– No, no. Están vacíos.

Cathy volvió su atención a la barra de labios. El color era un coral algo oscuro que al principio no le había gustado demasiado, y había sido la insistencia de la chica de la perfumería la que…

– Está tan guapo como siempre -dijo una de las mujeres con la voz ligeramente ahogada por la puerta-. Con esa máscara y la capa, parece el protagonista de El fantasma de la ópera.

Cathy miró por encima del hombro. Ambas mujeres estaban usando el lavabo, y al parecer se habían olvidado de que no estaban solas, o les importaba poco no estarlo. En cualquier caso, como estaban hablando de Stone, se sintió con derecho a escuchar.

– Una figura trágica -dijo la otra-. Es una pena que se retirara de esa manera tras la muerte de su mujer.

– ¿Cómo era ella?

– No te creas, que no era nuestro tipo.

– ¿Ah, no?

– No. Muy corriente. Al parecer llevaban años siendo amigos y de pronto, un buen día, se casaron.

– Qué romántico, ¿no?

– De eso nada. Los padres de él insistían en que se casase con una mujer de su círculo, y al parecer él no estaba dispuesto a aceptarlo, así que se casó con Evelyn.

– Ah, eso, Evelyn. No me acordaba de su nombre. Nos vimos unas cuantas veces. Parecía muy dulce, pero nada atractiva. De todas formas, no congeniamos demasiado. No sabía que no era de buena familia.

– Y eso no es lo peor. Ella lo adoraba, mientras que él…

El ruido del agua al caer ahogó las palabras que siguieron y Cathy casi gritó de frustración, pero el agua le recordó que no iba a seguir sola mucho tiempo, y quitándose una horquilla del pelo, se concentró en arreglar aquel desastre menor para disimular.

Las mujeres salieron juntas y parecieron dudar un poco al verla, pero Cathy se hizo a un lado para hacerles hueco y les ofreció una sonrisa distraída.

La rubia comenzó a lavarse las manos.

– Él no la quería -dijo en voz baja-. Nunca pasó de ser su amiga. Yo creo que para él era una especie de proyecto… ya sabes, una forma de ayudarla a mejorar. Él sabía que ella lo quería, claro, pero eso sólo sirvió para que la compadeciera.

Cathy casi se atravesó el cuero cabelludo con la horquilla. No sabía qué pensar. Aquella mujer no podía estar diciendo la verdad. Stone había querido a Evelyn; es más, su duelo por ella duraba ya años.

– Entonces, ¿por qué se apartó de todo? -preguntó la otra mujer-. Esta es la primera fiesta que da desde hace años, y nadie le ha visto en ninguna parte desde el accidente.

– No es por ella, sino por las cicatrices. No olvides que él también estaba en el accidente. Qué propio de un hombre esconderse así cuando muchas mujeres encontrarían muy sexy algo así. Ahora, claro, si eres mujer y tienes el más mínimo agujero en la cara, los hombres salen corriendo como alma que lleva el diablo.

Las dos salieron el baño riéndose, y Cathy se quedó mirando la puerta sin saber qué pensar. No podían hablar de Stone… aunque sabía muy bien que era así. Pero él quería a Evelyn. Ella era todo su mundo. Eso era lo que él le había dicho.

Terminó de arreglarse el pelo y se sentó en una de las sillas que había frente al espejo. La cabeza le daba vueltas. ¿Sería verdad todo aquello?

Un proyecto, había dicho la rubia. Alguien por quien sentía lástima. Alguien a quien podía ayudar.

La sangre se le heló en las venas. No podía ser cierto, y aunque lo fuera, ella no era Evelyn. Pero el paralelismo estaba demasiado claro. Ella también era corriente, pobre y estaba sola en el mundo.

– Dios, que no sea así -susurró.

Un grupo de mujeres entraron en el lavabo y la miraron con extrañeza. Cathy se puso de pie y salió. Tenía que escapar y pasear un rato por el jardín hasta que la cabeza se le aclarara y pudiera volver a pensar. Tenía la sensación de que el mundo entero se tambaleaba y que ella era incapaz de mantener el equilibrio. Cualquier cosa menos lástima, pensó. Podría soportarlo todo menos eso.

Salió al recibidor y al jardín. Retazos de música se escapaban de la carpa y estaba a punto de escabullirse cuando oyó que alguien la llamaba.

Eric, uno de los hombres de la oficina de Stone, se acercaba sonriendo.

– Están tocando un vals, Cathy. ¿Quieres bailar?

