Cathy fue depositada junto a una cama con baldaquino tamaño reina. Apenas había podido recuperarse de la impresión cuando los hombres la colocaron en la cama.

– Ahora traeremos sus cosas -dijo uno de ellos, y salieron de la habitación.

Ula se acercó a la ventana y descorrió las gruesas cortinas. El sol llenó la enorme habitación al instante. Desde la cama, Cathy podía ver un perfecto jardín, una esquina de algo que parecía una piscina y una vista increíble del mar, que se extendía abarcando todo el horizonte. A la derecha quedaba una extensión de tierra que debía ser Malibú.

– Es una vista preciosa, ¿verdad? -comentó Ula.

Cathy asintió. No sabía qué decir.

– Stone me ha hablado del accidente -continuó Ula-. Ha tenido mucha suerte; según él, podría haber sido mucho peor.

– Eso parece.

Ula se movió por la habitación.

– Aquí están la televisión y el vídeo -le dijo, abriendo un armario instalado en la pared del fondo-. Tenemos antena parabólica, así que puede ver todos los canales que quiera -caminó a su izquierda-. El armario. Han traído ya sus cosas y las he colgado.

– Gracias.

Menos mal que Ula no había abierto las puertas. No quería ver sus exiguas posesiones colgando en aquel enorme espacio. Ya se sentía bastante fuera de sitio.

– El baño -dijo, abriendo otra puerta, y Cathy pudo ver un suelo brillante y una ducha tan grande que cabría todo un equipo de fútbol al mismo tiempo-. Voy a deshacerme de esos hombres y enseguida vuelvo.

Y salió.

Cathy tardó un poco en recuperar el ritmo normal de la respiración. Todo estaba pasando tan deprisa… Desde que empezara a sonar la alarma contra incendios en el edificio hasta aquel momento, tenía la sensación de haber estado dando vueltas completamente fuera de control.

Inspiró profundamente e intentó relajarse, aunque la habitación no se lo puso demasiado fácil. Jamás había estado en un lugar tan maravilloso como aquel. La habitación de invitados era tan grande como toda su casa. Tenía su propia televisión y vídeo. Increíble. Había una pequeña mesa en un rincón, un sofá y una preciosa lámpara, un lugar perfecto para leer. Quienquiera que hubiera preparado aquella habitación, había pensado en todo.

Oyó pasos en el pasillo y el pulso se le aceleró. Quizás fuese Stone. No le había visto desde la noche anterior. Pero fue Ula quien entró en la habitación.

– Se han ido -dijo, y sonrió. Pero la sonrisa no llegó a sus ojos oscuros. Cathy tenía la sensación de que, aunque no lamentaba que estuviera allí, su opinión no era sólo positiva.

– Gracias por todo esto -dijo Cathy, haciendo un gesto que abarcaba toda la habitación-. Es impresionante.

– Es muy bonita, ¿verdad? Stone contrató un espléndido decorador para la casa. Siempre le digo que es una pena que tantas habitaciones tan bonitas estén vacías. Nunca tenemos compañía. Tiene que prometerme que me dejará malcriarla.

– Gracias, pero no quiero causar problemas.

– Nada de problemas. Stone no come ni lo que un gorrión, y vienen tres mujeres todas las semanas para ocuparse de la limpieza, así que estoy cansada de estar sentada sin hacer nada. Creo que Stone no había tenido a nadie aquí desde que la señora Evelyn murió.

– La señora Evelyn?

¿Quién sería? ¿La madre de Stone?

– Sí. Murió en un accidente hace casi tres años. Era la mujer de Stone.

Capítulo 4

Cathy dejó el tenedor y miró el plato que tenía delante. Ula le había traído una enorme cantidad de comida, y para sorpresa y vergüenza suya, se la había comido toda. No se había dado cuenta de que tenía hambre hasta que el ama de llaves había aparecido con la bandeja, pero su estómago había empezado a quejarse nada más tomar el primer bocado. Nada más saborear aquel delicioso roast beef que se deshacía en la boca, supo que estaba perdida. Quizás pudiera explicarle tanto apetito. Al fin y al cabo, no había comido mucho en el hospital, entre la cirugía, la inconsciencia y todo lo demás. Y antes de eso, bueno, era final de mes y como siempre, andaba corta de dinero, así que había estado viviendo de pasta y sopa de sobre.

