo quería.
Conmovido, le colocó la mano libre bajo la barbilla y la instó a echar la cabeza hacia atrás para besarla, saboreando el regusto salado de las lágrimas en sus mejillas y en sus labios.
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