Sin dejar de hablar por teléfono, le dirigió una mirada. Sus ojos eran exactamente del mismo color verde que un billete de cien dólares con los bordes quemados con desagrado.
– Para eso me pagas, Jamal. -Contempló el aspecto desaliñado de Annabelle y lanzó una mirada dura a la recepcionista-. Hablaré esta tarde con Ray. Cuida ese ligamento. Y dile a Audette que le voy a enviar otra caja de grande cuvée Krug.
– Tu cita de las once -explicó la recepcionista tan pronto hubo colgado-. Le dije que había llegado demasiado tarde para verte.
Apartó un ejemplar de Pro Football Weekly. Sus manos eran anchas y tenía las uñas limpias y cuidadosamente cortadas. Aún así, no era difícil imaginarlas pringadas en aceite de motor. Ella observó la corbata azul marino que probablemente costaba más que todo su atuendo y el corte perfecto de su camisa azul pálido, que sólo podía haber sido hecha a la medida para acomodar la amplitud de sus hombros antes de estrecharse hacia la cintura.
– Al parecer, es dura de oído. -Al girarse en su sillón, dejó entrever unos pectorales impresionantes. Incómoda, Annabelle pensó en una clase de ciencias del bachillerato sobre pitones que recordaba vagamente.
Devoraban entera a su presa, empezando por la cabeza.
– ¿Quieres que llame a seguridad? -preguntó la recepcionista.
A él le bastó volver sus ojos de predador hacia ella para desarmarla y dejarla a punto para asestarle uno de esos golpes mortales. A pesar del esfuerzo que había hecho por pulir todas las asperezas, no podía ocultar al camorrista de bar que llevaba dentro.
– Creo que me las podré arreglar solo.
Annabelle experimentó un arrebato sexual…, tan inoportuno, tan fuera de lugar, que tropezó con una de las sillas. Nunca se había sentido cómoda en presencia de hombres excesivamente seguros de sí mismos, y la imperiosa necesidad de impresionar a aquel espécimen en particular hizo que maldijera en silencio su torpeza, además de su aspecto ajado y su cabellera de Medusa.
Molly le había aconsejado que fuera agresiva. «Se ha abierto paso a golpes hasta la cumbre, cliente tras cliente. Heath Champion no conoce otra cosa que la fuerza bruta.» Pero Annabelle no era una persona naturalmente agresiva. Todos se aprovechaban de ella, desde los empleados bancarios hasta los taxistas. Apenas una semana antes había perdido un pulso con un chico de nueve años de edad al que había pillado tirando huevos a Sherman. Incluso su propia familia, especialmente su propia familia, se aprovechaba de ella.
Y estaba harta. Harta de que la tratasen con condescendencia, harta de que todo el mundo la utilizara, harta de sentirse fracasada. Si se echaba atrás ahora, ¿dónde acabaría? Miró sus ojos color verde dinero y supo que había llegado la hora de recurrir a la reserva genética de los Granger y mostrarse implacable.
– Me encontré un cadáver bajo el coche. -Era casi verdad. Ratón había sido un peso muerto.
Afortunadamente, la Pitón no pareció impresionada; probablemente había dejado tantos cadáveres en su carrera hacia la cima que el concepto mismo de la muerte le aburría. Soltó un profundo suspiro.
– Toda esa burocracia… hizo que me retrasara. Si no, habría llegado puntual. Más que puntual. Soy extraordinariamente responsable. Y profesional. -Se quedó sin aire-. ¿Le importa que me siente?
– Sí.
– Gracias. -Annabelle se dejó caer en el sillón más cercano.
– Es dura de oído, ¿verdad?
– ¿Cómo?
El la escrutó unos instantes antes de dirigirse a su recepcionista:
– No me pases llamadas durante cinco minutos, Sylvia, a menos que se trate de Phoebe Calebow. -La mujer salió, y él dejó escapar un suspiro de resignación-. Supongo que usted es la amiga de Molly. -Incluso sus dientes resultaban intimidantes: fuertes, cuadrados y muy blancos.
– Compañeras de colegio.
Tamborileó con los dedos sobre el escritorio.
– No quiero ser grosero, pero no ando sobrado de tiempo.
¿A quién quería tomar el pelo? Lo suyo era ser grosero. Se lo imaginó en la universidad, sacando por la ventana del dormitorio algún pobre empollón o riéndose a la cara de alguna novia sollozante y presumiblemente embarazada. Adoptó una postura más recta a fin de transmitir confianza en sí misma.
