– ¿Y la paternidad?
– Seguimos en ello. En lo referente a los grupos sanguíneos, Joe Paterno, Brodie Clanton y Sam Donahue podrían ser el padre del pequeño. Encargaré pruebas más concluyentes. Tal vez terminemos sabiendo que ninguno puede ser el padre del bebé de Randi.
– ¿Qué es lo que han dicho ellos?
– No son un grupo muy hablador, pero los está entrevistando un policía de Seattle. No tenemos mucho más. Estoy pensando en mandar a alguien a Seattle para entrevistarlos y podamos así tener información de primera mano. ¿Te interesa?
– Claro que sí. ¿Cuándo?
– Esta semana. Antes de Acción de Gracias -afirmó Espinoza. Tomó el dossier y lo golpeó suavemente, como si acabara de tomar su decisión final sobre el tema.
– Cuenta conmigo.
– Bien. Aún tenemos un guardia apostado a la puerta de la habitación. Hasta ahora, no ha ocurrido nada sospechoso, gracias a Dios; por lo tanto, si Randi McCafferty cooperara y se despertara, tal vez podríamos conseguir algunas respuestas.
Abrió el dossier y repasó las páginas, deteniéndose en algunos detalles. No obstante, Kelly sospechaba que su jefe conocía aquel dossier de memoria.
– ¿Y qué me dices del avión de Thorne McCafferty? -preguntó ella cuando Espinoza llegó a la última página-. Los hermanos McCafferty parecen convencidos también de que hay juego sucio en eso.
– Una vez más, aún no se puede concretar nada. Aquel día hubo una gran tormenta. El accidente podría haber sido resultado de un fallo del piloto o del equipo. O tal vez fue sólo coincidencia que el avión cayera. No tiene mucho sentido que alguien esté tratando de asesinar a todos los McCafferty a la vez y, además, nadie ha vuelto a intentar nada contra él -concluyó Espinoza. Volvió a dejar el dossier sobre el escritorio-. No. Me apuesto la placa a que, en eso, Thorne McCafferty simplemente tuvo mala suerte.
– Pero lo de Randi es otra historia.
– Así es. Decididamente, alguien se está intentando asegurar de que no despierte. Sólo tenemos que averiguar quién.
– Y por qué.
– Sí. Estaría bien saber el motivo. Algunas personas de esta ciudad parecen pensar que los hermanos están implicados, que Thorne fingió el accidente de avión para desviar las sospechas hacia ellos y que Randi y el hijo de ésta son los principales objetivos.
– Ni hablar. En mi opinión, si hubieran querido, habrían encontrado maneras mucho mejores de asesinarla. Son tres hombres fuertes en los que ella confiaba plenamente. Unos podrían haber sido la coartada de los otros. En cuanto al bebé… los he visto con él y estoy segura de que lo defenderían con su vida.
– Estoy de acuerdo -afirmó Espinoza-. ¿Entonces quién nos queda?
Eso era precisamente lo que se preguntaba Kelly. Estuvo preguntándoselo todo el día. Terminó su último informe del día después de las ocho. Se puso su chaquetón y se dirigió a su coche. Las ventanas estaban empañadas con la fría temperatura, pero la noche era clara y limpia, con las estrellas brillando en el cielo. Iba de camino a su casa cuando, en un semáforo, decidió tomar otra dirección y marcharse al hospital.
La prensa ya no parecía estar tan interesada en el caso. Kelly se dirigió hacia la segunda planta, en la que se encontraba la habitación de Randi. A la puerta, sentado en una silla, estaba un corpulento policía cuyo trabajo era proteger a Randi. Reconoció inmediatamente a Kelly.
– Supongo que no serás mi reemplazo, ¿verdad? -dijo el oficial, tras mirar el reloj-. Si lo eres, llegas temprano.
– No, Rex, pero te sustituiré unos minutos si quieres tomarte un respiro e ir a por otro de ésos -replicó ella, señalando la taza de papel que el policía tenía a los pies.
– No tienes que decírmelo dos veces. De acuerdo.
Rex recogió la taza del suelo y se marchó por el pasillo. Cuando Rex desapareció por la esquina, Kelly entró en la habitación de Randi. Vio que ella estaba tumbada de espaldas, con la respiración tranquila, los labios parcialmente abiertos y los ojos cerrados.
