– Hola, Cathy.

Stone se acercó a ella. La noche estaba cuajada de estrellas, pero no había luna, de modo que el momento fue igual que cuando se encontraron por primera vez en su casa.

– Stone… qué sorpresa.

– ¿Estás enfadada?

– Debería estarlo, seguramente, pero no, no lo estoy -dio un paso hacia la casa-. Entremos para que me expliques por qué estás aquí.

– ¿Así, tan tranquilamente?

– ¿Qué esperabas? ¿Una escena?

– No. Supongo que me has olvidado por completo, y no te culpo. No merezco otra cosa.

– Es verdad, no la mereces, pero desgraciadamente no he olvidado. Eso sí, he aprendido a vivir sin ti -una brisa fresca le hizo estremecerse-. Vamos, que hace frío.

Iba a llevarse una buena sorpresa cuando se quitase el abrigo, y esa idea le hizo sonreír. Dijera lo que dijese, sería capaz de enfrentarse a ello, tal y como venía haciendo con todo últimamente.

Abrió la puerta y fue a encender la luz, pero él se lo impidió.

– No, por favor. Todavía no.

– Ya he visto tus cicatrices, ¿recuerdas?

– Lo sé, pero hazme ese favor.

Stone cerró la puerta a su espalda y ambos quedaron en la oscuridad.

– Te pediría que te sentases, pero temo que nos tropecemos con algo.

Inspiró profundamente e intentó encontrar algo ingenioso que decir. Algo que le demostrase lo bien que le había ido sin él. Pero entonces Stone rozó su mejilla, y Cathy se derritió.

– Te he echado de menos -dijo él en voz baja-. Cada día. Cada hora. Fui un imbécil, y tú eres una mujer increíble. Eres todo lo que siempre he deseado, pero me comporté como un estúpido. No sé si fue el orgullo, la culpa o que estaba tremendamente enfadado conmigo mismo. He tardado lo mío, pero al final he conseguido desprenderme del pasado, como tú me dijiste.

Cathy fue a hablar, pero se había quedado muda. ¿Estaba Stone diciendo lo que de verdad ella creía que estaba diciendo? No podía estar segura.

– Tenías razón -continuó-. En todo. Ula también la tenía. Me dijo que era un idiota.

– ¿Ula te dijo que eras un idiota?

– Más de una vez.

Cathy le sintió acercarse; sintió que ponía las manos en sus mejillas.

– Si decides no volverme a mirar, lo comprenderé. Incluso si hay alguien más, también. Pero si no es así, ¿estarías dispuesta a darme una oportunidad? Te quiero, Cathy. Creo que siempre te he querido, pero me daba miedo admitirlo. Lo de arreglar tu vida era sólo una excusa para tenerte cerca de mí sin tener que aceptar la responsabilidad de lo que sentía. Te quiero. Por favor, vuelve a casa conmigo.

No podía creer lo que estaba ocurriendo.

– ¿De verdad estás aquí? ¿De verdad me estás diciendo todas esas cosas?

– Sí. Todas. Te quiero, Cathy.

– Stone…

Cathy se echó en sus brazos y le besó, y sus cuerpos se apretaron en la oscuridad.

– Yo también te quiero -dijo-. No hay nadie más. ¿Cómo podría haberlo? Te di mi corazón, así que no se lo puedo dar a nadie más -se echó a reír-. Esto es increíble.

– Entonces, ¿volverás conmigo?

Cathy dudó.

– Te quiero, y deseo estar contigo, pero no puedo ser la amante de un hombre rico. Te veré cuando quieras, pero me voy a quedar aquí. He empezado en la universidad, y no quiero renunciar ahora.

Stone sonrió.

– Qué mal lo he hecho, ¿eh? No te estaba pidiendo simplemente que te vinieses a vivir conmigo, mi amor, sino que te cases conmigo.

– Ah… -¿con Stone?-. Ah…

– ¿Ah, sí, o ah, no?

Las lágrimas volvieron a rebasar sus ojos, pero esta vez de felicidad.

– Sí -dijo, y se le comió a besos-. Sí, sí, sí.

– Y si estamos casados, viviremos en la misma casa, ¿no?

– Claro.

– Creo que la universidad es una buena idea. Te irá bien.

– Ya me ha ido.

Stone se echó a reír.

Cathy le abrazó y su vientre rozó el de él.

– Stone, tengo algo que decirte.

– Yo también tengo algo que decirte.

– Primero yo.

– No, yo.

Y encendió la luz.

Cathy parpadeó varias veces ante el brillo de la luz y lo miró. Hacerlo la dejó sin respiración. En su mejilla izquierda, unas líneas pálidas ocupaban el lugar de las cicatrices y quemaduras.

– El doctor me ha dicho que terminarán por quitarse -le explicó, rozándolas casi sin darse cuenta-. Siempre me quedará alguna marca, pero nada comparado con lo de antes -se encogió de hombros-. No quería que te casaras sólo con medio hombre. Quiero enseñarte el mundo. Al menos lo que recuerdo de él. El resto, lo descubriremos juntos.

– Eres tan guapo -murmuró-, que no me lo puedo creer. Las mujeres se van a echar a tus pies.

– Pero soy tuyo. Para siempre.

Cathy le rozó la mejilla.

– A mí nunca me han importado las cicatrices.

– Lo sé. Esa es una de las razones por las que estaba dispuesto a quitármelas. La otra…

Se encogió de hombros y Cathy comprendió. Eran su lazo de unión con el pasado y se había desprendido de ellas. Ya era hora.

Ella también tenía que mostrarle su secreto, así que retrocedió.

– Primero, te prometo que no he vuelto a comer chocolate. Sé que debería habértelo dicho antes, pero lo supe el día que me marché y no pude hablarte de ello. Intenté llamarte un par de semanas más tarde, pero no estabas. Espero que no te enfades, pero si aun así no lo quieres, si no quieres casarte conmigo, lo comprenderé.

Qué mentira más grande… no lo comprendería, pero tenía que darle la opción.

Se quitó el abrigo y lo dejó caer al suelo. Stone se quedó boquiabierto.

– Estás embarazada -susurró.

– De cinco meses.

Su expresión se suavizó.

– Un hijo. Vas a darme un hijo. Una nueva vida y una nueva oportunidad -se puso de rodillas y besó su tripa con devoción-. He sido un imbécil. ¿Podrás perdonarme?

– Sí.

Stone la abrazó mientras ella acariciaba su pelo. Sabía que más tarde llegarían las preguntas, pero ya no importaba.

Se levantó y tomó su mano para conducir la al sofá.

– Quiero tenerte en brazos -dijo-. He estado tan vacío sin ti…

Y la paz les llegó abrazados.

Stone puso una mano en su vientre y sonrió.

– Va a ser un chico.

– ¡Vamos Stone! -se rió-. No seas machista.

Él la abrazó.

– Prométeme que no volverás a dejarme.

– Te lo prometo.

– Y yo te prometo que nunca me iré de tu lado. Te quiero. Eres la mejor parte de mí mismo.

Cathy apoyó la cabeza en su pecho y escuchó el rítmico latido de su corazón. Juntos se curarían el uno al otro y encontrarían la paz.

Para siempre… esa sí que era una promesa a la que una podía aferrarse y por la que vivir.

SUSAN MALLERY

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