– Ya me ocupo yo -dijo con frialdad.

Art tomó nota de la indirecta y les dejó sitio. Hasta aquel momento, apenas lo había mirado. Ula debía haberle advertido sobre las cicatrices, y aunque Stone apreciaba su consideración, por un momento deseó que no fuese necesario. Pero no. Aquella no era noche para esa clase de pensamientos. Era la noche de Cathy.

– El chef les ha preparado un menú muy especial, tal y como solicitó -dijo Art-. El champán está enfriándose. ¿Quieren tomarlo ahora?

– Por favor -contestó Stone y se sentó frente a ella, pero la mesa era lo bastante pequeña para poder mantener la intimidad. Además estaban solos, y no corrían peligro de que otros clientes curiosos pudieran oírlos.

Art asintió y se marchó.

– ¿Qué te parece?

Ella se echó a reír.

– No hago más que acordarme de la frase de una película que vi hace años: no está mal ser el rey.

– Yo no soy un rey.

– Como si lo fueras -su sonrisa palideció-. En serio, Stone, te agradezco mucho todo esto. El tiempo que llevo contigo está siendo maravilloso. Casi no me puedo creer lo que me ha ocurrido en estos últimos meses.

La confianza en sí misma flaqueó, y aunque hubiera jurado que enrojecía, era difícil de decir con aquella luz tan tenue.

– Me alegro de haber podido ayudarte -dijo, sintiendo que el orgullo crecía en su interior. Eso era lo que quería: cambiar su vida. Le había dado más de lo que tenía antes. Ahora le iba mejor por haberle conocido a él, y eso le complacía, aunque sabía que con el tiempo tendría que dejarla libre y seguir sin ella. No tenían futuro juntos.

Ese era al menos el plan inicial, pero estando en aquel momento allí, en aquel restaurante, con Cathy tan preciosa y la música de fondo, no estaba ya tan seguro. Aunque seguía teniendo la certeza de que tenía que marcharse, sabía también que iba a echarla de menos más de lo que había planeado. Más de lo que quería. Pero cuando llegase el momento, la dejaría marchar y terminaría por olvidarla, porque era sólo un medio para llegar a un fin. Una forma de compensar el pasado.

Pero tenían aquella noche, y el tiempo que les quedara después, y estaba decidido a aprovecharlo hasta el último segundo.

Art volvió con el champán y lo sirvió. Le preguntó a Stone cuándo quería que empezase a servirles la cena y él le contestó que les diera veinte minutos.

Cathy miró a su alrededor.

– No sé cómo has conseguido preparar algo así.

– Ha sido cosa de Ula.

Cathy se sonrió.

– Es una mujer increíble. Me sorprende que no hayas conseguido meterla en el negocio.

– Lo he pensado, no creas, pero prefiero tenerla en casa. Todo va como la seda con ella, y teniendo en cuenta el tiempo que paso allí, lo necesito.

Cathy apoyó los brazos en la mesa.

– No es cosa mía, y seguramente vas a enfadarte… -empezó.

– Pero vas a decírmelo de todas formas.

Ella asintió.

– No es tan malo. No voy a decir que la gente no notaría la diferencia, pero tú le das muchísima más importancia de la que le daría el resto del mundo.

Estaban hablando de sus cicatrices y Stone se resistió al impulso de tocárselas. Aquella noche no quería recordar que físicamente era una bestia. Quería ser un hombre corriente con una mujer preciosa.

– Tú no sabes lo que es -dijo al final cuando resultó obvio que esperaba una respuesta.

– Me lo imagino. Yo me he pasado una gran parte de mi vida escondiéndome por temor a lo que otras personas pudieran pensar. Al principio me preocupaba por mi madre, pero después fue ya por mí. Fíjate en nuestra relación, en cómo nos conocimos. Hace seis meses, jamás se me habría ocurrido pensar que pudieras llegar a estar interesado en mí como la persona que era. Por eso necesité crearme un mundo falso, para que pensases que era interesante e importante. No voy a mentir diciéndote que he superado por completo esos temores, pero he avanzado muchísimo.

Y era cierto. Al final, dejaría de necesitarlo, y se marcharía. Mejor para ambos. Aunque lo deseara, nunca podría darle lo que ella necesitaba. Con tiempo, ella también se daría cuenta, y encontraría a alguien que pudiese dar todo lo que ella le diese.

– Olvídalo, Cathy. No puedes cambiarme.

Ella asintió.

