– Lo pasamos bien y tal -dijo Ray cuando se sentaron a una de las mesas de madera del Earwax, que estaba pintada como si fuera la rueda de un vagón del circo-, pero la verdad es que Carole no es mi tipo, físicamente.

– ¿A qué se refiere? -Annabelle apartó la vista para no verle empezar ominosamente a buscar la expresión adecuada. Conocía la respuesta, pero quería obligarle a expresarla.

– Está… O sea, es una mujer muy agradable, de verdad. Hay mucha gente que no pilla mis bromas. Es sólo que me gustan las mujeres más… más en forma.

– No estoy segura de entenderle.

– Carole tiene un poco de sobrepeso.

Ella dio un sorbo a su capuchino y prefirió fijarse en el dragón de madera rojo y dorado de la pared en vez de en los cuarenta kilos de más que colgaban en torno a lo que había sido en tiempos la cintura de Ray Fiedler.

No era tonto.

– Ya sé que yo tampoco soy un adonis precisamente, pero voy al gimnasio.

Annabelle frenó sus impulsos de alargar el brazo y darle de bofetadas. A pesar de todo, este tipo de desafíos eran parte de lo que le gustaba de ser una casamentera.

– Entonces, ¿suele usted salir con mujeres delgadas?

– No hace falta que sean reinas de la belleza, pero las mujeres con las que he salido han sido bastante guapas.

Annabelle fingió una actitud reflexiva.

– Estoy algo confundida. La primera vez que hablamos, me quedé con la idea de que llevaba mucho tiempo sin salir con nadie.

– Bueno, y así es, pero…

Le dejó sufrir un rato. Un chaval con múltiples piercings pasó junto a su mesa, seguido de un par de madres con pinta de ir a un partido de fútbol a animar a sus hijos.

– ¿O sea, que este asunto del peso es importante para usted? ¿Más importante que la personalidad o la inteligencia?

Él la miró como si le hubiera hecho una pregunta con trampa.

– Es sólo que tenía en mente a alguien… un poco diferente. -«Como todo el mundo, ¿no?», pensó Annabelle. Se acercaba fin de semana del Cuatro de Julio, y ella no tenía una cita, ni perspectivas de conseguirla, ni ningún plan aparte de retomar su programa de ejercicio físico e intentar no amargarse a cuenta del retiro en el lago Wind con el club de lectura. Ray jugueteaba con su cucharilla, y la irritación que sentía hacia él empezó a remitir. No era mal tipo, sólo iba un poco despistado.

– Puede que no haya ocurrido un flechazo -le dijo-, pero le voy a repetir lo que le dije anoche a Carole cuando me expresó algunos peros. Tienen ustedes historias semejantes, y disfrutaron recíprocamente de su compañía. Creo que eso justifica que vuelvan a quedar, sin tener en cuenta ahora mismo la ausencia de una atracción física. Como poco, podría ganar una amiga.

Tardó unos instantes antes de que lo captara.

– ¿A qué peros se refiere? ¿Ella no quiere que nos volvamos a ver?

– Tiene sus dudas, igual que usted.

El se llevó de inmediato la mano a la cabeza.

– Es por mi pelo, ¿verdad? Eso es lo único que preocupa a las mujeres. Ven a un hombre al que se le está cayendo el pelo y no le quieren dar ni la hora.

– A las mujeres les importa menos una calva incipiente o unos cuantos kilos de más de lo que los hombres suponen. ¿Sabe qué es lo más importante para ellas en lo que al aspecto físico de un hombre se refiere?

– ¿La altura? Oiga, yo mido casi uno setenta y cinco.

– No es la altura. Los estudios demuestran que lo más importante para las mujeres es el aseo personal. Valoran que los hombres vayan limpios y arreglados más que ninguna otra cosa. -Hizo una pausa-. Y un buen corte de pelo es muy importante para ellas.

– ¿No le gustó cómo llevo el pelo?

Annabelle le dedicó una amplia sonrisa.

– ¿No es fantástico? Es tan fácil cambiar un corte de pelo.

– Aquí tiene el nombre de un peluquero que hace unos cortes de cabello estupendos. -Le deslizó la tarjeta por encima de la mesa. Todo lo demás lo tiene usted en orden, así que esto va a ser fácil.

