– Esto es una pérdida de tiempo -se dijo estirándose en la silla mientras miraba el reloj. Era más de medianoche.

Como estaba ya muerta de sueño, se metió en la cama, donde pasó una noche muy inquieta. No hacía más que dar vueltas, soñando con un apuesto vaquero cuyos besos le quitaban el aliento.

Cuando entró en la oficina al día siguiente, fue al despacho de Espinoza y dejó el manuscrito sobre la mesa.

– Esto ha sido más o menos todo lo que ha encontrado Striker -dijo mientras Espinoza empezaba a hojear el manuscrito. Colocó el CD también sobre la mesa.

– ¿Significa algo?

– Sólo que tiene una imaginación muy viva -respondió Kelly. Entonces, le hizo un resumen de la noche anterior.

– Me preocupa que la policía de Seattle no encontrara esto -comentó Espinoza.

– A mí también.

– Creo que es mejor que hables con ellos y les preguntes sobre Striker cuando estés allí -dijo. Abrió un cajón y sacó un sobre, que colocó inmediatamente sobre la mano de Kelly-. Tu billete de avión -explicó-. Te marchas mañana.


– ¡Maldita sea…! -exclamó Matt. Colgó con fuerza el teléfono y captó una mirada de advertencia de Thorne, que estaba sentado a la mesa de la cocina con Nicole, J.R. y las gemelas.

Thorne estaba tratando de enseñarles a las niñas las reglas de un juego de mesa. Nicole tenía al bebé sobre el regazo. Encima de la mesa, había tazas de chocolate caliente a medio tomar y un enorme bol de palomitas que, en aquellos momentos, se había visto reducido a unas pocas semillas de maíz sin explotar.

La escena resultaba demasiado doméstica para Matt. ¿Quién habría podido pensar que Thorne se convertiría en un hombre de familia? Allí estaba, hablando de los preparativos de su inminente boda con su prometida, riéndose con las gemelas y relajándose.

– ¿Problemas? -le preguntó a Matt.

– Sí. Ha caído mucha nieve en las montañas y ha tirado muchos de los postes de la luz y del teléfono. No me puedo comunicar con Kavanaugh…

Matt miró por la ventana y lanzó una silenciosa maldición. Había trabajado muy duro para conseguir aquel trozo de tierra, que era su orgullo, la prueba de que podía salir adelante solo, sin la ayuda de John Randall. Sin la de nadie. Siempre se había imaginado que encontraría a una buena mujer para sentar la cabeza allí, criar a su familia y morir en la tierra que le pertenecía. Cuando llegara ese momento, sus cenizas se esparcirían al viento, cerca del estanque que había junto al granero.

Sin embargo, últimamente había estado pensando en dejarlo todo, en abandonar su sueño.

¿Y por qué?

Por Kelly Dillinger.

Demonios, ¿qué era lo que le había ocurrido en las últimas dos semanas?

– Tendrás que ser paciente -le dijo Thorne mientras tomaba una carta de un montón y tiraba otra-. Mike te llamará cuando pueda.

A Matt no le gustaba. Se sirvió una taza de café y se puso a mirar por la ventana. Necesitaba regresar a su casa, comprobar el estado de su ganado y recobrar el contacto con lo que era suyo. Día a día, se iba sintiendo menos parte de su propio rancho y más sincronizado con la vida en Grand Hope. Sus hermanos, los niños, Randi… y, aunque no quería admitirlo, Kelly Dillinger… Todos lo estaban ayudando a echar raíces de nuevo en el Flying M.

Tomó un sorbo del café y, al notar lo amargo que estaba, tiró el resto al fregadero. Entonces, trató de luchar contra la inquietud que parecía ser su compañera constante aquellos días.

– Creo que me voy a marchar un rato a la ciudad -dijo. Se dirigió a la puerta trasera y agarró su chaquetón-. Voy a ver cómo está Randi.

– ¿No quieres jubar? -le preguntó Mindy.

– Ahora no, cariño -respondió-. Ya jugaremos en otra ocasión, ¿de acuerdo?

– De acuerdo -replicó la niña. Matt tuvo una sensación extraña en el corazón. Sí. Efectivamente, se estaba atando demasiado a aquel lugar.

Se marchó, acompañado por un coro de palabras de despedida. Por un lado, se alegraba de que su hermano se fuera a casar. Ya iba siendo hora, y Nicole, con su familia ya hecha, era un buen partido, una hermosa mujer que podía manejar a Thorne como ninguna otra. Resultaba evidente que se querían mucho. Pensaban quedarse en la casa, alquilar la de Nicole y construirse algo cerca cuando Randi se hubiera recuperado.

