– Probablemente. -Su mirada se deslizó por ella como caramelo caliente sobre un helado-. Así y todo, puede resultar interesante.
Una sensación inesperada la embriagó de repente. Cerró su bolso resueltamente y abandonó el bar con el sonido de fondo de una risita aviesa.
La siguiente candidata de Parejas Power resultó ser bella pero egocéntrica, y Annabelle condujo la conversación de forma que se pusieran de manifiesto sus defectos. No tenía por qué haberse tomado la molestia. Heath la caló desde el primer momento. Al mismo tiempo, la trató con un respeto exquisito, y Annabelle comprendió que Heath no era exactamente el egomaníaco que ella había creído en un principio. Parecía encontrar fascinante la condición humana en todas sus manifestaciones. Al saber eso, a ella se le hizo más duro aferrarse a su antipatía. Pero tampoco es que hubiera puesto mucho empeño en ello hasta entonces.
– Es divertida -dijo él cuando la candidata se marchó-, pero no en el buen sentido. Esta noche ha sido una pérdida de tiempo.
– Su próxima cita no lo será. Tengo a alguien especial esperando turno. -La cartera de clientes de la tercera edad de Nana estaba resultando una fuente inestimable de contactos. Rachel Gorny, la nieta de uno de los amigos de toda la vida de Nana, carecía de la excepcional belleza de Barrie, pero era inteligente, talentosa y con suficiente carácter como para pararle a él los pies. También poseía el lustre social que Heath parecía exigir. Annabelle había barajado la posibilidad de presentársela aquella noche, pero prefirió esperar ver cómo reaccionaba ante Barrie.
Jugueteó con el agitador de su copa para evitar quedarse estudiando el perfil de Heath y tomó nota mentalmente de que debía buscar a un tío bueno, dulce y no muy listo que tratara bien a Barrie.
– Va a tener que hacerlo mejor en lo sucesivo, Annabelle. No más citas como la primera de esta noche.
– De acuerdo. Y nada de hacerme acompañarle en las próximas citas que le concierte Powers a partir de ahora. Como usted mismo señaló tan sabiamente, ayudar a Portia Powers no es lo que más me conviene.
– Entonces, ¿por qué sigue empeñándose en convencerme de que vuelva a ver a Melanie?
– El hambre me hace hacer cosas raras.
– Se deshizo de la última en catorce minutos. Bien hecho. Le voy a premiar permitiéndole que a partir de ahora me acompañe en todas las presentaciones.
Casi se atraganta con un cubito de hielo.
– ¿Pero qué dice?
– Exactamente lo que ha oído.
– Cuando habla de todas, no se referirá a…
– La verdad es que sí. -Se sacó un enorme clip de oro repleto de billetes, dejó unos cuantos sobre la mesa y la hizo levantarse de la silla-. Vamos a darle de cenar.
– Pero… Yo no… Me niego a… -Atravesó el bar farfullando, tratando de decirle que no tenía la menor intención de andar quedando con las candidatas de Portia Powers y que estaba claro que se había vuelto loco si es que no lo estaba antes, pero él la ignoró para saludar al propietario, un hombre enjuto con pinta de terrier. Conversaron en italiano, lo que la sorprendió, aunque, a decir verdad, no tenía ni idea de por qué había de sorprenderle nada de lo relativo a Heath a esas alturas.
Apenas les habían acomodado en el mejor reservado del restaurante cuando el camarero les tomó nota de la bebida y Mama dio la bienvenida a Heath con un cestillo de pan y una bandeja de antipasti. Volvió a fluir el italiano. Annabelle no podía resistirse al olor a levadura del pan caliente, así que arrancó un chusco y lo empapó en un charco de aceite de oliva especiado con romero. El comedor, al igual que el bar, tenía las paredes toscamente revocadas de color dorado y aparatosas molduras púrpura, pero allí había más luz, que resaltaba los manteles salmón y las servilletas de color uva. En cada mesa había una pequeña vasija de cerámica con un sencillo arreglo de flores y hierbas silvestres. El restaurante tenía una atmósfera acogedora y hogareña, sin dejar de proyectar un aire de elegancia.
Heath entendía más de vino que Annabelle, y pidió un cabernet para ella, pero él bebió Sam Adams. La bandeja de antipasti rebosaba de carnes, champiñones rellenos, ramilletes de salvia frita y pinchitos de queso pecorino y lustrosas cerezas.