– Soy Annabelle Granger, de Perfecta para Ti.
– La casamentera. -Sus dedos dejaron de tamborilear sobre la mesa.
– Prefiero considerarme una facilitadora de bodas.
– Vaya. -Volvió a taladrarla con aquellos ojos de dinero acumulado-. Molly me dijo que su empresa se llama algo así como Myrna la Casamentera.
Demasiado tarde. Cayó en la cuenta de que había pasado por alto aquel punto específico durante sus conversaciones con Molly.
– Bodas Myrna fue fundada en los setenta, por mi abuela. Murió hace tres meses. Desde entonces, he estado modernizando la empresa, y también le he dado un nuevo nombre que refleja nuestra filosofía de servicio personalizado para el directivo exigente. «Lo siento, Nana, pero tenía que hacerlo.»
– ¿Cómo es de grande su empresa exactamente?
Un teléfono, un ordenador, el viejo y polvoriento archivador de Nana y ella misma.
– Es de un tamaño manejable. Creo que la clave de la flexibilidad es trabajar con el personal justo. -Y agregó-: Aunque heredé la empresa de mi abuela, estoy perfectamente cualificada para dirigirla.
Su preparación consistía en una licenciatura en artes escénicas por la Northwestern que nunca había utilizado oficialmente, un efímero periodo en una «punto com» que había quebrado, una asociación en una tienda de regalos fracasada y, más recientemente, un puesto en una agencia de colocación que había tenido que cerrar.
El se retrepó en su sillón.
– Iré al grano. He firmado un contrato con Portia Powers.
Annabelle estaba preparada para ello. Portia Powers, de Parejas Power, dirigía la agencia matrimonial más exclusiva de Chicago, Powers había levantado su negocio gracias a altos ejecutivos demasiado atareados para encontrar a las mujeres-trofeo que deseaban y con dinero suficiente para pagar sus exorbitantes honorarios. Tenía buenas conexiones, era agresiva y con reputación de despiadada, aunque esta opinión provenía de su competencia y, por tanto, podía ser producto de la envidia. Puesto que Annabelle no la conocía en persona, prefirió no hacer un juicio de valor.
– Estoy al corriente, pero eso no le impide beneficiarse de Perfecta para Ti.
Él dirigió la vista hacia los botones parpadeantes de su teléfono, la frente surcada por una línea vertical de impaciencia.
– ¿Por qué habría de hacerlo?
– Porque trabajaré para usted con más ahínco del que se pueda imaginar. Y porque le presentaré un grupo de mujeres con cerebro y credenciales, mujeres que no le aburrirán cuando haya desaparecido la novedad.
Él arqueó una ceja.
– Cree que me conoce bien, ¿eh?
– Señor Champion -«Ése no puede ser su nombre verdadero»-, evidentemente está acostumbrado a rodearse de mujeres hermosas, y estoy segura de que ha tenido más oportunidades de casarse con ellas que las que se pueden contar con los dedos de las manos. Pero no lo ha hecho. Eso significa que busca una mujer más polifacética que una simple esposa despampanante.
– Y no cree que la pueda encontrar con Portia Powers.
No le gustaba hablar mal de la competencia, a pesar de que sabía que Powers le presentaría justamente a modelos y famosas.
– Sólo sé lo que Perfecta para Ti le puede ofrecer, y creo que quedará impresionado.
– Apenas tengo tiempo para Parejas Power, mucho menos para añadir otra persona a la ecuación. -Se levantó del sillón. Era alto, así que tardó un poco en incorporarse.
Ella ya había reparado en la amplitud de sus hombros. Ahora contempló el resto. Tenía un cuerpo atlético y musculoso, sin un ápice de grasa. Si te iban los hombres con abundante testosterona y te gustaba llevar una vida sexual peligrosa, él era el candidato perfecto a ocupar el primer lugar en tu lista de marcación rápida. No es que Annabelle estuviese pensando en su vida sexual. Al menos, no lo había hecho hasta que él se puso en pie.
Se inclinó sobre su escritorio y le tendió la mano.
– Buen intento, Annabelle. Gracias por su tiempo.
