– Tal vez deberías poner la cabeza entre las rodillas.
¿Y qué había del camping de caravanas, y del padre borracho? ¿Y las cucarachas, y las mujeres barriobajeras…? Se lo había inventado todo. Había estado jugando con ella desde un principio.
No soportaba la idea. Dio media vuelta y se abrió paso entre la multitud. Veía sucederse las caras de la gente mientras se apresuraba hacia la entrada, fuera del restaurante. Sintió el aire de la noche pesado y espeso, cálido y agobiante. Echó a andar calle abajo, dejando atrás las tiendas cerradas y un muro cubierto de graffiti. El restaurante Bucktown marcaba el límite de Humboldt Park, una zona menos elegante, pero ella siguió caminando, sin importarle adonde iba, tan sólo consciente de que no podía detenerse. Un autobús de la compañía de transportes de Chicago pasó rugiendo, y un punki con un pit bull la evaluó con mirada maliciosa. La ciudad se cernía sobre ella, caliente, opresiva, trillada de amenazas. Bajó del bordillo.
– Tu coche está en dirección contraria -dijo Bodie tras ella.
– No tengo nada que decirte.
Él la agarró del brazo y la arrastró de vuelta a la acera.
– ¿Qué tal si te disculpas por tratarme como a un simple trozo de carne?
– Ah, no, esto es lo último. Ahora no voy a ser yo la que está en falta. El que mintió eres tú. Todos esos cuentos… Las cucarachas, el padre borracho. Me has mentido desde el principio. No eres el guardaespaldas de Heath.
– Él se defiende bastante bien solo.
– Te has estado riendo de mí todo este tiempo.
– Bueno, sí, más o menos. Cuando no me reía de mí mismo -La metió en el hueco del portal de una floristería cochambrosa con el escaparate sucio-. Te dije lo que necesitabas oír para que tuviéramos alguna oportunidad como pareja.
– ¿Para ti la forma de iniciar una relación es mintiendo?
– Me pareció la forma en que necesitaba iniciarse ésta.
– ¿O sea que ha sido todo premeditado?
– Mira, ahí me has pillado. -Le acarició el brazo con los pulgares allí por donde la tenía sujeta y luego la soltó-. Al principio te tiraba de la cadena porque me ponías negro. Tú querías un semental, y yo estaba encantado de complacerte, pero no tardé mucho en resentirme de ser tu sucio secretito.
Ella cerró los ojos con fuerza.
– No habrías sido un secreto si me hubieras dicho la verdad.
– Cierto. Eso te habría encantado. Me puedo figurar cómo me habrías exhibido ante tus amigos, explicándole a todo el mundo que mi madre y Colleen Corbett son hermanas. Tarde o temprano, habrías descubierto que la familia de mi padre es aún más respetable. Del viejo Greenwich. Eso te habría hecho muy feliz, ¿a que sí?
– Hablas como si yo fuera una esnob terrible.
– No intentes negarlo siquiera. Nunca he conocido a nadie que tuviera más miedo que tú de lo que opine la gente.
– Eso no es cierto. Soy dueña de mi persona. Y no tolero que me manipulen.
– Sí. No tener el control te aterra. -Le pasó el pulgar por la mejilla-. A veces, pienso que eres la persona más asustada que conozco. Tienes tanto miedo de no dar la talla que vas a acabar enferma.
Ella le apartó las manos violentamente, tan furiosa que apenas podía hablar.
– Soy la mujer más fuerte que hayas conocido.
– Dedicas tanto tiempo a tratar de demostrar tu superioridad que se te ha olvidado cómo vivir. Te obsesionas con todas las cosas que no debes, no dejas que nadie se asome a tu interior, y luego no te explicas por qué no eres feliz.
– Si quisiera un psiquiatra, contrataría a uno.
– Debiste hacerlo hace mucho. Yo también he vivido en las sombras, nena, y no te recomiendo que sigas allí. -Vaciló un momento, y Portia pensó que había terminado, pero continuó-. Después de verme obligado a dejar el fútbol, tuve problemas muy gordos con las drogas. Cualquiera que se te ocurra, yo la he probado. Toda mi familia me convenció para que me metiera en rehabilitación, pero le dije a todo el mundo que los consejeros eran gilipollas y lo dejé al cabo de dos días. Seis meses más tarde, Heath me encontró inconsciente en un bar. Me golpeó la cabeza contra la pared un par de veces, me dijo que antes me admiraba pero que me había convertido en el hijoputa más lastimoso que había visto jamás. Entonces me ofreció trabajo. No me sermoneó con que tenía que pasar de las drogas, pero yo sabía que era parte del trato, de modo que le pedí que me diera seis semanas. Seguí un programa de desintoxicación, y esa vez sí que lo cumplí. Aquellos consejeros me salvaron la vida.