– Coma primero -dijo él-. Luego hablaremos.
Ella obedeció más que encantada, y él no la molestó hasta que aparecieron los entrantes: pálidas islas de vieiras flotando en un mar picado de porcini y champiñones cremini para ella, pasta ahogada en una salsa especiada de pomodoro con grandes trozos de salchicha y queso de cabra para él.
Él probó unos cuantos bocados, dio un sorbo a su cerveza y a continuación centró en ella la misma atención, afilada como una navaja, que había dispensado a las mujeres con las que se había citado a lo largo de la noche.
– Quiero que esté presente a partir de ahora en todas las presentaciones, y que haga exactamente lo que ha hecho hoy.
– Si me echa a perder la mejor cena que me he echado entre pecho y espalda jamás, nunca le perdonaré.
– Es usted intuitiva, y ha sabido mantener viva la conversación. A pesar de su opinión sobre Melanie, parece saber lo que me conviene y lo que no. Sería un estúpido si no me aprovechara de ello, y estúpido, decididamente, no soy.
Ella cargó el tenedor con un puñado de dorada polenta con ajo.
– Recuérdeme en qué me beneficia ayudar a Portia Powers a encontrarle pareja, porque no recuerdo bien esa parte.
El cogió el cuchillo.
– Vamos a replantear nuestro acuerdo. -De un solo y efectivo golpe, cortó un trozo de salchicha en dos-. Cuando me pidió esos diez mil dólares, no hacía más que tantear el terreno, y ambos lo sabemos.
– No es…
– En vez de eso, le pagué cinco mil y prometí darle el resto solo si me encontraba pareja. Resulta que hoy es su día de suerte, porque he decidido hacerle el cheque por el total, sea usted o sea Portia quien me encuentre pareja. Siempre que consiga una esposa y usted haya intervenido en el proceso, tendrá su dinero. -Alzó en un brindis su jarra de cerveza-. Felicidades.
Ella dejó el tenedor en el plato.
– ¿Por qué iba a hacer algo así?
– Porque resulta eficaz.
– No tan eficaz como hacer que Powers lleve a cabo sus propias presentaciones. Para eso precisamente le paga una gran fortuna.
– Prefiero que lo haga usted.
Se le aceleró el pulso.
– ¿Por qué?
Él le dirigió la desarmante sonrisa que sin duda llevaba ensayando desde la cuna, una que le hizo sentir que era la única mujer sobre la faz de la Tierra.
– Porque usted es más fácil de intimidar. ¿Hay trato o no hay trato?
– Usted no quieres una casamentera. Quieres un lacayo.
– Cuestión de semántica. Mis horarios son irregulares, y mi agenda varía sin previo aviso. Su trabajo consistirá en apechugar con todo ello. Aplacará susceptibilidades cuando tenga que cancelar una cita a última hora. Hará compañía a las damas cuando vaya a retrasarme, las tendrá entretenidas si he de responder a una llamada. Si las cosas van bien, usted desaparecerá. Si no, hará desaparecer a la chica. Ya se lo dije. Me esfuerzo mucho en mi trabajo. No quiero tener que esforzarme también en esto.
– Básicamente, espera de mí que le encuentre novia, que la corteje y que la conduzca de la mano hasta el altar. ¿O tengo que ir también a la luna de miel?
– Eso sí que no. -Le dirigió una sonrisa desganada-. Puedo ocuparme de eso yo sólito.
Algo en el aire que los separaba echaba chispas, algo que seducía Y embriagaba, al menos en su imaginación hambrienta de sexo. Tomó un sorbo de agua y asumió el devastador descubrimiento de que se sentía atraída por él, pese a sentir deseos de darle en la cabeza con aquella botella de cerveza. Bueno, ¿y qué? Él era un seductor nato, y ella simplemente humana. No sería un problema a menos que ella lo permitiera.
Se tomó su tiempo para pensárselo. Aunque detestaba la idea de estar permanentemente a su disposición, este arreglo le daría un mayor control, aparte de duplicar potencialmente sus ganancias. Parejas Power sólo firmaba contratos con hombres, mientras que Perfecta para Ti prestaba servicio tanto a hombres como a mujeres, de forma que podría hacerse con magníficas clientas entre los descartes de Heath. A Melanie, por ejemplo, podía emparejarla con el ahijado de Shirley Miller, Jerry. Era guapo, no le iba nada mal profesionalmente y tenían hijos más o menos de la misma edad. El hecho de que Jerry no se contara de momento entre sus clientes no significaba que Annabelle no pudiera incorporarlo a su nómina.
