Pero tenía que averiguar la verdad. Se lo debía a sí misma y a él… bueno, a los tres.
Guardó los folletos en la bolsa junto con el libro y entró. Quizás si trabajaba un rato, conseguiría despejarse y aclarar los pensamientos, así que se dirigió a su despacho y contempló aquel mobiliario ya familiar.
Otra farsa. Se había estado engañando a sí misma. Ella no era una ejecutiva, sino la amante de un hombre rico que jugaba a tener un trabajo real para justificar su presencia en su vida. Ahora era una amante embarazada. No había nada único en aquella historia… incluyendo el hecho de que Stone iba a querer deshacerse de ella lo antes posible.
El dolor era tan intenso que le costaba respirar. Todo iba a terminar, y ella no podía hacer absolutamente nada para impedirlo.
Una voz en su interior le dijo que también podía ocultarle el embarazo, al menos durante un tiempo. Quizás…
No. No iba a jugar ese juego. Quería ser honesta por lo menos. Su relación había empezado con un montón de mentiras, pero terminaría con una verdad. Había sobrevivido sin él la mayor parte de su vida, y podría volver a hacerlo. Y en cuanto al bebé, ella se ocuparía de cuidarlo. Ya no era la persona débil e insignificante que había sido seis meses atrás. Había madurado y cambiado. Ahora era fuerte, y no podía olvidarlo.
Inspiró profundamente para hacer acopio de fuerzas, llamó a la puerta que separaba su despacho del de Stone y entró.
Él estaba trabajando en el ordenador. Cuando la vio entrar, sonrió. El sol se reflejaba en su pelo oscuro y su mejilla inmaculada estaba de cara a ella; como siempre, su belleza masculina la impresionó.
– ¿Qué tal la cita con el ginecólogo? Espero que no haya intentado propasarse.
Cathy se sentó frente a él e intentó sonreír.
– En absoluto. Para empezar, la mayoría de médicos son buenos profesionales, y para terminar, era ginecóloga.
– Ah. Me alegro. En serio, supongo que eso te hará más fácil el reconocimiento. ¿Todo ha ido bien, entonces?
– Estoy perfectamente bien.
Se miró las manos. Normalmente solía llevar vestidos, o falda y blusa para trabajar, pero aquella mañana se había puesto unos pantalones y una blusa. Con el generoso salario de Stone, se podía permitir ropa bonita. Había pagado lo que le faltaba del crédito de la casa, había ahorrado algo de dinero y se había comprado un coche nuevo, de modo que no iba a necesitar mucho. Menos mal, porque no iba a tenerlo.
– Cathy, ¿qué pasa?
Con qué facilidad podía leerle el pensamiento. Sería una de las cosas que echase de menos. Eso y la risa, sus conversaciones sobre el negocio, la pasión, los abrazos, el hecho de que alguien supiera dónde estaba todos los días y pudiese echarla de menos si llegaba tarde.
– He estado pensando en nosotros -dijo-. En el futuro. ¿Adónde crees que nos va a llevar esta relación nuestra? Me refiero a la personal, no a la profesional.
Stone guardó el archivo en el que estaba trabajando y se volvió de frente a ella. Ojalá ella tuviese la misma capacidad que él para leerle el pensamiento, porque su expresión era perfectamente indescifrable.
– Lo que quieres saber es si veo esto como algo que puede durar indefinidamente, ¿no?
Su voz era baja y formal, casi como si se estuviera dirigiendo a un grupo o haciendo una presentación.
Ella asintió.
– Sí, eso es.
– Ya -entrelazó las manos y las apoyó sobre la mesa-. Tú me importas, Cathy. Creo que eso ya lo sabes. Somos buenos amigos, trabajamos bien juntos y estamos bien viviendo juntos. Creo que eso es importante.
Tenía la sensación de estar siendo atravesada por cientos de flechas diminutas. En cierto modo, no había forma de continuar aquella conversación, pero había una parte de sí misma que necesitaba oírle decir las palabras.
– Tú no me quieres -dijo.
– No.
Algo dentro de ella murió y la invadió una terrible frialdad. La habitación le dio una vuelta y después se detuvo.
– No es culpa tuya -añadió-, y te ruego que no te lo tomes como algo personal. Es que yo no podría querer a nadie, pero si las cosas pudieran cambiar, estoy seguro de que sería contigo. Lo siento.
Sí; ella también lo sentía.
– Pues a mí me parece algo muy personal -consiguió decir. Menos mal que la voz no le había temblado.
