– No lo sé.
– Tengo un ego considerable, eso ya lo sabe. Pero, aun así, la forma en que me rechazó anoche rozó lo traumático. -Introdujo un dedo bajo la parte superior de sus shorts, haciendo que la banda elástica dibujara una V marcada que hacía la boca agua-. Ahora me pregunto: ¿y si he perdido mi mano? ¿Qué voy a hacer, entonces? -Deslizó el pulgar hacia la arista de su cadera, descubriendo un poco más de piel-. Entenderá usted que esté un poco preocupado.
Contemplando la cuña de tenso abdomen, tuvo que combatir el impulso de pasarse el frío bote de mostaza por la frente.
– Eh… Yo no dejaría que eso me quitara el sueño. -Invocó sus últimas briznas de fuerza de voluntad para pasar junto a él, y tal vez lo habría logrado si él no hubiera alargado el brazo y tocado el suyo. Apenas la rozó con un dedo, en un simple gesto de despedida, pero lo hizo sobre su piel desnuda, y eso bastó para que se quedara clavada en el sitio.
Él se quedó tan inmóvil como ella. Al bajar la vista para mirarla, sus ojos verdes eran una invocación al desastre, superpuesta a una tímida disculpa.
– Maldita sea -susurró-. A veces me paso de listillo, en mi propio perjuicio.
La atrajo hacia sí, se dio un festín en su boca, pasó las manos por los contornos de su espalda. Y ella se lo permitió, como había hecho la noche anterior, ignorando el hecho de que esto era la Super Bowl de las malas ideas, ignorando las múltiples razones por las que no debía vivir cada momento de esa noche en concreto para acarrear al día siguiente con las consecuencias.
– No tengo paciencia. -Su oscuro murmullo cayó como una caricia sobre la mejilla de Annabelle, mientras le bajaba la cremallera del vestido con un movimiento espontáneo y fluido.
– Esto lo va a echar todo a perder -musitó ella contra su boca, porque necesitaba pronunciar las palabras aunque no hiciera el menor esfuerzo por detenerle.
– Hagámoslo de todas formas -dijo él en voz baja y ronca- Ya lo arreglaremos después.
Justo lo que ella anhelaba oír. Se perdió en su beso; exangüe, hechizada, estúpida… un poco enamorada.
Al cabo de unos momentos, su vestido yacía en torno a sus pies junto con su sujetador, un par de braguitas y todo lo que él llevaba puesto: un par de pantalones cortos de deporte negros. Se hallaban en el porche pero estaba oscuro, les ocultaba la espesura de los árboles, y ¿qué más daba? Él contempló sus pechos, sin tocarlos, mirándolos sin más. Le envolvió un hombro con una mano. Con la otra, le pasó las yemas de los dedos por la columna y le acarició el coxis. Ella se estremeció y apretó la mejilla contra su pecho; luego giró la cara y presionó los labios, pero entonces él se echó atrás bruscamente y contuvo la respiración tras un siseo.
– No te muevas -susurró.
Se separó de ella y entró corriendo en la cocina, obsequiándola con una vista lamentablemente fugaz de un culo varonil espectacularmente prieto. Se le pasó por la cabeza que podía haber ido a recuperar su móvil para aprovechar el tiempo haciendo dos cosas a la vez, pero lo que hizo fue apagar la luz del techo de la cocina, dejando encendida sólo la de la campana; luego desapareció por la sala y apagó el resto de luces. Reapareció al cabo de un instante. La tenue luz dorada de la cocina bailaba por los largos músculos de su cuerpo al acercársele. Tenía una erección completa. Cuando llegó junto a ella, sostuvo en alto tres condones y dijo suavemente:
– Considera esto una muestra de mi afecto.
– Tomo nota, y te lo agradezco -repuso ella con idéntica suavidad.
La empujó hacia el colchón. Ella recordó lo expeditivo que era Heath, y comprendió que tal vez aquella noche de cine para chicas hubiera elevado demasiado sus expectativas de preámbulos lúdicos. En efecto, él tardó bien poco en ponerse encima de ella, con la boca en sus pechos. Annabelle le hundió los dedos en el pelo.
– Esto va a ser «aquí te pillo, aquí te mato», ¿no?
– No te quepa duda. -Deslizó la mano sobre su vientre, apuntando directamente al interruptor general.
– Quiero más besos.
– Ningún problema. -Tomó su pezón entre los labios.
Ella aspiró profundamente.
– En la boca.
El jugueteó con la pequeña y túrgida protuberancia, respirando cada vez más superficialmente.
