– En primer lugar -dijo ella-, lo de anoche significó para mí más de lo que puedas imaginar.
Justo lo que no quería oír. Se la veía tan dulce. Había que ser un verdadero cretino para lastimar a alguien así. Ojalá fuese Annabell la mujer con la que siempre había soñado: sofisticada, elegante con un gusto impecable y de una familia cuyas raíces se remontaran a un barón bandolero del siglo XIX. Necesitaba a alguien con mundo suficiente para sobrevivir a los golpes de la vida, una mujer que viera la vida igual que él: como una competición en la que vencer, y no como una invitación permanente a salir a jugar al recreo.
– Por otro lado -continuó ella en voz más baja, con un tono más serio-, no podemos volver a hacerlo jamás. Fue una infracción de conducta profesional por mi parte, aunque tampoco haya resultado un problema tan grave como imaginaba. -Desplegó una sonrisa que sólo podía describir como picara-. Ahora puedo recomendarte con completo entusiasmo. -La sonrisa se disipó-. No, ahora el mayor problema es lo manipuladora que he sido.
El café de Heath salpicó por encima del borde de su tazón. ¿Qué demonios significaba eso…?
Ella fue rápidamente a la cocina a buscar una servilleta de papel y se la pasó para que pudiera secarse un poco.
– Volviendo a lo que nos ocupa-dijo Annabelle-. Tienes que entender que te estoy verdaderamente agradecida por lo que has hecho. Todo el asunto de Rob me dejó realmente con la cabeza hecha un lío. Desde que rompimos, en fin… He estado rehuyendo el sexo. La cruda verdad es que estaba bastante traumatizada con todo aquello. -Secó algunas gotas que él había pasado por alto-. Gracias a ti, lo he superado.
Él dio cautelosamente un sorbo y esperó, pues ya no estaba seguro de adonde iba a parar aquello. Ella le tocó el brazo con un gesto que le molestó un poco, por maternal.
– Me siento sana otra vez, y te lo debo a ti. Bueno, y a la película de Krystal. Pero, Heath… -Las pequitas desperdigadas de su frente se aproximaron al fruncir ella el entrecejo-. No puedo soportar esta sensación de haberte… de haberte utilizado, de alguna manera.
El tazón de café se quedó parado a medio camino.
– ¿De haberme utilizado a mí?
– De eso tenemos que hablar. Te considero un amigo, además de un cliente, y yo no utilizo a mis amigos. Al menos, nunca lo había hecho hasta ahora. Ya sé que para los hombres es distinto… tal vez tú no sientas que he abusado de ti. A lo mejor estoy haciendo una montaña de un grano de arena. Pero mi conciencia me dicta que tengo que ser totalmente sincera sobre mis motivaciones.
Él se puso tenso.
– Desde luego.
– Necesitaba a alguien con quien no tuviera nada que temer para volver a conectar con mi cuerpo, alguien con quien no estuviera involucrada emocionalmente. Así que, claro, tú eras perfecto.
«¿No involucrada emocionalmente?»
Ella se mordisqueó el labio inferior; empezaba a dar la impresión de que preferiría hallarse en cualquier otra parte en aquel momento.
– Dime que no te has enfadado -dijo-. Ah, maldita sea…
– No pienso llorar. Pero me siento fatal. Ya oíste a Kevin anoche. Yo… -tragó saliva-. Esa otra complicación… Vaya lío, ¿no?
Acababa de lanzarle otra bola con efecto.
– ¿Qué otra complicación?
– Ya sabes…
– Refréscame la memoria.
– No me hagas decirlo. Es muy embarazoso.
– ¿Qué más da pasar un poco de vergüenza, entre amigos? -dijo él, algo tenso-. Ya que estamos siendo tan sinceros…
Ella miró al techo, echó atrás los hombros, bajó la vista al suelo. Su voz se hizo un hilo, casi tímida.
– Ya sabes… que estoy un poco pillada con Dean Robillard.
El suelo se abrió bajo el colchón.
Ella hundió la cara entre las manos.
– Dios mío, me estoy poniendo colorada. Soy terrible, ¿no?, hablándote de esto.
– No, por favor. -Masticó las siguientes palabras-. Habla libremente.
Ella bajó las manos y le dirigió una mirada de infinita sinceridad.
– Ya sé que probablemente acabará en nada, este asunto con Dean, pero hasta anoche no me sentía con fuerzas ni siquiera para intentarlo. Está claro que él es un tío experimentado, y ¿qué iba a hacer yo si la conexión que sentía no estaba sólo en mi imaginación? ¿Qué haría si él también estuviera interesado por mí? No podía hacer frente a las implicaciones sexuales. Pero después de lo que hiciste por mí anoche, por fin tengo el valor de al menos intentarlo y si acaba en nada, pues así es la vida, pero al menos sabré que no me he retraído por culpa de mis neuras.
