– Tal vez pensaba dar al niño en adopción.
– Lo dudo. Mi hermana no es una adolescente que ni siquiera ha terminado sus estudios y que no sabe lo que quiere en la vida ni si se puede permitir tener un hijo. No. Estoy seguro de que pensaba quedarse con el bebé, pero había algo que tenía que hacer antes de decírnoslo.
– ¿Escribir un libro?
– Más probablemente enfrentarse al padre. ¿Quién será el tipo? ¿Dónde está? Si mi hermana le importara lo más mínimo, ya se habría presentado aquí.
– Si sabe lo del accidente.
– Debería saberlo, maldita sea. Si estuvo con ella hasta el punto de dejarla embarazada, debería estar cerca de ella y saber dónde se encuentra.
– Tal vez rompieron antes de que él descubriera que ella estaba embarazada. Tal vez Randi no se lo dijo, igual que no os lo contó a vosotros. Tal vez no quiere que lo sepa… O puede que seas tú quien tiene razón y que a él no le importe.
– Maldito sea todo -comentó Matt, y le dio una patada a una paca de heno. Entonces, se acercó a Kelly, que seguía subida al madero, y colocó la nariz muy cerca de la de ella-. Deja que te diga que si mi mujer estuviera en el hospital y ese niño fuera mío, las cosas serían muy diferentes. Muy diferentes.
El corazón de Kelly se desbocó. Se tuvo que lamer los labios que, de repente, se le habían quedado completamente secos. Matt McCafferty tenía una irresistible sensualidad. Sin poder evitarlo, ella se preguntó qué se sentiría al besar aquellos labios y sentir aquellas fuertes manos acariciándole la piel. ¿Qué clase de amante sería?
El mejor.
Se recriminó por aquel pensamiento. Aquello era una tontería. Ridículo. Poco profesional.
La mirada de Matt atrapó la de ella durante un instante. Algo oscuro y peligroso hervía en aquellas oscuras profundidades pardas y conectaba con una parte de su ser que Kelly ni siquiera quería examinar demasiado cuidadosamente. Matt era peligroso emocionalmente, pero no se trataba de un asesino. No era la clase de hombre que realizaría un complot para asesinar a su hermanastra.
El momento duró demasiado. Las yeguas se inquietaron y relincharon en sus corrales.
Kelly pudo oír cómo los latidos de su corazón parecían contar los segundos. Tenía la garganta tan seca como si fuera una baldía pradera de Montana.
Matt le miró la boca, como si él también sintiera la repentina intimidad y el cambio que se había producido entre ellos.
«Esto no puede estar ocurriendo… Ella no puede desear que la tome entre sus brazos y la baje de lo alto de la valla para estrecharla contra mi cuerpo y besarla hasta que… Dios…», pensó Matt.
Como si él sintiera también el cambio que se acababa de producir entre ellos, dio un paso atrás y se aclaró la garganta. Sin embargo, siguió mirándola y Kelly vio sexo y promesa en aquellos ojos…
Con más agilidad de la que se hubiera creído poseedora, saltó al suelo.
– Si… si…
Se lamió los labios y sintió que el rubor le cubría las mejillas. ¿En qué diablos estaba pensando?
– Si se te ocurre alguna otra cosa, llámame -añadió.
Matt dudó.
– Estoy hablando del caso.
– Lo sé.
El corazón no se le tranquilizaba. En algún lugar del establo, una yegua relinchó suavemente. Kelly apartó su mirada de la de él. Dios santo. ¿Qué era lo que le ocurría? Jamás le había ocurrido algo así. Nunca. Había trabajado con docenas de hombres, había entrevistado testigos, sospechosos y víctimas con regularidad, pero jamás se había encontrado con los sentimientos que estaban batallando en aquel momento en su interior.
– Y tú mantenme al día de cómo van las investigaciones -dijo él.
«Ni hablar», pensó Kelly mientras se dirigía hacia la puerta. Sí, por supuesto que la familia estaría informada, pero algunos detalles quedarían exclusivamente en poder de las fuerzas de seguridad con el propósito de atrapar al asesino.
Como si Matt le leyera el pensamiento, la agarró por el codo y la obligó a darse la vuelta.
– Lo digo en serio -insistió-. Quiero saber lo que ocurre a cada paso de la investigación. Si hay algo que yo pueda hacer para atrapar al hijo de perra que le ha hecho esto a mi hermana, lo haré -afirmó-. No podemos dejar que ese tipo se largue sin recibir su castigo.
– Lo sé.
– De otro modo, me podría ver obligado a tomarme la justicia por mi mano.