– Negociemos.
Ella le clavó los dedos en la espalda, húmeda ya de la mínima contención que él pudiera estar ejerciendo. Automáticamente separo los muslos.
– Debía habérmelo esperado.
Él pasó un dedo por la mata de pelo rizado de la base de su vientre, jugueteando con los rebeldes bucles.
– Voy a ir demasiado rápido para ti. Eso podemos darlo por hecho, y me disculpo por adelantado. -Ella soltó un grito ahogado de placer al tocar él su carne húmeda y caliente-. Pero llevo mucho tiempo de abstinencia, y lo que pueda durar tal vez unos poco minutos…
– Como mucho. -Los dedos de sus pies se curvaron.
– … a mí me parecerá una eternidad. -Su voz se tornó irregular-. Así que voy a sugerir lo siguiente. -Ella se aferró a sus caderas mientras él seguía enredando-. Aceptemos el hecho de que no voy a poder dejarte satisfecha la primera vez. Eso nos liberará a los dos de la presión.
Annabelle dobló las rodillas y dijo con voz entrecortada:
– A ti, al menos.
– Pero una vez que haya soltado esa primera explosión de… vapor… -tomó aire, las palabras le salían entrecortadas, a trompicones-, tendré todo el tiempo del mundo -a Annabelle la cabeza le iba de un lado a otro mientras él la estimulaba con sus hábiles dedos de la forma más íntima- para hacerlo como es debido. -Le separó más los muslos con suavidad-. Y tú, Campanilla… -Ella sintió todo el peso de su cuerpo-. Tú pasarás una noche que nunca olvidarás.
La penetró con un gruñido, y aunque ella estaba lubricada y mas que lista, no lo encajó con facilidad. Levantó las rodillas y arqueó la espalda. Él unió su boca a la de ella, la agarró por las caderas y las hizo pivotar hasta el ángulo que ambos querían.
Imágenes febriles, demenciales, resplandecieron tras sus párpados. El cuerpo largo y grueso de una pitón abriéndose camino en su interior, desplegándose… estirándose… penetrando más adentro… más. Bajo sus manos, sintió la espalda de él ponerse muy rígida. El dulce ataque… la acometida. Una y otra vez. Y luego la escalada final. Él empezó a temblar. Ella recibió su gemido bajo y gutural. Vio destellos de luz tras sus ojos. Sintió el peso de Heath desplomándose sobre ella, echó la cabeza hacia atrás y cayó rendida.
Pasaron largos minutos. Él restregó los labios por su sien y luego rodó hasta apoyarse sobre un costado, a punto de salirse del colchón. Ella se apartó para hacerle sitio. Se reacomodaron. Él la atrajo hacia su piel humedecida y empezó a juguetear con sus cabellos. Estaba aturdida, pletórica, decidida a no pensar. Aún no.
– Yo… yo no he llegado -dijo.
Él se incorporó sobre un codo y la miró a los ojos.
– Me sabe fatal decirlo, pero ya te había avisado.
– Tenías razón, como de costumbre.
A Heath se le formaron arrugas en las comisuras de los ojos, y depositó un beso breve en su mejilla.
– Que esto nos sirva de lección. -Se incorporó-. Voy a necesitar unos minutos.
– Yo haré unos acrósticos mentalmente.
– Buena idea. -Mientras ella escuchaba los sonidos de la noche que envolvía su nido en el bosque, Heath desapareció dentro de la casa. Al cabo de unos minutos, volvió con una cerveza, se sentó en el borde del colchón y le tendió a Annabelle la botella. Ella le dio un trago y se la devolvió. Heath la dejó en el suelo, luego se tendió y la atrajo sobre su hombro, y allí empezó otra vez a juguetear con un rizo de su cabello. Aquella tierna intimidad le daba a Annabelle ganas de llorar, así que rodó hasta ponerse encima de él y empezó con su propia exploración sensual.
La respiración de Heath no tardó en acelerarse.
– Me parece… -dijo con voz ahogada- que no me va a costar recuperarme tanto como pensaba.
Ella le restregó los labios por el abdomen.
– Supongo que no puedes tener razón en todo.
Y eso fue lo último que dijo cualquiera de los dos en mucho, mucho rato.
Finalmente, él se quedó dormido, y ella pudo irse inadvertidamente a su habitación. Al acurrucarse en su almohada, no pudo ya ocultarse la realidad de lo que había hecho. Heath había afrontado el hacerle el amor con el mismo celo adictivo con que hacía todo lo demás, y, en el proceso, ella se enamoró un poco más de él.
