Ula se sentó frente a él. A pesar de su corta estatura, tenía una presencia formidable. Como siempre, su traje gris estaba perfecta mente planchado e inmaculadamente limpio; no llevaba un solo pelo fuera de su sitio y su mirada era serena y firme. Habría sido una magnífica espía.

– No le va a gustar lo que tengo que decirle -anunció.

– A menos que me digas que te marchas, creo que podré con cualquier cosa que me digas.

– No, no me marcho. Me gusta mí trabajo. Se trata de Cathy.

Por alguna razón, sus palabras no le sorprendieron. Sabía que Ula había presenciado con interés el desarrollo de aquella peculiar relación.

– ¿Qué le ocurre?

– Le ha ofrecido un trabajo -dijo, como si eso lo explicara todo.

– Lo sé. Como mi asistente. Necesito a alguien y ella es perfecta. Es brillante, digna de confianza y necesitaba un cambio.

– No tengo nada que decir en cuanto a que es un buen cambio para ella. Lo que yo cuestiono son sus motivos, señor Ward.

– Estoy intentando hacer lo correcto.

Ula lo miró con desaprobación.

– Está intentando enmendar el pasado y eso no está bien, señor Ward. Cathy no es Evelyn, y por mucho que haga ahora no va a conseguir devolverle la vida a su esposa.

Ula siempre hablaba con franqueza y aquella ocasión no era una excepción. Stone tuvo que tragar saliva para no mostrar sorpresa ni ponerse a la defensiva.

– Tan perceptiva como siempre, Ula -concedió-. Admito que hay ciertas similitudes entre la situación de Cathy y la de Evelyn, pero sé que son dos mujeres distintas. Nada podrá devolverme a Evelyn -ni consolarle por lo que había hecho-. Cathy sólo necesita un pequeño empujón en su vida, y yo puedo dárselo.

Ula se inclinó hacia delante.

– Señor Ward, tiene que pensar bien lo que está haciendo. Cathy es una joven encantadora, con todas las cualidades que ha descrito antes: brillante, trabajadora y alguien en quien se puede confiar. Es muy leal, pero también joven e inexperta. Para ella, usted es un hombre trágicamente romántico. Se enamorará de usted. Puede que ya lo esté. Entonces empezará a soñar sin saber que usted es incapaz de quererla, y eso le romperá el corazón y la obligará a marcharse. Sería mejor que la dejase marchar ahora.

Las palabras de Ula lo sorprendieron profundamente. No quería pensar en que Cathy pudiera llegar a quererlo, porque él no quería amor. No quería sentir nada por nadie. Estar solo era mucho menos arriesgado.

– Estás exagerando. Somos amigos, nada más.

El recuerdo de aquel beso se entrometió, pero Stone lo apartó con determinación. Había sido un incidente que no iba a volver a repetirse.

– Sólo porque no quiera reconocer la verdad, no va a cambiar las cosas. No estoy diciendo que no deba quererla. Es usted un buen hombre en muchos aspectos, pero las cicatrices van mucho más allá de la mejilla, y los dos lo sabemos. Nunca será capaz de darle lo que ella se merece.

La verdad era tan fea como su cara. ¿Cuánto tiempo llevaría Ula viéndolo con aquella claridad?

– Cathy no es un juguete -continuó-. No puede jugar con ella hasta que se canse para después, tirarla a la basura. No creo que sea capaz de hacer algo así deliberadamente, pero es un problema potencial. Ha visto a Evelyn en ella, y quiere encontrar la forma de compensar lo que ocurrió antes.

– Estoy ofreciéndole una oportunidad, y sin ella, volverá a ese trabajo del servicio de contestadores que no puede llevarla a ninguna parte. ¿Es eso lo que quieres?

– ¿Y qué pasará cuando se enamore de usted?

– No lo hará.

No podía. Él no era merecedor de ese amor, y no podía arriesgarse a sentir nada por ella. Había querido a Evelyn y, al final, él había sido la causa de su muerte.

Ula juntó las manos.

– No puede protegerla como si fuese la princesa de un cuento. No está bajo ningún hechizo y esto no es un castillo encantado. Necesita saber la verdad. Lo merece. Al menos deje que sea ella quien elija.

– Ya ha elegido, y quiere trabajar para mí.

Ula lo miró en silencio y Stone se obligó a permanecer sentado cuando lo que necesitaba era pasearse por la habitación. Las palabras de su ama de llaves estaban dando en el blanco.

– ¿Sabe la verdad sobre Evelyn?