– Despierta, Randi -dijo, suavemente-. Tienes unos hermanos que están muy preocupados por ti y un hijo que te necesita -añadió tocando suavemente la mano de la enferma. Tenía la piel fresca y suave-. ¿Sabes una cosa? Me vendría muy bien un poco de ayuda. Tengo muchas preguntas que sólo tú puedes responder…
Se mordió el labio y se preguntó por aquella mujer, que parecía ser un misterio incluso para sus propios hermanos. Nadie en Grand Hope conocía los detalles de la vida de Randi McCafferty, ni quiénes eran sus amigos, ni en qué estaba trabajando, ni siquiera quién podría ser el padre de su hijo. Tal vez las respuestas estaban en Seattle. Tal vez si Kelly se marchaba allí unos días podría encontrar las respuestas a las docenas de interrogantes que rodeaban al caso.
– Vamos, Randi. Despiértate…
– Sigue sin poder oírte. Igual que la última vez que trataste de hablar con ella.
Kelly se quedó inmóvil. Luchó contra su reacción instintiva de tomar su arma de fuego y, en silencio, maldijo su mala suerte al reconocer la profunda voz de Matt McCafferty. Había vuelto a sorprenderla. Apartó la mano de la de Randi y se volvió para verlo en el umbral de la puerta, que casi ocupaba por completo con sus anchos hombros. Su atlética figura destacaba contra la potente luz que entraba por el pasillo.
El estúpido corazón de Kelly se sobresaltó y el pulso se le aceleró. Vio recriminación en aquellos ojos marrón chocolate.
– ¿Estás tú de guardia? -quiso saber él.
– No. Lo he relevado durante unos minutos.
– No me has oído entrar. Yo podría haber sido el asesino -dijo, con voz tensa-. Podría haberte atacado también a ti.
– O tal vez mi presencia te habría asustado -replicó ella-. Voy todavía de uniforme.
– Eso es cierto -susurró él mirándola de la cabeza a los pies.
– Y tengo mi arma.
Matt no hizo ningún comentario al respecto. Kelly se alejó de la cama y se acercó a él.
– ¿Has terminado? Porque no estoy de humor.
– ¿Y para qué estás de humor? -preguntó él. Durante un breve instante, Kelly pensó que estaba flirteando con ella, pero decidió que, seguramente, se lo estaba imaginando.
– Sólo he venido a ver cómo iba tu hermana y a dejar que Rex fuera al cuarto de baño y se comprara otra taza de café. Él es el oficial de guardia. ¿Te supone esto algún problema?
Matt pareció serenarse un poco. Miró rápidamente a su alrededor, como si estuviera viendo por fin que todo estaba controlado.
– Supongo que no.
– Bien.
Él se acercó a la cama. La habitación se inundó del aroma de los caballos, del trabajo duro y del frío exterior.
– Te he oído hablando con ella -susurró, avergonzando a Kelly por completo-. Desgraciadamente, no parece que funcione. Todos hemos tratado de comunicarnos con ella una y otra vez, pero no se mueve. Ni siquiera parpadea -añadió. Contuvo el aliento y suspiró-. Algunas veces, creo que no se va a despertar nunca.
– Simplemente va a llevar más tiempo…
– Eso me han dicho. Un millón de veces, pero ya no estoy seguro de creerlo -musitó él. Apartó la mirada de la cama y se fijó en Kelly-. No empieces a darme sermones sobre tener paciencia y fe, ¿de acuerdo? Creo que ya se me están acabando las dos cosas.
– También podría ser que ella oiga todo lo que le decimos. Tal vez, lo que ocurre es que no puede responder.
– Sí… Supongo que sí -dijo él. Tomó la mano de su hermana, que parecía muy pequeña comparada con la de él-. Venga, Randi… Vamos… -musitó.
Kelly sintió que el corazón se le encogía al ver el dolor que se reflejaba en el hermoso rostro de Matt. Era un hombre muy complejo, capaz de transmitir cientos de emociones, desde la ira, pasando por la culpabilidad al amor. Bajo aquel duro aspecto, había un buen corazón.
Si por lo menos su hermana abriera los ojos…
Kelly decidió que ella sólo era una intrusa en un momento familiar muy íntimo, por lo que se dirigió a la puerta.
– No tienes que marcharte -le dijo él.
– Simplemente estaré fuera -replicó ella sonriendo por encima del hombro-. Creo que necesitas estar a solas con ella.
Salió y observó el puesto de enfermeras, que estaba a sólo unas cuantas puertas de distancia. En el interior, había dos enfermeras trabajando. Un celador empujaba un carrito por el pasillo mientras que un paciente anciano caminaba pesadamente agarrado al soporte del suero.
Tranquilidad.
Paz.
No había nada extraño ni siniestro.
