El teléfono volvió a sonar y descolgó.

– ¿Diga?

– Hola. ¿Qué tal estás?

Aquella voz tan familiar la llenó de alegría. Se olvidó de que tenía hambre, de que le dolía la rodilla o de que tenía agujetas de los ejercicios que había hecho aquella tarde. Se olvidó de lo que Ula le había dicho y de lo mucho que había estado pensando en la mujer de Stone. Incluso se olvidó de que estaba sola.

– Mejor -contestó, consciente de que él pensaría que se refería a sus heridas, cuando en realidad de lo que ella hablaba era de que se sentía mucho mejor oyendo su voz.

– Me alegro. ¿Qué tal la terapia?

– Bien. Pepper es una chica muy agradable y sabe lo que se hace. Me dijo que llevaba las muletas bajas y me las ha ajustado. Ahora me muevo bastante mejor con ellas.

– Me la habían recomendado mucho, y me alegro de que te haya servido de algo. ¿Y el resto del día?

Cathy miró a su alrededor. Se había pasado todo el tiempo allí. ¿Qué podía haber ocurrido?

– Me ha llamado mi jefe -le dijo-. Ula recogió el mensaje mientras yo estaba con Pepper. Están buscando oficina nueva y tardarán un par de semanas en volver a ponerlo todo en marcha. Dice que puedo tomarme todo el tiempo que necesite.

Eddie se había mostrado preocupado por ella. Quería saber si estaba teniendo algún problema con el seguro, y le había dicho que, de darse el caso, hablase con él. Era un buen hombre, aunque no quería tener que pensar en volver a aquel aburrido trabajo.

– Una cosa menos de la que preocuparte -dijo Stone-. Sé que eso es un alivio.

– Esto es muy raro -dijo.

– ¿Que estemos hablando por teléfono? Lo hemos hecho siempre.

– Lo sé, pero ahora estamos en la misma casa.

– ¿Me estás invitando?

Cathy se estremeció. Hubiera deseado hacerse una bola y gritar de alegría. No es que Stone estuviese flirteando, pero con aquello bastaba. Además, ¿qué tenía de malo soñar?

– ¿Te gustaría que lo hiciera?

– Sí -contestó-. Eché de menos nuestras conversaciones mientras estabas en el hospital, pero ahora que estás en mi casa, no quiero que te sientas obligada.

– Jamás he hablado contigo por obligación.

¿Cómo podía siquiera pensar en eso? ¡Si sus llamadas eran el mejor momento del día! ¡De su vida!

– Entonces, ahora mismo subo. Apaga la luz.

Por un segundo, sus palabras crearon una imagen de intimidad que hizo enrojecer y temblar a Cathy. Entonces recordó que era porque no quería que viese sus cicatrices; nada más.

– Lo haré -dijo, y colgó.

Por un segundo, deseó poder correr al baño y peinarse o maquillarse un poco, pero aunque había mejorado con las muletas, no conseguiría volver a tiempo. Además, no tenía maquillaje e iban a estar a oscuras, así que, ¿qué más daba?

Apagó la luz, y la habitación quedó tan en silencio que podía oír, además de sentir, el latido de su corazón.

Hubo una sola llamada a la puerta y Stone entró.

– Hola. ¿Siempre dejas que los extraños entren sin más en tu habitación?

– Tú eres el primero.

– Intentaré no abusar del privilegio. Te he traído un regalo -dijo, y le vio acercarse a la cama para dejar algo junto a ella.

– ¿Qué es? -preguntó ella mientras él se iba hacia el sofá-. Libros. ¿Cuáles?

– Los dos sobre los que no nos poníamos de acuerdo.

Cathy sonrió.

– Sí que nos pusimos de acuerdo. Dijiste que leerías la biografía.

– Y la compré, junto con la historia de espionaje que quería. He pensado que podíamos leerlos los dos.

– Pienso hacerte un examen sobre la biografía. No pienses que vas a poder salir del paso con leer la contraportada.

Él suspiró.

– Me lo imaginaba. La leeré.

Su tono de sufrimiento le hizo sonreír.

Siguieron hablando sobre los dos libros nuevos y después su conversación giró hacia los libros que ya habían leído juntos. Cathy reparó en la forma en que utilizaba sus manos para dar énfasis a alguna opinión.

La suya era una intimidad poco corriente, pensó. Aunque no podía verlo, estaba cerca. La había llamado. Parecía incluso querer subir a verla, y aquella idea la llenó.

