– Digámoslo así-contestó él-. La idea que tiene mi futura esposa de pasar un buen rato es sentarse en Soldier Field en enero, con el viento soplando desde el lago a treinta nudos. Es capaz de alimentar a media docena de atletas universitarios con una comida a base de espaguetis sin previo aviso y de hacer dieciocho hoyos jugando al golf con los tees de los hombres sin ponerse en evidencia. Es sexy como un demonio, sabe vestirse y le hacen gracia los chistes de pedos. ¿Alguna cosa más?

– Sólo que cuesta un montón dar con mujeres lobotomizadas hoy en día. No obstante, si es eso lo que desea…

Un resoplido sordo. Si era de irritación o de risa, no pudo discernirlo.

– ¿Le iría bien mañana por la mañana? -preguntó ella, tan jovial como si fuera una de las animadoras con las que sin duda se había citado por docenas en sus días de deportista universitario.

– No.

– Diga usted pues dónde y cuándo.

Oyó entonces un suspiro que combinaba resignación y exasperación.

– He de ver a un cliente en Elmhurst dentro de una hora. Puede usted acompañarme hasta allí. Espéreme delante de mi despacho las dos. Y si no llega puntual, me iré sin usted…

– Allí estaré.

Colgó el teléfono y sonrió a la mujer que se sentaba al otro lado de la mesa de cafetería de metal verde.

– Bingo.

Gwen Phelps Bingham dejó sobre la mesa su vaso de té helado.

– ¿Le has convencido de que rellene el cuestionario?

– Más o menos -contestó Annabelle-. Tendré que entrevistarle en su coche, pero más vale eso que nada. No puedo ir más allá hasta hacerme una idea más concreta de lo que quiere.

– Rubia y con tetas. Asegúrate, y dale recuerdos. -Gwen sonrió y desvió la mirada hacia el conjunto de lirios llenos de hierbajos que marcaban el límite entre su jardín y la callejuela trasera de su dúplex en Wrigleyville-. Tengo que admitir que está bastante macizo… siempre que te vayan los hombres duros y castigadores pero a la vez taaan ricos y exitosos.

– Te he oído.

Ian, el marido de Gwen, asomó la cabeza por la puerta abierta del patio.

– Annabelle, esa enorme cesta de fruta no alcanza ni por asomo a compensarme por lo que me hiciste pasar la semana pasada.

– ¿Y qué me dices del año de canguro gratis que te prometí?

Gwen se dio unas palmadas en su vientre casi plano.

– Has de admitir, Ian, que sólo por eso ya valía la pena.

El siguió paseando por fuera.

– No pienso admitir nada. He visto fotos de ese tío, y todavía tiene pelo.

Ian estaba más susceptible de lo normal en lo tocante a su pelo, que ya raleaba, y Gwen le miró con ternura.

– Me casé contigo por tu cerebro, no por tu pelo.

– Heath Champion fue el número uno de su promoción de Derecho -dijo Annabelle, sólo por meter cizaña-. Así que está claro que también tiene cerebro. Razón por la cual le cautivó tanto nuestra Gwennie.

Ian se negó a morder el anzuelo.

– Por no mencionar el pequeño detalle de que tú le dijiste que era instructora sexual.

– No es cierto. Le dije que era una autoridad en materia de instructoras sexuales. Y he leído su tesis doctoral, así que eso me consta.

– Tiene gracia que no te molestaras en mencionar que ahora ejerce de psicóloga en una escuela de primaria.

– Teniendo en cuenta todo lo demás que no me molesté en mencionar, parecía una cuestión irrelevante.

Annabelle había conocido a Gwen e Ian al poco de dejar la universidad, cuando vivieron en el mismo bloque de apartamentos. A pesar de que perdiera pelo, Ian era un tío enormemente atractivo, y Gwen le adoraba. De no estar los dos tan enamorados, a Annabelle nunca se le habría pasado por la cabeza recurrir a Gwen para aquella noche, pero Heath la había puesto entre la espada y la pared, y la situación era desesperada. Aunque tenía en mente unas cuantas mujeres que presentarle, no estaba segura de que ninguna de ellas le causara el efecto demoledor que necesitaba para garantizar que firmara el contrato. Entonces pensó en Gwen, una mujer que había nacido con ese gen misterioso que hacía que los hombres se derritieran con sólo mirarla.

Ian seguía sintiéndose agraviado.

– El tío es rico, tiene éxito y es atractivo.

