– Nunca te disculpes por eso -le dijo al tiempo que le rozaba los labios-. Y nunca te mientas a ti misma al respecto. Por supuesto que lo querías. Y me alegro de que lo hicieras. No serías la persona que he llegado a conocer si no lo hubieras querido.

Vanessa levantó una mano para acariciarle una mejilla.

– ¿No estás profundamente arrepentido de haberte casado conmigo? -le preguntó.

– ¿He llegado a estarlo en algún momento? -le preguntó él a su vez.

– Creo que sí -respondió ella-. Nunca me habrías elegido por ti mismo. Soy una mujer normal y corriente, y tuvimos unas cuantas discusiones.

– En cierto modo me resultabas un incordio -reconoció-, ahora que me lo recuerdas.

Vanessa estalló en carcajadas… justo lo que él pretendía.

– Pero nunca has sido normal y corriente -Eras una belleza disfrazada. Y no, no me arrepiento, ni profundamente ni de ninguna otra manera.

– ¡Vaya! -exclamó ella-. Me alegro mucho. ¿He conseguido que te sientas a gusto conmigo y en paz? ¿Y que seas un poquito feliz?

– ¿Se te ha olvidado la parte del placer? -le recordó-. Las tres cosas, Vanessa, a decir verdad. ¿Y tú?

– Yo también soy feliz -contestó antes de besarlo suavemente en los labios con su habitual mueca.

Que siempre conseguía excitarlo.

Comprendió que había llegado el momento de la gran declaración. Comprendió que, de no estar casado, ese sería el momento de hincar una rodilla en el suelo con una floritura, de cogerla de la mano, de confesarle su amor eterno y de pedirle que lo convirtiera en el más feliz de los hombres…

Sin embargo, como ya estaban casados, lo que haría…

De repente, se oyó una especie de chasquido seguido de un siseo procedente de un lugar cercano y Elliott perdió el hilo de sus pensamientos al ver que Vanessa se ponía en pie. ¿Qué demonios pasaba?

– ¡Los fuegos artificiales! -Gritó su esposa-. Elliott, ya están empezando. ¡Vamos, tenemos que verlos! ¡Mira! -Señaló la cascada de chispas rojas que apareció sobre las copas de los árboles-. ¿Alguna vez has visto o escuchado algo más emocionante?

– Nunca -contestó con una sonrisa mientras ella lo tomaba de la mano en la oscuridad y lo llevaba, casi al trote, por el sendero… en mangas de camisa.

CAPÍTULO 23

El día previo a la partida de sus hermanos, Katherine se mudó a Moreland House, desde donde continuaría participando en los eventos sociales de la temporada con Cecily, al cuidado de la vizcondesa viuda hasta que Vanessa regresara. Estaba muy emocionada por ese cambio de ambiente, aunque una parte de ella también quería volver a casa con todos los demás, según les confesó a Vanessa y a Margaret.

Vanessa se reunió con ella en su dormitorio para hablar en privado antes de marcharse a la mañana siguiente. Quería decirle que tuviera cuidado con Constantine, aunque no era nada fácil, ya que no quería desvelar los motivos por los que recelaba de él.

– Es bastante mayor que tú, Kate -dijo-, y es muy guapo y encantador. Es un hombre de mundo con mucha experiencia. Me temo que pueda ser un… En fin, que pueda ser un libertino. No sería sensato confiar en él de forma implícita solo porque sea nuestro primo segundo.

– Nessie, no tienes que preocuparte por nada -repus: Katherine tras soltar una carcajada. Estaba sentada en mitad de la cama, abrazándose las piernas-. Sé que de un tiempo a esta parte no te cae bien Constantine porque lord Lyngate está peleado con él. No sé por qué, y tampoco quiero saberlo; eso queda entre ellos dos. Pero nuestro primo es una carabina mucho más estricta que tú… o que Meg o que lady Lyngate.

El comentario le resultó tan sorprendente que enarcó las cejas.

– ¿Carabina? -le preguntó.

– Cecily puede descocarse un poco cuando se aleja de su madre o de lord Lyngate y de ti -adujo Katherine-. Pensó que mientras estuviera con Constantine podría detenerse a charlar con cualquier caballero conocido, por leve que fuera la relación, mientras que yo seguía camino con Constantine. Incluso creo que había acordado de antemano encontrarse con alguno de ellos. Pero nuestro primo no lo permitió, y aunque es muy agradable y Cecily no se enfadó con él, le dejó muy claro que no iba a permitirle nada que su madre no le permitiera. Y también se tomó la molestia de indicarnos los nombres de aquellos caballeros poco recomendables. Tal vez sea un libertino cuando está con otras personas… Tengo entendido que muchos caballeros lo son. Pero con nosotras siempre es la personificación del honor y del decoro.