– Sabe lo del accidente, si te refieres a eso.

– No. ¿Sabe que se culpa por lo ocurrido?

– En cierto modo.

– Ya. ¿Y sabe lo que sentía usted por su esposa?

– Sabe que estábamos muy unidos y que era mi mejor amiga.

Los ojos de Ula se oscurecieron demasiado y su expresión se endureció.

– Así que no va a decírselo.

– ¿Decirle qué? Estás haciendo una montaña de un grano de arena.

– ¿Ah, sí? -Ula se levantó-. ¿Y qué hará cuando se enamore de usted? No creo que luego le dé las gracias por haberle destrozado el corazón, porque eso es lo que va a ocurrir, y los dos lo sabemos. Aunque quisiera hacerlo, usted no es capaz de quererla.

Y dicho esto, salió de la habitación.

Stone se quedó mirando la puerta y después volvió su atención al paisaje que tenía a la espalda. Por una vez, aquella extensión de mar y el cielo no fue un consuelo para él. Ula se equivocaba en muchas cosas. Aquello no era un cuento de hadas. No había castillo, aunque sí una bestia. Cathy era libre de entrar y salir a su antojo, y había decidido trabajar para él con los ojos bien abiertos. Le había ofrecido la oportunidad de su vida.

Y en cuanto a lo de enamorarse de él… no era posible. Él no era hombre capaz de inspirar esa clase de sentimiento. Era demasiado retraído, estaba demasiado marcado para resultar atractivo para nadie.

¿Y el beso?, le preguntó una voz interior, pero él le restó importancia recordándose que había sido una reacción mezcla de gratitud y la unión de dos adultos que se encontraban en un momento determinado. Nada más.

Y eso tenía que ser cierto, porque Ula tenía razón en un punto importante: él no podría volver a correr el riesgo de amar.

Y volvió a su ordenador y empezó a trabajar, haciendo caso omiso de la quemazón que sentía en el estómago y que le dejaba en la boca un sabor sospechosamente parecido al de la culpa.

Capítulo 10

Cathy se detuvo junto a la puerta del despacho de Stone. A pesar de todo el tiempo que habían pasado juntos, estaba nerviosa. Seguramente porque aquel día era distinto. Había dejado de ser sólo una amiga, o alguien a quien él estaba ayudando a recuperarse del accidente. Aquella mañana era ya su empleada.

– Puedo hacerlo -susurró. Se había repetido aquella frase unas doscientas veces durante los últimos dos días. Hasta aquel momento no había logrado convencerse, pero terminaría por hacerlo. Alcanzaría el éxito porque la alternativa era impensable. El proyecto era demasiado importante para fallar.

Se pasó la mano por la parte delantera de sus pantalones. Se había comprado dos pares, junto con dos sencillas blusas y unos zapatos planos. Aquella ropa era completamente distinta a los vaqueros sueltos y las camisetas que solía llevar, y la combinación de alimentos bajos en calorías con el programa de ejercicios de Pepper hacían notar sus resultados. Entre eso y su nuevo corte de pelo, se sentía casi bonita, quizás por primera vez en su vida.

– Eso está bien -se dijo-, porque hoy voy a necesitar toda la confianza que pueda conseguir.

Llamó con firmeza a la puerta del despacho de Stone y entró.

Él ya estaba trabajando y al verla entrar, sonrió. Cathy sintió que el estómago se le contraía. Estupendo. Menudo comienzo. Cada vez que creía tener la situación bajo control, ocurría algo que lo cambiaba. Como en aquella ocasión, que sus nervios eran una mezcla de tensión del primer día y de recuerdos del beso que habían compartido.

– Buenos días -dijo él, y miró su reloj-. Apenas son las ocho, Cathy. No te esperaba tan pronto.

Ella se encogió de hombros.

– No estaba segura de a qué hora querías que viniera, y sabía que tú vendrías pronto.

Según Ula, apenas dormía. Y tampoco bebía ni comía mucho. El trabajo era toda su vida, y ella había empezado a preguntarse si no se debería a que el trabajo era lo único en lo que podía confiar.

– ¿Qué te parece si estableciéramos las ocho y media como la hora oficial de comenzar a trabajar? -sugirió, al tiempo que se ponía en pie-. Prefiero que te quedes hasta algo más tarde a que empieces temprano. Tengo gente en la costa este que se ocupa de la apertura del mercado, pero no la suficiente para cubrir las incidencias internacionales en el lejano Oriente. Por aquí.

