– Eso es ridículo -añadió.
– Lo veo en tus ojos -replicó Karla-. No me lo puedo creer, Kelly. Alguien ha conseguido deshacer el hielo que rodeaba tu corazón, y ha tenido que ser un maldito McCafferty -añadió. Se cruzó de brazos-. En otro momento te habría dicho que deberíamos celebrarlo, pero dado que el hombre de tus sueños es el hijo de John Randall, creo que sería mejor que llamara a un sacerdote y le pidiera que te realizara un exorcismo.
– Muy graciosa…
– Sé que no lo es, pero, de verdad, ¿es que has perdido el juicio? Mamá y papá van a alucinar cuando se enteren, y tu jefe seguramente te despedirá. ¿Y la investigación?
– Mamá y papá no dirigen mi vida y mi jefe no puede decirme lo que tengo que hacer cuando no estoy de servicio. Además, no me he comprometido a nada.
– Aún -replicó Karla. Entonces, se dirigió a la puerta del dormitorio y lanzó una intencionada mirada-, pero no vas a tardar mucho.
– Eso no es asunto tuyo…
– Kelly, no seas tonta, ¿de acuerdo? -afirmó Karla agarrando el brazo de su hermana-. Los McCafferty son pájaros de mal agüero. Todos ellos. No se puede confiar en ninguno.
– He oído antes ese sermon.
– Perdona. Creía que tú eras la que lo daba. Escúchame, por Dios. Hagas lo que hagas, Kelly, no te enamores de Matt McCafferty -le aconsejó su hermana con toda la sabiduría de alguien que había cometido muchos errores en lo que se refería a asuntos del corazón.
– No lo haré.
– Sería un error terrible.
– He dicho que no lo haré.
– Y yo creo que eres una mentirosa. Probablemente ya ha ocurrido -observó Karla. Entonces, levantó las manos para impedir que ella siguiera protestando-, pero si estás enamorada de él, estás metida en un buen lío. Lo único que vas a sacar de todo esto es un corazón roto. Eso te lo garantizo.
Nueve
– ¿Adonde vas? -preguntó Slade cuando Matt, con una bolsa de viaje colgada del hombro, bajó corriendo las escaleras.
Slade estaba de pie al lado de la chimenea del salón. Estaba en calcetines, para calentarse mejor los pies, y tenía una taza de café entre las manos. Había estado hablando con Larry Todd, quien, por lo que Matt había podido escuchar de la conversación, le estaba expresando la necesidad de un establo nuevo.
– Lo que yo tengo en mente no costaría mucho. Básicamente quiero un tejado sobre columnas. Así, el ganado tendría más resguardo y facilitaría el poder darles de comer.
– No veo por qué no -replicó Slade. Entonces, miró hacia la escalera.
Matt se detuvo en el arco y explicó:
– Espero que Thorne y tú podáis sostener el fuerte. Yo voy a pasar un par de días en Seattle.
– No me lo digas. La detective está allí -comentó Slade con una pícara sonrisa en los labios-. ¿No es cierto? La detective Dillinger está allí.
Matt no se molestó en contestar.
– Cuando regrese, iré primero a mi casa para ver a Kavanaugh. Regresaré para el día de Acción de Gracias.
– Para eso faltan muy pocos días. Nicole dijo algo sobre que los dos teníamos que ir a la ciudad para hacernos las pruebas de los trajes de la boda.
– ¿Sí? -preguntó Matt sin desanimarse.
– Se enfadará mucho si no lo haces. La boda va a celebrarse en cuanto Randi se despierte.
– Te aseguro que el traje estará perfecto, la boda transcurrirá sin problema alguno y ellos se casarán felizmente -comentó Matt. La ira estaba empezando a soltarle la lengua-. Dile que no se enfade tanto. Randi ni siquiera ha recuperado la consciencia. Como he dicho, volveré dentro de un par de días.
Atravesó el vestíbulo en dirección a la cocina siguiendo el seductor aroma del café. Se había levantado de mal humor porque había dormido muy mal. Sus sueños habían estado plagados de imágenes de Kelly, imágenes sexys y apasionadas que lo habían obligado a darse una ducha fría que, aquella mañana, se lo había parecido más que nunca.
Pasó por delante del despacho. De reojo, vio a Thorne, con la pierna apoyada sobre una esquina del escritorio. Tenía el teléfono contra una oreja mientras no dejaba de observar la pantalla de su ordenador.
– Me marcho -le dijo Matt.
Thorne, completamente absorto en su conversación, alzó la mirada un segundo. Entonces, levantó un dedo, indicándole así que esperara un segundo, probablemente para darle órdenes, pero Matt no estaba de humor.
