– No. Se supone que debía decirle que he estado trabajando demasiado y que eso me ha puesto tan tenso que no me deja apreciar las mujeres estupendas que me está presentando.
– Eso es muy cierto. Debería darle a Zoe otra oportunidad. La arpista -añadió, por si ya se le había olvidado.
– Me acuerdo.
– El solo hecho de que piense que Adam Sandler es imbécil no implica que carezca de sentido del humor.
– A usted le hace gracia Adam Sandler -observó él.
– Sí, pero yo soy una inmadura.
El sonrió.
– Admítalo. Sabe que no era adecuada para mí. Ni siquiera creo que yo le gustara demasiado. Eso sí, tenía unas piernas magníficas. -Recostó la cabeza en el respaldo, curvando la boca como la cola de una pitón-. Dígale a Molly que no puede encontrarme esposa porque sólo pienso en el trabajo. Dígale que necesita alejarme de la ciudad el fin de semana para poder tener una charla seria conmigo sobre lo confundidas que tengo mis prioridades.
– Lo de sus prioridades es cierto.
– ¿Lo ve? Ya está haciendo progresos.
– Molly es muy lista. No se tragará eso ni por un segundo. -No añadió que Molly ya había empezado a tantearla con preguntas sobre qué tal se iba llevando con Heath.
– Usted puede salir airosa le entre ella por donde le entre. ¿Y sabe por qué, campeona? Porque no le asustan los desafíos. Porque usted, amiga mía, vive para los desafíos, y cuanto más duros mejor.
– Sí señor, ésa soy yo. Un verdadero tiburón.
– Así se habla. -Pasaron como una exhalación junto a un indicador que señalaba al pueblo de Wind Lake-. ¿Sabe por dónde va?
– El camping está en la otra punta del lago.
– Déjeme ver.
Al ir a coger la hoja arrugada con las indicaciones que tenía ella sobre el regazo, rozó con el pulgar la cara interior de su muslo, y a ella se le puso la carne de gallina. Por pensar en otra cosa, salió con un poco de agresión pasiva.
– Me sorprende que éste sea su primer viaje al camping. Kevin y Molly suben aquí cada dos por tres. No puedo creer que él no le haya invitado.
– En ningún momento he dicho que no me hayan invitado. -Dejó las instrucciones para fijarse en un indicador-. Kevin es un tío muy entero. No necesita que le lleve de la mano a todas partes como mis clientes más jóvenes.
– Se estás saliendo por la tangente. Kevin no le ha invitado nunca a subir aquí, ¿y sabes por qué? Porque no hay forma de que nadie se relaje con usted al lado.
– Que es exactamente lo que usted está intentando cambiar. -Una señal verde y blanca con letras con ribete dorado apareció la izquierda ante su vista.
CABAÑAS DE WIND LAKE
BED & BREAKFAST
FUNDADO EN 1894
Giraron por un camino estrecho que se abría paso a través de la espesura de los árboles.
– Ya sé que esto podría ser difícil de asumir, pero pienso que debería ser sincero. Todo el mundo sabe que Phoebe y usted están enfrentados, así que ¿por qué no admite sin más que vio la oportunidad de mejorar su relación y decidió aprovecharla?
– ¿Para que Phoebe se ponga a la defensiva? Me parece que no.
– Sospecho que lo va a estar igualmente.
Otra sonrisa desganada.
– No si juego bien mis cartas.
Gravilla nueva repiqueteó contra los bajos del coche, y al cabo de pocos minutos el camping apareció a la vista. Ella observó la umbría zona comunitaria, en la que un grupo de críos jugaba al softball. Casitas como de mazapán, con pequeños aleros que iban soltando pinocha, rodeaban el rectángulo de hierba. Parecía que hubieran pintado cada casa con brochas untadas en un surtido de sorbetes: una, verde lima con cenefa de mango y regaliz, otra de frambuesa con toques de limón y almendra. A través de los árboles, entrevió una franja de playa arenosa y el azul límpido del agua del lago Wind.
– No me extraña que esto le guste tanto a Kevin -dijo Heath.
– Es exactamente igual que el bosque de Nightingale de los libros de Dafne de Molly. Cuánto me alegro de que consiguiera disuadir a Kevin de la idea de venderlo. -El campamento era propiedad de la familia de Kevin desde los tiempos de su bisabuelo, un Pastor metodista itinerante que lo había fundado para organizar retiros espirituales en verano. Acabó heredándolo el padre de Kevin, luego su tía, y finalmente el propio Kevin.