– Eso sería un error.
– En ese caso, asegúrate que no tenga que ocurrir así. Atrapa a ese canalla.
– Lo haremos -prometió ella.
– No estoy bromeando, detective -dijo él apretándole el brazo un poco más-. Quiero que arresten a ese asesino para que reciba su castigo. Estoy harto de esperar mientras la vida de mi hermana está en peligro. O lo arrestas tú o yo lo encontraré y, cuando lo haga, no esperaré a que los tribunales decidan lo que hacer con él. Me ocuparé yo mismo.
Seis
– Simplemente no sé por qué no tienen a un hombre a cargo de la investigación -gruñó Matt mientras se sentaba a la mesa con una taza de café entre las manos dos días después.
Sólo faltaban unas pocas jornadas para el día de Acción de Gracias. Juanita, Nicole y Jenny, la canguro, habían estado muy ocupadas preparando una gran reunión a la que estarían invitados amigos y parientes. Habían decorado la casa muy profusamente para la ocasión.
El estado de Randi se había estabilizado, pero no había mejorado mucho. El pequeño J.R. se iba haciendo más grande por segundos y Mike Kavanaugh había vuelto a llamar para tratar de presionar a Matt para que le vendiera el rancho que éste poseía.
Además de todo esto, él no dormía bien. Desde el día en el que Kelly Dillinger estuvo en la casa, no había podido dejar de pensar en ella. Mientras trabajaba con el ganado, su traicionero pensamiento evocaba la imagen del rostro de la detective. Por la noche, daba vueltas en la cama y, cuando conseguía conciliar el sueño, soñaba con que la besaba, y se despertaba con una erección tan potente como cuando estaba en el instituto. Durante el día, mientras estaba en el hospital, la buscaba por todas partes, esperando encontrarse con ella, o se inventaba excusas para tener que llamarla.
Sin embargo, hasta el momento, no lo había hecho.
Resultaba completamente estúpido. Kelly Dillinger ni siquiera era su tipo. A él le gustaban las mujeres más dulces, más tranquilas, de curvas redondeadas, largo cabello rubio y dulce voz. Siempre que había pensado en sentar la cabeza, lo que no había ocurrido con frecuencia hasta que Thorne anunció que se iba a casar, Matt había pensado que le gustaría una mujer casera que no quisiera más que ser la esposa de un ranchero y la madre de sus hijos. Jamás había considerado que podría enamorarse de una mujer de carrera, armada, policía de lengua afilada y que, además, vivía demasiado lejos del rancho que él se había comprado con tantos esfuerzos. Había pagado un buen precio por aquel trozo de tierra que significaba su independencia y no iba a dejarlo por ninguna mujer, en especial por una detective.
Se recordó que, por supuesto, no se estaba enamorando de nadie. Tomó un sorbo de café que le quemó el paladar. Entonces, escupió y tosió. ¿De dónde había salido aquel traicionero pensamiento?
– Hay un hombre a cargo de la investigación -dijo Thorne-. Según creía yo, Roberto Espinoza es el jefe del equipo.
Slade se reclinó sobre la silla y observó a sus hermanos por encima del borde de su taza.
– No se trata de eso. A menos que me equivoque, yo diría que la detective Dillinger te molesta por la misma razón que Nicole a Thorne.
– ¿Y qué se supone que significa eso? -gruñó Matt. No le gustaba el cariz que estaba tomando la conversación.
– Reconócelo, hermano. Te sientes atraído por ella.
Matt miró directamente a los ojos de su hermano.
– Ni hablar. Es policía. No me interesa una mujer detective. Se trata simplemente de que está trabajando en la investigación.
Slade sonrió a Thorne, invitándolo en silencio a que se uniera a la discusión.
– Yo creo saber de qué se trata -comentó éste-. Lo que te pasa es que sientes fascinación por una figura de autoridad.
– ¿Cómo?
– Bueno, ya sabes que dicen que a las mujeres les fascinan los uniformes… Tal vez sea eso lo que te pasa a ti. Te gusta la idea de tener una mujer que te dé órdenes.
Matt lanzó un bufido de desdén.
– ¿Acaso no tenéis algo constructivo que hacer? -preguntó, aunque no se atrevía a analizar demasiado la teoría de sus hermanos.
– Sí -dijo Slade-. Supongo que es mejor que vuelva a llamar a Kurt Striker. Me dijo que regresaría a Grand Hope esta tarde. Tal vez haya averiguado algo mientras ha estado en Seattle -sugirió. Entonces, se levantó y llevó su taza al fregadero-. Le diré que venga a vernos esta noche.