– ¿En qué estás pensando? -preguntó él tras un momento de silencio.

– En que hablar en la oscuridad es muy extraño, pero me gusta.

– A mí también. No tengo muchos amigos, así que tenerte en casa es una verdadera delicia.

– Eres un adulador.

– No. Estoy siendo sincero.

– Puede.

– Nada de puede. Lo soy. Quiero que te quedes, Cathy. Quiero asegurarme de que te pones bien, y la mejor forma de hacerlo es esta.

– Así que de verdad quieres ser el protector del mundo occidental, ¿eh? -bromeó.

– Algo así.

Cathy se rió. No podría decir por qué había tenido tanta suerte con él, por qué le gustaba, o por qué se preocupaba por ella. Lo único que sabía es que era así, y no iba a poner en tela de juicio su buena fortuna.

– Cuéntame: ¿qué tal te ha ido la sesión de fisioterapia? ¿Qué has hecho?

Mientras le explicaba los ejercicios y las cosas que Pepper le había dicho, deseó poder estar más cerca. En un principio le había parecido que el sofá estaba demasiado cerca, pero ahora tenía la sensación de que había todo un océano entre ellos. Quería que la tocase, que la besara como había hecho la noche anterior.

Más sueños. Pero sueños a los que no tenía por qué renunciar mientras estuviese allí.

Stone mencionó un par de cosas en las que estaba pensando invertir. Hablaron de su trabajo, del tiempo y después, se levantó.

– Se está haciendo tarde y tienes que descansar -dijo-. Te veré mañana por la noche, si te parece bien.

– Me parece perfecto -contestó, y contuvo la respiración.

Pero a diferencia de lo ocurrido la noche anterior, aquella vez se limitó a salir de la habitación. Cathy lo vio marchar y después se desplomó sobre las almohadas, con los libros apretados contra el pecho. Pero eran un pobre sustituto de la fantasía que Stone Ward era en sí mismo.

Capítulo 6

Stone estaba delante de la ventana de su despacho, como había venido haciendo durante las dos últimas semanas. La mejora de Cathy era notable. Ya podía moverse sin utilizar las muletas, aunque necesitaba un bastón para subir y bajar las escaleras.

La fisioterapeuta, cuyo nombre era incapaz de recordar, la dirigía haciendo ejercicio, y aunque Cathy seguía llevando los mismos pantalones grises y la camiseta de todos los días, Stone habría jurado que aquellas prendas le quedaban un poco más grandes que cuando empezó.

Ula había mencionado que su invitada prefería que le preparase comidas bajas en calorías. ¿Estaría intentando perder peso? Pensó en la vaga silueta que había visto bajo las sábanas en el hospital. Parecía algo más gruesa de lo que se había descrito a sí misma, pero no se había dado cuenta de que tuviera exceso de peso. Aun así, si estando en su casa conseguía algún logro personal, estaría encantado. Quería ayudarla tanto como le fuera posible.

Cathy se bajó de la mesa, la terapeuta dijo algo y Cathy echó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas. Eso le hizo sonreír. Le gustaba su risa. Tenía la capacidad de recordarle que seguía vivo.

Y ese era el peligro. El peligro de querer demasiado. Los placeres del resto de mortales no tenían atractivo alguno para él. Todavía tenía que seguir pagando por sus pecados, y hasta que lo hiciera, no iba a pasar ni un minuto a la luz, ni figurada ni literalmente. Se merecía estar a oscuras.

Evelyn. Todo volvía a Evelyn. Al principio se había imaginado que sería capaz de superarlo y de seguir adelante. Pero ahora sabía que no iba a ser así. Aquel era su mundo… la soledad de la oscuridad. Durante un breve periodo de tiempo, Cathy estaría allí para mostrarle cómo era la luz, pero después volvería al silencio gris, que era donde debía estar. No tenía que esperar a que llegase el momento de la muerte para recibir el castigo que se merecía. Tenía ya su propio e íntimo infierno.

– Cathy está mejorando mucho.

Stone se volvió y encontró al ama de llaves de pie en el despacho. Era una de las pocas personas que había visto sus cicatrices. Como siempre, llevaba un impecable vestido gris y un delantal blanco. Muchas veces le había dicho que no tenía por qué llevar uniforme, pero ella se limitaba a darle las gracias y a seguir vistiéndose del mismo modo. Después de diez años, la conocía lo bastante como para no intentar hacerla cambiar de opinión.

Volvió a mirar a través de la ventana. Cathy estaba sentada en el banco y levantaba la pierna manteniendo los muslos inmóviles.

