– Ya conociste a Annabelle. Mejórala ochenta veces, y te sale Powers.
– Anabelle es interesante. Uno no sabe bien a qué atenerse con ella.
– Es un bicho raro. -Heath estiró los brazos-. No la habría contratado jamás si no llega a dar en el clavo con Gwen Phelps.
Bodie soltó una risita.
– Todavía te cuesta creer que te rechazara.
– Para una vez que conozco a alguien fascinante, va y no está interesada.
– Qué puta es la vida. -La velocidad de la cinta disminuyó hasta detenerse. Bodie bajó y recogió una toalla del suelo desprovisto de alfombras del salón.
La casa de Heath de Lincoln Park olía aún a construcción nueva. Probablemente porque lo era. Formaba una elegante cuña de piedra y cristal que se adentraba en la calle umbría como la proa un barco. A través de la imponente V de las ventanas del salón, que iban del suelo al techo, podía ver el cielo, árboles, un par de casas decimonónicas restauradas que se alzaban al otro lado de la calle y un parque vecinal bien cuidado y rodeado por una verja de hierro. La terraza de su azotea -que tenía que admitir que sólo había pisado dos veces- brindaba a lo lejos la vista del lago de Lincoln Park.
Cuando encontrara una esposa, le dejaría elegir los muebles. De momento, había montado un gimnasio en el salón, por lo demás vacío, comprado un equipo de audio de última generación, una cama con colchón Tempur y una televisión de plasma con pantalla grande para el salón de prensa del piso de abajo. Todo ello, combinado con las maderas nobles y el mármol rústico del suelo, los armarios hechos a medida, los baños de piedra caliza y una cocina provista de lo último en electrodomésticos de diseño europeo, hacían de esa casa la que había soñado desde que era niño.
Sólo que habría querido que le gustara más. Tal vez tendría que haber contratado a un interiorista en vez de esperar, pero eso era lo que había hecho con su anterior casa -lo que le costó una fortuna, por añadidura-, y no le complació el resultado. Puede que los interiores fueran espectaculares, pero se había sentido raro allí, como de visita en casa de otra persona. Lo vendió todo cuando se mudó allí para poder empezar de cero, pero ahora lamentaba no haberse quedado con suficientes muebles como para evitar que el eco resonara en las habitaciones.
Bodie cogió una botella de agua.
– Dicen que es una rompepelotas.
– ¿Gwen? -Heath se subió a la cinta.
– Powers. Parece que sus empleados no suelen aguantar mucho tiempo.
– A mí me parece una buena mujer de negocios. Aparte de eso, ejerce de mentora para otras mujeres desinteresadamente.
– Y si tan buena es, ¿cómo es que no haces que te presente a alguna de sus candidatas, como hiciste con Annabelle la semana pasada?
– Lo intenté una vez, pero no funcionó. Se implica mucho, y puede resultar un poco inaguantable en grandes dosis. Pero me ha enviado unas cuantas candidatas bastante decentes, y sabe hacer su trabajo.
– Eso explica que no le hayas pedido una segunda cita a ninguna.
– Lo haré, tarde o temprano.
Bodie se dirigió a la cocina. Tenía un apartamento en Wrigville, pero iba allí de vez en cuando para hacer pesas los dos juntos.
Heath aumentó la velocidad de la cinta. Bodie llevaba con él casi seis años ya. Después de su accidente de moto, Bodie se refugió en las drogas y la autocompasión, pero Heath le había admirado cuando jugaba y le contrató como ayudante. Los buenos ayudantes solían ser ex deportistas, hombres cuya reputación conocían los atletas universitarios y de los que se fiaban. Los agentes solían utilizarlos para atraer a clientes potenciales. Aunque Heath no se lo había exigido expresamente, Bodie supo que antes tenía que dejar las drogas, y eso fue lo que hizo. No pasó mucho tiempo antes de que su rollo «no me toques los cojones» le convirtiera en uno de los mejores.
Bodie había empezado a hacerle de chófer por casualidad. Heath pasaba muchas horas en las circunvalaciones de peaje de Chicago, de camino a Hallas Hall, yendo a la sede de la Stars o haciendo viajes sin motivo yendo y viniendo a O'Hare. Odiaba perder el tiempo atrapado en embotellamientos, y a Bodie le gustaba ponerse al volante, de forma que Bodie empezó a encargarse de ello cuando a los dos les iba bien. Conduciendo Bodie, Heath podía hacer llamadas, contestar e-mails y revisar papeles, aunque con la misma frecuencia dedicaban su tiempo a diseñar estrategias, y entonces era cuando Bodie se ganaba el sueldo de seis cifras que Heath le pagaba. El aspecto intimidante de Bodie ocultaba una mentalidad muy analítica: fría, centrada y nada sentimental. Se había convertido en el mejor amigo de Heath, y en la única persona en quien confiaba plenamente.