Es decir, si Randi se recuperaba alguna vez. Matt miró al cielo y se dirigió hacia su coche. Decidió que, en primer lugar, iría al hospital para ver cómo estaba Randi y que luego se dirigiría a la oficina del sheriff para ver si la detective Dillinger estaba trabajando y si no…

¿Si no, qué?

Salió a la carretera y condujo hacia Grand Hope sin haber podido encontrar una respuesta.


– Iba a invitarte a casa para que te tomaras conmigo una copa de vino, pero, como ya estás fuera, tendremos que esperar hasta que regrese de Seattle -dijo Kelly. Acababa de dejar un mensaje en el contestador automático de su hermana-. Regresaré la noche antes del día de Acción de Gracias. Hasta pronto.

Colgó el teléfono y se estiró. Se sirvió una copa de vino. Había esperado que su hermana se reuniera con ella, pero, dado que no podía localizarla, tendría que cambiar ligeramente de planes. En vez de hablar con ella de cosas de chicas o de jugar a algo con los hijos de su hermana, decidió que utilizaría su tiempo en darse un buen baño y leer un buen libro. Aquello era algo que no había hecho desde hacía mucho tiempo, dado que nunca tenía tiempo suficiente. Solía ducharse por las mañanas y, si volvía a necesitarlo, otra vez por las noches. Rápido y fácil. Sin embargo, aquella noche, después de haberse pasado el día trabajando en la calle, estaba congelada, por lo que decidió que se merecía ese lujo.

Se quitó el uniforme, se recogió el cabello en lo alto de la cabeza y encendió dos pequeñas velas antes de llenar la bañera de agua caliente. Dejó su copa de vino y su libro sobre el borde de la bañera y se sumergió en el agua cálida y aromática.

Era como estar en el paraíso.

Se hundió un poco más y cerró los ojos. El calor empezó a caldearle la sangre y a relajarle la tensión de los músculos. La mente se le desaceleró por completo hasta llegar al lugar de su pensamiento que ocupaba Matt McCafferty. A pesar de que sabía que no debía hacerlo, no hacía más que pensar en cómo lo había besado y cómo había respondido ella. El corazón se le detuvo. Se quedó sin aliento. El la había dejado con la sensualidad latiéndole con fuerza en su interior.

Sabía que estaba jugando con fuego con aquel hombre. Besarlo era un lujo que no se podía permitir, al menos, no hasta que se resolviera el misterio que rodeaba a Randi, y sólo Dios sabía cuándo iba a ser eso. Sólo podía esperar, y desear, que ocurriera pronto.

Se tomó un trago de vino y trató de empezar a leer. Muy pronto, se dio cuenta de que estaba leyendo el mismo párrafo una y otra vez. Entonces, se preguntó por la novela inacabada de Randi McCafferty y se preguntó qué significado podría tener en medio de aquel misterio. Rodeos, caballos… Matt McCafferty. Casi se lo podía imaginar allí, con una mano levantada y la otra agarrando con fuerza al fuerte y testarudo caballo de rodeo. Con un suspiro, trató de apartar aquella imagen de su pensamiento.

– Olvídate de él -se ordenó.

Cerró los ojos y estuvo a punto de quedarse dormida. Seguramente lo habría hecho si el timbre de su puerta no hubiera sonado suavemente por encima de la música de la radio.

Kelly abrió los ojos de par en par.

¿Quién diablos podría ser?

Karla.

Seguramente, su hermana había llegado a casa, había escuchado el mensaje y había decidido ir a visitarla.

– ¡Ya voy! -exclamó.

Salió de la bañera y se puso un albornoz, cuyo cinturón se ató con fuerza alrededor de la cintura. Se puso unas zapatillas y bajó corriendo las escaleras para abrir la puerta. Una vez allí, miró por la mirilla, pero no vio a Karla por ninguna parte. Tan sólo consiguió vislumbrar la imagen de Matt McCafferty a través de la lente.

El corazón se le sobresaltó. Quitó el cerrojo y abrió la puerta antes de darse cuenta de que no llevaba nada debajo del albornoz amarillo.

El abrió los ojos sólo una fracción y, durante un segundo, pareció haberse quedado completamente sin palabras.

– No me había dado cuenta de que era tan tarde -dijo.

Kelly se tragó una sonrisa. Evidentemente, estaba esperando que la detective Dillinger fuera la que abriera la puerta, vestida como siempre con su uniforme.

– ¿Puedo hacer algo por ti? -le preguntó.

