El le quitó las horquillas del cabello y se lo soltó por los hombros. A continuación, deslizó una mano por debajo del albornoz. La oleada de deseo que Kelly sintió fue imposible de negar. Deseaba tanto a aquel hombre… Se ofreció más a él y Matt no lo rechazó. Tomó un pezón entre los labios y le arañó suavemente la piel con los dientes para luego lamérselo ávidamente.
Kelly sintió que se estaba deshaciendo por dentro. Se sentía cálida, húmeda, entre las piernas. Como si él le hubiera leído el pensamiento, deslizó la mano hacia abajo, acariciándole suavemente el abdomen hasta hundirse en los rizos que le adornaban la entrepierna. Siguió buscando más allá para encontrar por fin el pequeño montículo que la hacía volverse loca de pasión. Comenzó a estimulárselo sin dejar de besarle los pechos. Poco a poco, la lujuria fue apoderándose de ella. Kelly comenzó a gemir y a agitarse, deseando mucho más… todo lo que él pudiera darle. La piel le ardía y el sudor le empapaba la frente.
Kelly prácticamente le arrancó los botones de la camisa. Deslizó las manos por debajo de la tela para encontrar un musculoso torso cubierto de mullido vello negro. Tocó los fuertes y fibrosos músculos, sintió cómo él gozaba, pero no le resultó suficiente. Necesitaba sentirlo aún más, sentirlo en su totalidad, frotarse contra él, piel contra piel, corazón contra corazón…
Matt por su parte, profundizó aún más sus caricias. Ella gimió de placer y se agarró con fuerza a los hombros de su amante.
– Oh… oh…
Tragó saliva y sintió como si todo su ser estuviera centrado en aquella pequeña parte que él frotaba con tanta intensidad. Ella se estiró. Sudaba como si estuviera presa de la fiebre y sentía que aquella tormenta iba a hacerse más fuerte y más salvaje.
– Esa es mi chica -susurró él, sobre los senos de Kelly-. Déjate llevar…
A ella le pareció que el mundo comenzaba a dar vueltas a su alrededor. Los labios de Matt volvieron a encontrar los de ella, para delinearle la boca con la lengua y acalorarle aún más la arrebolada piel con su cálido aliento.
– Por favor… -murmuró ella, con una voz que casi no reconoció-. Por favor… Matt… oh, por favor…
– Lo que tú quieras, cariño.
Kelly le agarró la cinturilla de los vaqueros y sintió cómo su erección se erguía contra la tela.
– En ese caso…
Con la mano que le quedaba libre, él le agarró la muñeca.
– Espera, cariño, espera…
El ritmo de sus caricias se incrementó. Ella echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, retorciéndose y gritando de placer al sentir el primer espasmo, que la mandó a la gloria a través del espacio.
– Ooohh… -susurró, gimiendo de placer.
Sin embargo, Matt no había terminado. Le volvió a introducir los dedos más profunda y rápidamente, volviendo a empujarla hasta los límites. Kelly le clavó las uñas en los hombros y gritó de placer a medida que las convulsiones se iban adueñando de ella.
– Matt… oh… Matt.
Casi no podía respirar ni pensar, pero sabía que necesitaba sentirlo dentro, sentirlo por completo, anhelaba el contacto pleno de la unión de ambos cuerpos.
Agarró el cinturón. Le costó un poco desabrochar la enorme hebilla de rodeo que él llevaba puesta. Antes de que él pudiera negarse, lo besó, le tocó la punta de la lengua con la suya y lo invitó a penetrarla.
Matt se estiró a su lado para facilitarle el acceso. Ya no se oponía…
Clic.
La hebilla estaba abierta. Al segundo, también la cremallera del pantalón.
Matt sintió una oleada de aire fresco sobre la piel. Se mordió los labios al sentir cómo ella le acariciaba el miembro viril con la yema de los dedos.
Ding.
En algún lugar de la casa, sonó una campana. Un timbre.
– Oh, no… -susurró Kelly. Apartó la mano inmediatamente y se sonrojó.
– ¿Estabas esperando a alguien? -preguntó él. Parecía muy divertido.
– No.
El timbre volvió a sonar. Con insistencia.
– Alguien tiene muchas ganas de verte.
– Maldita sea… ¡Es Karla! Yo… yo le dejé un mensaje antes en su contestador… probablemente se ha traído también a sus hijos -dijo, presa del pánico, mientras se apartaba el cabello de los ojos.
– ¿Quién es Karla?
– Oh. Es mi hermana. Sólo… espera -respondió.
Kelly se bajó de la cama y se dirigió corriendo a toda velocidad hacia el armario. Allí, agarró una camisa y un par de vaqueros. Después, se dirigió al cuarto de baño.
