– No creo que… -empezó Slade, en tono de protesta.

– ¿Por qué no? -asintió Matt-. Tal vez Kelly podría compartir algo de información con él y Striker podría hacer lo mismo con ella -añadió. Slade parecía de nuevo a punto de protestar, pero Matt lo obligó a callarse-. Tenemos que atrapar a ese canalla. Si la policía está dispuesta a trabajar con Striker, mejor que mejor. ¿Quieres venir en mi coche? -le preguntó a Kelly.

– Tengo el mío.

– Yo me marcharé al rancho dentro de un momento -dijo Slade-. Antes, quiero ir a ver a Randi.

Con eso, se dio la vuelta y se metió en el ascensor. Los otros dos se dirigieron al exterior.

– Estabas a punto de decirme lo que no tenía que volver a hacer nunca -le recordó él mientras ambos atravesaban el aparcamiento.

– No quiero que intentes inmovilizarme de nuevo -replicó ella-. Podría ser peligroso.

– ¿Cómo? ¿Acaso me vas a esposar? ¿Vas a sacar tu arma? ¿O a utilizar la porra para meterme algo de sentido común en la cabeza?

– No me refería a eso -dijo ella, muy seriamente. Entonces, de un modo inesperado, soltó una carcajada-, pero no es mala idea. Ten cuidado. Me gradué en la academia de policía con honores en el manejo de la porra.

Kelly tenía sentido del humor. Bajo aquella apariencia dura y profesional, le gustaba gastar bromas.

– No quería ofenderte.

– Claro que sí.

– Sólo te he besado…

– Ni hablar. Eso no ha sido un beso, sino más bien un bofetón. Estabas tratando de que yo me enterara de quién manda aquí. Nada más. Son tácticas de neandertal, McCafferty. Por si no te habías enterado, desaparecieron en la Edad de Piedra -bromeó. Entonces, sacó las llaves del coche del bolsillo y abrió la puerta.

– Pues nadie se había quejado antes.

– ¿Acaso has hecho alguna vez un sondeo de opinión?

– Ay…

– Tan sólo te estoy diciendo las cosas como son.

Matt, con su orgullo herido, quiso volver a tomarla entre sus brazos para demostrarle lo equivocada que estaba, pero no se atrevió.

– ¿Qué es lo que te pasa?

– ¿Qué quieres decir?

– Eres… diferente.

– ¿De las mujeres que te has encontrado hasta ahora en tu vida? Espero que sí.

Estaba metiéndose en su coche cuando Matt le agarró el brazo.

– Espera un momento.

Ella le miró la mano y, con un gesto de desdén, le apartó los dedos uno a uno.

– A mí no me gustan las tácticas de macho dominante.

– ¿No? ¿Y qué es lo que te gusta?

Kelly dudó, se mordió el labio y lo miró con ojos oscurecidos por la noche.

– Dado que lo has preguntado… Sé que voy a lamentar esto -añadió, sin dejar de mirarlo a los ojos-, pero tú has sacado el tema a colación.

Levantó los brazos y le colocó las manos a ambos lados del rostro. Entonces, se puso de puntillas y apretó los labios contra los de él, suavemente al principio, rozándolos simplemente con la piel. Entonces, profundizó el beso muy lentamente, deslizándole los brazos alrededor del cuello y acoplando los labios a su boca. Las brasas que llevaban tantos días esperando prendieron por fin un fuego, dejando que las cenizas volvieran a la vida. Con un gruñido, Matt cerró los ojos y le rodeó la cintura con las manos. El deseo le encendió la sangre. La combinación de aquella noche tan gélida con la cálida mujer que tenía entre sus brazos resultaba muy erótica. La deseaba tanto… En cuerpo y alma y…

De pronto, Kelly lo apartó rápidamente. Aunque ella trató de ocultarlo, Matt vio que la respiración se le había acelerado y notó que los ojos se le habían puesto prácticamente negros. Su piel estaba arrebolada.

– Eso… eso ha sido solamente una demostración -dijo ella, con voz ronca. Se aclaró la garganta-. Para que la próxima vez te lo pienses mejor antes de utilizar de nuevo las tácticas de hombre de las cavernas.

Siete

Matt no iba a permitir que una mujer, aunque fuera policía, lo superara. Sonrió en la oscuridad de la noche y la atrajo de nuevo hacia él. La luz de la farola brillaba en la nieve que cubría el aparcamiento y se le reflejaba a ella en los ojos.

