– ¡Dios, niña! ¡Mira lo que has hecho! -exclamó una voz. Entonces, murmuró una frase en español que Kelly no pudo comprender.
A los pocos segundos, se escuchó el sonido del llanto de una niña pequeña y una serie de negativas de la otra.
– ¡Yo no lo he hecho! -gritaba una de las gemelas.
– Sí que lo has hecho -respondió la otra.
Matt esbozó una media sonrisa.
– Aquí jamás hay un momento de aburrimiento -dijo.
– Eso parece.
Nicole, que llevaba en aquel momento en brazos a una de las gemelas, guiñó el ojo a Kelly y a Matt al llegar al pie de las escaleras. La niña tenía la cabeza acurrucada contra el hombro de su madre y se negaba a levantar la mirada. Se limitaba a sollozar como si el corazón se le estuviera rompiendo.
– Menos mal que soy doctora de urgencias -comentó Nicole mientras llevaba a la niña a la planta de arriba-. Creo que Mindy podría necesitar cirugía…
– No -susurró Mindy, sabiendo que su madre estaba bromeando.
– ¿Está bien?
– Sí. Se aplastó los dedos cuando se rompió el tarro del azúcar. No estoy segura de cómo ocurrió.
– ¡Lo hizo Molly! -insistió la niña, tras levantar la cabeza por fin, presa de la indignación. No hacía más que sorber por la nariz y el labio inferior le temblaba constantemente-. Me empujó la silla.
– Eso no es cierto -gritó la otra gemela, saliendo de la cocina como una bala para proclamar su inocencia-. Tú te caíste.
– Creo que Mindy sobrevivirá -dijo Nicole mientras subía la escalera con su hija para desaparecer en el piso superior.
– ¡Te caíste, te caíste, te caíste! -repetía Molly una y otra vez subiendo también la escalera.
– Esto es como un maldito circo -gruñó Matt mientras miraba el reloj-. Mira, tengo que ir a ver a las yeguas. ¿Tienes más preguntas? -añadió con una mirada que Kelly no supo comprender.
– Unas pocas.
– Entonces, vente conmigo.
Matt fue al vestíbulo para tomar un chaquetón y un sombrero de un perchero. A continuación, se dirigió hacia la parte posterior de la casa a través de un pasillo adornado con fotos de los McCafferty en diferentes épocas de su vida: Thorne con equipación de fútbol americano, Slade bajando por una montaña con unos esquíes, Randi con un vestido largo y del brazo de un muchacho muy apuesto y Matt montado sobre un caballo de rodeo. El caballo tenía las patas traseras levantadas y la cabeza agachada y parecía completamente empeñado en tirar a su jinete, un esbelto y fuerte vaquero que parecía tan decidido a permanecer sobre el caballo como éste a derribarlo. Matt tenía la mano derecha levantada hacia el cielo y la otra enterrada en las riendas que rodeaban el torso del caballo.
– ¿Quién ganó? -preguntó Kelly mirando la foto.
– Yo.
– Por supuesto.
– Eso no ocurría siempre, en especial cuando montaba a Zanzibar -dijo señalando la fotografía-. Era un caballo muy duro…
Los ojos se le llenaron de nostalgia. Kelly sospechó que echaba mucho de menos la excitación de los rodeos. Matt había dejado el circuito hacía años y se contentaba con el rancho que tenía en las colinas del oeste de Montana.
A través de un arco, salieron a una enorme cocina, donde la fragancia del asado de cerdo y de los pastelillos suponía una excitación para los sentidos. Kelly vio que en un rincón estaban los trozos de cerámica azul y el azúcar, recogido todo sobre un recogedor, testamento del accidente que habían sufrido las gemelas. Thorne estaba sentado a la mesa, con la pierna apoyada en una silla cercana. El bebé que tenía en brazos se tomaba plácidamente su biberón sin dejar de mirarlo.
Matt chasqueó con la lengua y se puso el chaquetón.
– Jamás pensé que vería el día…
– No sigas hablando -le advirtió Thorne, pero le brillaban los ojos, como si el millonario disfrutara profundamente de su papel como padre temporal.
– ¿Y quién va a detenerme? ¿Un hombre con una pierna rota y un bebé en brazos?
– Ponme a prueba.
– Cuando quieras, hombre. Cuando quieras.
– ¡Basta ya! -exclamó una mujer corpulenta, de piel oscura y ojos negros que acababa de salir de la alacena. Colocó una bolsa de cebollas y otra de patatas sobre la encimera-. Vosotros dos sois como dos… toros. Siempre arañando la tierra con las patas y bufando… ¡Dios! -exclamó al ver a Kelly-. ¡La policía!