Stone abrió una puerta lateral de su despacho y Cathy lo siguió a otra habitación.

– Trabajarás aquí -le dijo.

Cathy miró a su alrededor, admirada. La verdad es que no se había parado a pensar cómo sería trabajar para Stone, pero desde luego no se había esperado tener todo un despacho para ella sola.

Era más pequeño que el suyo, pero había un enorme ventanal y la vista era preciosa. Una mesa en forma de ele dominaba la habitación, y en el ala corta había un ordenador con impresora. En la pared más alejada había varios armarios para archivo, una fotocopiadora y un fax. Frente a la puerta por la que habían entrado, había otra puerta más.

– Por ahí se accede a la sala de conferencias -dijo él-. En caso de que necesites convocar una reunión aquí, resulta muy útil. Lo mejor sería que pudieras avisar a Ula con un día de antelación si necesitas que sirva una comida, pero aun así siempre se las arregla a las mil maravillas si ha de preparar algo sin previo aviso.

Cathy estaba boquiabierta, y la cabeza le daba vueltas. ¿Si ella quería convocar una reunión? Sí, claro; era algo que hacía todos los días. Montones de reuniones de ella y su ordenador portátil en el servicio de contestadores.

La duda la asaltó. ¿En qué había estado pensando? No sabía nada del mundo de las inversiones y de las finanzas. No podría salir de aquel callejón en el que se había metido, y Stone estaba loco si pensaba que iba a pasar la prueba sin estropearlo todo. Tenía que ser sincera con él y decirle que había cometido un error.

Pero no quería hacerlo. ¿Y si de verdad fuese capaz de hacerlo? ¿Y si resultaba ser más lista de lo que pensaba, o el trabajo no era tan difícil? ¿Y si aquello era exactamente lo que pensaba, es decir, la oportunidad de su vida? No podía dejarla pasar. Quizás no volviera a presentarse.

– Empezaremos poco a poco -dijo Stone, acercándose al ordenador y dando una palmada sobre el monitor-. He pensado que esta mañana podrías contestar parte de mi correspondencia -sonrió-. Yo escribo mis propios memos y correspondencia electrónica, pero las cartas oficiales prefiero que me las hagan. Te he dejado algunas notas y ejemplos para que puedas ver el formato.

Y buscó entre los papeles que había dejado para mostrárselas. Cathy lo observaba. La camisa de color claro que llevaba realzaba su atractivo. Llevaba ya tanto tiempo con él que apenas notaba las cicatrices. Como siempre, verlo la dejaba sin respiración.

– No te lo he preguntado antes, pero ¿estás familiarizada con los ordenadores?

Cathy dio las gracias al cielo por haberse permitido el capricho de un ordenador portátil un año antes.

– Sí. Tenía un portátil, pero se achicharró en el incendio. Eddie lo ha llevado a reparar.

Se acercó a la mesa, se sentó y tras palpar el frontal de la máquina, encontró el interruptor y la puso en marcha.

– Bien -dijo Stone-. Cuando hayas terminado con las cartas, me gustaría que me organizases cierta información -señaló al montón de expedientes que había apilado en el suelo e hizo una mueca-. Ya sé que está hecho un lío. Llevo dos meses queriendo organizarlo, pero no he encontrado el tiempo. Me gustaría que diseñaras una hoja de cálculo con un archivo por cliente. No tengo ni idea de cuál puede ser la mejor forma de clasificar toda esa información, así que lo dejo en tus manos -miró a su alrededor-. Creo que eso es todo. Ah, hay un pequeño aseo al otro lado del vestíbulo. Ula se ocupa de que la nevera esté siempre llena. También hay café y tazas, y si quieres algo más, no tienes más que decírselo.

– Gracias, lo haré.

Stone volvió a sonreír.

– Entonces, te dejo manos a la obra.

Y se marchó.

Cathy se quedó mirando hasta que cerró la puerta entre los dos despachos y después se recostó en su silla y se cubrió la cara con las manos. ¿Y ahora qué? No tenía ni idea de por dónde empezar. Cuando se compró el portátil, la tienda en que lo compró le regaló un par de horas de formación para saber manejar los programas. Pero ¿una hoja de cálculo? Recordaba las instrucciones del profesor, pero sólo vagamente.

– Empieza con lo que sabes -se dijo-. Esto es un sí o un no, pero no hay soluciones intermedias. Bueno -y se enderezó en la silla-. Haré todo lo que pueda. Nadie puede pedirme más.