– Sí, ha mejorado mucho. En un par de meses, estará totalmente recuperada.

Y entonces querría marcharse, pero eso no era algo en lo que quisiera pensar en aquel momento.

Ula se acercó a su mesa y dejó sobre ella varios sobres.

– El correo.

– Gracias.

Normalmente le entregaba el correo y se marchaba, pero aquella mañana se quedó. Stone se acercó a la mesa.

– ¿Ocurre algo?

– No -sus ojos eran ilegibles, como su expresión-. Me preguntaba si querrías que hablásemos del menú del mes que viene.

Stone hizo una mueca.

– Sólo si la alternativa es abrirme en canal. Ya sabes que no me preocupa. Haz lo que quieras.

Y se preparó para la batalla acostumbrada. Ula pensaba que no comía lo suficiente, y a veces estaba en lo cierto. Últimamente había perdido peso, y es que no tenía apetito. La comida no tenía ningún interés para él. Su mundo había quedado reducido al trabajo y a Cathy.

Pero Ula no se marchó, así que Stone se acomodó en su sillón y la miró con atención.

– ¿Qué te ronda por la cabeza? -preguntó, e hizo un gesto para invitarla a sentarse. Ella lo rechazó.

– Tu invitada -dijo. Era una mujer pequeña, apenas metro cincuenta de estatura, pero nunca había parecido intimidada por él. Quizás fuese esa la razón de que estuviera todavía a su lado-. Cathy lleva dos semanas aquí. Va a recuperarse pronto, y he pensado que quizás empiece a aburrirse de estar encerrada en la casa constantemente. Puede que le gustase salir e ir de tiendas, o echar un vistazo a su casa.

Stone había abierto una de las cartas, pero volvió a dejarla sobre la mesa.

– Tienes razón. Debería haberlo pensado. Debe sentirse prisionera.

– Tú tampoco sales mucho -dijo, y se sentó en el borde de una de las sillas que había frente a la mesa-. ¿Por qué crees que los demás tienen que ser diferentes?

– No has sido ni siquiera sutil, Ula.

– No lo pretendía.

Y sonrió.

– De acuerdo: hablaré con Cathy esta noche cuando vaya a verla. Puede llevarse el coche e ir a donde le plazca.

– Yo sospecho que lo que le gustaría es tener compañía.

– ¿Amigos quieres decir? -tenía la impresión de que carecía de ellos. A juzgar por los detalles, su vida era bastante solitaria-. Puede invitar a quien quiera con toda libertad.

Algo ardió en su vientre al pensar en una visita masculina, pero intentó no pensar en ello.

– Eso también -contestó Ula-, pero yo estaba pensando en otra cosa. Siempre come sola. No estaría mal que cenases con ella alguna noche.

Sin querer, Stone se rozó la mejilla izquierda. Las arrugas eran viejas ya, y él ya se había acostumbrado a ellas, pero eso no quería decir que Cathy se sintiera cómoda en su presencia.

Cenar. Con otra persona. No había experimentado semejante placer desde hacía tres años y el deseo de hacerlo resultó de pronto tan intenso como inesperado, pero consiguió apaciguarlo utilizando la mano de hierro que todavía no le había fallado.

Tomó otro sobre y lo abrió.

– No creo que sea buena idea.

Ula hizo un gesto con la mano.

– Le das más importancia a esas cicatrices de la que debieras. A ella no le importarían.

– Pero a mí sí -replicó con frialdad, haciéndole saber que había traspasado la línea.

Ella suspiró y se levantó.

– Muy bien, señor.

Stone sabía que la intención de Ula era buena. De hecho, había sido muy buena con él durante todos aquellos años.

– Es que no creo que saliera bien -dijo, como oferta de paz.

– ¿Por qué no? Estás haciendo de todo esto -hizo un gesto hacia su cara-, una tragedia desmedida.

Eso espoleó a Stone, que se levantó inmediatamente. Soltó los papeles sobre la mesa y no se dio cuenta de que uno de ellos cayó en silencio al suelo.

– Es que es trágico -espetó-. ¿Acaso has olvidado que Evelyn murió aquella noche? ¿Ya no te acuerdas de que fue culpa mía?

– No he olvidado que usted quiere que lo sea. Esa es la diferencia. Han pasado ya tres años, señor Ward, y es hora de seguir adelante.

– Te agradecería que recordases que aquí eres sólo una empleada, y como tal te agradecería que te guardases tus opiniones para ti.