– Regresaré dentro de un par de días.
– Espera un momento, Eloise. Parece que tengo una crisis aquí en casa -dijo Thorne, y dedicó toda su atención a su hermano-. ¿Adónde diablos vas?
Matt repitió lo que había dicho.
– Striker me ha dicho que debo vigilar a esa policía y, dado que el departamento del sheriff envía a Kelly Dillinger a Seattle, he decidió que tengo que seguirla.
– ¿Y lo sabe ella?
– No.
– Faltan tres días para Acción de Gracias.
– Lo sé, lo sé… Y Slade ya me ha dicho lo del traje. Me ocuparé de todo cuando regrese.
– Eso espero.
La voz de Nicole la precedió a ella. Matt soltó una maldición en silencio y se volvió para saludar a su cuñada. Ella llevaba el cabello recogido y una blusa blanca, pantalones oscuros y un amplio cinturón. En las manos portaba un cinturón, dado que iba de camino al hospital.
– Si no lo haces -le advirtió ella. Evidentemente, había escuchado la conversación-, te untaré de alquitrán y te emplumaré para luego despellejarte vivo.
– Gracias, doctora. ¿Algo más?
– Creo que con eso basta. Por ahora.
– ¿Eres siempre tan simpática? -gruñó Matt.
– Sólo cuando quiero algo -replicó ella con una sonrisa. Entonces, apoyó un hombro contra la puerta y centró su atención en Thorne-. Iré a ver a Randi. Jenny debería llegar en cualquier momento para ocuparse de las gemelas y del bebé. Juanita le está dando un biberón en estos momentos. Las niñas se han vuelto a dormir, así que no creo que te vayan a dar muchos problemas.
– Yo no estaría tan seguro de ello -gruñó Thorne, pero los ojos se le habían iluminado al ver a Nicole.
Ella se echó a reír.
– Llamaré más tarde -dijo, y miró a su cuñado-. Tal vez quieras despedirte de tu sobrino.
– Lo haré -replicó Matt.
– Bien -afirmó Nicole. Le lanzó un beso a Thorne y luego se dirigió rápidamente hacia la cocina.
Thorne la miró ensimismado. Su importante llamada de teléfono había quedado olvidada por el contoneo de las caderas de Nicole. Estaba absolutamente enamorado de ella.
Matt se despidió de Thorne y siguió a Nicole a la cocina. Tal y como ésta había dicho, Juanita le estaba dando un biberón al pequeño J.R. mientras le cantaba una nana en español. El bebé miraba a su improvisada niñera como si estuviera hipnotizado.
Matt se sirvió una taza de café. Con cierta tristeza, pensó que, aunque el pequeño J.R. crecía feliz y sano, debería ser su madre quien lo estuviera cuidando. Randi tendría que estar cantándole, acunándolo y dándole de comer. Sintió que el cuello se le tensaba al pensar en el canalla que había tratado de matar a su hermana en dos ocasiones. ¿Quién diablos sería? ¿Podría ser el padre de J.R.? Eso sería lo peor. El pobre niño quedaría tocado de por vida con algo así.
Como aún seguía de mal humor, dio dos tragos más a su taza de café y tiró el resto al fregadero.
– ¿Te marchas? -preguntó Juanita al ver la bolsa de viaje.
– Después de que se pruebe el traje para mi boda -dijo Nicole, medio en serio medio en broma.
– Te prometo que me ocuparé de ello -repuso él. Apretó suavemente la nariz de J.R.-. No le des ningún problema a nadie, ¿de acuerdo?
El niño gorjeó y Matt volvió a experimentar una extraña sensación en el corazón, sensación que se había hecho parte de él desde que llevaba viviendo en el Flying M.
Maldita sea… ¿Qué le estaba ocurriendo? Desde que tuvo noticia del accidente de Randi, había cambiado. Enojado consigo mismo y con el mundo entero, se cuadró el sombrero sobre la cabeza e ignoró las protestas de Juanita sobre el hecho de que necesitaba desayunar de verdad antes de marcharse.
«El corazón roto». Eso fue lo que pensó Kelly al día siguiente cuando se sentó tras el volante de su coche de alquiler en el aeropuerto de Seattle. «Ni hablar». Sin embargo, mientras conducía su automóvil hacia el centro de la ciudad, no pudo dejar de pensar que había algo de verdad en aquello. Se estaba enamorando de Matt McCafferty y era un error monumental.
Monumental.
Pero por mucho que tratara de convencerse de que no debía volver a verlo, sabía que no podría hacerlo nunca. Era como la polilla que no puede evitar acercarse a la llama, a pesar de que esta última terminaría quemándola.
