Pippi apareció a su lado de pronto y trató de cachearle en busca de su móvil de reserva, pero él la distrajo con un pote abierto de sombra de ojos verde.
– ¡Pippi! ¿Cómo te has puesto así? -gritaba Molly instantes más tarde.
Él fingió estar ocupado con la cámara y no advertir la severa mirada de desconfianza que Phoebe le lanzó.
Molly reunió a las niñas bajo la sombra de un árbol y las tuvo entretenidas con un cuento que parecía estar improvisando sobre la marcha, titulado Dafne y la fiesta de las princesas. Incorporó el nombre de todas las niñas y hasta añadió una rana llamada «príncipe Heath» especializada en sacar fotos mágicas. Ahora que había decidido perdonar a Annabelle, se relajó lo suficiente para disfrutar mirándola. Estaba sentada cruzada de piernas sobre la hierba, con las faldas abombadas envolviendo a las niñas en torno a ella. Se reía con ellas, daba palmadas y, en general, parecía una niña más.
Mientras preparaban las mesas con la merienda, a él le pusieron a cargo de la piñata-dragón.
– No les vendes los ojos -le susurró Hannah-. Les da miedo.
De modo que no lo hizo. Las dejó dar palos hasta hartarse, y puesto que la piñata se resistía a romperse pese a todo, cogió él larguísimo el palo y la hizo pedazos. Las golosinas volaron en todas direcciones. Supervisó el reparto, y muy bien además. Nadie se hizo daño y nadie lloró, así que tal vez no era tan inepto con los crios.
Llegó la merienda en forma de marea rosa. Ponche rosa. Sándwiches hechos con pan rosa, una tarta en forma de castillo con sus torres escarchadas con helado rosa, al que faltaba ostensiblemente un pedazo del puente levadizo rosa, por obra sin duda del pequeño Andrew Calebow. Molly le pasó una cerveza.
– Eres un ángel misericordioso -le dijo él.
– No sé qué habríamos hecho sin ti.
– Ha sido divertido. -Al menos los últimos veinte minutos, en los que hubo un poco de acción con la piñata y como mínimo un resquicio para la posibilidad de derramar algo de sangre.
– ¡Princesas! -llamó Phoebe desde la mesa con la tarta-. Ya sé que todas deseamos dar las gracias a nuestra hada madrina por sacar tiempo de su apretada agenda para estar hoy con nosotras. Princesa Molly, tu historia nos ha encantado, y princesa Hannah, todas hemos apreciado los abrazos que has repartido. -Su voz adoptó el tono camelador que él había llegado a temer-. En cuanto al príncipe Heath… estamos tan contentas de que haya podido ayudarnos con la piñata… ¿Quién iba a decir que su talento para destrozar las cosas nos vendría tan bien?
– Caramba… -musitó Molly-. Sí que te tiene tirria.
Media hora más tarde, un grupo de princesas exhaustas volvía a sus casas con bolsas gigantes de chuches, repletas de golosinas para ellas y también para sus hermanos y hermanas.
– Ha sido una fiesta estupenda -dijo Hannah en la escalera de entrada cuando desaparecía el minibús-. Estaba preocupada.
Phoebe rodeó los hombros de su hija con el brazo y la besó en medio de la cabeza, justo detrás de su diadema.
– Has hecho que todas se sintieran como en casa.
«¿Y yo qué?», quiso decir Heath. No acababa de ver que hubiera ganado un palmo de terreno con ella, pese a que había arreglado mesas, hecho fotos y se había ocupado de la piñata, todo ello sin hacer una sola llamada o el mínimo intento de enterarse cómo iba el partido de los Sox.
Annabelle apoyó la mano en la valla del porche y se desembalo de su disfraz de hada madrina.
– Me temo que tiene algunas manchas de hierba y le ha caído Ponche encima, con lo que no sé si podréis volverlo a usar.
– Con un Halloween ha sido suficiente -repuso Molly.
– Muchísimas gracias, Annabelle. -Phoebe le dedicó la sincera sonrisa que a él le negaba-. Has estado perfecta de hada madrina
– He disfrutado de principio a fin. ¿Cómo se encuentran las gemelas?
– De morros. Pasé a verlas hace media hora. Les fastidia haberse perdido la fiesta.
– No las culpo. Ha sido una fiesta por todo lo alto.
Sonó un móvil. Él se llevó automáticamente la mano al bolsillo olvidándose por un instante de que había desconectado el teléfono La sacó de vacío…
– Hola, cariño… -hablaba Molly por el suyo-. Sí, hemos sobrevivido, aunque no gracias a ti y a Dan. Por suerte, tu valeroso representante acudió a nuestro rescate… Sí, en serio.