– Cathy, no. No lo tomes así. Yo… -la voz le falló-. Es por Evelyn.
Aquello no tenía sentido.
– Tú nunca la quisiste, y sé que no estás de luto por ella. Me lo dijiste tú mismo.
– Lo sé, y es verdad, pero debería haberla querido. Se lo debía -hizo una mueca-. Estaba celosa. Cuando dejé de… -carraspeó-. La parte física de nuestro matrimonio se deterioró rápidamente y después de un tiempo, ella se convenció de que había alguien más. No lo había, pero no conseguía que me creyera.
Sus ojos oscuros contemplaron un pasado que ella no podía ver.
– Intenté enamorarme de ella. Si lo conseguía, todo se arreglaría, pero aprendí que eso es algo que no se puede forzar. Respetaba a mi mujer, disfrutaba con su compañía y la quise con tanta intensidad como jamás he querido a otra persona, pero como amiga. Nada más. Entonces fuimos a aquella maldita fiesta. Ojalá pudiera decirte que estaba tan borracho que no me enteraba de nada, pero no es verdad. Yo no tenía intención de ir más allá después de que me besara, pero le dejé hacer. Permití que otra mujer me arrinconara y me besara. Después la besé yo -se frotó los ojos-. Y lo peor de todo es que me excitó.
Bajó las manos y la miró.
– Eso es lo que Evelyn vio. Me vio besar a otra mujer, y cuando me separé, vio que estaba excitado. La última vez que habíamos intentado hacer el amor, yo no había conseguido una erección, pero allí estaba, listo y dispuesto para hacerlo con otra mujer.
Cathy no quería oír nada más. Conocía el fin de la historia y estaba segura de hasta qué punto tenía que ver con ella. Stone tenía razón. En cierto modo, aquello no era una cuestión personal, pero lo importante era que, por mucho que ella lo quisiera, él no sentía lo mismo.
– No necesito decirte que nos marchamos inmediatamente -continuó-. Yo estaba demasiado borracho para conducir, así que Evelyn condujo. En cuanto llegamos a la autopista empezamos a discutir. Ella tenía por fin la prueba que había estado buscando; sus temores sobre mi supuesta infidelidad estaban confirmados. Intenté explicárselo, pero no quiso escucharme. Lo único que quería saber era que ella no podía excitarme y que aquella mujer sí. La había destrozado. Siempre la había querido y al final, le hice más daño del que le habían hecho en toda su vida.
Guardó silencio durante unos minutos; fue Cathy quien tomó el hilo de la historia.
– Esa fue la noche del accidente.
No era una pregunta.
– Murió en el acto, pero yo sobreviví. Evelyn murió pensando que la había traicionado. Lo único que quería era que nos quisiéramos, y ésa era la única cosa que no pude darle. Jamás podré compensar eso, y me voy a volver loco.
Las piezas del puzzle encajaron a la perfección. Cathy creía comprender el final de la historia, pero se equivocaba. La cuestión no era que Stone no la quisiera por no haber querido a Evelyn. Eso era muy sencillo. Quería compensar lo ocurrido entre su mujer y él. Quería compensarla, pero como ella ya no estaba, había encontrado a alguien a quien ayudar. De una forma un tanto extraña, había ocupado el lugar de Evelyn en su vida. Debía pensar que, haciendo obras de caridad, podía compensar el pasado.
– Crees que soy Evelyn -dijo.
– Por supuesto que no. No tenéis nada en común.
Cathy se levantó porque la necesidad de moverse era imperiosa y tras cruzarse de brazos, se acercó a la ventana.
– No sé cómo no lo he visto antes -dijo, más para sí misma que para él-. Hay tanto parecido…
– No os parecéis en nada.
– Dime en qué somos diferentes.
– Yo te deseo -dijo, como si bastase la pasión. Como si el hecho de que quisiera tenerla en su cama compensase el hecho de no quererla.
– Eso no es suficiente. Me has utilizado como medio para alcanzar un fin. No soy más que un proyecto para ti, y no una persona real.
Pensó en el hijo que llevaba dentro. Si no era real, ¿qué pensaría del bebé? La idea le hizo estremecerse.
– Cathy, tú no lo entiendes.
Se volvió bruscamente hacia él.
– Lo entiendo perfectamente. Has estado jugando con mi vida, y eso no se puede hacer, Stone. No puedes sacar a una persona de su mundo, cambiar sus circunstancias y después no aceptar la responsabilidad por lo que has hecho. ¿Qué te creías, que iba a aceptar todo esto y después, un buen día, marcharme y no volver a pensar en ti?