– ¿De verdad? -preguntó-. Me alegro de escucharlo.

En ese momento le dolió más que nunca que la riña entre Constantine y Elliott llevara a su primo a desquitarse de ese modo tan cruel con ella. Aunque más le dolía que se hubiera comportado de manera tan deshonrosa en Warren Hall mientras Jonathan estaba vivo. Sin embargo, no era un monstruo y no debía esperar que se comportara como un villano a todas horas.

– Pero nunca te quedes a solas con él, Kate -insistió.

– Con nunca lo permitiría aunque yo quisiera-le aseguró su hermana-. Además, Nessie, él también se irá dentro unos días. Ha comprado una propiedad en Gloucestershire y va a establecerse allí.

– ¿En serio?

– Lo echaré de menos -dijo Kate-. Me cae muy bien.

Eso quería decir que no era pobre ni mucho menos, pensó Vanessa. Aunque le resultaba extraño que su padre le hubiera legado una cantidad suficiente para adquirir una propiedad. En ese momento recordó el dinero y las joyas que había robado, y suspiró.

– Tuvo una charla con Stephen la otra mañana, cuando fueron a cabalgar al parque -dijo Katherine-. Le aconsejó que volviera a Warren Hall y se aplicara en sus estudios, que aprendiera todo lo que tiene que aprender para manejar sus propiedades y las responsabilidades que conlleva su título. Le dijo que ya tendría tiempo para divertirse y para disfrutar de la vida al máximo una vez cumplida la mayoría de edad. Le recomendó que no olvidase en ningún momento que era el conde de Merton, porque debía hacerle honor al título. Stephen me lo contó todo. Y después, justo al día siguiente, lord Lyngate también le sugirió que volviera a casa. Stephen los respeta y admira enormemente. ¿No es una pena que se odien?

– Sí -convino ella con otro suspiro.

¿Lograría alguna vez entender a Constantine? Era muchísimo más sencillo catalogar a la gente como héroes o villanos, y esperar que se comportase según esa etiqueta. ¿Qué pasaba cuando alguien entraba en las dos categorías?

Sin embargo, era una de esas incógnitas tan abundantes en la vida.

– Es hora de irme -dijo al tiempo que se ponía en pie. Kate hizo lo mismo, tras lo cual se abrazaron-. Elliott me estará esperando. Regresaremos dentro una semana, o diez días a lo sumo. Diviértete mucho, Kate. Te echaré de menos.

– Y yo a ti -repuso Katherine, que durante un instante se negó a soltarla-. Pienso muchas veces en el día que Tom Hubbard llegó a la escuela para decirnos que había un vizconde en la posada de Throckbridge, y me fui corriendo a casa para decíroslo a Meg y a ti y ver si averiguábamos el motivo de su visita. Y también me acuerdo mucho del baile de San Valentín, del vals que bailaste con el vizconde. Y del día posterior, cuando fue a nuestra casa para cambiar nuestras vidas por completo. A veces deseo que nada de eso hubiera sucedido, Nessie, pero es imposible detener el devenir de la vida, ¿verdad? Y tú has tenido un final feliz.

– Así es -convino.

– Y a veces no me arrepiento de nada -continuó su hermana-. A veces creo que esta nueva vida nos deparará un final feliz a todos si tenemos el valor de aprovechar la oportunidad que nos brinda.

– Por supuesto que sí -le aseguró Vanessa con una sonrisa, aunque pensó con tristeza en Meg-. Para eso está la vida.

Cogió a su hermana del brazo y juntas bajaron la escalera hacia el carruaje que la aguardaba.


No había sido necesario volver al campo en mitad de la temporada social, descubrió Elliott de inmediato. Merton se había resignado sin rechistar a regresar y a concentrarse en sus estudios. Y su hermana mayor era más que capaz de evitar que se distrajera de sus deberes. El mayordomo, el ama de llaves y Samson habían mantenido la casa y la propiedad en perfecto estado, y los dos tutores estaban encantados de tener a su pupilo una vez más entre sus manos.

Aunque, tal vez, su deber como tutor legal del muchacho solo había sido una excusa. No le disgustaba disfrutar de Londres durante la temporada social, la verdad. Ni tampoco le disgustaba disfrutarla con Vanessa. Sin embargo, recordaba a todas horas los días que siguieron a su boda (su luna de miel, tal como lo llamó Vanessa en una ocasión) con cierta nostalgia. Era muy consciente de que no podrían haberse quedado más tiempo en la residencia de la viuda, ya que el deber reclamaba su presencia en Londres. No obstante, a él le habría gustado quedarse más tiempo.

