– Confía en mí si te digo que el intento de asesinato que ha sufrido tu hermana está a la cabeza de nuestras prioridades.

Matt se hizo a un lado y abrió un poco más la puerta de entrada al rancho.

– Eso espero.

Kelly no respondió. Se limitó a limpiarse las botas sobre el felpudo del porche y entró en la casa. Inspeccionó el lugar donde Matt McCafferty había crecido. El viejo rancho tenía un interior muy acogedor y cálido a pesar de su tamaño. Focos de luces doradas iluminaban las paredes de madera y los sueños que habían soportado el paso de tres generaciones de McCafferty. Una hermosa escalera llevaba a la planta superior y el aroma de madera ardiendo, de asado de carne y de jengibre impregnaba el aire. Desde la planta de arriba se escuchaban las risas de las niñas. Eran las hijas de Nicole.

– ¿Hay algún sitio en el que podamos hablar? -preguntó Kelly mientras se desabrochaba el chaquetón. Matt la ayudó a quitárselo y, en el proceso, le rozó el cuello con las yemas de los dedos. Ella trató de no darle demasiada importancia, pero tuvo una extraña sensación de hormigueo mientras él colgaba el chaquetón en la percha.

– Por aquí -dijo. La condujo hacia el salón, donde Thorne McCafferty estaba hablando con un hombre rubio y alto que no se había molestado en quitarse el abrigo y que tenía el sombrero en las manos-. Larry Todd. Esta es la detective Dillinger. Larry es el capataz aquí y la detective Dillinger trabaja en el departamento del sheriff y está tratando de averiguar quién trató de matar a Randi.

– ¿Ha habido suerte? -preguntó Larry.

– No la suficiente -admitió ella. En la sala ardía un alegre fuego. Sobre la repisa de la chimenea, había numerosas fotos enmarcadas y encima de ésta colgaba una enorme cornamenta de ciervo que sujetaba un antiguo rifle. En una de las paredes había un piano y, enfrente, una serie de sillas raídas, mesas y un sofá de cuero estaban colocados sobre una alfombra.

– Atrape a ese hijo de perra -comentó Thorne. Estaba tratando de ponerse de pie.

Kelly levantó una mano para indicarle que no era necesario que se levantara.

– Lo haremos.

– Que sea pronto -insistió Matt.

– Precisamente por eso estoy aquí. Como he dicho, me gustaría preguntarles a todos algunas cosas más. A usted también -dijo, refiriéndose a Thorne.

– Bueno, pues parece que tienen algunos asuntos de los que ocuparse, por lo que creo que es mejor que yo me marche -comentó Larry-. Piensa en lo de cambiar algunos de los potros por las yeguas de Lyle Anderson. Creo que mejoraría mucho la ganadería.

Thorne miró a Matt. Este asintió.

– Yo estoy a favor de introducir nuevas líneas de sangre en la ganadería.

– En ese caso, hazlo -le dijo Thorne al capataz-. A mí me parece bien lo que Matt y tú decidáis.

– Hecho -afirmó Larry. Con eso, se dispuso a dirigirse hacia la puerta.

– Espere un momento, señor Todd -lo interrumpió Kelly-. Dado que está usted aquí, tal vez podría aclararme algunas cosas -añadió. Se metió la mano en el bolsillo y sacó un pequeño cuaderno-. Un par de semanas antes de que Randi McCafferty sufriera su accidente, lo despidió a usted, ¿verdad?

El hombretón se sonrojó y se frotó la nuca con nerviosismo.

– Sí. Así fue como ocurrió -admitió Larry sin molestarse en ocultar su irritación-. Y me dolió muchísimo. Yo llevaba dirigiendo este rancho desde la muerte de su padre y, de repente, me llama y me dice que ya no me necesita.

– ¿Le dio algún motivo?

– No. Yo siempre me había llevado bien con ella y lo último que supe era que estaba satisfecha con mi trabajo. Supongo que cambió de opinión. No se molestó en darme explicaciones, pero me dio la sensación de que se iba a volver a mudar aquí y que ya había pensado en otra persona para que se ocupara del rancho. No me dijo nada, pero lo deduje por la manera en la que dirigió la conversación. Supongo que se mostró bastante agradable -añadió mirando a los hermanos-. Incluso me pagó tres meses extra, lo que se suponía que iba a ser mi finiquito. Entonces, me dio las gracias y, básicamente, me indicó la puerta. Ya está. Años de trabajo a la basura. A mí me enojó mucho todo el asunto, pero me imaginé que no había nada que yo pudiera hacer al respecto. Ella era la jefa y la dueña de la mitad de este rancho.

– Sin embargo, no le pidió opinión a ninguno de sus hermanos para despedirlo a usted -aclaró Kelly.