– Eh, gracias por sustituirme -dijo Rex mientras se dirigía hacia su silla-. Te he traído una taza de café… espero que te guste solo.
– Perfecto -contestó ella. Tomó un sorbo.
– Se supone que tiene que ser tostado francés, pero a saber qué diablos es eso -comentó Rex-. Por el trabajo de policía, que, en este caso, implica ejercer de canguro -dijo, a modo de brindis-. Yo, personalmente, creo que es una gran pérdida de tiempo -se rascó la cabeza-. Sé que alguien ha tratado de asesinarla, pero tienen que ser muy estúpidos para volver a intentarlo. El hospital cuenta con un buen servicio de seguridad y, francamente, yo no he visto nada sospechoso desde que estoy aquí.
– Y que siga así -dijo Matt, que había oído la última parte de la conversación. Se sentía muy frustrado con la situación, y ver que un policía de uniforme se estaba quejando a Kelly por tener que hacer guardia allí le irritó profundamente.
El policía asintió y miró a Matt a los ojos.
– Esa es mi intención -afirmó-. Me llamo Rex Stanyon -añadió extendiendo una enorme mano que Matt estrechó de mala gana.
– Bien.
Matt se cuadró el sombrero en la cabeza y trató de controlar los celos que sentía en aquellos momentos. Su reacción ante Kelly había sido más que equivocada, pero era tan guapa y llenaba tan bien el uniforme en los lugares pertinentes… ¿Y qué? Era policía, por el amor de Dios.
Una vez más, como le ocurría siempre que la veía, sintió una ligera tensión en la entrepierna. Diablos. Apretó la mandíbula. Aquella mujer estaba investigando lo que le había ocurrido a su hermana. No podía pensar en ella como mujer.
– Nos ocuparemos de su hermana -le prometió Rex.
– Espero que así sea -comentó. Con eso, se dirigió al ascensor antes de que pudiera tener tiempo de decirle al policía algo que pudiera lamentar.
De soslayo, vio que Kelly se terminaba su café, que le decía algo a Rex y que se dirigía también al ascensor justo cuando éste se abría.
– Te has pasado -le dijo ella cuando entró en el ascensor. Apretó el botón de la planta baja.
– ¿Cómo dices?
– Rex es un buen policía.
– Si tú lo dices…
– Mira, McCafferty -replicó ella. Se volvió para mirarlo y comenzó a golpearlo suavemente con un dedo en el pecho-. Todos estamos haciendo lo que podemos y créeme si te digo que nos morimos de ganas de arrestar al tipo que atacó a Randi y meterlo entre rejas, pero eso no significa que no tengamos derecho a protestar un poco.
– Sólo le he pedido que haga su trabajo.
– Has insinuado que no lo estaba haciendo.
– Se supone que los policías tienen la piel dura.
– ¡Y los vaqueros también!
Sin pensarlo, Matt la agarró y la acercó a él.
– Los vaqueros son como los policías. De carne y hueso.
– Y también tienen sentimientos. ¿Es eso lo que me vas a decir ahora?
– No. De hecho, no iba a decir nada…
Sin pensarlo, la estrechó contra su cuerpo, bajó la cabeza y la besó. Los labios de Kelly eran cálidos y firmes. Su espalda se mantuvo rígida. Si Matt había esperado que ella se deshiciera contra él, se había equivocado.
Kelly se apartó de él justo en el momento en el que las puertas del ascensor se abrieron. Lo miró con indignación.
– No vuelvas nunca a…
En aquel momento, Slade McCafferty hizo ademán de entrar en el ascensor.
– Oh, Matt… iba a…
Slade miró a Kelly y, entonces, como si hubiera comprendido perfectamente la situación, sonrió. Fue un gesto pagado de sí mismo, como si estuviera diciéndole a Matt con aquel gesto que ya se lo había dicho, algo que irritó a su hermano mayor profundamente.
– ¡Vaya! ¿Qué está pasando aquí? -preguntó. Matt quiso abalanzarse sobre él.
– Nada -respondió Kelly, con lo poco que le quedaba de orgullo-. Simplemente le estaba explicando a tu hermano que estamos haciendo todo lo posible para localizar a la persona que atacó a vuestra hermana.
Slade sonrió de nuevo. Matt sintió deseos de darle un puñetazo.
– Bueno, estaba tratando de localizarte porque acabo de recibir una llamada de Kurt Striker. Está de camino al rancho. Acaba de llegar de Seattle. Llegará dentro de una hora.
– Vamos -dijo Matt.
– Me gustaría hablar con él -afirmó Kelly mientras los tres se dirigían hacia la salida del hospital.
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