Se palpó los bolsillos. ¿Dónde demonios estaba su BlackBerry?
– ¡Quiero hablar con papá! -chilló Pippi, estirando el brazo hacia el teléfono de Molly.
– Espera un segundo. Pippi quiere saludar.
Molly bajó el móvil hasta la oreja de su hija. Heath se dirigió al patio trasero. ¡Maldita sea!, pensó. No era posible que le hubiera robado dos en una sola tarde. Había debido de caérsele del bolsillo mientras corría alrededor de la piñata.
Miró debajo del árbol, en la hierba, en todos los sitios que se le ocurrieron, pero fue en vano. Se lo habría cogido la niña del bolsillo cuando se agachó para hablar con ella.
– ¿Echa algo en falta? -dijo Phoebe a su espalda, en tono zalamero-. ¿El corazón, tal vez?
– Mi BlackBerry.
– No la he visto. Pero si la encuentro, esté seguro de que se lo haré saber inmediatamente. -Parecía sincera, pero él sospechó que si la encontraba, la tiraría a la piscina.
– Muchísimas gracias -dijo.
Annabelle y Molly habían vuelto al patio trasero, pero Pippi parecía haberse marchado con Hannah.
– Estoy reventada -dijo Molly-, y eso que yo estoy acostumbrada a estar con niños. Pobre Annabelle.
– No me lo habría perdido por nada del mundo. -Annabelle empezó a recoger platos poniendo gran cuidado en ignorarle.
Phoebe sacudió la mano indicándole que parara.
– Deja todo eso. Mi servicio de limpieza llegará enseguida. Mientras trabajan, voy a poner los pies en alto y recuperarme. No he empezado el último libro del club de lectura, y tengo que hacer méritos para compensar que no me acabé el anterior.
– Ese libro era un fiasco -dijo Annabelle-. No sé en qué estaría pensando Krystal cuando lo eligió.
Heath aguzó el oído. ¿Anabelle y Phoebe asistían juntas a un club de lectura? ¿Qué otros secretos interesantes le ocultaba? Molly bostezó y se desperezó.
– Me gusta la idea de Sharon de dar a los tíos un libro para que lo lean cuando nos vayamos de retiro. El año pasado, si no estaban en el lago o con nosotras, se pasaban el rato repasando viejos partidos. Digan lo que digan, eso ha de hacerse aburrido al cabo de un rato.
Cada célula del cuerpo de Heath se puso en máxima alerta.
– No dejéis que elija Darnell -dijo Phoebe-. Ahora está colgado de García Márquez, y no me imagino a los demás tíos entusiasmados con Cien años de soledad.
Sólo había un Darnell al que pudieran referirse, y ése era Darnell Pruitt, el antiguo placador en ataque estrella de los Stars. A Heath le iba la cabeza a cien. ¿En qué clase de club de lectura andaba metida Annabelle?
Y aún más importante… ¿cómo iba él a sacar tajada del asunto, exactamente?
10
Annabelle recogió unos cuantos platos de papel más, pese a que Phoebe le había dicho que no se molestara. Le aterraba la idea de estar encerrada en el coche con Heath durante el viaje de vuelta. Phoebe rebañó una pizca del revestimiento de helado rosa de las ruinas de la tarta castillo y se la llevó a la boca.
– Dan y yo tenemos ya ganas de irnos de retiro. Cualquier excusa nos vale para ir al lago Wind. A Molly, desde luego, le tocó la lotería al casarse con un hombre con camping propio.
– Con lo poco que falta para la concentración del equipo, será el último descanso que podamos tomarnos en bastante tiempo. -Molly se volvió hacia Annabelle-. Casi se me olvida. Cancelaron la reserva de una de las cabañas. Podéis compartirla Janine y tú, ya que estáis las dos solteras, ¿o prefieres quedarte con tu habitación en el bed & breakfast.
Annabelle se lo pensó. Aunque nunca había estado en el camping del lago Wind, sabía que tenía tanto un albergue Victoriano con derecho a cama y desayuno como un cierto número de pequeñas cabañas.
– Creo que…
– La cabaña, sin duda -dijo Heath-. Parece que Annabelle no ha mencionado que me ordenó acompañarla.
Annabelle se volvió a mirarle con ojos asombrados.
A Phoebe se le congeló el dedo sobre el revestimiento del pastel.
– ¿Viene usted al retiro?
Annabelle observó que a Heath le palpitaba una venita en la base del cuello. A él esto le encantaba. Podía ponerle en evidencia con unas pocas palabras, pero era un adicto a la adrenalina y ya había tirado los dados.