– No, claro que no. No había pensado nada de eso. Tú me importas. Creía que éramos amigos. Sólo quería ayudar.
– Y al mismo tiempo, deshacerte un poco de la culpabilidad que sientes por lo de Evelyn.
Su expresión se endureció.
– Nada cambiará lo que ocurrió con ella.
– Tienes razón -espetó, mirándolo fijamente-. ¿Por qué no me habré dado cuenta antes? Nada cambiará lo que sientes por el pasado. Supongo que los dos hemos actuado sin pensar.
Él habló, pero ella ya no le escuchó por que la necesidad de escapar era imperiosa. Salió del despacho, entró en el suyo, recogió el bolso y se marchó. No sabía adónde se dirigía, pero tenía que salir de allí como fuera.
Stone estaba sentado solo, en la oscuridad. No quería ver la habitación que habían compartido. En las sombras podía fingir estar en cualquier otra parte menos en el dormitorio en el que habían pasado horas tan felices juntos. Desgraciadamente la oscuridad no podía ocultar el aroma de su perfume, al igual que tampoco podía borrar lo que se habían dicho el uno al otro.
Sabía que le había hecho daño. Sin querer, había hecho precisamente lo que intentaba evitar. Había pensado que podían ser simplemente amigos, pero Cathy había tenido razón en todo lo que le había dicho. Se había inmiscuido en su vida sin pensar en las consecuencias.
Cathy se había dado cuenta de que pensaba en ella como un proyecto, y si no podía compensar el pasado, al menos podría conseguir que cobrase sentido. Había tardado un tiempo en darse cuenta de que ella era una persona con su propio destino, pero para entonces ya era demasiado tarde. Ya eran amantes.
Había actuado de un modo egoísta e irreflexivo. Ula había intentado advertirle, pero él no había querido escuchar. Había hecho lo que no tenía que hacer, aunque para ello sus razones fuesen poderosas, y ahora Cathy estaba pagando el precio.
¿Por qué había salido todo tan mal, cuando él sólo pretendía ayudar? ¿Por qué no se había dado cuenta de lo que estaba haciendo?
Se quedó sentado en silencio durante un rato, esperando que llegase la respuesta, que por fin llegó hasta él. En un momento de revelación seguido por un profundo desprecio de sí mismo, se dio cuenta de que era un cerdo egoísta que se creía más listo que nadie. Había dado por sentado que sabía lo que hacía y que trabajaba por conseguir un bien mayor, cuando en realidad lo había hecho todo por su propio interés y por el de nadie más.
Miró el reloj. Era casi medianoche. Llevaba horas fuera. ¿Y si no volvía? ¿Y si volvía? ¿Qué iba a decirle? Podía disculparse, pero eso no sería nada después de lo que había hecho.
Como si sus pensamientos hubieran tenido el poder de conjurarla, oyó sus pasos en el pasillo, y encendió la luz justo cuando ella entró en la habitación.
Estaba despeinada y tenía ojeras. A pesar del poco maquillaje que le quedaba a sus mejillas, parecía pálida y cansada.
– ¿Te encuentras bien? -preguntó, medio levantándose, pero ella, con un gesto, se lo impidió.
– No sé cuáles son tus planes respecto al trabajo -le dijo desde la puerta-, pero no me importan.
Sabía que no iba a querer saber nada de él como amante, pero no se había imaginado que dejaría también el trabajo.
– Creía que te gustaba tu trabajo -dijo-. A mí me gustaría que te quedases. Eres muy buena.
– También soy muy buena en tu cama, pero eso no quiere decir que esté dispuesta a seguir haciéndolo -espetó con rabia-. No pienso ser la querida de ningún hombre, ni siquiera la tuya.
Si pretendía dejarle clavado, lo había conseguido.
– Por favor, quédate -le dijo antes de poder contenerse.
– No. No puedo.
– No quieres, que no es lo mismo.
– Déjate de semánticas, Stone. Hubo un tiempo en el que habría aceptado tu ofrecimiento. Me habría quedado aun sabiendo que no había futuro aquí. Pero he cambiado. Me creo digna de mucho más. Tú me lo has enseñado. La próxima vez, ten más cuidado con quién te traes del arroyo.
– No, no ha sido así, y lo sabes. No intentes convertirte en un objeto. Llevábamos dos años siendo amigos antes de que todo esto empezase, y para mí eso tiene un valor, aunque para ti no lo tenga.
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