– Y tú también -dijo Gwen con toda lealtad-, excepto por lo de rico, pero todo llegará.

La empresa de software que Ian gestionaba desde su hogar empezaba por fin a producir algún beneficio, y era por ello que estaban a punto de mudarse a su primera casa. Annabelle experimentó una de esas punzadas de envidia que le daban a cada rato cuando se encontraba con ellos. Ella deseaba una relación así. Hubo un tiempo en que creyó que la tenía con Rob, lo que le dio ocasión de comprobar que era una insensatez creer en seguir los dictados de su corazón.

Se puso en pie, dio a Gwen unas palmaditas en la tripa y un abrazo adicional a Ian. No sólo le había prestado a su mujer, sino que además estaba diseñándole la página web. Annabelle sabía que tenía que estar presente en la Red, pero no era su intención convertir Perfecta para Ti en un servicio de citas por Internet. Nana se había mostrado vehemente en ese punto. «Las tres cuartas partes de los hombres que se apuntan a esas cosas o están casados, o en la cárcel, unos pervertidos.» Nana exageraba. Annabelle conocía a personas que habían encontrado el amor online, pero pensaba igualmente que no había ordenador en el mundo que pudiera superar el toque personal.

Se retocó el maquillaje en el cuarto de baño de Gwen, comprobó que no se había manchado la falda corta color caqui ni la blusa verde menta y partió hacia el centro. Llegó al edificio del despacho de Heath con unos minutos de adelanto, así que se refugió en el Starbucks que había cruzando la calle y pidió un frappuccino con moka carísimo. Al salir de nuevo a la calle, le vio aparecer con un móvil pegado a la oreja. Llevaba gafas de aviador, un polo gris claro y pantalones sport. Le colgaba del hombro una cazadora deportiva con pinta de cara, aguantada por el pulgar. Los hombres como él deberían estar obligados por ley a llevar encima un desfibrilador cardíaco.

Se dirigió a la acera, donde le aguardaba un Cadillac Escalade negro y reluciente con ventanillas ahumadas y el motor encendido. Fue a abrir la puerta de atrás sin echar siquiera una ojeada a ver si la veía, y ella comprendió que se había olvidado de que existía. La historia de su vida.

– ¡Espere! -Cruzó la calle a la carrera, esquivando un taxi y un Subaru rojo. Hubo estruendo de cláxones y rechinar de frenos, y Champion levantó la vista. Cerró su móvil con un chasquido al tiempo que ella subía a la acera.

– No había visto una carrera con una trayectoria como ésa desde que Bobby Tom Denton dejó los Stars para retirarse.

– Ya se iba usted sin mí.

– No la había visto.

– ¡Tampoco ha mirado!

– Muchas cosas en la cabeza. -Al menos, le sostuvo abierta la puerta de atrás del cuatro por cuatro para subir a continuación y sentarse a su lado. El conductor corrió hacia delante el asiento del copiloto para dejar más espacio a las piernas antes de que él se volvierá para examinarla.

El conductor era un tipo grande, de un moreno atroz. El colosal par de brazos y la muñeca con que había rodeado el volante estaban adornados con tatuajes. La cabeza rapada, unos ojos de sabérselas todas y su sonrisa aviesa le daban un aire de gemelo perverso de Bruce Willis que resultaba muy sexy y daba bastante miedo a un tiempo.

– ¿Adonde vamos? -preguntó.

– Elmhurst -dijo Heath-. Crenshaw quiere que vea su casa nueva.

Como hincha de los Stars que era, Annabelle reconoció el nombre de su running-back titular.

– Los Sox van ganando dos a uno -dijo el conductor-. ¿Quiere escucharlo en la parte de atrás?

– Sí, pero por desgracia he de atender un asunto del que prometí que me ocuparía. Annabelle, éste es Bodie Gray, el mejor line-backer que ha tenido nunca el Kansas City.

– Seleccionado en segunda ronda en el draft en el estado de Arizona -dijo Bodie al adentrarse en el tráfico con el cuatro por cuatro-. Jugué dos temporadas con los Steelers. Me aplasté la pierna en accidente de moto el mismo día que me traspasaban a los Chiefs.

– Eso debió de ser terrible.

– A veces se gana y a veces se pierde, ¿verdad, jefe?

– Me llama así sólo para joderme.

Bodie la escrutó en el retrovisor.

– ¿Así que es usted la casamentera?

– Facilitadora de enlaces. -Heath le arrebató el frappuccino con moka.

