Qué desilusión. Ojalá estuvieran todavía en la oscuridad y no hubiera visto su expresión. Pero era comprensible. Quería volver a estar solo en su casa. Debería habérselo imaginado antes.
– He pensado aceptar esas dos semanas más de descanso -admitió. Volver a su turno nocturno no era una idea precisamente atractiva-, pero no esperaré tanto para dejar de darte la lata. Has sido incluso demasiado amable conmigo, y no quiero abusar de tu hospitalidad. Es más, creo que debería haberme ido antes. Lo siento. Es que he estado tan bien aquí que simplemente no me había dado cuenta.
Se encogió de hombros y carraspeó. Tenía que reprimir las lágrimas hasta que estuviera sola.
– ¡No! -exclamó Stone-. No te he preguntado eso para que tú entendieras que quiero que te marches. Más bien al contrario. Quiero que te quedes conmigo tanto como quieras. Por lo menos, hasta que estés preparada para volver al trabajo. Y no admito discusión al respecto.
– Yo… es que…
La verdad es que quería alargar el tiempo con él lo máximo posible. Su mirada oscura era tan intensa que llegó a la conclusión de que podía creerle. Al fin y al cabo, era un importante hombre de negocios, y no habría llegado a donde estaba si no supiera decirle que no a la gente.
– A no ser que prefieras marcharte -añadió Stone-. No eres mi prisionera.
– No, no -se apresuró a contestar-. Estaré encantada de quedarme. Gracias por pedírmelo. Eres muy amable.
– Hagamos un trato: tú deja de decirme que soy muy amable, y puedes quedarte a vivir aquí permanentemente si quieres.
Estaba de broma, pero por un momento disfrutó de creer que fuese verdad. Que las fantasías que poblaban sus noches eran realidad y que Stone sentía algo más que amistad por ella.
– Eres muy amable -dijo-, pero dejaré de decírtelo.
– Entonces, ¿trato hecho?
Cathy asintió.
– Tengo catorce llamadas que hacer -dijo, y apuró el té-. Gracias por hacerme compañía.
Dio la vuelta a la mesa y antes de que Cathy pudiera imaginarse qué iba a hacer, sintió que la besaba en la frente. Después, desapareció.
Cathy lo vio entrar en la casa. Sabía que tenía la cabeza en otra parte, en sus negocios o a cientos de kilómetros de allí; sabía que el gesto había sido amistoso; incluso cabía la posibilidad de que ni se hubiera dado cuenta de lo que hacía. Pero ella sentía la presión de sus labios en la cabeza y la forma en que había apretado su hombro al pasar. Atesoraría el recuerdo y aquella noche, antes de dormir, se divertiría con su fantasía, imaginando que aquella caricia había significado mucho más.
– Me lo has prometido -dijo Pepper dos semanas más tarde mientras plegaba su mesa.
Cathy sonrió.
– Lo sé, y lo he dicho en serio. Sé que tengo que trabajar al menos cinco veces a la semana. Cuarenta y cinco minutos de ejercicios aeróbicos y el entrenamiento de pesos.
– Tres veces a la semana es la frecuencia ideal para eso -le recordó-. Podrás bajar a dos, pero más adelante, ya que hasta ahora has hecho un trabajo estupendo y no querrás echarlo a perder, ¿verdad?
Cathy negó con la cabeza. Acompañó a la terapeuta hasta la furgoneta y la ayudó a guardar sus cosas. Pepper se volvió y la abrazó.
– Has trabajado mucho y se nota, así que puedes estar orgullosa de ti misma, ¿vale?
– Lo haré.
Cathy esperó a que la furgoneta se perdiera de vista y después subió las escaleras hasta la casa.
Se detuvo en el recibidor. La verdad es que no sabía muy bien qué hacer. Tenía que tomar unas decisiones importantes en su vida, porque llevaba ya seis semanas en casa de Stone y no podía esconderse allí para siempre.
– Ya es hora de actuar como una adulta -se dijo, y se sentó en el último peldaño con las rodillas pegadas al pecho.
Aunque le gustaría mucho quedarse allí y disfrutar de la vida de los ricos, no era posible. El trabajo la estaba esperando.
Cathy arrugó la nariz. No deseaba volver a su antigua vida, tan aburrida. Había avanzado tanto en las últimas seis semanas… comía bien y hacía ejercicio. Se sentía bien consigo misma. Dormía de maravilla, y como guinda, había perdido casi diez kilos y dos tallas. Un par de kilos más, y todo resuelto.