– Bien -afirmó Thorne-. Cuanto antes lleguemos al fondo de todo este asunto, mejor.
«Amén», pensó Matt.
– No faltaba medicación alguna ni de los carritos, ni de los armarios ni de la farmacia -dijo Kelly lanzando un dossier sobre el escritorio de Roberto Espinoza.
– Supongo que eso significa que el agresor llevó él mismo la insulina al hospital -dedujo Espinoza. Se reclinó sobre su butaca y comenzó a mirar por la ventana.
– ¿Significa eso que el personal del hospital está limpio?
– O que el agresor es muy inteligente.
– O las dos cosas -afirmó Kelly. Apoyó una cadera sobre el escritorio y señaló el dossier-. Interrogaremos a todos los que puedan tener alguna relación con los McCafferty. Podría ser que hubiera alguien diabético. Si es así, hay que descubrir si le falta medicación.
– Está bien. ¿Y las huellas?
– Nada relevante, pero, dada la cantidad de guantes de látex que hay en un hospital, no es de extrañar. Sin embargo, la buena noticia es que Randi McCafferty está fuera de peligro y ha sido trasladada a una habitación.
– ¿Está vigilada?
– Por supuesto. Si volvieran a atacarla, los McCafferty nos demandarían sin dudarlo. Son demasiado impulsivos esos tres. Todos estuvieron arrestados cuando estaban en el instituto. Su viejo les pagó la fianza una y otra vez y, en mi opinión, eso no les ha servido de nada.
– De eso hace mucho tiempo.
– Sí, supongo -dijo Espinoza. Inclinó la cabeza y la miró atentamente-. Tienen su reputación. Rompieron bastantes corazones en esta ciudad en sus días de juventud.
– No creo que eso sea relevante para el caso.
– ¿No?
– No me irás a decir ahora que crees que necesito consejo -replicó ella. Estaba decidida a agarrar al toro por los cuernos-. ¿Qué es lo que estás tratando de hacer? ¿Advertirme? ¿Sobre qué?
Kelly se preparó para el sermón que veía formándose en los ojos de Espinoza. De vez en cuando, su jefe adoptaba el papel de hermano mayor o de tío, probablemente porque había trabajado con su padre años antes de que ella entrara en el cuerpo de policía.
El detective se colocó las manos debajo de la barbilla y cerró los ojos un poco, como si no estuviera seguro de querer compartir sus pensamientos.
– Tú has empezado esto -dijo ella-. Es mejor que lo termines. Si tienes algo que decirme, sólo tienes que hacerlo.
– Muy bien -replicó Espinoza. Sin dejar de mirarla, se reclinó en su asiento-. Mi hermana Anita tuvo algo con el segundo de los McCafferty. De eso hace mucho tiempo, probablemente quince años. Ella estaba terminando el instituto cuando se lió con Matt. El la invitó a salir unas cuantas veces y la relación se hizo bastante profunda, al menos desde el punto de vista de mi hermana. Él parecía interesado por ella y entonces, de repente, empezó otra vez con lo del circuito de rodeo y se marchó en menos de un mes. Todo ocurrió muy rápido, pero mi hermana se quedó desolada.
– Deja que lo adivine. Desde entonces, no lo soportas.
– Digamos que no me gustaría que esto le volviera a ocurrir a alguien que conozco y aprecio.
– Espera un momento. ¿Estás hablando de mí? ¿Me estás previniendo contra McCafferty? -preguntó Kelly. Se sentía muy tensa.
– Simplemente estaba haciendo un comentario.
– Bien, pues comenta sobre otras cosas, ¿de acuerdo? No es asunto tuyo a quién veo o dejo de ver.
– ¿Es que estás saliendo con él?
– ¡Claro que no! Me refería a profesionalmente… aunque te repito que nada de esto es asunto tuyo.
Kelly sabía que estaba reaccionando demasiado exageradamente, pero no se podía contener.
– Volvamos al caso. ¿Qué me dices de los hombres que interesaban a Randi McCafferty?
Espinoza asintió. Aparentemente, el sermón de hermano mayor había quedado aplazado, al menos temporalmente.
– Los tres hombres con los que la hemos relacionado. Paterno, Donahue y Clanton, tienen coartadas, si te refieres a eso. Todos estos estaban a kilómetros de distancia de Grand Hope en el momento en el que ocurrió el accidente. También tienen coartada para el momento en el que Randi fue atacada en el hospital. No estoy diciendo que sean coartadas blindadas, pero parece que hay muchas personas dispuestas a ratificar lo que dicen. La policía de Seattle lo está comprobando todo.
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