– Lo haré porque es mi cumpleaños y lo estamos celebrando, pero no pienses que no voy a volver a la carga -sonrió-. No tienes tanta suerte.

– Pues yo creo que sí. Al fin y al cabo, eres tú la que va a asistir mañana a esa reunión.

Cathy gimió.

– No me lo recuerdes. Llevo toda la semana intentando no pensar en ello. No puedo creer que me hayas convencido para que vaya.

– Yo no te he convencido. Asistir a reuniones en mi nombre entra en la descripción de tu puesto.

– Lo lamentarás.

– No. Estarás brillante.

Cathy levantó su copa.

– Por la brillantez. O por lo menos, porque no cometa ninguna metedura de pata.

Stone entrechocó su copa con la de ella y tomó un sorbo. Cathy no había estado nunca en sus oficinas, y Stone quería que estuviera presente en la reunión del día siguiente, aparte de que él lo estuviera también vía conferencia. Su equipo necesitaba una pequeña remodelación, y Cathy era la persona adecuada para hacerlo.

La canción terminó y empezó otra. Una canción instrumental y lenta que le hizo desear bailar con ella. Antes de darse cuenta de lo que hacía, estaba de pie.

– ¿Me concedes este baile?

Cathy estaba demasiado sorprendida para aceptar verbalmente, así que dejó que Stone la levantase. Temblaba cuando él la abrazó. No tenía que dejarse llevar por el momento, pero era demasiado tarde para aquella clase de avisos. Si no estaba ya enamorada de Stone, aquella noche sellaría su suerte.

Cerró los ojos y apoyó la mejilla en su hombro. Estaban bien así, aunque él nunca querría verlo. Stone la confundía. A veces pensaba que la distancia entre ellos era por cómo la veía a ella y a su relación, pero en otras ocasiones, se preguntaba si no sería por sus cicatrices.

Seguramente no habría forma de averiguarlo, así que, mientras, disfrutaría de los buenos tiempos e intentaría no pensar en el futuro.

Fueron recorriendo la habitación al ritmo de la música. Stone no dijo nada; simplemente la abrazaba con delicadeza. Si pudieran estar así para siempre, solos los dos, la noche y la música…

Enamorarse de él había sido inevitable. Stone era un guerrero herido, un hombre que se consideraba a sí mismo una bestia, y cuyo único lazo con el mundo exterior era ella. ¿Cómo resistirse a algo así?

Alzó los brazos para rodearle el cuello, y él la abrazó por la cintura. Estaban tan juntos que podía oír el latido de su corazón y, contra su vientre, la prueba indiscutible de que la deseaba.

Pero eso no tenía por qué significar nada más aparte de una reacción natural a su proximidad, pero era más de lo que había tenido antes.

Despacio, con cuidado, consciente de que él podía separarse y destruirla con una palabra, le besó en el cuello.

Stone contuvo la respiración con un gemido audible. Su cuerpo entero reaccionó a aquel mínimo contacto de sus labios y ello le obligó a maldecir entre dientes. Empujándola suavemente por la barbilla, levantó su cara hacia él, pero antes de que pudiera besarla, Art apareció con sus ensaladas.

Se separaron a regañadientes y volvieron a la mesa, y tras un momento de conversación mundana sobre qué aliño deseaban para la ensalada, Art volvió a marcharse. Cuando se quedaron solos, hablaron del trabajo y de los libros que estaban leyendo.

Cathy comprendió por fin lo que estaba ocurriendo. Stone era, por encima de todo, un hombre. Podía creerse un monstruo y estar aún lamentando la pérdida de su esposa, pero tenía necesidades físicas. Por razones que Cathy no podía comprender, pero que la hacían muy feliz, deseaba acostarse con ella. También sabía que él jamás daría el primer paso. No sólo vivía en su misma casa, sino que trabajaba para él. Jamás se aprovecharía de esa situación. Él no iría en su busca, pero ella sí que podía hacerlo… si estaba dispuesta a jugárselo todo.

Partió un rollito por la mitad y tomó un bocado. A eso se reducía todo, ¿no? ¿Estaba dispuesta a correr el riesgo? ¿Sería capaz de meterse en esa situación con los ojos abiertos, consciente de que él sólo quería una aventura pasajera? Porque no sería más que eso, durara lo que durase. Al final, terminaría por perderlo.

No tenía sentido hacerse aquellas preguntas. Por supuesto que merecía la pena. Estaba cansada de no saber, de esconderse de la vida. Quería más. Quería vivir. Quería que Stone fuese su primer hombre.