Su mundo había dado un giro hacia mejor, y no quería perder la inspiración. No quería volver a lo que había sido antes. Pero nada de todo aquello contestaba la pregunta: ¿y ahora, qué?
La universidad no era una posibilidad. Quizás unas cuantas clases… si seguía con su turno de noche, podría asistir a clase por la mañana y dormir por la tarde hasta la hora de trabajar. Durante la noche tendría todo el tiempo del mundo para estudiar. Después de las doce, el servicio tenía poco trabajo, y a Eddie nunca le había importado que leyese, así que estudiar sería simplemente utilizar su tiempo de un modo más productivo.
– Está decidido -dijo en voz alta, poniéndose de pie. Pero en lugar de subir las escaleras, suspiró. No quería marcharse. No porque la casa fuese bonita, o porque hubiese alguien que se ocupara de cocinar y limpiar, sino porque no quería separarse de Stone. Le gustaba. Bueno, algo más: seguramente se había enamorado de él. En cuanto se marchase, él la olvidaría, pero ella no podría olvidarlo jamás.
Pero ya no podía quedarse allí por más tiempo. Estaba en condiciones de volver a trabajar y no tenía ni una sola excusa más para quedarse.
– Como he dicho antes -repitió-, es hora de ser adulta. Y mejor que me vaya yo a que tengas que echarme.
Subió la escalera y en el segundo piso, tomó la dirección de su despacho. La puerta estaba entreabierta, llamó y entró.
Stone levantó la mirada del ordenador y sonrió.
– Qué sorpresa. ¿Has terminado ya con Pepper?
– Sí, era nuestra última sesión. Me ha dejado instrucciones para que continúe con el programa de ejercicios y estoy decidida a hacerlo.
– Bien por ti -e hizo un gesto para que se sentara frente a él-. ¿Vienes sólo de visita? -preguntó.
– No. Tengo que anunciarte algo. Ya te he dado bastante la lata. Has sido muy generoso con tu casa y tu tiempo, pero necesito volver donde debo estar. Empiezo a trabajar el lunes.
Stone la miró con tanta intensidad que Cathy hubiera deseado poder mirar si tenía alguna mancha en la cara.
– ¿Ocurre algo? -preguntó.
Él sonrió, pero no fue más que le pálido reflejo de una sonrisa.
– No quiero que te vayas -dijo sin más.
Cathy parpadeó. ¿Habría oído bien?
– Pero es que ya no puedo seguir estorbándote.
– De eso, nada. Me gusta tu compañía -tomó un bolígrafo y lo hizo girar-. A veces esta casa es demasiado tranquila. No salgo mucho por razones obvias.
– No tendría que ser así.
– Esa no es la cuestión -le recordó-. Estamos hablando de tu marcha. ¿Estarías dispuesta a reconsiderarlo?
– Yo…
El corazón le latía desenfrenado en el pecho. ¿Qué le estaba diciendo? ¿Que de verdad iba a echarlo de menos? ¿Que había llegado asentir por ella lo mismo que sentía ella por él? ¿Que eran más que amigos?
– Stone, no sé qué decir -dijo, inclinándose hacia delante.
– Bien, porque todavía no te he hecho la oferta. Sé que tienes trabajo en el servicio de contestador, y eres muy buena en él. ¿Por qué no ibas a serlo? Eres una persona eficiente, incluso brillante, pero ese trabajo no supone ningún desafío para ti. Puede que me esté excediendo, pero creo que podrías ser mucho más.
Stone siguió hablando, pero ella no pudo oírlo. La creía brillante y eficiente. Genial. Una combinación de ordenador y perrito faldero.
Intentó que los sentimientos no se reflejasen en su expresión. ¿Por qué se habría hecho ilusiones? Había sido una estúpida. Stone no era como ella, y tenían muy poco en común. No la venía como una mujer, al menos no como una mujer que pudiera interesarle como pareja.
– Te estoy ofreciendo un trabajo -le oyó decir.
Eso llamó su atención.
– Perdona, ¿qué has dicho?
– He dicho que te ofrezco un trabajo como ayudante personal. Hace mucho tiempo que necesitaba cubrir ese puesto. Quiero que sea alguien que actúe como nexo de unión entre la oficina y yo, que asista a reuniones y algún que otro viaje. Al principio puede que te sientas un poco como pez fuera del agua, pero creo que podrás hacerlo. Es más, estoy convencido de que serás muy buena.
– ¿Un trabajo?
Stone frunció el ceño.
– Me gustaría de verdad que lo consideraras, Cathy, pero sólo si estás convencida de que es una buena oportunidad para ti. No pretendo insultarte, ni decirte lo que tienes que hacer.