– ¡Eh!

Él dio un sorbo con la pajita, y Bodie soltó una risilla.

– Con que facilitadora de enlaces, ¿eh? Pues va a encontrar el trabajo a su medida con el jefe, Annabelle. Tiene una larga historia de amores y desamores. -Giró a la izquierda por LaSalle-. Pero fíjese qué ironía… La última mujer que despertó su interés (una que se creía no sé qué porque trabajaba en la oficina del alcalde) le dio puerta. ¿A que es de risa?

Heath bostezó y estiró las piernas. Pese a su lujoso guardarropa, a ella no le costaba nada imaginárselo en vaqueros, con una camiseta raída y botas de trabajo rozadas. Bodie enfiló por Congress.

– Le dio puerta porque no paraba de ponerle los cuernos.

A Annabelle se le encogió el estómago.

– ¿Él le era infiel?

– Es el estrellato -Bodie cambió de carril-. Se pasaba el día tirándose a su móvil.

Heath tomó otro sorbito de frappuccino.

– Está resentido porque soy un triunfador y a él le han jodido la vida.

No llegó respuesta del asiento delantero. ¿Qué extraña clase de relación era ésa?

Sonó un móvil. No el que Heath había utilizado momentos antes. El sonido de éste provenía del bolsillo de su cazadora. Al parecer, no le bastaba con un móvil.

– Champion.

Annabelle aprovechó la distracción para recuperar su frappuccino. Al estrechar los labios en torno a la pajita, le vino a la cabeza la deprimente idea de que aquello era lo más cerca que estaría nunca de intercambiar saliva con un multimillonario macizo.

– El negocio de los restaurantes está pavimentado con cadáveres de grandes atletas, Rafe. Es tu dinero, así que yo sólo puedo aconsejarte, pero…

El inconveniente de ser una casamentera era que tal vez ella misma no volviera a tener una cita. Cada vez que topaba con un soltero atractivo, tenía que hacer de él un cliente, y no podía permitir que su vida personal complicara aquello. No es que fuera un problema en este caso concreto… Dirigió una mirada a Heath. La simple proximidad de tanto macho desatado casi le levantaba ampollas. Hasta su olor era sexy, como el de las sábanas caras, el buen jabón y el almizcle de las feromonas. El frappuccino que se deslizaba por su garganta no contribuía mucho a enfriar sus tórridos pensamientos, y al fin encaró la triste verdad de que estaba hambrienta de sexo. Dos infelices años desde que rompiera su compromiso con Rob. A todas luces, demasiado tiempo durmiendo sola.

Los compases iniciales de la obertura de Guillermo Tell interrumpieron sus pensamientos. Heath no se privó de fruncir el entrecejo al verla coger su móvil.

– Hola.

– Annabelle, soy tu madre.

Se hundió en el asiento, recriminándose por no acordarse de desconectar el maldito trasto.

Heath aprovechó la ocasión para volver a reclamar el frappuccino, sin dejar de atender a su propia conversación.

– … Se trata simplemente de fijar las prioridades financieras. Una vez que hayas cubierto la seguridad de tu familia, podrás permitirte asumir riesgos con un restaurante.

– He verificado la entrega del formulario a través de FedEx -dijo Kate-, así que ya sé que te ha llegado. ¿Aún no lo has rellenado?

– Una pregunta muy interesante -tintineó Annabelle-. Luego te llamo y podemos discutirlo.

– Discutámoslo ahora.

– Eres un príncipe, Raoul. Y gracias por lo de anoche. Te portaste como el mejor. -Colgó y desconectó el teléfono. Lo iba a pagar caro, pero ya tendría tiempo de preocuparse de eso más tarde.

Heath puso punto final a su propia llamada y la contempló con aquellos ojos verde billete de chico del campo.

– Si ha de programar su móvil para que suene música, podía al menos ser original.

– Gracias por el consejo. -Señaló su frappuccino-. Por suerte para usted, las posibilidades de que tenga difteria son mínimas. Deje que le diga que esas heriditas de la piel son muy puñeteras.

A él se le disparó hacia arriba una comisura de la boca.

– Cargue la bebida en mi cuenta.

– No tiene usted una cuenta. -Pensó en el párking donde se había visto obligada una vez más a dejar a Sherman, puesto que no sabía cuánto tiempo iban a estar por ahí-. Aunque se la voy a abrir hoy mismo. -Extrajo el cuestionario de su bolso Target de estampado tropical.