Pero no sería aquella noche. Necesitaba aclarar algunas cosas, estar preparada. Pero pronto, sería pronto.

– Sé lo que estás pensando -dijo él.

Cathy se echó a reír.

– Lo dudo.

– Te estás preguntando si te voy a hacer algún regalo.

– Pues no -hizo un gesto hacia el restaurante-. Este es mi regalo, y es maravilloso.

– Pero eso no es todo.

Del bolsillo de su chaqueta sacó una pequeña caja. Cathy se quedó mirándola.

– Gracias -dijo, y la voz le tembló por que estaba conteniendo las lágrimas.

– Aún no la has abierto.

– Ah, sí.

Le costó un poco abrirla, pero al final lo hizo. Sobre una cama de terciopelo blanco, había unos pendientes cuadrados de esmeraldas rodeados de brillantes. Centelleaban a la luz de las velas.

Apenas podía hablar.

– Son increíbles.

– Pues no te atrevas a decir que son demasiado o alguna de esas tonterías que soléis decir las mujeres en momentos como estos. Quería que tuvieras algo bonito, y ya está.

La aspereza de su voz lo delató y Cathy puso una mano sobre la de él.

– Entonces, no lo diré. Son el regalo más perfecto que me han hecho en toda mi vida. Gracias, Stone, Los conservaré siempre.

– Eso está mejor -masculló.

Se quitó sus sencillos aros de oro y se colocó las esmeraldas.

– ¿Qué tal? -preguntó.

– Son muy bonitos -contestó, frunciendo el ceño.

– ¿Qué pasa?

– Estaba pensando que necesitabas estar en un sitio especial para llevarlos.

– Este sitio es especial.

– No me refiero a eso.

– Stone…

– No es nada. Es que esta es la primera vez que salgo a cenar desde… -se encogió de hombros-. Desde hace mucho.

Desde que Evelyn murió, se dijo ella en silencio.

– Deberías salir más. Llevo meses diciéndotelo.

– Lo sé. No es que me guste, pero tengo obligaciones sociales que llevo meses dejando de lado. Puede que haya una forma de hacerlo.

– ¿Ah, sí? ¿Cómo?

Stone sonrió.

– Una fiesta de disfraces. Yo seré el fantasma de la ópera.

Los dos se echaron a reír, y aún seguían cuando Art volvió con sus platos. Él los miró extrañados, pero ellos lo ignoraron.


– No puedo hacerlo -susurró Cathy a través del teléfono móvil, aunque estaba sola en el coche y nadie podía oírla.

– Entonces, ¿por qué has accedido? -preguntó Stone.

Cathy miró a su alrededor. Estaba en el aparcamiento.

– Si no vas a ser medianamente razonable, prefiero no tener esta conversación contigo.

– Cathy, todo va a salir bien. Te están esperando, saben que eres una mujer inteligente y se desharán en atenciones para que te sientas cómoda.

Cathy cerró los ojos.

– Ojalá pudiera creerte.

– Después de la reunión, serás tú quien informe directamente al jefe, a quien muchos de ellos no conocen en persona, así que querrán que me hables maravillas de ellos.

No se le había ocurrido pensarlo así.

– Ah, pues eso me gusta.

– Me lo imaginaba.

– Gracias por prestarme el BMW.

– Pensé que conducirlo te asustaría lo suficiente para que no pudieras pensar en la reunión.

Cathy se echó a reír.

– Y ha funcionado como esperabas… hasta que me has deshecho con tu lógica, claro.

– Respira hondo. Estás fantástica, conoces el tema y si alguno de los presentes te molesta, tienes el poder para despedirlo.

– ¿De verdad?

– Claro.

– Yo nunca haría algo así.

– Lo sé, pero recuerda que eres tú quien manda. Si alguien se sale del tiesto, lo fusilas. O me lo dices a mí, que seguramente es mejor.

– Ya. Bueno, señor Ward, muchas gracias por el apoyo moral.

– Llámame en cuanto vuelvas al coche. Quiero saberlo todo.

– Te lo prometo. Hasta luego. Colgó y sonrió. Sabía que Stone conseguiría serenarla. Por eso lo había llamado. Por eso y para oír su voz. Ojalá estuviera allí con ella. La reunión sería mucho más fácil estando juntos. Pero Stone, de Ward International, no asistía a las reuniones. Al menos, ya no.

Recogió su maletín, una sorpresa que la esperaba en su mesa aquella mañana, y su bolso. Tras cerrar el coche con la alarma, tomó el ascensor hasta el piso veinticinco.