– Lo comprendo -la cabeza le daba vueltas. ¿Un trabajo? ¿Con él?-. ¿Y querrías que yo hablase en tu nombre con la gente de tu empresa?
– Sí. Ahora mantenemos conferencias telefónicas, y seguiríamos con ellas, pero me gustaría que estuvieses allí como mi representante personal.
– No tengo estudios universitarios, y carezco por completo de experiencia en tu negocio.
– Ya lo sé. Tendrás que trabajar duro para ponerte al día. Es un reto y me gustaría que lo intentaras. Podríamos establecer un periodo de prueba de seis meses, tras el cual ambos evaluaríamos la situación.
Cathy apretó los dientes sólo para asegurarse de que no se quedaba boquiabierta. Aquello no era la declaración de amor que ella se había imaginado, pero sí un magnífico premio de consolación. ¿Trabajar con Stone? Sería excitante y diferente. Aprendería mucho. El horario iba a ser asfixiante, en eso no podía engañarse. Y ahora que hablaban de trabajo, todo en él había cambiado. Su postura era más rígida y su mirada más directa. Incluso su elección de palabras era más dura. ¿Podría soportarlo?
No estaba segura, pero sabía que no se lo perdonaría si dejaba pasar una oportunidad como aquélla.
– Creo que la idea tiene posibilidades -dijo, intentando un tono profesional.
Stone sonrió.
– Me alegro. Antes de que te decidas, tenemos que hablar de la logística. Preferiría que vivieras en la casa. Así estarías más accesible para mí. Estoy seguro de que podrías alquilar la tuya sin demasiada dificultad. De todas formas, si no te gusta la idea de vivir aquí, me gustaría que vivieras en otro sitio más próximo que North Hollywood.
¿Que quería que se quedara en su casa?
– Mm… no hay problema. Podría quedarme aquí.
– Bien. La empresa tiene un interesante paquete de beneficios sociales. Deberás concertar una cita con la directora de recursos humanos para hablar con ella directamente. Ahora sólo nos queda ponernos de acuerdo en el salario.
Stone le dio una cifra que la mareó. Iba a decirle que era demasiado, pero se tragó las palabras. ¿Qué sabía ella sobre cuál debía ser el salario del asistente personal del presidente de una importante compañía?
– Acepto.
– ¿Es eso un sí?
Ella sonrió.
– Desde luego. Tienes razón en lo de que al principio va a ser una locura, pero quiero aprender y no me da miedo el trabajo duro. Soy honesta y alguien en quien se puede confiar, e intentaré dar un cien por cien todos los días.
Ahora sí que parecía un perro leal, pero ya no le importó. No sólo iba a quedarse con Stone, sino que iba a trabajar para él. Se ganaría su respeto.
– Lo notificaré a recursos humanos -dijo, se levantó y se acercó a ella. Cathy se levantó también y cuando él le tendió la mano, ella reaccionó por impulso y lo abrazó.
Incluso antes de llegar a rozarlo se dijo que no debía hacerlo, pero era ya demasiado tarde. Aun así intentó dar marcha atrás, evitar aquel momento, pero entonces sintió unas manos grandes y fuertes descansar sobre su espalda.
– Me gusta mucho más lo que has pensado tú -murmuró, e inclinó la cabeza hacia ella.
Aquel abrazo había sido algo espontáneo, un gesto de amistad sin preparar, y Cathy no tenía ni idea de lo que significaba para él aquel beso, pero cuando sus labios se rozaron, ya no le importó.
No tenía experiencia para compararlo con otros, pero a ella le pareció maravilloso. Stone no se movió mucho, ni intentó profundizar, pero para ella era suficiente estar en sus brazos, rozando sus labios.
Subió sus manos hasta sus hombros y los apretó, y en respuesta, él ladeó la cabeza y se acercó un poco más a ella. El aroma de su cuerpo la invadió, un olor limpio, masculino y quizás un poco peligroso.
Sus cuerpos apenas se rozaban y Cathy deseó poder sentirlo pegado a ella. En alguna ocasión había leído que el pecho podía doler de deseo y no lo había comprendido, pero en aquel momento lo entendió. Los senos le dolían. Incluso habría jurado que estaban inflamados, deseando sentirse apretados contra él. Una oleada de estremecimientos recorrió su cuerpo de pies a cabeza, alcanzando incluso aquel lugar secreto entre sus muslos. Pensó que…
Stone rozó su labio inferior con la punta de la lengua, e inmediatamente perdió la capacidad de pensar y la de respirar. Pero no le importó. Toda su energía, sus sentidos, estaban concentrados en aquel punto húmedo.
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