Se dirigió al paseo marítimo. El viento soplaba con fuerza, levantando la espuma en el mar mientras los ferrys atravesaban las oscuras aguas. Aunque aún ni siquiera había llegado el día de Acción de Gracias, ya se notaba el sabor de la Navidad en los escaparates de las tiendas.

Se compró una taza de sopa de marisco en un pequeño restaurante situado en el muelle 56 y regresó al hotel preguntándose qué estaría haciendo Matt en aquellos momentos. Pensó en el hecho de que había estado a punto de hacer el amor con él y segura de que, si volvía a tener la oportunidad, lo volvería a hacer. Se metió los puños en el bolsillo y consideró las consecuencias de ese acto.

¿Qué daño podría causar? Ella era adulta, igual que él. «Pero tú eres policía y él es el hermano de una víctima, tal vez incluso un sospechoso». No era que creyera los chismorreos locales, pero…

Cuando llegó al hotel, tenía el cabello empapado, las mejillas cortadas por el frío y los dedos congelados. Entró en el vestíbulo y, cuando se dirigía hacia el ascensor, sintió, más que vio, a alguien. El aroma de la loción para después del afeitado, de cuero y de caballos le dijo claramente de quién se trataba.

– ¿Cómo me has encontrado? -preguntó. El corazón se le aceleró al ver el reflejo del rostro de Matt en las puertas del ascensor.

– Un poco de trabajo detectivesco.

– Sí, claro… -comentó ella riendo.

Las puertas se abrieron y Kelly entró en el ascensor. Matt estaba a su lado y ella observó sus ojos oscuros. Brillaban de alegría y, decididamente, de algo más peligroso.

Él apretó el botón del último piso del hotel. Cuando ella extendió la mano para apretar uno diferente. Matt le agarró la mano.

– Me pareció que te gustaría venir a mi habitación durante un rato. A tomar una copa.

– ¿Sí? Sé que nos dejamos llevar un poco la otra noche, pero no creo que sea buena idea que nosotros… Bueno, considerando las circunstancias, no creo que fuera buena idea que estuviéramos juntos.

– Ya lo estamos…

Matt estaba a su lado, sin tocarla. Simplemente, parecía llenar por completo el espacio del ascensor. Kelly se sentía como si fuera claustrofóbica, como si no pudiera respirar.

– Está bien. En ese caso, tal vez no debamos estarlo más de lo que ya estamos… hasta que se resuelva el caso. No quiero perder mi objetividad.

– Demasiado tarde.

Matt la agarró. Aunque ella sabía que debía decirle que la dejara en paz, no lo hizo. En vez de eso, levantó la barbilla y recibió su cálida boca con los fríos labios. Matt la abrazó con fuerza y, cuando el ascensor llegó al último piso del hotel, la besó con la suficiente pasión como para hacerla vibrar.

La batalla había terminado y ella lo sabía. No se molestó en protestar ni en resistirse. Él la tomó en brazos y, como si se tratara de un novio que llevara a la novia el día de su boda, la transportó al interior de la suite.

Kelly cerró los ojos y se perdió en él. Estaban solos. ¿Qué mal podría causar que pasaran una noche juntos? Con un gruñido, Matt le bajó la cremallera del chaquetón y se lo quitó tan fácilmente como la había besado. Primero la chaqueta, luego el jersey, las botas y los vaqueros… todas las prendas fueron cayendo al suelo. Kelly no se lo impidió. Se limitó a besarlo tan fervientemente como él a ella.

Notó vagamente las suaves luces, el cálido fuego de la chimenea y las flores que daban aroma a la estancia. Le quitó también a él la ropa y se perdió en las caricias de aquellas manos callosas sobre su cuerpo, en los labios y en la lengua que la tocaban y la saboreaban, en el cuerpo de Matt junto al suyo. Lentamente, la hizo tumbarse sobre la colcha de raso.

– ¿Cómo… cómo me has encontrado?

– Cuando quiero algo, no lo dejo escapar -susurro él. Le acarició la barbilla con un largo dedo-. Me dijiste que te ibas a marchar y yo decidí seguirte.