Pero antes de que pudiera encontrar una forma educada de decirle que no, sintió más que oyó acercarse a Stone.

– Me temo que la señorita me tenía prometido este baile -dijo, tomando su mano, y Cathy sonrió a Eric a modo de disculpa.

– Te he estado observando -dijo cuando entraron en la carpa-. Temía que no te encontrases bien.

– Estoy bien. Es que tenía un pequeño problema con el pelo.

– El pelo y tú estáis preciosos esta noche -murmuró al tomarla en los brazos.

La música era preciosa y fácil de seguir. Había más parejas bailando y Cathy intentó dedicarse a contemplar sus disfraces, a absorber aquella maravillosa escena, lo que fuera con tal de evitar pensar en lo que acababa de saber, porque no tenía sentido hablar con Stone en aquel momento. Más tarde, cuando estuvieran solos, buscaría la verdad.

Pero ni siquiera el placer de estar en sus brazos era suficiente para dejar de pensar. ¿Hasta qué punto sería cierto lo que había oído? ¿Sería ella otro proyecto para él? Se recordó que eran amantes, y que al menos deseaba tenerla en la cama. No podía fingirse esa clase de pasión. ¿Sería bastante? No tenía respuesta para esa pregunta, pero tuvo la sensación de que iba a tener que bastar. Igual que la de Evelyn, su historia no iba a tener un final feliz.

Capítulo 14

Stone estaba contemplando cómo Cathy se quitaba las horquillas del pelo. Ya se había quitado el vestido y el maquillaje, y llevaba una bata corta color melocotón a juego con un camisón también corto.

Se estiró bajo las sábanas y la esperó con impaciencia. Aunque le gustaba verla así, preparándose para dormir, aquella noche estaba ya excitado y esperándola. Quería tener la entre los brazos, pegada a su cuerpo; quería besarla y saborearla. Quería deslizar la mano entre sus muslos y encontrarla ya húmeda, esperándolo.

– Pensar en ello no me hace la espera más fácil -murmuró entre dientes.

Cathy lo miró.

– ¿Qué decías?

Terminó de quitarse las horquillas y empezó a pasarse el cepillo.

– Nada. Hablaba solo.

– Ah.

Volvió su atención al espejo y Stone frunció el ceño. Había algo diferente en ella aquella noche. En lugar de bromear, estaba callada.

– ¿Ocurre algo?

Cathy dejó el cepillo, apagó la luz del tocador y se acercó a la cama, pero en lugar de meterse bajo las sábanas con él, se sentó con las rodillas bajo la barbilla.

– He oído cosas en la fiesta -dijo.

Así que era eso…

– No me sorprende. Muchos de ellos llevaban años sin verme. Puede que incluso pensasen que había muerto.

Eso le valió una sonrisa.

– Estoy segura de que se alegraron de comprobar que no es así.

– No estés tan segura. A mis competidores les encantaría -se colocó una segunda almohada bajo la cabeza-. Dime qué te ha molestado.

Cathy inspiró profundamente.

– Yo no diría que me haya molestado. Es que… sé que no es asunto mío.

– No tengo demasiados secretos.

– Oí a dos mujeres hablar sobre Evelyn. Una de ellas la conocía, y la otra sólo la había visto un par de veces. Dijeron que no estabas de luto por ella, porque nunca la habías querido.

Entonces fue Stone quien dudó. No debería sorprenderle que la gente hablase. Al fin y al cabo, él era buen material para el chismorreo. Llevaba años siéndolo, y el tiempo que había pasado en soledad le habría hecho aún más interesante… al menos, para determinado tipo de personas.

En el fondo, siempre había sabido que la verdad terminaría por aflorar, y Cathy era una parte tan importante de su vida que no podía seguir manteniéndola oculta, siempre y cuando no tuviera que decirle todo.

– Supongo que ha llegado el momento de hablar de ello -dijo con desenfado, pero será mejor que te acomodes, porque es una historia larga.

Dio unas palmadas sobre la almohada, pero ella contestó que no con la cabeza.

– Estoy bien aquí.

– Sabes que Evelyn y yo éramos amigos -empezó-. Tras la universidad, empecé a trabajar en el negocio de mi familia. Evelyn siguió estudiando para obtener un título de postgrado. Mis padres se dieron cuenta de pronto de que tenían un hijo que andaba por los veinticinco años y que había que casar. Celebraron unas cuantas fiestas e invitaron a todas las chicas que ellos consideraban adecuadas. Yo sabía que se esperaba de mí que eligiese a una de ellas.