– Los gastos de mantenimiento del lugar son increíbles -dijo Heath-. Siempre me pregunté por qué lo conservaba.
– Ahora ya lo sabe.
– Ahora ya lo sé. -Se quitó las gafas de sol-. Aunque yo no echo en falta salir más al campo. Crecí dando tumbos por los bosques.
– ¿Cazando y poniendo trampas?
– No mucho. Nunca me tiró lo de matar bichos.
– Prefería torturarlos lentamente.
– Qué bien me conoce.
Siguieron la carretera que rodeaba la zona comunitaria. Cada cabaña tenía un rótulo pulcramente pintado encima de la puerta: VERDES PASTOS; LECHE Y MIEL; CORDERO DE DIOS; LA ESCALERA DE JACOB… Ella se detuvo a admirar el bed & breakfast, una majestuosa construcción de estilo reina Ana, con torrecillas y amplios porches, exuberantes helechos colgantes y mecedoras de madera en las que un par de mujeres charlaban sentadas. Heath consultó las indicaciones y señaló hacia una senda estrecha que discurría en paralelo al lago.
– Gira a la izquierda.
Ella así lo hizo. Se cruzaron con una mujer mayor con binoculares y un bastón, y luego con un par de adolescentes en bicicleta. Por fin llegaron al final de la senda, y ella aparcó enfrente de la última cabaña, una casita de muñecas con un rótulo encima de la puerta que rezaba: LIRIOS DEL CAMPO. La casa, pintada de un amarillo cremoso con detalles de rosa apagado y azul claro, parecía salida de un cuento infantil. A Annabelle le cautivó. Al mismo tiempo, se sorprendió deseando que no estuviera tan apartada de las demás cabañas.
Heath bajó del coche y descargó el equipaje. La puerta mosquitera chirrió al seguirle ella hacia la sala principal de la casita. Todo estaba viejo y desportillado y quedaba hogareño: auténtico estilo añejo, nada de carísimo interiorismo al uso. Paredes color hueso, un cómodo sofá con un estampado de flores desvaído, lámparas de bronce abolladas, un arcón de pino lleno de arañazos… Ella asomo la nariz por una cocina diminuta con un anticuado horno de gas. Al lado de la nevera, una puerta daba a un porche cerrado con tela mosquitera. Annabelle salió al exterior y vio una mecedora de columpio, combadas sillas de sauce y una vetusta mesa de alas abatibles con dos sillas más de madera pintada.
Heath apareció detrás de ella.
– Ni sirenas, ni el camión de la basura ni alarmas de coche. Me había olvidado de cómo suena el verdadero silencio.
Ella aspiró el aroma fresco y húmedo de la vegetación.
– Da tal sensación de privacidad… Es como un nido.
– Se está a gusto.
Resultaba todo demasiado acogedor para ella, y volvió al interior. El resto de la casa consistía en un cuarto de baño anticuado y dos dormitorios, en el mayor de los cuales había una cama de matrimonio con cabecera de forja. Y dos maletas…
– Heath…
Él asomó la cabeza por la puerta.
– ¿Qué?
Señaló su maleta.
– Se ha dejado algo aquí dentro.
– Sólo hasta que nos juguemos la cama grande a cara o cruz.
– Buen intento. Es mi fiesta. A usted le toca la habitación del niño.
– Yo soy el cliente, y ésta parece más confortable.
– Ya lo sé. Por eso me la quedo.
– Está bien -respondió, haciendo gala de un buen humor sorprendente-. Yo sacaré el otro colchón al porche. Ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que dormí al aire libre-. Puso la maleta de Annabelle encima de la cama y luego le pasó un sobre que tenía su nombre escrito con letra de Molly-. He encontrado esto en la cocina.
Ella sacó una nota escrita en un papel de cartas de la nueva línea de papelería del bosque de Nightingale.
– Dice Molly que ésta es una de sus cabañas favoritas y que espera que nos guste. La nevera está llena de víveres, y hoy a las seis hay organizada una cena en la playa. -Annabelle se guardó para sí la posdata: «¡No hagas ninguna tontería!»
– Cuénteme más cosas sobre el club de lectura. -Quitó su maleta de en medio y apoyó un hombro en el marco de la puerta, mientras ella volvía a meter la nota en el sobre y se la guardaba en el bolsillo del pantalón-. ¿Cómo llegó a apuntarse?