Bodie volvió de la cocina con una cerveza.
– A tu casamentera no le gustas.
– Ya ves lo que me importa.
– Pero creo que le haces gracia.
– ¿Le hago gracia? -Heath perdió el ritmo-. ¿Qué coño quiere decir eso?
– Pregúntaselo a ella, no a mí.
– No pienso preguntarle una mierda.
– Será interesante ver con quién se presenta ahora. Lo que está claro es que la morenaza que te presentó Powers la semana pasada no te gustó nada.
– Demasiado perfume, y costaba sacársela de encima. -Dio un golpe al panel de control, aumentando la velocidad de la cinta-. Supongo que debería hacer que Powers asistiera también cuando me presenta a alguna, igual que hice con Annabelle, pero Powers controla tanto que se hace difícil sacar conclusiones.
– Deberías hacer que asistiera siempre Annabelle. Ella no parece ponerte de los nervios.
– ¿Pero qué dices? Pues no me ha puesto de los nervios esta tarde ni nada, con su cuestionario de las narices. -Sonó su móvil. Bodie se lo pasó. Heath comprobó quién llamaba y descolgó-. Rocco…, precisamente contigo quería hablar.
– ¿Cuánto dinero crees que tiene? -El largo cabello castaño de Barrie Delshire caía suelto en torno al óvalo perfecto de su rostro, a diferencia del de Annabelle, que seguía desafiando al nuevo producto alisador por el que estaba claro que había pagado demasiado.
– Es bastante rico. -Annabelle se sujetó un rizo tras la oreja.
– Mola. Mi último novio aún me debe cincuenta pavos, aunque dice que me los pagará.
Barrie no era la mayor lumbrera del plantel de Pottery Barn, pero era dulce, de una belleza exquisita, y el contorno de su busto debería bastar por sí solo para llamar la atención de Heath. Barrie no quería entrar sola al restaurante, así que Annabelle había quedado con ella antes en una tienda cercana. Cuando estaban llegando al Sienna's, una mujer muy delgada y elegante, de tez pálida y pelo azabache, que estaba estudiando el menú frente a la ventana, volvió la cabeza para observarlas mientras se aproximaban. Llevaba, arriba, un cuerpo de seda azul atado detrás del cuello, pantalones blancos holgados y unas sandalias de tacón bajo, sin talón, en blanco y azul marino. Escrutó a Annabelle con una fijeza extraña y luego volvió a concentrar su atención en el menú.
Barrie se sacudió el pelo.
– Gracias otra vez por concertarme esta cita. Estoy tan harta de salir con perdedores…
– Heath no es un perdedor, eso está claro. -Annabelle había estado demasiado nerviosa con lo de esa noche como para comer, conforme entraban en el restaurante se le hizo la boca agua con las fragancias del ajo y el pan recién hecho. Heath estaba sentado la misma mesa que ocupaba cuando le presentó a Gwen. Esa noche llevaba una camisa de punto de cuello abierto, de un tono algo más claro que su pelo espeso y algo alborotado. Cuando se le acercaban le vio guardarse la BlackBerry en el bolsillo.
Se puso en pie en una exhibición inconsciente de gracia atlética: hacerse un lío con la silla o darse con la mesa no iba con este tipo. Annabelle hizo las presentaciones. No era fácil interpretar su expresión, pero mientras le observaba examinar la larga melena y los asombrosos pechos de Barrie, supo que había despertado su interés.
Separó la silla que tenía al lado para ella, dejando que Annabelle se las arreglara sola. Barrie le dirigió una sonrisa cautivadora, de labios húmedos.
– Eres tan asombrosamente atractivo como dijo Annabelle.
Heath lanzó a Annabelle una mirada socarrona.
– Ah, ¿sí? ¿Eso dijo?
Annabelle se prohibió a sí misma ruborizarse. Había hecho su trabajo, nada más.
La conversación se desarrolló sin que Annabelle tuviera que esforzarse mucho, como no fuera para desviar a Barrie del tema de su horóscopo. Afortunadamente, Barrie era una seguidora acérrima de los Stars, con lo que tenían mucho de que hablar, y Heath le consagró toda su atención. Annabelle deseó que alguien la escuchara a ella con el mismo interés. Sonó el móvil de Heath. Él lo saco para comprobar el número, pero no contestó, lo que Annabelle tomo como una buena señal, o tal vez mala, porque se estaba convenciendo cada vez más de que Barrie no era en absoluto adecuada para él.
