Ella abrió la boca para contestar, pero antes de que pronunciase una palabra, él la cortó.

– Gwen no cuenta.

A diferencia de Portia, Annabelle sacaba lo mejor de sí poniéndose a la defensiva.

– Gwen era casi perfecta.

– Siempre que pasemos por alto al marido y ese embarazo tan inoportuno.

Portia se enderezó en su silla. Annabelle cruzó recatadamente las manos sobre su regazo.

– Ha de admitir que era exactamente la clase de mujer que esta buscando.

– Sí, la bigamia es el sueño de mi vida, es cierto.

– Usted me arrinconó -replicó ella-. Y seamos sinceros: si ella hubiera llegado a conocerle mejor, habría acabado dejándole. Usted se pasas mucho de exigente.

Los ojos de Portia se abrieron como alas de mariposa. Examinó a Annabelle con más atención. Luego empezó a hacer movimientos nerviosos. Descruzó las piernas que había cruzado; las volvió a cruzar. El pie de arriba -el del zapato azul marino- empezó a menearse frenéticamente.

– Estoy segura de que Annabelle habrá aprendido a estas alturas que debe investigar con más cuidado los antecedentes.

Annabelle fingió sorpresa.

– ¿Tenía que investigar los antecedentes de Heath?

– No los de Heath -repuso Portia-. ¡Los de las mujeres!

Heath se esforzó por no sonreír.

– Annabelle la está pinchando. He aprendido que es mejor ignorarla.

Portia parecía ya absolutamente descolocada. Annabelle casi sintió lástima por ella, viendo el zapato azul agitarse cada vez más rápido.

Heath, entretanto, aceleró hasta la línea de gol.

– Les diré lo que vamos a hacer, señoritas. Cometí un error al no firmar sus contratos por un plazo más breve, pero es un error que voy a rectificar ahora mismo. Les queda un cartucho a cada una. No hay más.

El zapato azul marino se detuvo en seco.

– Cuando dice un cartucho…

– Una candidata cada una -dijo Heath en tono firme.

Portia se retorció en su silla, derribando el bolso de Kate Spade con el talón.

– Eso es poco realista.

– Es lo que hay.

– ¿Estás seguro de que de verdad quieres casarte? -dijo Annabelle-. Porque, si es así, tal vez debería considerar la posibilidad… y a mi juicio es más que una posibilidad, pero intento ser diplomática… ¿Ha considerado la posibilidad de que sea usted quien esté saboteando el proceso, y no nosotras?

Portia le dirigió una mirada de advertencia.

– «Sabotaje» es una palabra muy fuerte. Estoy segura de que lo que Annabelle quiere decir es…

– Lo que Annabelle quiere decir -se puso en pie- es que le hemos presentado unas cuantas mujeres realmente asombrosas, Pero usted sólo le ha dado alguna oportunidad a una. A una equivocada, siempre en mi modesta y particular opinión. No hacemos magia, Heath. Tenemos que trabajar con seres humanos de carne y hueso, no con mujeres de fantasía que usted ha conjurado en su cabeza.

Portia compuso una sonrisa postiza y acudió presurosa al salvamento del barco que se hundía.

– Le estoy escuchando atentamente, Heath. No está satisfecho con el servicio que Parejas Power le está prestando. Quiere que seleccionemos a las candidatas con más cuidado, y se trata de una petición muy razonable, ciertamente. No puedo hablar por la señorita Granger, pero prometo que procederé de forma más conservadora de ahora en adelante.

– Muy conservadora -dijo él-. Dispone de una cita. Y lo mismo va por usted, Annabelle. Después de eso, yo abandono.

La sonrisa de plástico de Portia se fundió por las comisuras.

– Pero su contrato no finaliza hasta octubre. Estamos sólo a mediados de agosto.

– Ahórrese la saliva -dijo Annabelle-. Heath busca una excusa para despedirnos. No cree en el fracaso, y si nos despide puede transferirnos la responsabilidad.

– ¿Despedirnos? -Portia hacía mala cara.

– Será una experiencia nueva para usted -dijo Annabelle, desalentada-. Afortunadamente para mí, yo ya tengo práctica.

Portia recobró la compostura..

– Sé que esto ha sido frustrante, pero es que es frustrante para todo el que pasa por este proceso. Usted se merece resultados, y los obtendrá, pero sólo con un poco de paciencia.

– He sido paciente durante meses -dijo él-. El tiempo suficiente.