Recordó aquellos días. Era verano, por que Evelyn estaba mucho por su casa. Sus padres no querían invitarla a ella, por supuesto, pero sabían bien que no podían excluir a su mejor amiga.

– No pensé que fuese tan importante -admitió-. Yo nunca había estado enamorado, pero había tenido un montón de novias, y pensé que simplemente sería más de lo mismo. Pero el matrimonio es algo serio, y pasado un tiempo llegué a la conclusión de que no iba a permitir que me obligaran a escoger a alguien simplemente por quién fueran sus padres y por cuánto dinero pudiese aportar a la familia. La tensión se hizo tremenda entre mis padres y yo.

Recordaba bien las discusiones, los ruegos de su madre, la ira fría de su padre. Recordaba perfectamente la ocasión en que su padre lo llevó aparte para informarle de que los Ward llevaban generaciones casándose por el bien de la familia. Fue entonces cuando se dio cuenta de que sus padres no se habían casado por amor.

– Yo quería más -le explicó-. Al menos es así como empezó. Entonces, ya por puro espíritu de contradicción, me decidí a elegir a alguien que a ellos pudiera parecerles bien. Una tarde, me estaba quejando a Evelyn de la situación. Nombré todas las cualidades que quería encontrar en una mujer: alguien inteligente, buena conversadora, con un gran sentido del humor. Recuerdo que estábamos sentados en la playa. Me había tomado la tarde libre. Ella me miró y con una sonrisa me dijo: «alguien como yo». Entonces supe que tenía razón.

– Y le pediste que se casara contigo -concluyó Cathy.

– Sí. Y ella aceptó -Stone se frotó los ojos-. No sé en qué estaba pensando. En cierto modo, me parecía casi una broma, pero cuando ella empezó a hablar, me di cuenta de que iba en serio, y creí que yo también.

El pasado volvió como tantas veces.

– Dijo que estaríamos bien juntos, y yo supe que tenía razón. Siempre nos habíamos llevado bien. Nos gustaban las mismas cosas, compartíamos los mismos sueños, así que decidí seguir adelante, al menos durante un tiempo. Mis padres se pusieron furiosos y reaccionaron de la peor manera posible: prohibiéndome que me casara con ella.

Cathy asintió.

– Y eso sólo sirvió para que tú te empeñases aún más.

– Tenía veintiséis años, pero tampoco puedo eludir mi responsabilidad.

Él era el culpable de lo ocurrido, porque había tenido ante las narices tantos signos…

– Estuvimos saliendo bastante tiempo después de comprometernos -dijo-. Más de un año. Fui yo quien insistió en que fuera así. Supongo que una parte de mí mismo sabía que lo que estábamos haciendo no estaba bien, pero no supe cómo pararlo o cómo mejorarlo -se aclaró la garganta-. Un par de meses después de sellar nuestro compromiso, me di cuenta de que Evelyn estaba enamorada de mí. Llevaba años estándolo. Casarse conmigo había sido su mayor deseo.

– Y tú no querías hacerle daño -dijo Cathy con suavidad.

Él asintió.

– Era tan importante para mí, que pensé que sería capaz de hacerlo funcionar. Yo la quería, pero como a una amiga, y en aquel tiempo no pensé que hubiera mucha diferencia. Estaba equivocado.

Había muchas cosas que no iba a contarle a Cathy. Cosas personales que Evelyn y él habían compartido. Todavía recodaba la primera vez que hicieron el amor, pero ese recuerdo no era como el de la mayoría de los hombres. Sabía que ella era virgen y había estado posponiéndolo todo lo posible. No es que tuviera problemas excitándose con ella, pero la pasión no había llegado a encenderse. Tras unas cuantas ocasiones, se dio cuenta de que empezaba a evitarla físicamente, y fue la inexperiencia de ella lo que le impidió darse cuenta de lo poco que hacían el amor, comparados con otras parejas. Al final, no había sido capaz ya de fingir.

– El matrimonio resultó ser un desastre -dijo-. Ella era incapaz de encontrar una razón que lo explicase, y yo me sentía culpable constantemente. Intenté solucionarlo, pero no sabía cómo. En lo único que podía pensar era en que yo había sido su único hombre y que nunca la había deseado a ella de ese modo.

Cathy se apretó las rodillas contra el pecho y se recordó que había sido ella quien había iniciado aquella conversación. Por razones que ya no podía recordar, había querido conocer toda aquella información, pero ahora lo lamentaba. Cuanto más le contaba, más real se volvía Evelyn. O peor: más similitudes encontraba entre sus situaciones.