– ¿Jugabas al fútbol americano? -dijo Barrie conteniendo la aspiración de la emoción.
– Vaya, en la universidad, pero no era tan bueno para pasar de calentar banquillo, así que lo dejé.
– ¿Dejaste pasar la oportunidad de jugar en la Liga Profesional?
– No hago nada en lo que no pueda ser el mejor.
«¿Por qué no hacer las cosas sólo por divertirse?», se preguntó Annabelle, acordándose una vez más de sus hermanos, obsesos del trabajo.
Barrie se echó la melena de modelo de champú por encima de un hombro.
– ¿A qué universidad fuiste?
– Obtuve el diploma de primer ciclo por la Universidad de Illinois, y después aproveché una oportunidad para ir a la Facultad de Derecho de Harvard.
– ¿Has ido a Harvard? -exclamó Barrie-. Oh, Dios mío, estoy muy impresionada. Siempre quise ir a una de las grandes universidades de la costa oeste, pero mis padres no podían permitírselo.
Heath pestañeó.
Annabelle agarró su fantasma verde y empezó a calcular cuánto podía tardar en conseguirle la siguiente cita.
– Está claro que su amiga no llevará la salsa de queso a la próxima reunión de MENSA -dijo Heath, cuando Barrie se hubo marchado del restaurante.
Annabelle resistió el impulso apremiante de apurar su fantasma verde.
– Tal vez no, pero tiene que admitir que es una belleza.
– Y adorable, además. Pero esperaba más de usted, sobre todo después de responderle ayer a todas esas preguntas estúpidas.
– No eran estúpidas. Y hay una gran diferencia entre lo que los hombres dicen buscar en una mujer y lo que quieren en realidad.
– ¿Así que esto era una prueba?
– Algo así. Tal vez.
– No vuelva a hacerlo. -Clavó en ella su mirada de matón-. Tengo claro como el cristal lo que quiero, y Barrie, aunque deba admitir que está muy buena, no lo es.
Annabelle dirigió una mirada melancólica hacia la puerta.
– Si pudiera meter mi cerebro en su cuerpo, el mundo estaría a mi merced.
– Relájese, Doctor Perverso. La próxima candidata ha de llegar en los próximos diez minutos, y tengo que hacer una llamada. Entreténgala hasta que vuelva, ¿quiere?
– ¿La próxima…? Yo no he…
Pero él ya se había metido en un reservado. Ella se levantó como un resorte, dispuesta a ir a buscarle, cuando vio entrar a una rubia vestida con mucho estilo. Con su traje de Escada y su bolso de Chanel, llevaba el sello de Parejas Power estampado en la frente. ¿Se lo había dicho en serio? ¿De veras esperaba que entretuviese a una candidata de la competencia?
La mujer echó una ojeada por el bar. Pese a sus trapos de marca parecía más bien insegura, y el instinto de buena samaritana de Annabelle asomó su cabeza remilgada. Lo combatió durante casi treinta segundos, pero la mujer parecía tan incómoda que finalmente cedió y se acercó a ella.
– ¿Está buscando a Heath Champion?
– Sí, así es.
– Ha tenido que ausentarse un momento por una llamada. Me pidió que estuviera pendiente por si llegaba usted. Soy Annabelle Granger, su… -vaciló. Estaba fuera de lugar decir que era su casamentera de reserva, y le daba cien patadas decir que era su ayudante, de modo que se decidió por la siguiente mejor opción-. Soy la jefa de Heath.
– Melanie Richter. -La mujer se fijó en la falda caqui y chaqueta entallada a juego de Annabelle, que al lado del Escada no resultaban muy impresionantes. Aun así, no pareció que la juzgara por ello, y su sonrisa era amistosa-. Ser mujer en un campo tan dominado por los hombres debe de ser todo un desafío.
– No se hace usted idea.
Melanie la siguió hasta la mesa. Como Annabelle no estaba ansiosa por comentar su carrera como mandamás de los deportes, se interesó por Melanie y averiguó que estaba divorciada y tenía un hijo. Tenía alguna experiencia en el mundo de la moda así como un siniestro ex que acostumbraba a gritarle si no desinfectaba todos los días los pomos de las puertas. Heath se reunió al fin con ellas. Annabelle se lo presentó e hizo ademán de levantarse, pero solo consiguió que él apoyara con fuerza la mano en su muslo desnudo.
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