– Que yo sepa no.

– Ninguno de nosotros sabía nada -dijo Matt-. Desde que nuestro padre murió, Randi estaba al mando. Ella siempre ha sido bastante independiente.

– Demasiado -gruñó Thorne.

– Y dado que cada uno de nosotros tres sólo es dueño de una sexta parte del rancho, le dejábamos que hiciera lo que quisiera. Yo pensaba que si necesitaba mi ayuda la pediría -comentó Matt. Tensó la boca. Parecía algo avergonzado-. A decir verdad, yo creía que lo dejaría todo después de un invierno. Aunque trabajaba en Seattle, se mostraba muy responsable por lo que ocurría aquí, pero supuse que terminaría queriendo vender.

– ¿A sus hermanos?

– A quien se lo comprara, pero sí, imaginé que vendría a mí o a mis hermanos -dijo Matt-. Supongo que me equivocaba.

La ira de Larry parecía haberse disipado.

– Es increíble -dijo, frunciendo los labios-. Me despide y, dos semanas después, da a luz a un hijo y se encuentra peleando por sobrevivir.

– Y usted vuelve a recuperar su trabajo.

– Sus hermanos me lo pidieron -dijo Larry entornando un poco los ojos-. Necesitaron esforzarse un poco para convencerme, he de admitir. No me gusta que me despidan.

– Lo comprendo. ¿Le preguntó quién se ocuparía del rancho cuando usted no estuviera aquí? -preguntó Kelly-. Es bastante grande y, dado que ella no vivía aquí, ¿cómo esperaba que las cosas funcionaran adecuadamente?

– Buena pregunta… que no le hice. Supongo que estaba demasiado enfadado. ¿Sabe una cosa? Tengo una sensación… no se trata de nada que ella me dijera, pero creo que quería encerrarse aquí y estar sola. No despidió a los vaqueros. Sólo a mí. Tal vez pensó que podría ocuparse del rancho sola, pero… bueno, supongo que no lo sabremos hasta que no se despierte.

– Maldición -susurró Thorne.

Larry consultó su reloj.

– Ahora, es mejor que me vaya.

– Si se le ocurre otra cosa que ella pudiera haberle dicho, llámeme -dijo Kelly, y le entregó una tarjeta.

– Lo haré -asintió Larry. Entonces, miró a Thorne y a Matt-. Hasta mañana -añadió, antes de marcharse.

– Supongo que ninguno de los dos podrá arrojar algo más de luz sobre el motivo que llevó a Randi a despedir a Larry -quiso saber Kelly.

– Ninguno de nosotros tres habló con Randi durante un tiempo -admitió Matt. Thorne frunció el ceño.

– ¿Y qué hay del padre de su hijo?

– Aún estamos tratando de localizarlo, sea quien sea. Kurt Striker se está ocupando de ello -comentó Thorne. A saltitos se dirigió a la chimenea. Allí, tomó una fotografía de la repisa. Era de su hermana-. Se supone que Striker debería estar de vuelta mañana.

– Me gustaría hablar con él.

Matt dudó.

– ¿Es el procedimiento habitual?

Kelly sintió que se le desataba la ira.

– Escuche, señor McCafferty, no hay nada de este caso que sea habitual.

– Pensaba que para ti era Matt, no señor McCafferty.

– Lo que sea -replicó ella, a la defensiva-. Ahora, ¿qué hay de los novios que Randi pudiera tener?

– Jamás conocí a ninguno de ellos aunque, evidentemente, había alguien en su vida… -susurró él-, pero no tengo ni idea de cuál de los tipos con los que salía puede ser el padre de J.R.

– El padre de J.R. podría ser alguien del que nadie supiera nada, un hombre al que estaba viendo a escondidas -comentó Thorne.

– La verdad del asunto es que todos nos sentimos unos estúpidos por no saber nada sobre nuestra hermana.

– Tengo varios nombres de hombres con los que salió -comentó Kelly mientras buscaba entre sus notas-. Joe Paterno, que trabajaba como autónomo en el Seattle Clarion. Brodie Clanton, un abogado cuyo padre es juez y Sam Donahue, un ex jinete de rodeo que tiene un rancho a las afueras de Spokane, Washington.

– No conozco a ninguno de los otros tipos, pero ese Donahue es un canalla -gruñó Matt-. De hecho, no me puedo creer que Randi haya tenido una relación con él.

– No podemos estar seguros -comentó Thorne. Por la expresión de su rostro, Kelly decidió que tampoco le hacía gracia que Randi pudiera haber estado con Donahue, igual que le ocurría a Matt-. Kurt Striker está comprobando los grupos sanguíneos, lo que nos debería ayudar. Aunque no podamos determinar quién es el padre del hijo de Randi, podremos descartar a los que es imposible que lo sean.