De la comisura de sus ojos rodaron lágrimas, pero no se las enjugó. En vez de ello, las dejó correr mientras ella se resituaba, reelaboraba, reestructuraba. Para cuando la venció el sueño, sabía inevitablemente lo que debía hacer.
Heath oyó a Annabelle entrar en su dormitorio, pero no se movió. Ahora que había satisfecho el ansia de su cuerpo, la condena de lo despreciable de sus actos le golpeó con dureza. Ella se preocupaba por él. Todo un mundo de emociones que él no quería reconocer le había estado contemplando esa noche desde aquellos dulces ojos color de miel. Ahora se sentía el mayor capullo del mundo.
Ella le había dicho que aquello equivalía a gestar el desastre, pero había construido su vida a base de arrollar controles de carretera, por lo que había ignorado la evidencia y atacado de frente. Aunque sabía de antemano que ella tenía razón, la deseaba, de modo que había tomado lo que quería sin importarle las consecuencias. Ahora que era demasiado tarde, asumió en toda su dimensión la magnitud del desastre que eso suponía para ella, en lo profesional y en lo personal. Ella había puesto en juego sus emociones -pudo verlo en su rostro-, y eso significaba que ya no podía volver a ocuparse de ser su casamentera.
Se volvió y dio un puñetazo a la almohada. ¿En qué demonios estaría pensando? No había pensado, ése era precisamente el problema. Se había limitado a reaccionar, y en el proceso de conseguir lo que quería, había hecho añicos los sueños de ella. Ahora debía compensarla.
Empezó a trazar un plan en su cabeza. Haría propaganda de su empresa y encontraría algunos clientes decentes que echarle al saco. Usaría su equipo de publicistas y sus contactos con los medios para darle buena prensa. La historia era buena: una casamentera de segunda generación que lleva la empresa obsoleta de su abuela al siglo XXI. Tendría que habérsele ocurrido a Annabelle, pero no pensaba con ambición.
Lo que no podía hacer era dejar que siguiera presentándole a otras mujeres. Eso le partiría el corazón. Desde un punto de vista egoísta, le disgustaba la idea de que ya no fuera a trabajar para él. Le gustaba tenerla cerca. Le hacía las cosas más fáciles… y él se lo había pagado jodiéndola, en sentido literal y figurado.
De tal palo, tal astilla: salía a su padre.
La desesperación que le embargó tenía algo de conocido y antiguo como el ruido de un portazo en una roulotte destartalada en mitad de la noche.
No recordaba que hubiera llegado a conciliar el sueño, pero debió de hacerlo, porque era de día cuando tembló el suelo. Abrió un ojo, vio un rostro al que no estaba preparado para hacer frente y hundió la cara en la almohada. Otro pequeño terremoto sacudió el colchón. Abrió los párpados y pestañeó cuando un rayo de luz hirió sus ojos.
– Despierta, imponente regalo al género femenino -gorjeó una voz.
Estaba sentada en el suelo del porche, junto a él, sosteniendo en la mano un tazón de café y con una pierna desnuda extendida para poder menear el colchón con el pie. Llevaba unos shorts de color amarillo chillón y una camiseta morada con el dibujo de un grotesco troll de tebeo y un bocadillo que decía NOSOTROS TAMBIÉN SOMOS PERSONAS. Tenía el pelo hecho una maraña de rizos en torno a su cara de pilla, los labios sonrosados, y los ojos mucho más despejados que él. Desde luego, no parecía en absoluto desolada. «Mierda.» Tal vez pensaba que aquella noche había cambiado las cosas.
Heath sintió náuseas.
– Más tarde -acertó a decir.
– No puedo esperar. Hemos quedado con los demás para desayunar en el cenador, y tengo que hablar contigo. -Cogió del suelo un segundo tazón y se lo tendió-. Algo para suavizar el tránsito.
Tenía que estar alerta para esto, pero se sentía como el fondo de un cenicero sucio, y lo único que quería era evitar esa discusión dándose la vuelta y dormirse. Pero le debía a ella algo mejor que eso, de modo que se incorporó sobre un codo, cogió el café y trató de despejar las telarañas de su cerebro.
Ella siguió con la mirada la sábana al deslizársele hasta la cintura, y Heath sintió deseos de volver a la carga. Movió el brazo para ocultar las pruebas. ¿Cómo iba a comunicarle la noticia de que era una amiga, y no una candidata a una relación estable, sin partirle el corazón?
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