– ¿Estás diciendo… que te he servido de «rompehielos»?
Aquellos ojos color miel se oscurecieron de preocupación.
– Dime que no te importa. Sé que tú no estabas poniendo en juego tus emociones, pero a nadie le gusta pensar que se han aprovechado de él.
Él aflojó los dientes.
– ¿Y eso es lo que hiciste? ¿Aprovecharte de mí?
– Bueno, ya sabes, no es que lo tuviera en mente anoche mientras estaba contigo, ni nada. Vaya, tal vez por un par de segundos pero nada más, te lo juro.
Él entrecerró los ojos.
– ¿Estamos bien, entonces? -preguntó ella.
Heath no acababa de entender la masa ardiente de resentimiento que se le estaba formando en el pecho, sobre todo teniendo en cuenta que ella le había eximido de toda responsabilidad.
– No lo sé. ¿Lo estamos?
Aún tuvo el descaro de sonreírle.
– Creo que sí. Pareces un poco enfurruñado, pero no un hombre cuyo honor ha sido violado. No debí preocuparme tanto. Para ti fue sólo sexo, pero para mí ha sido una liberación tremenda. Gracias, colega.
Le tendió la mano abierta, obligándole a dejar el café en el suelo para estrecharla si no quería parecer un pasmado. Luego ella se puso en pie de un tirón, se llevó las manos detrás de la cabeza y desperezó su cuerpecito, estirándose como una gata satisfecha y tirando de la camiseta para descubrir aquel ombliguito oval en el que anoche había hundido la punta de la lengua.
– Nos vemos en el cenador. -Su expresión se inundó de sinceridad-. Y te prometo, Heath, que si sientes el menor rescoldo de resentimiento hacia mí, en una semana habrá desaparecido. Esto me hace estar más decidida que nunca a encontrarte la mujer perfecta. Ahora ya no es sólo cuestión de negocios. Ya es algo personal.
Tras lanzarle una sonrisa radiante, salió disparada hacia la cocina para volver a asomar la cabeza al cabo de un momento.
– Gracias. De verdad. Te debo una.
Instantes más tarde se cerraba la puerta de la cabaña. Heath volvió a reclinarse sobre la almohada, apoyó el tazón en su pecho y trató de asimilar todo aquello.
¿Annabelle le había utilizado de precalentamiento para Dean Robillard?
15
Al llegar cerca del cenador, Annabelle vio a Ron y a Sharon camino adelante, cogidos de la cintura. Todavía estaba temblando, y sentía el estómago como una ciénaga ácida. Puede que nunca hubiera sido la mejor actriz del Departamento de Teatro del Noroeste, pero todavía era capaz de representar una escena. Delante de ella, Ron sostenía abierta la puerta del cenador para que pasara Sharon. Con la otra mano buscaba su trasero. Era fácil adivinar a qué se habían dedicado aquella noche. Ahora lo único que tenía que hacer era asegurarse de que ninguno de ellos percibiera a qué se había dedicado ella.
Cuando cruzó la puerta mosquitera, todos la saludaron, y formaban, por cierto, el grupo de gente más falto de sueño y sexualmente satisfecho que había visto jamás. Molly llevaba una marca sonrosada en el cuello que parecía de rozadura de barba, y a juzgar por la expresión de suficiencia de Darnell, Charmaine no merecía su reputación de mojigata. Phoebe y Dan compartían un único bizcocho sentados en un sofá de mimbre. Y Krystal, en vez de regañar a Webster como de costumbre, le hablaba con voz melosa y le llamaba «cielo». Los únicos rostros inocentes eran los de Pippi, el pequeño Danny y Janine.
Annabelle centró su atención en la comida que Molly había dispuesto, pese a que no tenía ganas de comer. Un jarrón de cerámica de un amarillo luminoso, lleno de zinnias, se alzaba en el centro de un mantel color nuez moscada sobre el que había desplegadas jarras de zumo escarchadas, una fuente de tostadas francesas, una cesta de bizcochos caseros y la especialidad del bed & breadfast, un pastel de harina de avena recubierto de azúcar moreno, canela y manzanas.
– ¿Dónde está Heath? -preguntó Kevin-. No me lo digas, hablando por teléfono.