– Nunca he podido resistirme a aceptar una apuesta -dijo él-. Ella cree que soy incapaz de pasarme una semana entera sin mi móvil.
– Ya te cuesta aguantar durante una cena -masculló Molly.
– Espero que las dos os disculpéis cuando os haya demostrado lo muy equivocadas que estáis.
Molly y Phoebe se volvieron hacia Annabelle con idéntica expresión inquisitiva. Su orgullo herido le pedía que le castigara. De inmediato. Merecía su libra de carne por la forma en que la había despedido, a sangre fría.
Siguió un silencio extraño. Él la observaba a la espera, con la venita del cuello marcando el paso de los segundos con su pálpito.
– No resistirá. -Forzó una sonrisa-. Lo sabe todo el mundo, menos él.
– Muy interesante. -Molly se mordió la lengua para no decir más, aunque Annabelle sabía que lo estaba deseando.
Al cabo de veinte minutos, Heath y ella se dirigían de vuelta a la ciudad, con un silencio en el coche tan espeso como el escarchado rosa de la tarta castillo, pero ni mucho menos tan dulce. Él se había portado mejor con las niñas de lo que ella esperaba. Había prestado respetuosamente oídos a las preocupaciones de Hannah, y Pippi le adoraba. A Annabelle le sorprendió el gran número de veces que le vio en cuclillas a su lado, hablando con ella.
Finalmente, Heath rompió el silencio.
– Ya había decidido volver a contratarla antes de oír lo del retiro.
– Oh, sí, le creo -dijo, enmascarando su herida con el sarcasmo.
– En serio.
– Cualquier cosa, con tal de que nada le quite el sueño.
– Está bien, Annabelle. Desahóguese. Suéltelo todo. Todo lo que ha estado aguantándose durante la tarde.
– Desahogarse es privilegio de los iguales. A humildes empleados como yo no nos queda sino fruncir los labios y besar el suelo que pisa.
– Ha pisado fuera del tiesto, y lo sabe. Esto de Phoebe no acaba nunca de arreglarse. Creí que podría cambiar eso.
– Lo que usted diga.
Se pasó resueltamente al carril izquierdo.
– ¿Quiere que me eche atrás? Puedo llamar a Molly por la mañana y decirle que me ha surgido algo. ¿Es lo que quiere que haga?
– Como si tuviera elección, si quiero que siga siendo cliente mío.
– Vale, vamos a ponérselo fácil. Decida lo que decida, la vuelvo a contratar. Nuestro trato sigue en pie en cualquier caso.
Procuró demostrarle que su oferta no la impresionaba.
– Ya, me puedo figurar lo mucho que cooperaría si me negara a que venga conmigo al retiro.
– ¿Qué es lo que quiere de mí?
– Quiero que sea honesto. Míreme a los ojos y admita que no tenía la menor intención de volver a contratarme hasta que ha oído lo del retiro.
– Sí, tiene razón. -No la miró a los ojos, pero al menos estaba siendo honesto-. No pensaba perdonarla. ¿Y sabe por qué? Porque soy un hijo de puta despiadado.
– Muy bien. Puede venir conmigo.
Annabelle se pasó unos cuantos días cabreada. Trató de echarle la culpa a la regla, pero el autoengaño ya no se le daba tan bien como antes. La sangre fría con que Heath la trató la hizo sentirse herida, traicionada y sencillamente furiosa. Un solo error, y le había dado la patada. Si no llega a ser por el retiro del lago Wind, no habría vuelto a verle más. Era absolutamente prescindible, una más de sus abejas obreras.
El martes le dejó un lacónico mensaje de voz. «Portia quiere que vea a una el jueves por la noche, a las ocho y media. Cíteme con una de las suyas a las ocho y así mataremos dos pájaros de un tiro.»
Finalmente, dejó su cabreo donde tocaba, sobre sus propias espaldas. No podía culparle a él por aquellas fantasías sexuales que insistían en colársele en la cabeza a la que bajaba la guardia. Para él, todo esto eran negocios. Era ella la que había permitido que se volviera algo personal, y si volvía a olvidar esto merecería cargar con las consecuencias.
El jueves por la tarde, antes de dirigirse al Sienna's para una nueva ronda de presentaciones, se vio con su más reciente cliente en el garwax. Ray Fiedler le había venido recomendado por el pariente de una de las más antiguas amistades de Nana, y Annabelle le concertó su primera cita la noche anterior, con una chica del equipo docente de la Facultad de Loyola a la que había conocido en sus incursiones por el campus.
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