Annabelle contempló su rostro orgulloso y obstinado y no pudo callarse.

– ¿Piensa asumir parte de la responsabilidad del problema?

Heath la miró directamente a los ojos.

– Por supuesto. Es lo que estoy haciendo ahora mismo. Les dije que estaba buscando a alguien fuera de lo corriente, y si hubiera pensado que iba a ser fácil encontrarla, me habría ocupado en persona. -Se levantó del escritorio, poniéndose en pie-. Tómense el tiempo que haga falta para presentarme a su última candidata. Y créanme, nadie desea más que yo que una de las dos acierte.

Se acercó a la puerta y luego se hizo a un lado para dejarles salir, quedando su silueta recortada contra el rótulo del camping de caravanas Beau Vista que colgaba de la pared tras él.

Annabelle recogió su bolso y asintió con la cabeza con suma dignidad, pero abandonó el despacho furiosa, y en ningún caso de humor para compartir el ascensor con Portia, por lo que atravesó rápidamente la recepción en dirección al rellano.

Resultó en realidad que no le hacía falta correr.


***

Portia aflojó el paso mientras veía desaparecer a Annabelle. El despacho de Bodie estaba poco más adelante, a su derecha. Al pasar antes junto a la puerta, se había obligado a no mirar, pero supo que estaba allí. Podía sentirle en su piel. Incluso durante aquella horrible reunión con Heath, cuando más necesitaba mantener la cabeza fría, le había sentido.

Había pasado toda la noche reviviendo las cosas espantosas que le había dicho. Tal vez hubiera podido perdonarle las mentiras sobre su pasado, pero nunca lo demás. ¿Quién se había creído que era para psicoanalizarla? El único problema que tenía era él. Podía ser que estuviera un poco deprimida antes de conocerle, pero tampoco había tenido mayor importancia. La noche anterior, él había conseguido que se sintiera una fracasada, y eso no se lo toleraba a nadie.

Le temblaban las manos cuando se detuvo ante la puerta de su despacho. Estaba al teléfono, con el corpachón reclinado en la silla. En cuanto la vio, una sonrisa iluminó su cara, y puso los pies en el suelo.

– Ahora te llamo, Jimmie… Sí, suena bien. Ya quedaremos. -Dejó el teléfono a un lado y se puso en pie-. Hola, nena… ¿Todavía me hablas?

Su sonrisa, tonta y esperanzada, hizo titubear a Portia. Más que un tipo peligroso, parecía un crío que acabara de ver una bici nueva aparcada delante de su portal. Se dio la vuelta para componer el gesto y se encontró de frente con una pared llena de recuerdos. Se fijó en un par de portadas de revista enmarcadas, algunas fotos de quipo de sus días de jugador, recortes de periódico. Pero fue una foto en blanco y negro la que capturó su atención. El fotógrafo había captado a Bodie con el casco retirado hacia atrás en la cabeza, el barbuquejo bailando, unas briznas de hierba enganchadas en una esquina del protector facial. Sus ojos brillaban victoriosos, y su sonrisa radiante era la del amo del mundo. Portia se mordió el labio y se obligó a volverse de nuevo para hacerle frente.

– Voy a cortar contigo, Bodie.

Él se le acercó rodeando la mesa, la sonrisa ya desvaneciéndose.

– No lo hagas, cariño.

– No pudiste equivocarte más conmigo. -Se forzó a pronunciar las palabras que la mantendrían a salvo-. Me encanta mi vida. Tengo dinero y una casa preciosa, un negocio boyante. Tengo amigos, buenos amigos, y queridos. -Le tembló la voz-. Me encanta mi vida. Todas las partes de mi vida. Excepto la parte que te incluye a ti.

– No, nena, no. -Extendió hacia ella una de sus dulces manos como ganchos de carnicero, sin llegar a tocarla, en un gesto de súplica-. Eres una luchadora -dijo con ternura-. Ten las agallas de luchar por nosotros.

Ella se armó de coraje para afrontar el dolor.

– Ha sido una aventura, Bodie. Una diversión. Y ahora se ha acabado.

Habían empezado a temblarle los labios, como a una niña, y no esperó a que él respondiera. Se dio media vuelta… salió de su despacho… tomó el ascensor hacia la calle con la mente en blanco. Al salir, se cruzó con dos jóvenes preciosas. Una le señaló a los pies, y la otra se echó a reír.