– Portia Powers no accederá a esto jamás -dijo.
– No va a tener elección.
«Como no la tengo yo», pensó Annabelle. Pero eso no era del todo cierto. Sí que tenía elección. Por desgracia, plantearla sería contraproducente.
– Debería rescindir su contrato con ella y dejar que yo me ocupe de todo.
– Ella tiene acceso a mujeres a las que usted no tiene -replicó él-. Lo más probable es que sea ella quien encuentre a la que yo acabe eligiendo.
– ¿Y lo de esta noche sería una muestra impagable de su buen criterio?
– ¿Lo de esta noche sería una muestra impagable del suyo?
Ahí le había dado. Jugueteó con un champiñón.
– No se le escapa, supongo, que sabotear a sus candidatas favorecería mis intereses. Ganar prestigio para Perfecta para Ti me hace más falta incluso que el dinero.
– Me doy por avisado, Mata Hari.
– No está tomándome en serio.
Él levantó una ceja.
– Usted me dijo que volviera a ver a Melanie.
– Sólo porque mi nivel de glucosa en la sangre estaba bajo mínimos. Ahora que he comido, veo claro que es, con mucho, demasiado decente para usted.
– Tómese un respiro, Annabelle. -Le dispensó su sonrisa de serpiente-. Usted es una de esas personas maldecidas con la virtud de la integridad. Y yo, una de esas personas lo bastante listas como para aprovecharse de ello.
No había gran cosa que ella pudiera responder a eso, de modo que volvió a concentrar su atención en las vieiras.
Hacía mucho tiempo que Heath no disfrutaba viendo comer a una mujer, pero Annabelle sabía apreciar una buena comida. Una expresión extática arrebató su rostro mientras se introducía otro champiñón en la boca. Con la punta de la lengua, limpió un pequeño resto de salsa que había quedado en el arco del labio. La mirada de Heath se deslizó a lo largo de su cuello, hacia su clavícula y más abajo, hasta aquellos pechitos de gallina pintada…
– ¿Qué? -Ella sostuvo el tenedor a media altura, y unas leves arrugas fruncieron su frente.
Él recobró la compostura de inmediato.
– Me estaba preguntando por su próxima candidata. ¿De verdad tiene a una esperando turno?
Ella sonrió y apoyó un codo en la mesa.
– Sí. Y es muy especial. Lista, atractiva, divertida.
– Exponiéndome a sufrir el azote de su ira: hay miles de mujeres que encajan con esa descripción. Yo busco a una que sea extraordinaria.
Los ojos color miel de Annabelle se pusieron en alerta naranja.
– Las mujeres extraordinarias tienden a enamorarse de hombres que están por ellas. Lo que prácticamente excluye a cualquier tipo que se excusa en mitad de una conversación para responder al teléfono como ha hecho usted esta noche.
– Era una emergencia.
– Sospecho que en su caso siempre lo es. No se ofenda.
El deslizó el dedo por el borde de su jarra.
– Habitualmente no siento la necesidad de defenderme, pero en esta ocasión voy a hacer una excepción, y puede usted disculparse cuando haya terminado.
– Ya veremos.
– Esta noche, un jugador al que fiché hace un par de años ha hecho un lazo con su Maserati alrededor de un poste de teléfonos. La que me ha llamado era su madre. Ni siquiera es cliente mío; firmó con otro representante. Pero llegué a conocer un poco a sus padres. Gente muy maja. Él está en cuidados intensivos… -Apartó su plato del borde de la mesa con el pulgar-. La llamada era para decirme que no creen que llegue a mañana. -Clavó los ojos en ella-. Dígame usted qué era más importante: ¿charlar de naderías o consolar a esa madre?
Ella le miró fijamente. Luego se echó a reír.
– Se lo acaba de inventar.
Rara vez conseguía nadie pillarle a contrapié, pero Annabelle Granger acababa de hacerlo. Le dirigió su mirada más gélida.
– Es interesante que encuentre tan divertida la desgracia ajena.
A ella se le formaron arruguitas en las esquinas de los ojos, y en sus iris bailaron salpicaduras de oro.
– Se lo ha inventado de cabo a rabo.
Él trato de hacerle apartar la mirada -algo que se le daba extremadamente bien-, pero ella parecía tan satisfecha de sí misma que acabó por rendirse y reír.
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