– Sí -dijo él-. Estaba en la ciudad y pensé que… Bueno, supongo que debería haber llamado -concluyó-. Apretó los labios y miró hacia un lado-. Pensé que tal vez te apeteciera salir a tomar algo… Debería haber llamado.

– Sí, normalmente eso es lo que se hace, sí -dijo ella, sin ceder ni un ápice. A pesar de todo, se sentía muy halagada. El pulso le latía con rapidez en las venas y el corazón no era menos.

«Dios, es tan guapa…», pensó Matt mientras se preguntaba qué era lo que lo había llevado a la puerta de la casa de Kelly. Se había asegurado que lo hacía para vigilar el desarrollo de la investigación, que sólo tenía que ver con el caso, pero si era sincero consigo mismo, sabía que era por mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Allí estaba, víctima de sus propios impulsos sexuales. Quería ver a Kelly porque resultaba una mujer intrigante y hermosa. Había esperado encontrarla vestida como siempre con su uniforme, pero aquella… aquella fascinante mujer resultaba así más irresistible. Kelly parecía más menuda, más vulnerable, más femenina y más sexy con aquel albornoz amarillo. Llevaba el cabello recogido y tenía el rostro sonrojado, unos pómulos increíbles y una atractiva boca que se curvaba en una sonrisa.

– Supongo que es demasiado tarde.

– ¿Para una cita? ¿Esta noche? -preguntó ella-. Creo que sí.

Matt se sintió como un adolescente. No hacía más que darle vueltas a su sombrero entre los dedos.

– Tal vez mañana.

– No estaré en la ciudad. Regresaré dentro de dos días…

– Tal vez podamos vernos entonces.

– No creo que eso sea buena idea.

– ¿No? -replicó él. Algo en la voz y en el gesto de Kelly lo estaba desafiando.

– Bueno, no creo que sea lo más adecuado.

– ¿Te preocupa lo que pueda ser adecuado y lo que no?

– Sí. No me gustaría hacer nada por lo que se pudiera dudar de mi profesionalidad o de mi objetividad.

¿Eran imaginaciones suyas o los ojos de Kelly brillaban con un desafío? Notó el aroma de jazmín y no pudo contenerse.

– Al diablo con la profesionalidad -gruñó.

La rodeó con sus brazos.

– Eh, espera un momento.

– Y con la objetividad.

Le cubrió la boca con la suya. Kelly tenía los labios muy cálidos y sabían ligeramente a vino. Ella gimió suavemente, lo que animó a Matt a besarla con más pasión, frotándole la boca con la suya, abrazándola con fuerza y sintiendo cómo ella se deshacía contra él.

La sangre le ardió. Agarró con fuerza los suaves pliegues del albornoz y sintió cómo ella temblaba. Aquello fue todo lo que necesitó sentir. Con un rápido movimiento, se inclinó un poco y la tomó en brazos para cruzar el umbral con ella.

– Eh… -susurró Kelly-. ¿Qué crees que estás haciendo?

Matt cerró la puerta con un movimiento de talón.

– Lo que he querido hacer desde el momento en el que te vi -dijo. Subió con ella las escaleras y la condujo hacia el dormitorio.

Las velas del baño contiguo proporcionaban una suave luz, que los acompañó cuando él se dejó caer con ella sobre la cama.

Kelly sabía que debería oponerse, que debería resistirse a la tentación de aquellas caricias, pero los labios de Matt eran mágicos y sus manos cálidas y persuasivas. Le besó los párpados, las mejillas y el cuello. De algún modo, él se quitó el chaquetón y lo dejó caer al suelo. Con los dedos endurecidos por el trabajo físico le abrió el albornoz lo justo para poder apretar los labios contra la curva de su suave y desnudo hombro.

Las llamas del deseo hicieron hervir la sangre de Kelly. Matt le desabrochó el nudo del cinturón. Kelly notó el cálido aliento contra los pechos y sintió un hormigueo en el centro de su ser, las primeras indicaciones del despertar del deseo.

«No lo hagas, Kelly. No lo hagas. Este es el mayor error de tu vida. Piensa, maldita sea…».

No podía hacerlo. Las manos y la boca de Matt resultaban de lo más seductoras, provocando que ella no pudiera encontrar credibilidad en ninguna de las razones que esgrimía para tratar de poner fin a lo que estaba ocurriendo entre ellos. Sabía que sus padres se disgustarían mucho, que su jefe consideraría aquello un acto de traición y que ella podría poner en juego la investigación e incluso su placa, que su hermana le diría que no se podría haber buscado un amante peor que un McCafferty, pero a pesar de todo… Los labios de Matt eran demasiado seductores y el deseo que sentía en su interior era ya imposible de negar.