Portia las adelantó, tensando los párpados para contener las lágrimas, asfixiándose. Un autobús turístico rojo de dos pisos pasó despacio a su lado, y el guía iba citando a Cari Sandburg con una voz tonante y exageradamente dramática que arañaba como uñas la pizarra de su piel.

«Camorra violenta, tormentosa… Ciudad de las anchas espaldas: Me dicen que eres perversa, y yo les creo…»

Portia se enjugó los ojos y reanudó la marcha. Tenía trabajo que hacer. El trabajo lo arreglaría todo.


***

A Sherman se le había estropeado el aire acondicionado, el aspecto de Annabelle para cuando llegó a casa después de la reunión con Heath había degenerado en una masa de rizos y arrugas. Pero no entró directamente, sino que se quedó en el coche con las ventanillas bajadas, reuniendo los ánimos para dar el siguiente paso. Heath le había dado sólo una oportunidad más. Lo que significaba que no podía seguir posponiéndolo. Aun así, necesitó toda fuerza de voluntad para sacar el móvil del bolso y hacer la llamada.

– Hola, Delaney. Soy Annabelle. Sí, es verdad, hace siglos…


***

– Somos más pobres que las ratas -le dijo Delaney Lightfield a Heath la noche de su primera cita oficial, sólo tres días después de que fueran presentados-. Pero todavía guardamos las apariencias. Y gracias a las influencias del tío Eldred, tengo un trabajo estupendo en el departamento comercial de la Ópera Lírica.

Le dio esta información riéndose de sí misma, con una risa encantadora que hizo sonreír a Heath. A sus veintinueve años, Delaney le recordaba a una Audrey Hepburn rubia y más atlética. Llevaba un vestido de punto azul marino, sin mangas, con un sencillo collar de perlas que había pertenecido a su bisabuela. Se había criado en Lake Forest y graduado en Smith. Era una esquiadora consumada y se defendía bastante bien al tenis. Jugaba al golf, montaba a caballo y hablaba cuatro idiomas. Pese a que varias décadas de prácticas comerciales obsoletas habían dilapidado la fortuna familiar que los Lightfield habían amasado en el negocio ferroviario, obligándoles a vender su residencia de verano en Bar Harbor, en el estado de Maine, la atraía el desafío de triunfar por sus propios medios. Le encantaba cocinar y confesaba que a veces deseaba haber ido a una escuela de cocina. La mujer de sus sueños había aparecido al fin.

A medida que avanzaba la noche, Heath pasó de la cerveza al vino, se recordó que debía vigilar su lenguaje y se propuso mencionar la exposición de los nuevos fauvistas del Instituto del Arte, después de cenar, la llevó en coche al apartamento que compartía con dos compañeras y le dio un beso caballeroso en la mejilla. Después de dejarla, el tenue perfume a lavanda francesa permanecía en coche. Cogió el móvil para llamar a Annabelle, pero estaba demasiado revolucionado para volver a casa. Quería hablar con ella en persona. Canturreando con la radio en su tesitura de barítono desafinado, se dirigió a Wicker Park.

Annabelle abrió la puerta. Llevaba un top a rayas con cuello de pico y una minifalda azul que favorecía mucho a sus piernas.

– Debería haber lanzado mi ultimátum antes -dijo-. Decididamente, respondes bien bajo presión.

– Creí que te gustaría.

– ¿Ya te ha llamado?

Annabelle asintió pero no dijo más, y él se puso tenso. Tal vez la cita no había ido tan bien como él pensaba. Delaney era de sangre azul. ¿Podía ser que hubiera notado demasiado el tufillo del camping de caravanas?

– He hablado con ella hace unos minutos -dijo finalmente Annabelle-. Está entusiasmada contigo. Felicidades.

– ¿En serio? -Su instinto no le había engañado-. Eso es estupendo. Vamos a celebrarlo. ¿Qué tal una cerveza?

Annabelle no se movió.

– No es… un buen momento.

Miró por encima de su hombro, y fue entonces cuando Heath se dio cuenta. No estaba sola. Sopesó el brillo de sus labios, recién puesto, y la minifalda azul. Su buen humor se apagó. ¿A quién tenía con ella?

Echó una mirada por encima de sus rizos, pero el salón estaba vacío. Lo que no implicaba que pudiera decirse otro tanto de su dormitorio… Resistió el impulso de entrar en tromba en la casa y comprobarlo.

– No pasa nada -dijo, algo envarado-. Hablamos la semana que viene.

Pero no se fue, sino que se quedó allí plantado. Finalmente, ella asintió y cerró la puerta.