– Yo no soy precisamente una drogadicta.
– El miedo puede ser una adicción.
Aunque su dardo envenenado había dado en el blanco, ella se resistió a pestañear siquiera.
– Si tan poco respeto me tienes, ¿qué haces aquí conmigo todavía?
Él deslizó dulcemente la mano entre sus cabellos y le sujetó un rizo tras la oreja.
– Porque me vuelven idiota las criaturas hermosas y heridas.
Algo se resquebrajó dentro de ella.
– Y porque -prosiguió Bodie- cuando bajas la guardia, veo a alguien que es brillante y apasionada. -Le acarició un pómulo con el pulgar-. Pero tienes tanto miedo de seguir a tu corazón que te estás muriendo por dentro.
Ella sintió que se desgarraba, y castigó a Bodie de la única manera que sabía.
– Vaya montón de mentiras. Sigues por aquí porque te gusta follarme.
– Eso también. -La besó en la frente-. Hay una mujer tremenda escondida tras todo ese miedo. ¿Por qué no dejas que salga a jugar al sol?
Porque no sabía cómo.
La rigidez de su pecho le hacía difícil respirar.
– Vete al infierno. -Echó a andar calle abajo dejándole plantado, medio caminando, medio corriendo. Pero él ya la había llorar, y eso nunca se lo perdonaría.
Bodie oyó el sonido de una retransmisión de béisbol procedente del televisor al entrar en su apartamento de Wrigleyville.
– Ponte cómodo, como si estuvieras en tu casa -masculló dejando caer las llaves sobre la mesa estilo misión californiana del vestíbulo.
– Gracias -dijo Heath desde el gran sofá modular del salón de Bodie-. Los Sox acaban de renunciar a una carrera en la séptima
Bodie se desplomó sobre el sillón de enfrente. A diferencia de la de Heath, su casa estaba amueblada. A Bodie le gustaba el limpio diseño de la época artesanal, y había adquirido a lo largo de los años algunas notables piezas de Stickley y añadido empotrados del mismo estilo. Se quitó los zapatos con los pies.
– Deberías vender tu puta casa, o bien vivir en ella.
– Ya lo sé. -Heath dejó su cerveza en la mesa-. Se te ve hecho mierda.
– Hay mil mujeres preciosas en esta ciudad, y yo he de ir a colgarme de Portia Powers.
– Te buscaste la ruina la primera noche, cuando la chantajeaste con esa patraña de que eras mi guardaespaldas.
Bodie se frotó la cabeza con la mano.
– Dime algo que no sepa.
– Si esa mujer se da cuenta algún día del miedo que le tienes, estarás bien jodido.
– Es como un grano en el culo. No paro de decirme que debo dejarla, pero…, joder, no sé… Es como si tuviera rayos X en los ojos y pudiera ver cómo es en realidad bajo el rollo que se tira. -Giro la silla, sintiéndose incómodo al revelar tanto, aunque fuera a su mejor amigo.
Heath le entendía.
– Dime que no compartimos los mismos sentimientos, Mary Lou.
– Que te jodan.
– Calla y mira el partido.
Bodie se relajó en el sillón. De entrada, le había atraído Portia por su belleza, más adelante por su pura mala baba. Tenía tantas agallas y tanto coraje como cualquiera de los colegas con los que había jugado, y él respetaba esas cualidades. Pero cuando hacían el amor, veía a otra mujer, una muy insegura, generosa y toda corazón, y no podía dejar de pensar que esa otra mujer, más dulce y vulnerable, era la auténtica Portia Powers. Aun así, ¿qué clase de idiota se colgaba de alguien tan desesperadamente necesitada de ayuda?
De pequeño, solía llevar a casa animales heridos y cuidarlos, tratando de devolverles la salud. Al parecer, seguía haciéndolo.