– Es la detective Kelly Dillinger, de la oficina del sheriff -explicó Matt-. Esta es nuestra cocinera, ama de llaves y ángel de la guarda, Juanita Ramírez.
– ¿Ángel de la guarda? -repitió Juanita con desdén, pero tuvo que ahogar una sonrisa mientras rodeaba la mesa y recogía el recogedor para tirar su contenido a la basura-. Os podríais haber ocupado de esto… Y usted, ¿está buscando a la persona que está detrás de los problemas de Randi?
– Sí.
– Pero aún no lo ha encontrado.
– Todavía no.
Juanita suspiró. Sus enormes pechos subieron y bajaron como si soportaran el peso de la injusticia del mundo.
– Tantos problemas para la pobre Randi… El bebé, su trabajo… y el libro -comentó. Entonces, tomó un cuchillo y comenzó a pelar las cebollas con admirable destreza-. Si quiere saber mi opinión, esto es por su libro…
– ¿Lo ha leído usted? -preguntó Kelly.
– ¿Yo? -respondió Juanita, con el cuchillo apoyado sobre la cebolla-. No.
– Pero lo ha visto. Sabe que existe.
– Ella hablaba sobre el libro. Estuvo aquí durante unos días y se pasaba todo el rato hablando por teléfono.
– ¿Sobre el libro?
– Sí. Con su… -se interrumpió. Trababa de encontrar la palabra exacta-. Dios con su… con su… agente.
Thorne la miró muy sorprendido.
– ¿Con su agente? -repitió entornando los ojos-. ¿Randi tenía agente?
– Sí.
– ¿Quién? -preguntó Matt. Kelly sintió que el corazón se le aceleraba. Acababa de encontrar una nueva pista, algo que nadie había averiguado antes.
– No sé… Tendrán que preguntárselo a ella cuando se despierte.
– ¿Y cuándo fue eso? -preguntó Kelly-. ¿Cuánto tiempo antes del accidente?
– Oh… veamos… creo que a mediados de verano. Sí -afirmó, mientras Kelly anotaba frenéticamente en su cuaderno-. No fue mucho tiempo después de que falleciera el señor John -añadió. Entonces, sin soltar el cuchillo, se hizo la señal de la cruz sobre el pecho-. Vino de visita.
– ¿Y no te diste cuenta de que estaba embarazada? -le preguntó Matt con incredulidad-. Entonces, debía de estar embarazada de cinco o seis meses.
– No. Sí… Vi que estaba más redonda… más pesada… pero pensé que simplemente había engordado.
– ¿La vio usted trabajando en el libro? -preguntó Kelly.
Juanita comenzó a cortar la cebolla.
– La vi trabajando en algo en su ordenador. Me dijo que era un libro, pero no, no leí ninguna de las páginas.
– Es decir, que volvemos al principio -susurró Matt.
Kelly no estaba de acuerdo. En aquel momento, tenían más información con la que trabajar. Podría ser algo sin importancia, pero al menos era algo. Se metió el cuaderno en el bolsillo de su chaquetón y siguió a Matt a través de la puerta trasera.
En el exterior hacía mucho frío. El viento le golpeaba el rostro y la ventisca de nieve los rodeaba en la oscuridad de la noche. Siguió a Matt hasta los establos. Él abrió la puerta y encendió las luces.
Un caballo relinchó nerviosamente y otro asomó la cabeza por encima de la puerta de su pesebre.
– ¿Cómo estás, preciosa? -le preguntó Matt mientras le acariciaba la mancha blanca que le recorría la nariz al animal-. Estas son las damas del Flying M -le explicó a Kelly mientras el resto de las yeguas comenzaban a sacar las cabezas por las verjas-. Están preñadas.
Kelly se acercó para saludarlas. Unas se mostraban más nerviosas y otras se apartaban directamente. Sin embargo, unas cuantas le permitieron que les acariciara el morro.
Matt comprobó la comida y el agua. Después, fue saludándolas a todas individualmente, hablándoles en tonos suaves mientras les acariciaba el lomo y les rascaba la nariz.
Resultaba difícil imaginárselo a él o a cualquiera de sus hermanos como un asesino decidido a matar a su hermanastra para quedarse con la parte que ella tenía del Flying M. Imposible. Eso sólo eran rumores infundados. Nada más.
Todos ellos parecían muy preocupados por el bienestar de su hermana. No hacían más que insistir para que la policía encontrara al responsable de lo ocurrido a su hermana. Además, todos adoraban al bebé.
Mientras observaba cómo Matt trataba a las yeguas, cómo sus fuertes manos acariciaban los brillantes cuellos y rascaban los morros de los equinos, estuvo más segura que nunca de que alguien que no pertenecía a los McCafferty era el responsable de los ataques a Randi y posiblemente a Thorne.