– Exactamente. Nosotros estamos trabajando con las mismas premisas -dijo. En aquel momento, unos ruidosos pasos captaron su atención.

Nicole Stevenson, con las gemelas pisándole los talones, bajaba las escaleras con un bebé en brazos, que debía de ser el hijo de Randi. La dura y eficaz doctora había desaparecido para dar paso a la sonriente madre que bromeaba y charlaba con sus niñas y con el bebé.

Kelly experimentó una extraña sensación en el corazón cuando Nicole la vio. El rostro de la doctora se endureció durante un instante antes de que una sonrisa se le dibujara en el rostro.

– Creo que te debo una disculpa -dijo-. Anoche estaba muy disgustada de que se hubiera quebrantado la seguridad del hospital y Randi fue atacada. No debería haberte hecho pagar por ello.

– Fue muy desagradable para todos.

– Lo sé, pero no fue muy profesional por mi parte.

– No pasa nada, de verdad.

Aunque se recordó que no debía sentir simpatía por nadie que formara parte del círculo de los McCafferty, no pudo dejar de experimentar afecto por la joven doctora. Le pareció que, en otras circunstancias, Nicole y ella habrían podido ser amigas.

– Gracias -contestó la doctora.

– ¿Es éste el bebé de Randi? -quiso saber Kelly.

Matt se acercó para mirar a su sobrino.

– Sí. Por él se ha montado todo este lío -comentó.

Para sorpresa de Kelly, Matt tomó al bebé de los brazos de Nicole. Las enormes manos callosas lo acurrucaron contra su pecho y, aunque parecía algo incómodo con J.R., no dejaba de sonreír al niño.

– Ojalá pudiera hablar…

«O su madre», pensó Kelly, sorprendida de la transformación que se había producido en los dos hermanos. Matt se deshacía mirando a su sobrino y Thorne, apoyado contra su muleta, se había acercado a Nicole y le había rodeado los hombros con un brazo. El ambicioso ejecutivo y empresario se había transformado en un orgulloso y cariñoso novio. Revolvió el cabello de una de las gemelas con una mano mientras que la otra, la más tímida, se escondía detrás de él. Durante unos segundos, Kelly envidió a aquella familia tan unida.

Nicole miró a Thorne y a Matt.

– ¿No te han ofrecido ninguno de estos caballeros, y creo que estoy exagerando bastante con el término, nada? ¿Café, té, una copa de vino?

– Estoy bien, gracias.

– Yo quero una bebida -dijo una de las niñas tirando de la blusa de su madre-. Yo quero una bebida.

– Dentro de un instante, Molly Ahora… ¿a quién le toca cuidar de J.R.? -preguntó Nicole-. Necesita tomar un biberón y luego, sin duda, habrá que cambiarle el pañal. ¿Al tío Thorne o al tío Matt?

Desde los brazos de Matt, el pequeño lanzó un suave gorjeo que provocó una extraña sensación en el corazón de Kelly.

– Creo que me toca a mí -dijo Thorne, extendiendo los brazos para que Matt le entregara al niño-, pero es mejor que lo llevéis a la cocina para que yo me pueda acomodar y darle el biberón que me tenéis que preparar.

– ¡Yo lo hago! -exclamó una de las niñas echando a correr hacia la cocina.

– Yo también -dijo la hermana.

– Creo que es mejor que vaya a supervisar. Te espero en la cocina -le dijo Nicole a Thorne mientras le quitaba el bebé de los brazos-. Ah, una última cosa -añadió mirando a Kelly-. ¿Se sabe ya qué fue lo que le inyectaron a Randi en la vía? Desde anoche no he regresado al hospital.

– Insulina -respondió Kelly-. Puede matar una sobredosis. ¿Te acuerdas del caso de Sunny von Bulow? Se acusó al esposo de tratar de matarla inyectándole insulina.

– Pero salió libre, ¿no? -preguntó Matt.

– Sí, pero su esposa siguió en coma. Viva, pero hospitalizada. Casi muerta. Durante años.

– Maldita sea…

Nicole frunció el ceño y suspiró.

– Lo sospechaba por los síntomas. ¿Se sabe algo de quién pudo haberlo hecho?

– Todavía no -admitió Kelly.

– Bien, en ese caso, te pido que me hagas un favor. Que atrapes al canalla que le hizo eso.

– Lo haremos -prometió Kelly.

Se escuchó un golpe y un grito al final del pasillo y Nicole, con el bebé en brazos, fue a ver qué era lo que había ocurrido. Thorne la siguió inmediatamente, con toda la velocidad que le permitía su muleta.