Apartó la mesa alta de ruedas que se movía con mucha facilidad. Ojalá Stone no la hubiera comprado sólo para ella. Ya se lo preguntaría, si es que lo veía. Aunque claro, también existía la posibilidad de que no quisiera verla. Después de lo que había hecho, no sería de extrañar. Sus pensamientos volvieron a volar en esa dirección y tuvo que cortarlo en seco, ya que se había pasado la mayor parte del tiempo que había permanecido despierta castigándose por las mentiras que le había contado, y no quería seguir así.

Alcanzó el mando de la televisión, pero luego volvió a dejarlo caer sobre las almohadas. No estaba de humor para esa clase de entretenimiento. Estaba inquieta, pero no podía moverse. Aunque podía alcanzar las muletas, levantarse de la cama era un proceso lento y doloroso, y no iba a sufrirlo simplemente para dar cuatro saltos cojeando sobre la preciosa alfombra.

Lo que significaba que tenía demasiado tiempo para pensar. Pensar en por qué estaba allí. Pensar en Stone. Y pensar en Evelyn.

Aquel nombre seguía causándole una dolorosa sorpresa. Su mujer, había dicho Ula. No sabía bien por qué, pero no se lo había imaginado casado, lo cual era ridículo. Pero es que una mujer…

Seguramente parte de la sorpresa provenía del hecho de que fuese viudo y no divorciado. No sabía por qué, pero seguramente le hubiera costado menos aceptar que estuviese divorciado. Quizás porque eso querría decir que ya no sentía nada por su mujer, mientras que el hecho de haberla perdido en un accidente de coche, seguramente en el que le había dejado marcado para siempre, no significaba lo mismo. Inspiró profundamente. Ahora se explicaba el porqué de su encierro.

Todo seguía siendo muy confuso para ella. Habían ocurrido demasiadas cosas en muy poco tiempo. Estaba en casa de Stone sin saber si iba a volver a verlo, no sabía si seguía teniendo trabajo, ya que al menos habrían tenido que buscarle una sustituta. ¿Qué significaría eso para ella? ¿Qué habría sido de su coche, aparcado debajo del edificio de oficinas? ¿Y con…?

Una llamada en la puerta entreabierta de la habitación la sacó de aquel tormento.

– Adelante -dijo, imaginándose que debía tratarse de Ula que venía a buscar la bandeja.

– Soy Stone -dijo una voz familiar-. ¿Te apetece un poco de compañía?

Le apetecía muchísimo, aunque no estaba segura de ser capaz de responder con serenidad y sin que el corazón le latiese como una locomotora.

– Sí, por favor -le contestó, y le resultó odioso parecer tan ansiosa de verle.

– Necesito que apagues la luz -le dijo.

Cathy dudó. Había querido preguntarle a Ula por las cicatrices de Stone, pero no había tenido valor para hacerlo, así que apagó la luz de la mesilla y la habitación quedó sumida en la oscuridad de la noche. La única luz provenía del pasillo, y no era más que un reflejo lejano, de modo que Stone quedó reducido a una sombra que se movía y entraba en la habitación.

– ¿Cómo te encuentras?

Le vio acercarse al sofá de la ventana. Se movía con la seguridad de alguien familiarizado con la noche.

– Mejor. Un poco desorientada, sólo. Es que todo ha ocurrido tan rápido…

– ¿Qué tal la cabeza y la rodilla?

Se recostó en la almohada. Si cerraba los ojos, podía fingir que hablaban por teléfono, como habían hecho en cientos de ocasiones. Podría olvidar que estaba en la habitación con ella. Pero Stone estaba allí, y casi sonrió. La verdad era la contraria: que ella estaba allí con él. Aún no podía creérselo.

Menos mal que sólo le había preguntado por la cabeza y la rodilla, y no por el estómago, ya que parecía haberse quedado de pronto vacío.

– Sigo teniendo un buen chichón -dijo, tocándoselo con los dedos-, y la rodilla está muy rígida y algo hinchada.

– La terapeuta te ayudará a mejorar. Empiezas mañana, pero quiero que te lo tomes con tranquilidad. Es lo que ha mandado el médico: mucho descanso y tiempo para recuperarte. Ula está encantada de tener alguien a quien mimar.

Cathy pensó en la expresión de Ula y no le pareció que la palabra encantada describiese a la perfección su actitud.

– No quiero ser una molestia -empezó-. Todo esto es tan…

Stone levantó en alto una mano.

– No lo digas. Quiero ayudarte. Cuando la alarma se disparó mientras hablábamos… -carraspeó-. No sabía qué te había pasado. En lo único que podía pensar era en que tenía que llegar como fuera a tu oficina para saber si estabas bien.