– Bueno, ¿qué era lo que querías preguntarme? -quiso saber él.
Kelly se subió al madero más alto de una valla y enganchó los tacones de las botas en el más bajo, tal y como solía hacer años atrás, en la granja de su abuelo.
– Esperaba que pudieras contarme por qué tu padre le dejó la mitad del rancho a tu hermana.
Matt le lanzó una mirada que ella no supo comprender.
– Cada uno de sus hijos obtuvo una sexta parte, pero Randi heredó la mitad, con la casa y todos los edificios, ¿no? -insistió ella-. Vosotros, los chicos, heredasteis sólo una sexta parte.
– Así es. Supongo que mi padre pensó que debía cuidar de Randi más que del resto de nosotros.
– ¿Porque era una mujer?
– Bingo.
– ¿Sabía ella algo sobre cómo llevar un rancho?
– No lo suficiente.
– ¿Y qué te parece a ti eso? Es decir, ¿no os ha molestado a ti y a tus hermanos que ella se haya quedado con la mejor parte?
Matt se encogió de hombros. Algo se reflejó en su mirada.
– Siempre fue la favorita de mi padre.
– ¿Por qué?
– Porque era la hija de Penelope -dijo fríamente-. Mi padre hubiera ido al infierno por esa mujer y, al final, ella lo mandó a paseo. Es un poco justicia divina, si uno piensa en lo que él le hizo a mi madre. Sin embargo, ahora es todo agua pasada. Ya no importa demasiado.
– Entonces, ¿piensas que John Randall no dividió sus bienes con igualdad?
– Probablemente, pero no podré saber nunca qué fue lo que pensó mi viejo. En aquellos momentos, cuando mi padre se dio cuenta de que se estaba enfrentando a la muerte, Thorne ya era millonario, yo tenía mi propio rancho, Slade… Bueno, Slade siempre juega según sus propias reglas. No le dio nunca a mi padre ni la hora. En cuanto a Randi… Ella tenía su trabajo en Seattle, sí, pero a mi padre nunca le gustó. A Randi no le importó, de todos modos. Siempre hizo lo que le vino en gana.
– Un rasgo familiar.
– Veo que te has dado cuenta…
Matt se dirigió a una escalera que había en una de las paredes y comenzó a subir al falso techo donde guardaban el heno. Kelly no pudo apartar la vista de su trasero hasta que desapareció a través de una abertura superior.
¡Plof!
Una paca de heno cayó al suelo.
¡Plof! ¡Plof!
Cayeron más pacas. A los pocos segundos, Matt bajó de nuevo al piso principal y cortó el cordel que ataba el heno con su navaja. Mientras se inclinaba para hacerlo, Kelly no pudo apartar la mirada de sus caderas y de sus fuertes piernas. La sangre se le caldeó de tal manera que decidió centrar la atención en la yegua que tenía a sus espaldas. Dios, ¿qué demonios le pasaba? ¿Por qué no podía apartar la vista de aquellos vaqueros sin dejar de preguntarse cómo era lo que había debajo? Nunca en su vida había pensado en qué aspecto tendría un hombre en concreto sin ropa. Hasta aquel momento. No podía dejar de preguntarse lo que sentiría con aquel cuerpo estirado encima del de ella, tocando, sudando, saboreando…
Cuando él cerró la navaja, Kelly se sobresaltó y regresó a la realidad. Entonces, Matt agarró una horca y comenzó a sacudir enormes montones de heno en los pesebres.
– ¿Sabes? Hacía tiempo que no veía a Randi. Lo mismo le ocurrió a Slade o a Thorne y los tres nos sentimos muy mal por ello. Deberíamos haber mantenido el contacto con ella.
– Entonces, como dijiste, no conocíais los hombres que había en su vida, ¿verdad?
– Bueno, por supuesto sabíamos que Randi tenía novios, pero jamás oí que fuera en serio con nadie, ni siquiera últimamente -dijo.
Pinchó la horca en una paca sin romperla y miró a Kelly bajo la luz de las bombillas que colgaban del techo. Sintió que se le secaba la garganta, pero consiguió concentrarse en la conversación.
– Para ser alguien que se gana la vida dando consejos, es una persona muy reservada -añadió Matt-. Muy independiente. Bueno, eso ya lo sabes tú muy bien.
– No estamos hablando sobre mí.
– No, pero me pareció que tú lo entenderías perfectamente. En realidad, no me sorprende que Randi tuviera relación con un hombre y que no lo supiéramos, pero resulta extraño que no comentara nada a ninguno de nosotros tres de que estaba embarazada.
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