A él ni se le había pasado por la cabeza que pudiera ser él el rechazado y su instinto competitivo entró en acción. Para cuando salió de la cafetería, había aceptado a regañadientes tanto cortarse el pelo como volver a quedar con Carole. Annabelle se dijo a sí misma que cada vez lo hacía mejor, y que no debía permitir que ni madre ni sus problemas con Heath Champion le infundieran tantas dudas al respecto.

Entró en el Sienna's de mejor humor, pero enseguida se fue todo al garete. Heath no había llegado, y la intérprete de arpa de DePaul con la que le había concertado cita llamó diciendo que se había hecho un corte en la pierna y estaba de camino a urgencias.

No había hecho más que colgar cuando llamó Heath.

– El avión ha llegado con retraso -dijo-. Estoy en tierra, en el aeropuerto de O'Hare, pero estamos esperando a que abran una puerta.

Le contó lo de la intérprete de arpa y luego, porque por la voz parecía cansado, le sugirió que pospusiera su cita de Parejas Power.

– Es tentador, pero más vale que no -dijo él-. Portia parece entusiasmada con ésta. Están abriendo una puerta ahora mismo, así que en principio no llegaré muy tarde. Defienda el fuerte hasta entonces.

– De acuerdo.

Annabelle estuvo charlando con el camarero hasta que llegó la candidata de Portia. La miró con ojos asombrados. No era de extrañar que Powers estuviera entusiasmada. Era la mujer más hermosa que Annabelle hubiera visto jamás…


***

A la mañana siguiente, al volver de su sesión matinal de jogging Annabelle se encontró con Portia Powers de pie ante el portal de su casa. Nunca las habían presentado, pero la reconoció por la foto de su página web. Sólo cuando la vio de cerca, de todas formas cayó en la cuenta de que era la misma mujer a la que había visto de pie delante del Sienna's la noche que presentó a Barrie y Heath. Powers llevaba una blusa negra de seda cruzada en la cintura, unos llamativos pantalones de sport rosas y zapatos negros de tacón alto de piel a todas luces auténtica. Su pelo oscuro lucía un corte primoroso, era el tipo de pelo que ondea al más leve movimiento de cabeza, y tenía una piel impecable. En cuanto a su cuerpo… Saltaba a la vista que sólo comía en días festivos.

– No se atreva a jugarme otra mala pasada como la de anoche -dijo Portia en el instante en que las zapatillas de deporte de Annabelle tocaron los escalones del porche. Emanaba la clase de frágil belleza que siempre la hacía a ella sentirse regordeta, pero más aún esa mañana, con sus shorts anchos y la camiseta naranja sudada con la inscripción BILL'S, CALEFACCIÓN Y AIRE ACONDICIONADO

– Buenos días a usted también. -Annabelle se sacó la llave del bolsillo de los shorts, abrió la puerta y se hizo a un lado para que pasara Portia.

Portia examinó la zona de recepción y el despacho de Annabelle de una sola ojeada desdeñosa.

– Nunca…, jamás… vuelva a tomarse la libertad de deshacerse de una de mis candidatas sin que Heath haya tenido ocasión de conocerla.

Annabelle cerró la puerta.

– Mandó usted una mala candidata.

Powers apuntó con un dedo salido de la manicura a la frente perlada de sudor de Annabelle.

– Eso debía decidirlo Heath, no usted.

Annabelle ignoró la pistola de la uña esmaltada.

– Seguro que está al corriente de lo poco que le gusta perder el tiempo.

Portia elevó la mano al cielo.

– ¿De verdad es usted tan incompetente? Claudia Reeshman es la modelo más cotizada de Chicago. Es bella. Es inteligente. Hay un millón de hombres que desearían que se les pusiera a tiro.

– Tal vez sea cierto, pero parece tener serios problemas emocionales. -La lista la encabezaba una evidente afición a las drogas, aunque Annabelle no iba a hacer acusaciones que no pudiera respaldar con pruebas-. Se echó a llorar antes de que le sirvieran la primera copa.

– Todo el mundo tiene un día malo de vez en cuando. -Powers apoyó una mano en la cadera, una pose muy femenina que en ella resultaba tan agresiva como un golpe de kárate-. Me he pasado un mes entero intentando convencerla para presentarle a Heath. Por fin consigo que acepte, y ¿qué hace usted? Decide que a él no le va gustar y la manda a casa.

– Claudia estaba pasando por algo más que un mal día -replicó Annabelle-. Emocionalmente, está hecha una ruina.

– Me daría igual que se hubiera revolcado por el suelo aullando como una perra. Lo que hizo usted fue una estupidez y un golpe bajo.