Cathy frunció el ceño.

– La verdad es que no recuerdo demasiado de esa noche -admitió-. Todo está como entre niebla. Sé que estábamos hablando cuando se disparó la alarma. Al principio pensé que se trataba de una prueba. Después, olí el humo -pensar en ello le daba dolor de cabeza. Tenía aquel olor grabado en la pituitaria y se estremeció-. Recuerdo que me hablabas. Tenía tanto miedo…

– No tenemos por qué hablar de ello si te molesta.

– No, no pasa nada. No recuerdo mucho después de la llamada a los bomberos. Me han dicho que hubo una explosión -y volvió a frotarse la sien-. Salí disparada y aterricé con la cabeza y la rodilla.

– Me alegro de que estés bien.

Su voz le era familiar e intentó verlo, pero la oscuridad era demasiado intensa. ¿Estaría ocurriendo todo aquello de verdad? ¿Estaba de verdad en casa de Stone, hablando con él, contando con la ayuda de una terapeuta que él había pagado, y quién sabe cuántas cosas más?

– ¿Por qué haces todo esto? -le preguntó.

– Porque quiero hacerlo. Somos amigos. Si la situación fuese a la inversa, ¿no me habrías ayudado tú?

– Por supuesto, pero esa no es la cuestión.

– Entonces, ¿cuál es?

Se acercó al sofá y vio su silueta acomodarse en un punto. Era un hombre alto y de espalda ancha, pero no parecía corpulento. Sus facciones seguían siendo desconocidas para ella. Parecía llevar pantalones de pinzas y camisa de manga larga, pero no podía estar segura. Menos mal que, si ella no podía verlo, él tampoco a ella, aunque había podido hacerlo mientras estaba en el hospital.

Pensó en él viéndola dormir. Viendo la verdad y consciente de que todo lo que le había dicho era una mentira.

– La cuestión es -susurró-, que soy un fraude. No soy una rubia preciosa con una vida excitante, sino… -la voz le falló y las lágrimas le atoraron la garganta-. Mis amigos no existen. De hecho, no tengo amigos. Incluso Muffin era una mentira.

La última palabra fue apenas audible en el silencio de la habitación.

Recordó cómo Stone le había dado la mano en el hospital, y deseó que lo hiciera en aquel momento, que se acercara a ella y le ofreciera consuelo.

– Nada de todo eso importa -dijo él.

– No te creo -la irritación le dio fuerza-. No puedes decirlo en serio. Te he engañado.

– Lo que has hecho ha sido inventar historias sobre tu propia vida. Hay una diferencia, Cathy. No has hecho daño a nadie. Todos fingimos de una manera o de otra. En el trabajo, por ejemplo, suelo tirarme faroles enormes.

– Esto ha sido mucho más -tragó saliva. La amenaza de las lágrimas había cedido-. Pero tienes razón en una cosa: que no pretendía hacer daño a nadie -una sonrisa triste se dibujó en sus labios-. No pretendía hacerte daño a ti, quiero decir. No había nadie más.

– Entonces, si yo estoy dispuesto a olvidar lo pasado, ¿por qué tú no?

Porque su vida nunca había sido tan sencilla o tan simple. Las situaciones siempre eran complicadas para ella. Pero quizás, en aquella ocasión, las cosas fueran diferentes. Ojalá fuese verdad.

– Supongo que pienso que debería ser castigada o algo así -confesó.

– No te puedes mover de la cama tras una operación de rodilla y has estado a punto de morir en un incendio. ¿Es que no te parece suficiente castigo?

– No lo había considerado de esa manera.

– Pues considéralo y luego, olvídalo. Empezaremos desde el principio. Hola, Cathy, soy Stone Ward. Háblame de ti.

– No hay nada que contar. Precisamente por eso me inventé las historias. La verdadera Cathy Eldridge es muy aburrida.

– Pues a mí me parece brillante y divertida. Háblame de tu familia. En el hospital me dijeron que no habían conseguido ponerse en contacto con ellos.

Pretendía que se sintiera mejor, pero había tomado la dirección equivocada. Aquella conversación era más dolorosa para ella que el recuerdo de sus mentiras. Había pasado ya mucho tiempo, se recordó, y el pasado ya no tenía capacidad de herirla.

– No tengo familia -le dijo-. Mi padre se marchó y no sé si está vivo o muerto. Nos dejó cuando yo era un bebé. Mi madre nunca me contó nada de él. Ni siquiera sé de dónde era. Mi madre era huérfana, así que siempre estuvimos las dos solas. Ella…