– A través de Molly. -Abrió la cremallera de su maleta-. Nos reunimos una vez al mes desde hace dos años. El año pasado, a Phoebe se le ocurrió que sería divertido que nos fuéramos todas juntas de fin de semana. Creo que ella estaba pensando en ir a un balneario, pero Janine y yo no nos lo podíamos permitir… Janine escribe libros para adolescentes; así que Molly salió con la idea de venirnos todas al camping. Los hombres no tardaron mucho apuntarse también.
Annabelle y Janine eran dos de las tres únicas componentes del club de lectura no directamente vinculadas a los Stars. La otra era la mujer ideal de Heath, Gwen. Afortunadamente, Ian y ella iban a cerrar la compra de su nueva casa ese fin de semana y no habían podido venir.
Heath soltó un silbido bajo.
– No está nada mal, este club de lectura. Phoebe y Molly. ¿Mencionó usted también a la mujer de Ron McDermitt?
Ella asintió y abrió la maleta.
– Sharon trabajaba antes en un jardín de infancia. Ella es la que nos tiene a raya.
– Y ahora está casada con el director general de los Stars. La conozco. -Miró abiertamente los sujetadores y bragas doblados encima de todo, pero tenía la cabeza puesta en los negocios, no en la lencería-. El día de la fiesta, Phoebe mencionó a un tal Darnell. No puede ser otro que Darnell Pruitt.
– Su mujer se llama Charmaine. -Disimuladamente, dejó caer una camiseta sobre el montoncito de la ropa interior.
– El mejor defensive tackle que han tenido los Stars en toda su historia.
– ¿Charmaine jugaba al fútbol?
Pero él era un John Deere afrontando un concurso de arrastre con tractores, y ella no iba a conseguir distraerle.
– ¿Quién más?
– Krystal Greer. -Sacó su neceser y lo colocó sobre la encimera de cascado mármol blanco del tocador.
– Son las mujeres los miembros del club, no los hombres. Trate de no avergonzarme.
El soltó un bufido y cogió su maleta, pero se detuvo en la puerta.
– ¿Alguien se ha traído a los críos?
– Sólo adultos.
Sonrió.
– Magnífico.
– Salvo por Pippi y Danny. Son demasiado pequeños para dejarlos.
– Mierda.
Ella le puso mala cara.
– ¿Qué problema tiene? Son unos niños adorables.
– Uno de ellos es adorable. Firmaría con él ahora mismo, si pudiera.
– Los desplazamientos podrían plantearle alguna dificultad, puesto que aún lo están amamantando. Y Pippi es tan rica como Danny. Esa cría es una joya.
– La meterán en la cárcel antes de que empiece la escuela primaria.
– Pero ¿qué dice?
– Nada, divago. -Salió por la puerta para inmediatamente volver a asomar la cabeza-. Tiene buen gusto para las braguitas, Campanilla. -Luego se marchó.
Ella se desplomó en una esquina de la cama. Al tipo no se le escapaba nada. ¿Qué más cosas podía notar de ella que no quería que viera? Con un mal presentimiento, se cambió los pantalones nuevos por unos shorts color galleta, pero se dejó puesto el coqueto top broncíneo. Después de pasarse los dedos por el pelo, se dirigió al porche. Heath ya estaba allí. El también se había puesto unos shorts, y además una camiseta gris clara que envolvía los contornos de su pecho como el humo de una pipa. Un rayo de luz que se colaba por la mosquitera le iluminaba un pómulo dibujando su perfil duro, inflexible.
– ¿Piensa sabotearme este fin de semana? -preguntó él en tono calmado.
Tenía razones para desconfiar, por lo que ella no debería haberse ofendido, pero se ofendió.
– ¿Es eso lo que piensa de mí?
– Sólo pretendo asegurarme de que estamos en la misma onda.
– Su onda.
– Todo lo que le pido es que no me desautorice. Yo me encargaré del resto.
– Seguro que sí, eso no lo dudo -dijo ella, con todo el sarcasmo del mundo.
– ¿Qué mosca le ha picado? Lleva toda la tarde pinchándome sutilmente.
Se alegró de que lo hubiera notado.
– No sé a qué se refiere.
– Y no es sólo esta tarde. La toma conmigo a la menor ocasión ¿Es algo personal o la expresión de sus sentimientos respecto a los hombres en general? No es culpa mía que su último novio decidiera pasarse al mismo equipo en el que juega usted.
Muy bien. Ahora estaba furiosa.
– ¿Quién se lo ha contado?
– No sabía que fuera un secreto.
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