«Tonta, tonta, tonta», se recriminó en silencio mientras cambiaba de carril y unas luces de freno se encendían delante de ella. Alguien tocó el claxon violentamente. No tardó en encontrar la dirección de la comisaría de policía de Seattle y, después de aparcar el coche, se dirigió al interior del edificio bajo la lluvia.
Se pasó las siguientes cinco horas en la comisaría, hablando con un simpático detective que se había estado ocupando de toda la información sobre Randi McCafferty. Oscar Trulliger le dijo que, hasta aquel momento, nadie había podido confirmar que el libro que Randi estaba escribiendo tuviera que ver con los ataques que había recibido y que no había información nueva al respecto. Ninguno de sus ex parecía tener nada en contra de ella. Sam Donahue estaba viviendo en su rancho. Joe Paterno, el fotógrafo y periodista, estaba de misión en Alaska. Brodie Clanton, cuyo bisabuelo había fundado el Clarion, estaba fuera del país, de vacaciones en Puerto Vallarta, México.
Resultaba muy conveniente que ninguno de los hombres con los que ella había salido estuviera ni siquiera cerca de Seattle. Demasiado conveniente. A continuación, Kelly se dirigió a las oficinas del Seattle Clarion.
– ¿Puedo ayudarla en algo? -le preguntó una seria recepcionista.
– Me gustaría hablar con Bill Withers -dijo Kelly. Entonces, le enseñó su placa-. Detective Kelly Dillinger. Vengo de Grand Hope, Montana. Tengo algunas preguntas sobre Randi McCafferty.
La recepcionista le ofreció lo que se podría haber considerado una sonrisa.
– El señor Withers no está aquí en este momento.
A Kelly no le sorprendió.
– ¿Y Joe Paterno o Sara Peeples? -preguntó, aunque una vez más, ya se suponía la respuesta.
– Joe está en una misión y no regresará hasta mañana, pero Sara sí está. Le diré que está usted aquí.
Sin esperar a la respuesta de Kelly, la recepcionista apretó un botón y dejó el mensaje pertinente.
Dos minutos después, una mujer menuda con el rostro alargado y el cabello rubio apareció en la recepción. Llevaba un vestido corto, botas, chaqueta y media docena de pulseras en el brazo.
– ¿Es usted la detective Dillinger? -preguntó-. Soy Sara. De verdad que me alegro mucho de que esté usted aquí. ¿Cómo está Randi?
– Aguantando.
– Venga a mi despacho. Mi escritorio está muy desordenado, pero allí podremos hablar -dijo la mujer. Condujo a Kelly a través de un laberinto de escritorios hasta uno que quedaba en un rincón, cerca de lo que parecía ser un despacho dedicado exclusivamente a la fotografía-. He oído que Randi sigue en coma. Que alguien podría haber tratado de matarla.
– Eso es lo que estamos investigando.
– Vaya… ¿Sabe una cosa? En este periódico se informa de ese tipo de cosas constantemente, pero a una no le llega hasta que es alguien que conoce. Alguien que es pariente o amigo.
– Lo sé. Esperaba que usted pudiera hablarme un poco sobre Randi. Con quién salía, quiénes eran sus amigos y sus enemigos…
– Y quién es el padre de su hijo. Esa es la pregunta del millón, ¿verdad? Desgraciadamente, yo no lo sé tampoco. No tengo ni idea de quién podría querer hacerle daño a Randi y espero sinceramente que no sea el padre de su hijo. Por desgracia, hay de todo en este mundo.
Durante las siguientes dos horas, Kelly estuvo hablando con Sara y otras personas de la redacción sin obtener mucha más información de la que ya disponía. Nadie tenía ni idea de quién podría querer hacer daño a Randi ni de quién era el padre de su hijo. Tenía muchas amigas, pero una en particular, Sharon Okano, una tía y una prima por parte de su madre y todo el mundo, parecían pensar que estaba escribiendo un libro, una historia de ficción sobre el mundo del rodeo. Aparte de su habitual columna, Randi ocasionalmente trabajaba como autónoma.
Cuando por fin se registró en un hotel frente a Elliott Bay, era ya de noche. Allí, se dirigió directamente a su habitación y arrojó el bolso sobre una mesa.
Se puso junto a la ventana, observando las aguas grises durante unos instantes. Entonces, llamó a la amiga de Randi, Sharon, quien, según el mensaje grabado, la «llamaría tan pronto como fuera posible». Kelly dejó su nombre y su número de teléfono del hotel junto con el del departamento del sheriff de Grand Hope. Luego llamó a su departamento y dejó un mensaje de voz para Espinoza. Tras realizar estas tareas, decidió salir a explorar la ciudad.
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