– No eres tan dura como quieres aparentar, ¿verdad, detective? -le preguntó, aunque sabía que estaba metiéndose en territorio peligroso.

Debería dejarla en paz, pero ver el desafío que ella tenía en los ojos y la desafiante inclinación de la barbilla y la apasionada mujer que había oculta bajo aquel uniforme de policía le llegaba de pleno a su orgullo masculino.

– No me sermonees sobre las tácticas del hombre de las cavernas -le advirtió-, porque podría acusarte de ser una provocadora.

– No creo que eso me afectara mucho.

– ¿No? -le preguntó, agarrándola con fuerza de los brazos-. Me apuesto algo a que eso no es cierto.

– Espera un momento. Yo sólo estaba…

– Simplemente tenías curiosidad, pero te ha salido el tiro por la culata. No eres tan inmune como pensabas. Después de todo, no eres una mujer de hielo.

– Ni tú un caballero.

– Jamás he dicho que lo fuera -replicó él. Entonces, la soltó y se dio media vuelta para dirigirse hacia su furgoneta, que estaba aparcada un par de filas más allá.

Kelly se montó en su coche patrulla y se mordió el labio. Matt tenía razón, maldita sea. Había sentido algo con él. Cerró la puerta y metió la llave en el contacto con dedos temblorosos. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había sentido algo con un hombre? ¿Dos años? ¿Tres? ¿Cinco? No lo recordaba, pero ciertamente se trataba de mucho tiempo. Sólo se había enamorado dos veces y en las dos ocasiones, cuando su pareja había comenzado a hablar de matrimonio, ella se había echado atrás.

Tal vez no había estado enamorada.

O podría ser que el amor no existiera.

Sabía que no era así. El matrimonio de sus padres era prueba suficiente de que el compromiso y el vínculo podían existir entre un hombre y una mujer.

Dios santo… ¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Qué estaba haciendo pensando en el amor? Sólo porque Matt McCafferty la había besado, no debía precipitarse. Además, cualquiera de los McCafferty, y eso incluía a Matt, estaba fuera de sus límites, no porque fuera el hermano de una víctima, sino porque era el hijo de John Randall McCafferty, el hombre que había conseguido arruinar la vida de su madre.

– Esto es una locura -se dijo mientras lo observaba a través del parabrisas.

Con la habilidad atlética que lo había ayudado a domar a más de un caballo salvaje, Matt se montó en su furgoneta y arrancó. Ella esperó a que él pasara delante y lo siguió hacia el norte de la ciudad, de camino al Flying M.

– Tonta, tonta -se dijo Kelly. ¿En qué había estado pensando? ¿Por qué había tenido que besarlo? Sí, claro. Orgullo profesional y de mujer. Ese era el razonamiento. No le gustaba que ningún hombre tratara de imponerse a ella y McCafferty había estado tratando de enseñarle una lección. Por eso, ella le había devuelto la pelota, pero desgraciadamente le había explotado en la cara.

Matt condujo bastantes kilómetros por encima del límite de velocidad, por lo que Kelly se preguntó si él estaba tratando de desafiarla. Pensó en adelantarlo para demostrarle que podía hacerlo y dejarle claro que no podía quebrantar las leyes impunemente en su presencia, pero decidió no hacerlo. No la llevaría a ninguna parte y ella ya había experimentado bastantes altibajos emocionales aquella noche. Sin embargo… si él arriesgaba demasiado o si aumentaba la velocidad otros diez kilómetros a la hora, haría que se detuviera.


Kurt Striker ya estaba en la casa con una taza de café en las manos. Nicole estaba sentada en el taburete del piano, cerca de Thorne, que estaba en el sillón. Las gemelas y el bebé estaban ya en la cama y la casa estaba completamente en silencio, a excepción del grupo que se estaba reunido en el salón alrededor de una mesa. Kelly, por su parte, estaba de pie al lado de la chimenea. Había aceptado una taza de café de Matt. Él estaba a su lado.

– ¿Creéis que esto es buena idea? -preguntó Thome, mirando a Kelly y a Kurt. Ella sabía a qué se refería el mayor de los McCafferty. Kurt estaba trabajando para los McCafferty como detective privado. Él los informaba a ellos en vez de a la policía. Kelly, por su parte, representaba a la Ley.

– Está bien, mientras que el departamento del sheriff acceda a compartir información -dijo Kurt. Se reclinó sobre su silla y miró a Kelly.

– Nosotros sólo queremos llegar al fondo de lo ocurrido con Randi y posiblemente con Thorne tan rápidamente como sea posible -dijo Kelly-, y, por supuesto, arrestar al homicida y llevarlo a juicio.