Annabelle se las había visto con personalidades fuertes toda su vida, y no iba a dejarse avasallar por ésta, aunque el sudor le chorreara por los ojos y llevara BILL'S, CALEFACCIÓN Y AIRE ACONDICIONADO pegado al pecho.

– Heath ha dejado muy claro qué es lo que espera.

– Yo diría que la mujer más sexy y más deseada de Chicago supera sus expectativas.

– Quiere algo más que belleza de su esposa.

– Por favor… Tratándose de hombres como Heath, la talla del sujetador siempre cuenta más que el coeficiente intelectual.

Así no iban a ningún lado, de modo que Annabelle hizo lo que pudo por sonar profesional en lugar de cabreada.

– Todo este proceso resultaría más fácil para ambas si pudiéramos trabajar juntas.

Portia la miró como si Annabelle le hubiera ofrecido una gran bolsa grasienta repleta de comida basura.

– Mis aprendizas han de cumplir una serie de requisitos muy estrictos, señorita Granger. Usted no reúne ninguno de ellos.

– Mire, ahí ya se ha puesto borde. -Annabelle se dirigió resueltamente hacia la puerta-. A partir de ahora, presente sus quejas directamente a Heath.

– Ah, lo haré, créame. Y me muero por oír lo que tenga que decir respecto a esto.


***

– ¿En qué demonios estaba pensando? -bramaba Heath por el teléfono al cabo de unas horas, no exactamente gritando, pero casi-. ¡Acabo de enterarme de que despachó usted a Claudia Reeshman!

– ¿Y bien? -Annabelle clavó con saña el boli en el taco de notas que había junto al teléfono de la cocina.

– Es evidente que le he dado demasiado poder.

– Anoche, cuando le devolví la llamada para contarle que había cancelado la cita porque ella no era lo que quería, me dio las gracias.

– Se le pasó por alto mencionar su nombre. Nunca me han tirado especialmente las modelos, pero Claudia Reeshman… Por Dios, Annabelle…

– Tal vez quiera volver a despedirme.

– ¿Quiere dejarlo estar?

– ¿Cómo va a ir esto? -Le dio otra estocada al taco de notas-. ¿Confía en mí o no?

Oyó por el teléfono el bocinazo de un coche, seguido de un largo silencio.

– Confío en usted -dijo él al fin.

Ella casi se atraganta.

– ¿De verdad?

– De verdad.

Sin previo aviso, se le hizo un nudo en la garganta del tamaño de la torre Sears. Se lo aclaró e intentó sonar como si eso fuera exactamente lo que esperaba que dijera él.

– Bien -dijo-. Oigo bocinas. ¿Está en la carretera?

– Ya le dije que iba a ir en coche a Indianápolis.

– Es cierto. Estamos a viernes. -Iba a pasar las dos noches siguientes en Indiana con un cliente que jugaba en los Cocks. Inicialmente, había programado el viaje para el fin de semana posterior, pero había tenido que cambiar sus planes a causa del retiro con el club de lectura en el que ella prefería no pensar.

– Esa costumbre tuya de irte de la ciudad todos los fines de semana convierte la programación de estas presentaciones en todo un desafío.

– Los negocios son lo primero. Sí que ha cabreado a Powers. Quiere que le sirva su cabeza en una bandeja.

– Con un cuchillo y un poco de crema amarga desnatada para ayudar a bajarla.

– No sabía que Reeshman siguiera en Chicago. Pensaba que se había trasladado definitivamente a Nueva York.

Annabelle sospechaba que Claudia no quería estar tan lejos de su camello.

– Hágame un favor -dijo él-. Si Powers me organiza una cita con alguna otra que haya posado para el «especial trajes de baño» de Sports Illustrated, al menos dígame cómo se llama antes de desembarazarse de ella.

– De acuerdo.

– Y gracias por acceder a echarme un cable mañana.

Ella dibujó una margarita en el taco de notas.

– ¿Cómo podría negarme a pasar el día dando vueltas por la ciudad con su tarjeta de crédito y sin límite de gasto?

– Además de con Bodie y la madre de Sean Palmer. No se olvide de esa parte. Bodie podía haberse encargado de esto él solo si la señora Palmer no le tuviera tanto miedo.

– No es la única que le tiene miedo. ¿Está seguro de que no corremos peligro?

– Siempre que no hablen de política ni de la Taco Bell ni mencionen el color rojo.

– Gracias por avisar.