– Enseguida viene -dijo ella-. Se le han pegado las sábanas. No estoy segura de a qué hora fue a dormirse anoche, pero seguía despierto cuando yo me fui a la cama. -Dirigiéndose a la mesa del desayuno, se dijo que esa mentira era un acto de caridad, dado que la verdad habría arruinado algo más que unos cuantos desayunos.
Janine, que se estaba llenando el plato, lanzó una mirada contrariada a la profusión de comportamientos empalagosos que tenía lugar a su alrededor.
– Dime que no soy la única que se siente sexualmente indigente esta mañana.
Annabelle sorteó la cuestión.
– Krystal debió mostrar más consideración hacia nosotras dos.
– ¿Así que nos equivocábamos respecto a lo tuyo con Heath?
Annabelle se limitó a elevar los ojos al cielo.
– Hay que ver lo que os gusta el melodrama.
Janine y ella se acomodaron en un par de sillas de mimbre, no lejos de la familia Tucker. Annabelle mordisqueaba la esquina de su cuadrado de pastel de avena cuando Heath hizo su aparición. Llevaba unos shorts caqui y una camiseta de Nike. Al menos, parte de las cosas que le había dicho eran ciertas. Sí que sentía que había dicho adiós al fantasma de Rob. Desgraciadamente, otro fantasma había ocupado su lugar.
Pippi, que había estado robando trozos de plátano de la bandeja de la trona de su hermano pequeño, atravesó volando el cenador y placó a Heath a la altura de las rodillas.
– ¡Puíncepe!
– Hola, nena. -Heath, algo forzado, le dio unas palmaditas en la cabeza, y uno de sus pasadores de la conejita Dafne se deslizó hasta la punta de un rizo rubio.
Phoebe frunció el entrecejo.
– ¿Cómo le ha llamado?
Annabelle adoptó su expresión más jovial.
– Príncipe. ¿No es adorable?
Phoebe levantó una ceja. Dan besó a su mujer en la comisura de la boca, probablemente porque Heath le caía bien y pretendía distraerla. La niña de tres años, sin dejar de mantener una presa firme sobre las piernas de Heath, miró a su madre.
– Quiero que el puíncepe me dé zumo. -Elevó los ojos Heath-. Tengo mocos. -Arrugó la nariz para confirmar sus palabras.
Molly, que estaba limpiando un pegote de plátano del suelo de piedra caliza, señaló con un gesto vago en dirección a la mesa.
– El zumo está allí.
Pippi miró a Heath con adoración.
– ¿Tienes teléfono?
Kevin irguió la cabeza.
– Que no se acerque a tu móvil. Le apasionan.
Heath empezó a responder, pero le interrumpió Webster.
– ¿Adonde vamos de caminata?
Kevin tomó de manos de Molly el babero pringoso.
– La pista da la vuelta alrededor del lago. Yo había pensado que hiciéramos el tramo entre aquí y el pueblo… casi diez kilómetros. El paisaje es bonito. Troy y Amy se han ofrecido a traernos de vuelta en coche cuando lleguemos.
– Van a cuidar a los niños -dijo Molly.
Troy y Amy eran la pareja joven que llevaba el camping. Pippi dio unas palmadas en la pierna desnuda de Heath.
– Zumo, por favor.
– Marchando un zumo. -Heath se dirigió a la mesa del desayuno, llenó un vaso grande hasta arriba y se lo dio. Ella tomó medio sorbo, se lo devolvió sin derramar apenas unas gotas, y le sonrió.
– Sé hacer una cosa.
Esta vez, la sonrisa de Heath fue de genuina diversión.
– Ah, ¿sí?
– Mira. -Se dejó caer sobre la alfombra de pita y dio una voltereta.
– Qué guay. -Heath le levantó los pulgares.
– Papi también dice que soy guay.
Kevin sonrió.
– Ven aquí, calabacita. Deja al señor príncipe tranquilo hasta que haya desayunado.
– Buena idea -susurró Phoebe-. En cualquier momento le puede dar el ataque de licantropía.
Heath, ignorándola, tomó un sorbo de zumo del vaso de Pippi.
– ¿A qué hora empieza la marcha, entonces?
– En cuanto estemos todos listos -respondió Kevin.
Heath dejó el vaso sobre la mesa y cogió unas cuantas tostadas francesas de la fuente. Como quien no quiere la cosa, dijo:
– Tenía pensado salir hacia Detroit justo después de desayunar, pero esto suena demasiado bien como para perdérmelo.
Annabelle hundió los dientes desconsolada en su porción de pastel de avena. A duras penas había conseguido salir airosa de su gran escena por la mañana. ¿Cómo iba a mantenerse risueña durante toda una marcha de diez kilómetros?
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