19
A Annabelle le costó encontrar aparcamiento para Sherman pero llegó con sólo dos minutos de retraso a la reunión que Heath había programado, lo que no bastaba realmente para justificar la mirada de censura que le dirigió su malvado recepcionista. En la pantalla de televisión de la recepción estaba puesta la ESPN, al fondo sonaban los teléfonos, y uno de los becarios de Heath luchaba por cambiar un cartucho de tinta de la impresora en el armario del equipo. La puerta del despacho de su izquierda, que estaba cerrada la primera vez que estuvo allí, se hallaba ahora abierta de par en par, y pudo ver a Bodie con los pies encima del escritorio y un teléfono pegado a la oreja. La saludó al pasar. Ella abrió la puerta del despacho de Heath y oyó una cavernosa voz femenina.
– … y soy muy optimista respecto a ella. Es increíblemente guapa. -Portia Powers estaba sentada en una de las dos sillas colocadas ante el escritorio de Heath. En el mensaje de voz que le había dejado en el contestador no mencionaba que la reunión iba a ser a tres bandas.
Sólo con mirar a la Dama Dragón, Annabelle se sintió vestida sin pizca de gracia. Se suponía que la moda de verano era todo color, pero tal vez Annabelle se había pasado un poco con su blusa color melón, falda amarillo limón y los aparatosos pendientes con piedrecitas verde lima que había encontrado en TJ Maxx. Al menos, llevaba el pelo decente. Ahora que lo tenía un poco crecido, podía aplicarle tenacillas y peinarlo con los dedos hasta conseguir un aspecto alborotado e informal.
Portia era pura elegancia fría, vestida de seda color peltre. En combinación con su pelo oscuro, el efecto era deslumbrante. Unos pendientes pequeños, rosa pétalo, añadían un toque sutil de color a su piel de porcelana, y un bolso de Kate Spade del mismo tono de rosa descansaba en el suelo a su lado. No había cometido el error de abusar del rosa con los zapatos, y llevaba elegantes chinelas negras.
Una de ellos, al menos, era negra.
Annabelle se quedó mirando los pies de su rival. A primera vista, los dos zapatos parecían iguales. Los dos eran abiertos por la punta y de tacón bajo, pero uno era una chinela negra y el otro era azul marino. ¿Cómo era posible?
Annabelle miró a otro lado y guardó sus gafas de sol en el bolso.
– Lamento el retraso. A Sherman no le gustaba ninguno de los sitios para aparcar que le enseñaba.
– Sherman es el coche de Annabelle -explicó Heath, levantándose tras el escritorio y señalando con un gesto la silla vacía junto a Portia-. Tome asiento. Creo que no se conocían ustedes en persona.
– En realidad, sí -repuso Portia suavemente.
A través del largo ventanal de detrás del escritorio, Annabelle divisó un velero que surcaba el lago Michigan a lo lejos. Deseó encontrarse en él en aquel momento.
– Llevamos con esto desde la primavera -dijo Heath-, y ahora empieza la temporada de fútbol. Creo que ambas saben que esperaba haber avanzado más.
– Lo entiendo. -La tranquila seguridad de Portia desmentía a sus zapatos disparejos-. Todos esperábamos que esto resultara más fácil. Pero es usted un hombre muy selectivo, y merece una mujer extraordinaria.
«Pelota», pensó Annabelle. Sin embargo, por lo que a Heath se refería, tampoco ella merecía matrícula en profesionalidad, y seguir el ejemplo de Portia no era lo peor que podía hacer.
Portia giró un poco sobre su silla, exponiendo su cara a una luz más violenta. No era tan joven como le había parecido a Annabelle cuando se conocieron, y el maquillaje que se había aplicado con mano experta no llegaba a camuflar los círculos oscuros debajo de sus ojos. ¿Demasiada vida nocturna? ¿O algo más serio?
Heath se sentó sobre la esquina de su escritorio.
– Portia, usted me encontró a Keri Winters y, aunque aquello no llegara a nada, iba bien encaminada. Pero también me ha enviado a demasiadas candidatas sin ninguna posibilidad.
Portia no cometió el error de ponerse a la defensiva.
– Tiene razón. Debí eliminar a más, pero todas las mujeres que elegí eran especiales a su manera, y no me gusta suplantar el juicio de mis clientes más exigentes. Seré más cuidadosa de ahora en adelante.
La Dama Dragón era buena. Annabelle tenía que reconocerle eso, como mínimo.
Heath dirigió su atención a Annabelle. Nadie se hubiera imaginado que dos noches antes se había quedado dormido en su dormitorio del ático, o que una vez, en una bonita cabaña a la orilla del lago Michigan, habían hecho el amor.
– Annabelle, usted ha hecho mejor trabajo filtrando a las candidatas, y me ha presentado a muchas pasables, pero a ninguna ganadora.
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