Matt se abrochó los pantalones y el cinturón. El maldito timbre volvió a sonar. Aquella vez, la voz preocupada de una mujer sonó después.
– ¿Kelly? ¿Estás en casa? Soy yo.
– Lo sé, lo sé… -gruñó Kelly mientras salía del cuarto de baño.
Descalza pero vestida, se estaba recogiendo el cabello con una goma elástica. Entonces, al ver que Matt seguía sobre la cama, susurró:
– Tú ve a sentarte en el salón, por el amor de Dios. Sírvete una copa de vino o lo que quieras. Que parezca que llevas aquí toda la tarde. Que parezca que… estábamos hablando del caso, por el amor de Dios, y luego… y luego…
Ella desapareció por la puerta del dormitorio y Matt oyó que bajaba rápidamente las escaleras. Él se dirigió al salón. Allí, encontró una botella de vino abierta. Fue al aparador y encontró una copa. Entonces, oyó voces en la planta de abajo.
– Maldita sea, Kelly. ¿Es que no oías el timbre? ¡He estado a punto de congelarme ahí fuera, esperando que abrieras! -comentó una voz. Matt oyó que subían las escaleras-. ¿Por qué has tardado tanto en…?
Una mujer menuda, con cabello rojo muy corto y enormes ojos verdes que clavó en Matt inmediatamente, apareció en el salón.
– Oh…
La mujer se detuvo en seco. La relajada sonrisa que había llevado hasta entonces en los labios desapareció.
– Kelly… ¿qué está pasando aquí? -preguntó, y centró su atención en la copa que Matt tenía en la mano.
– Oh, bueno. Matt ha venido a hablar del caso.
– ¿Matt? -repitió la mujer.
Kelly entró en el salón y, a pesar de las circunstancias, permaneció tranquila.
– Sí. Matt McCafferty. Esta es mi hermana Karla.
– Encantado de conocerte -dijo Matt a pesar de que la hermana de Kelly parecía completamente desconcertada. Extendió la mano y Karla se la estrechó de mala gana.
– Oh, sí, claro. Yo también -replicó ella-. Espera un minuto. ¿Esto es de verdad?
– ¿Qué quieres decir? -preguntó Kelly-. Matt y yo estamos repasando el caso…
– Vaya… -dijo Karla, y, atravesó a Kelly y a Matt con la mirada-. No digas tonterías. Tengo ojos, Kelly. Sólo espero que sepas lo que estás haciendo.
– Por supuesto que sí.
– ¿Te apetece beber algo? ¿Una copa de vino? -preguntó Matt mientras agarraba otra copa del aparador y comenzaba a servirle.
– Sí, pero creo que necesito algo más fuerte que el vino.
– No hay nada más fuerte. Ya he preguntado yo.
Karla ni siquiera parpadeó. Tomó la copa que Matt le ofrecía y, con una última mirada de condenación a su hermana, se sentó en una silla de ratán.
– Bueno, entonces, ¿cómo va la investigación? -preguntó con la voz llena de sarcasmo.
– Tenemos ciertos contratiempos y no hacemos más que encontrarnos con callejones sin salida, pero creo que estamos haciendo progresos.
– Hmmm -comentó Karla. Tomó un trago del vino. Evidentemente, no se estaba creyendo nada de la historia.
Matt sirvió otra copa y se la dio a Kelly.
– Me marcho mañana a Seattle -explicó ella. Entonces, comenzó a contestar las preguntas que le hacía Karla.
Por lo que Matt pudo sacar en claro de la conversación, Karla, después de escuchar el mensaje de su hermana, había decidido ir a verla. Había dejado a sus hijos con sus padres y se había dirigido hacia la casa de su hermana para encontrar a Matt allí. Por alguna razón, su presencia en la casa había molestado mucho a Karla, y parecía que dicha desilusión se debía a mucho más que al hecho de tener que compartir a su hermana con él durante aquella tarde. No. Matt percibía resentimiento en la actitud y en la mirada de la recién llegada.
Rodeó la barra de la cocina americana y se reunió con las dos hermanas en el pequeño salón. Había esperado que la casa de Kelly fuera limpia y ordenada, funcional y espartana, pero, como con todo lo que se refería a Kelly, se había equivocado. La casa no estaba desordenada, pero no se notaba que viviera alguien en ella. Un mostrador separaba la cocina del salón. Junto con la silla de ratán, había una mecedora, un sofá con cojines mullidos y una mesa de cristal, además de una estantería repleta de libros. Un aparador ocupaba un rincón y, sobre la chimenea, había una colección de fotografías.
– En el mensaje me decías que estarías de vuelta para el día de Acción de Gracias -dijo Karla.
– Ese es el plan.