No estaba dispuesto a darle una oportunidad. Nunca había estado dispuesto a hacer nada más que cumplir con el guión para contentar a Molly. Annabelle pensó en el esfuerzo que le había supuesto llegar allí, los veinte pavos que le costaría sacar a Sherman del parking, el tiempo que había dedicado a averiguarlo todo acerca del exitoso pueblerino de treinta y cuatro años de edad que tenia ante sí. Pensó en las esperanzas puestas en ese encuentro, en su sueño de hacer de Perfecta para Ti una empresa única y prestigiosa. Varios años de frustración alimentada por juicios estúpidos, mala suerte y oportunidades perdidas empezaron a hervir en su interior.
Se puso en pie de un salto sin responder a la mano tendida, e inclinó la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos.
– ¿Recuerda aún lo que era ser rechazado, señor Champion, o fue hace mucho tiempo? ¿Recuerda cuando tenía tantas ansias por cerrar un trato que estaba dispuesto a hacer lo que fuera por conseguirlo? Conducir toda la noche para desayunar con un candidato al Heisman. Pasar horas y horas en el aparcamiento del campo de los Bears tratando de atraer la atención de alguno de los veteranos. ¿Y cuando se levantaba de la cama aunque estuviera con un resfriado galopante para pagar la fianza del cliente de otro agente?
– Veo que ha hecho sus deberes. -Dirigió una mirada impaciente a los parpadeantes botones del teléfono, pero no la echó, así que ella siguió hablando.
– Cuando empezó en este negocio, jugadores como Kevin Tucker no tenían tiempo para concederle una entrevista. ¿Recuerda cómo se sentía? ¿Recuerda cuando los periodistas no lo llamaban para pedirle información confidencial? ¿Cuando no llamaba por su nombre de pila a todo el que es alguien en la Liga Nacional de Fútbol?
– Si le digo que me acuerdo, ¿se irá? -Cogió los auriculares abandonados junto al teléfono.
Annabelle apretó los puños con la esperanza de sonar más apasionada que chiflada.
– Lo único que quiero es una oportunidad. La misma oportunidad que usted tuvo cuando Kevin rompió el contrato con su agente y puso su carrera en manos de un enteradillo en deportes que hablaba muy deprisa y se había abierto camino desde un pueblucho insignificante del sur de Illinois hasta la Facultad de Derecho de Harvard.
El volvió a sentarse en su sillón, con una ceja ligeramente enarcada.
– Un muchacho de origen humilde que jugaba al fútbol para ganarse la beca universitaria, pero que confiaba en su cerebro para salir adelante. Un chico con grandes sueños y una sólida ética de trabajo como única carta de presentación. Un joven que…
– Deténgase antes de que me salten las lágrimas -la interrumpió en tono seco.
– Sólo le pido una oportunidad. Déjeme organizar un encuentro. Uno solo. Si no le gusta la mujer elegida, no volveré a molestarlo más. Por favor. Haré lo que sea.
Estas últimas palabras atrajeron su atención. Puso a un lado los auriculares, inclinó el sillón hacia atrás y se frotó la comisura de los labios con el pulgar.
– ¿Lo que sea?
Annabelle sostuvo la mirada escrutadora.
– Lo que haga falta -dijo.
La mirada siguió un calculado recorrido desde la despeinada cabellera roja hasta la boca, y luego descendió por el cuello hasta los pechos.
– Bueno, hace mucho que no echo un polvo.
Notó cómo se le relajaban los músculos del cuello. La Pitón estaba jugueteando con ella.
– Entonces, ¿por qué no le buscamos una solución permanente? -Cogió su bolso de piel de imitación y sacó la carpeta con el material que había terminado de preparar a las cinco de la mañana-. Aquí encontrará más información sobre Perfecta para Ti. He incluido nuestra declaración de principios, un programa y nuestro esquema de precios.
Después de divertirse un poco, volvió a los negocios.
– Me interesan los resultados, no las declaraciones de principios.
– Y eso es lo que obtendrá.
– Veremos.
Ella tomó aire con dificultad.
– ¿Quiere decir que…?
Él cogió el auricular del teléfono y se lo pasó alrededor del cuello, dejando que el cable colgara sobre la camisa como una serpentina.
– Tiene una oportunidad. Mañana por la noche. Presénteme a su mejor candidata.
– ¿De verdad? -Se le aflojaron las rodillas-. ¡Fantástico! Pero…, necesito aclarar qué busca exactamente.
– Demuéstreme lo buena que es. -Volvió a coger el auriculares-. A las nueve en el Sienna's, en Clark Street. Preséntenos, pero no nos deje solos. Siéntese a la mesa con nosotros y mantenga viva la conversación. Trabajo muy duro en lo mío. No tengo ganas de hacerlo también en esto.
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