Un hombre debería poder pasar a solas el tiempo suficiente con su flamante esposa para llegar a conocerla a fondo, para sentirse cómodo en su presencia, para disfrutar con ella.

Para enamorarse de ella.

Tal vez fuera un error intentar recuperar la magia de esos días.

Seguramente fuera un error.

Pasaron casi todo el primer día en Warren Hall. No prometieron regresar al día siguiente, aunque sí dijeron que era probable que lo hicieran. El día era soleado y apenas soplaba viento. Y hacía bastante calor. Era un día perfecto para cabalgar hasta Warren Hall o para ir en un carruaje descubierto. Era el día perfecto para…

– ¿De verdad quieres ir a Warren Hall hoy? -le preguntó a Vanessa durante el desayuno-. ¿No prefieres quedarte tranquila en casa? Tal vez dar un paseo por el lago.

– ¿Juntos? -precisó ella.

– Juntos, sí.

– Estoy segura de que Stephen estará ocupado todo el día -dijo Vanessa-. Lo mejor será no molestarlo. Y Meg tenía planeado pasar toda la mañana con el ama de llaves y toda la tarde, si el tiempo lo permitía, ocupada con la forma de mejorar las rosas del cenador. Y el tiempo lo permite.

– Entonces sería mejor no molestarlos -sugirió él.

– Eso creo yo.

– ¿Te apetece ir al lago?

– Sí, iremos al lago.

De repente, Vanessa le sonrió, con esa expresión tan radiante que no solo iluminaba su cara y sus ojos, sino todo su ser, hasta lo más profundo de su alma… o eso parecía. Siempre conseguía deslumbrarlo.

– Sí -repitió ella-. Vayamos al lago, Elliott. Aunque ya no haya narcisos.

– Pero la naturaleza nunca se olvida de nosotros, con independencia de la estación -repuso.

¡Por Dios! Si no se andaba con cuidado, el día menos pensado acabaría escribiendo poesía. Aunque sus palabras resultaron providenciales. Por supuesto, los narcisos habían desaparecido hacía mucho, pero en la orilla donde crecieran en primavera, se extendía una alfombra de jacintos de los bosques.

– ¡Elliott! -Exclamó ella mientras recorrían la orilla-. ¿Se te ocurre algo más bonito?

A su alrededor todo era azul o verde, según se mirara al agua del lago, a la hierba, a las flores, a los árboles o al cielo. Incluso el vestido de Vanessa era celeste, y su bonete de paja estaba adornado con cintas azules.

– Los narcisos eran igual de bonitos -contestó-, pero no más.

– Elliott. -Vanessa se detuvo, se colocó delante de él y le cogió una mano-. Aquellos tres días que pasamos aquí fueron los más felices de mi vida. Aunque tampoco estoy muy segura, porque también he sido feliz desde entonces. Y soy feliz ahora. Quiero que lo sepas. Te prometí que te haría feliz, pero tengo la sensación de yo he sido la más afortunada.

– No, no es cierto. -Le apretó la mano con fuerza-. Aunque te creas afortunada, no puedes serlo más que yo. Y aunque te creas feliz, no puedes sentirte más feliz que yo.

Vanessa abrió los ojos de par en par y entreabrió los labios.

– Soy feliz -continuó Elliott al tiempo que se llevaba una mano a los labios y después la otra para besárselas.

Por una vez parecía haberla dejado sin habla.

Se sintió tentado de guardar silencio con ella. Pero si no lo decía en ese momento, tal vez nunca lo hiciera. Y, según creía, esas cosas eran muy importantes para las mujeres. Tal vez fueran igual de importantes para los hombres.

– Te quiero -le dijo.

La mirada de Vanessa se tornó brillante… por las lágrimas, se percató.

– Te quiero -le repitió-. Estoy locamente enamorado de ti. Te adoro. Te quiero con toda el alma.

Vanessa se mordió el labio inferior.

– Elliott, no tienes por qué…

Le colocó el índice con muy poca delicadeza sobre los labios.

– Te necesito tanto como el aire que respiro -la interrumpió-. Tu belleza y tus sonrisas me han cautivado, y me han llegado al corazón. Al alma. Me has enseñado a confiar y a amar de nuevo, y confío y te quiero. Te quiero más de lo que nunca he querido a nadie. Más de lo que creía posible que se podía querer a otra persona. Y si crees que me estoy poniendo en ridículo al ser exageradamente romántico solo para que te sientas mejor por haber admitido que eres feliz, tendré que tomar medidas muy drásticas.