– Bien. No me gustaría tener que explicarles a mamá y a papá que no ibas a presentarte en la casa por el trabajo.
– Papá lo comprendería. Él fue policía.
– Hace mucho tiempo.
– Es decir, que vienes de una familia con tradición policial -observó Matt.
– Mmm… mi padre, mi abuelo y creo que mi bisabuelo.
– Nuestro padre fue policía hasta que le dispararon y tuvo que jubilarse antes de la edad por su discapacidad -comentó Karla. Se terminó su copa de vino con un ademán exagerado-. Bueno, ¿y tú? -le preguntó a él, aunque Matt supuso que sabía más sobre su familia que él sobre la de ella-. ¿A qué se dedica tu familia?
No se molestó en ocultar el veneno que tenía en la voz.
– Mi padre fue jinete de rodeo y luego se hizo ranchero. Compró el Flying M hace más de cincuenta años y lo hizo más grande para poder incluir otros negocios en la zona de Grand Hope.
Karla apretó los labios y lanzó una dura mirada a su hermana.
– No se acuerda, ¿verdad?
– ¿Acordarme de qué? -preguntó Matt.
Karla realizó un gesto de irritación, pero fue Kelly la que contestó.
– Nuestra madre trabajó para tu padre durante unos pocos años.
– No fueron unos pocos -dijo Karla-. Dedicó su vida a ese hombre, como su secretaria, o asistente personal, tal y como él la llamaba -miró a Matt con dureza-. ¿Y qué ocurrió cuando las cosas empezaron a ir mal para los negocios de tu padre? Nuestra madre fue historia. Así de fácil -añadió, chasqueando con los dedos para darle más énfasis a sus palabras-. Sin trabajo, sin fondo de pensiones, sin finiquito. Nada.
– Espera un minuto… ¿Has dicho que era su secretaria?
– Y más. Era como su mano derecha. Su ayudante ejecutiva. Estoy segura de que te acuerdas de ella. Eva. Eva Dillinger.
– ¿Eva?
Efectivamente, el nombre le resultaba familiar, pero Matt jamás había hablado con ella. Sólo había escuchado el nombre en un par de ocasiones, cuando John Randall la mencionó de pasada. Matt no prestó nunca mucha atención. Por aquel entonces, estaba muy metido en sus cosas.
– Supongo que papá la mencionó en alguna ocasión.
– ¿En alguna ocasión? Eso espero -replicó Karla. Entonces, miró hacia el dormitorio y vio el albornoz amarillo de su hermana sobre la cama medio deshecha. Entonces, frunció los labios. Parecía estar a punto de decir algo, pero se lo pensó mejor y se puso de pie-. Tal vez sea mejor que me marche. Creo que he interrumpido algo.
– Quédate -dijo Matt mirando el reloj-. Yo ya me iba -añadió. Se tomó de un trago su copa y la dejó encima de la mesa. Tomó su chaquetón y se dirigió a Kelly-. Sólo quiero que me digas si te enteras de algo más de lo que le ocurrió a mi hermana.
– Lo haré.
Kelly lo acompañó a las escaleras. Allí, él se detuvo para abrocharse el chaquetón.
– Hablaré contigo más tarde… Oh… Hay una cosa más.
– ¿De qué se trata? -preguntó ella, visiblemente tensa.
– Que tengas buen viaje.
– Lo tendré.
Matt se volvió hacia Karla.
– Encantado de conocerte.
– Lo mismo digo -replicó ella, pero de mala gana. Lo miraba como si él fuera el diablo reencarnado.
Con eso, Matt se dio la vuelta. Entonces, rodeó la cintura de Kelly con los brazos y la estrechó contra su cuerpo.
– Gracias por la hospitalidad, detective. Y no te olvides de mí -susurró. Se inclinó hacia delante y la besó. Con fuerza. Del modo en el que había tenido la intención de poseerla.
Cuando Matt la soltó, Kelly dio un paso atrás y dejó que él bajara las escaleras.
– Dios mío -murmuró Karla-. Dios mío…
Kelly se preparó para escuchar el sermón que, con toda seguridad, su hermana le iba a echar.
– Estás enamorada de él, ¿verdad? -dijo Karla. La furia había desaparecido de su voz.
En la planta baja, la puerta se cerró. Unos segundos más tarde, se escuchó el sonido del motor de un coche que arrancaba y se marchaba.
– Lo estás, ¿verdad?
– No, por supuesto que no -le espetó Kelly. Se terminó de un trago su vino y trató de pensar. ¿Enamorada? ¿De Matt McCafferty? El corazón se le aceleró con sólo pensarlo. ¿Sería cierto? ¿Era posible que se hubiera enamorado de aquel arrogante vaquero?
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