– En ese caso, estamos todos en el mismo barco -comentó Thorne.

– Doy por sentado de que la policía ya habrá comprobado mis credenciales -dijo Kurt mirando fijamente a Kelly.

– Por supuesto que sí -afirmó Kelly-. Hemos investigado a todos los implicados en este asunto.

– Bien. En ese caso, pongámonos manos a la obra. Acabo de regresar de Seattle, que era donde Randi trabajaba. Allí, he hablado con el departamento de policía. Todo lo que yo diga aquí esta noche está limpio, es decir, de acuerdo con los procedimientos policiales. No tiene usted que preocuparse de que su profesionalidad pueda quedar comprometida.

– Establezcamos primero las reglas -dijo ella-. Si usted rompió alguna regla, no me lo va a decir y se supone que yo tengo que ignorarlo, no cuestionarlo. ¿Es así?

– Para que conste, no lo hice.

– Tomo nota -replicó Kelly, aunque sospechaba que el detective privado estaba mintiendo. Sacó un bolígrafo y un cuaderno por si acaso él decía algo que ella quisiera comprobar más tarde-. Bueno, ¿qué descubrió usted cuando estuvo en Seattle?

Kurt se metió la mano en el bolsillo.

– Para empezar, esto -dijo. Sacó un CD-. Es una copia. El departamento de policía de Seattle tiene el original.

– ¿Dónde lo encontró?

– Sorprendentemente, la puerta del apartamento de Randi McCafferty estaba abierta. Llamé. No respondió nadie y entré.

– ¿Y encontró un CD que la policía había pasado por alto? -preguntó ella con escepticismo. Quería decirle que mentía, que sabía que había entrado a la fuerza en el apartamento, pero no vio razón alguna para hacerlo. ¿No habría utilizado la misma táctica ella misma? Aunque ella lo haría con su placa de policía, y aquel tipo era un civil. ¿Qué era peor?

– No exactamente. Digamos que allí encontré la llave de una consigna.

– ¿Qué consigna? -preguntó Kelly.

– La de una estación de tren.

– ¿Y el CD estaba en esa consigna?

– Así es.

– ¿Encontró algo más?

– Hasta ahora no.

– ¿Qué contiene ese CD? -preguntó Nicole.

– El principio de un libro. El resumen del contenido y unos tres capítulos.

Thorne se irguió.

– El libro que Juanita no hacía más que mencionar. Yo creía que sólo era una tontería -dijo. Se levantó y se dirigió hacia la estantería-. Desde que era niña, Randi siempre soñó con escribir una novela. Cuando estaba en el colegio, tenía un diario y siempre estaba imaginando pequeñas historias, pero yo creía que se le había pasado todo cuando se fue al instituto y empezó a mostrar interés en los chicos y en el rodeo. Me imaginé que con conseguir su título de periodismo y comenzar a escribir en un periódico le había bastado.

– Sin embargo, creo que ella también escribía artículos para una revista -añadió Nicole poniéndose también de pie-. Estoy segura de que leí uno que era muy de su estilo y que estaba firmado por RJ. Mackay.

– Lo he comprobado. Parece que le gustaba escribir sin que nadie supiera que era ella. De vez en cuando, escribía artículos bajo seudónimo, probablemente porque no quería que su editor lo descubriera y le hiciera pasar un mal rato por ello.

– ¿De qué va el libro? -preguntó Kelly.

– Es el inicio de una novela.

– ¿No se trata de una colección de anécdotas y consejos de su columna en el Clarion? -preguntó Thorne.

– No parece. Hay una historia y yo me apuesto algo a que es una mezcla de ficción y de hechos reales -explicó Kurt.

– ¿Autobiográfica? -preguntó Matt.

– No lo creo. Ciertamente, no se trata de su vida, pero podría haberse inspirado en alguien que le escribió una carta y le pidió consejo, o tal vez en alguien a quien ella conocía personalmente. No lo sé. En este momento, todo son conjeturas. Como he dicho, el departamento de policía de Seattle tiene el CD original y el ordenador.

– ¿Pero usted tiene copias de todo? -preguntó Kelly-. Seguro que ésta no es la única.

La sonrisa de Kurt confirmó la teoría de Kelly.

– He dicho que iba a trabajar con usted, pero no que iba a revelarle todos mis secretos.

Kelly no insistió.

– Lo imprimiré -dijo Thorne.

– Ya lo he hecho -respondió Kurt.