– Seattle es una ciudad bastante grande.

– Y yo soy un hombre muy decidido -replicó él con una pícara sonrisa.

– Y con contactos.

– Muchos.

– Que sabes utilizar.

– Cuando tengo que hacerlo…

Se inclinó sobre ella y le besó la parte superior de uno de los senos. Entonces, le bajó el tirante del sujetador para dejarlo más al descubierto. Kelly tragó saliva al sentir que las manos de él le esculpían las costillas y se deslizaban por su espalda, estrechándola, hasta que, por fin, se introdujo un pezón en la boca.

Kelly pensó que se iba a morir. Matt le lamió el pezón mientras ella arqueaba la espalda.

– Kelly… -susurró él sobre la piel de su abdomen.

Entonces, se bajó sobre ella y le rozó suavemente la carne con los labios, tocándola, saboreándola, torturándola… Poco a poco, comenzó a bajarle las braguitas y terminó por tirarlas al suelo. Ella se sintió loca de deseo, ansiosa de mucho más… Los rincones de la habitación comenzaron a nublarse. Kelly sólo era consciente de las sensaciones que él le provocaba.

El sudor le cubría el cuerpo y la sangre le vibraba en las venas, rugiéndole en los oídos y el cerebro. Oyó un gemido, pero le costó reconocer su propia voz. El calor se le extendía por el cuerpo a través de las extremidades mientras ella se movía contra él, deseando mucho más…

– Matt, por favor… -susurró.

Él se deslizó sobre ella y, de algún modo, se quitó los pantalones. Los labios de Matt encontraron los de Kelly y unos fuertes brazos le rodearon el cuerpo. La penetró con una única embestida y ella gimió de placer. Después, comenzó a moverse contra su cuerpo. Kelly captó el movimiento que él imprimía, con el corazón latiéndole a toda velocidad. Le arañó la espalda, respirando con dificultad. El ritmo de Matt fue incrementándose, su nervudo cuerpo se tensaba con cada rápido movimiento.

Kelly se miró en los ojos que la observaban, profundos e intensos. Entonces, un profundo temblor la sacudió desde el interior. Un millón de luces de colores estallaron en el aire, bailando ante ella, como si el universo hubiera colisionado. Matt se dejó llevar también y con un rugido tan salvaje como el viento salvaje de Montana, cayó sobre ella, envolviéndola con sus brazos y enterrándole el cuello en la garganta.

– Kelly… -susurró-. Oh, Kelly…

Permanecieron tumbados, con los miembros entrelazados hasta que consiguieron calmarse. Ella se acurrucó contra Matt, descansando la mejilla sobre el hombro desnudo mientras él le acariciaba el rostro y le apartaba el cabello de la mejilla.

Una docena de recriminaciones la asaltaron, pero las ignoró todas. En vez de eso, le dedicó una pícara mirada.

– Dime, vaquero -bromeó-. ¿Cómo son las segundas partes?

Matt lanzó una carcajada.

– ¿Quieres verlo?

– Mmm -susurró ella mientras le acariciaba el vello del torso-. Si estás seguro de que puedes…

– Tú me lo estás pidiendo, señorita.

– Otra vez. Te lo estoy pidiendo otra vez -le aclaró ella con una carcajada.

Rápido como el relámpago, Matt la rodeó, apretó la boca contra la de ella y cuando Kelly gimió, dijo:

– Pues lo vas a tener.

– Espera un segundo…

Sin embargo, su protesta se vio interrumpida por un apasionado beso. En menos de lo que dura un suspiro, la sangre volvió a hervirle en las venas y el corazón se le aceleró con fuerza.

Se perdió una vez más y, al hacerlo, comprendió sin dudarlo que estaba perdida y desesperadamente enamorada de él.

Diez

– Randi se ha despertado.

La voz de Slade resonó por la línea de teléfono con fuerza y penetró en el cerebro de Matt a la mañana siguiente. Matt miró al lado de la revuelta cama en la que Kelly, con el cabello pelirrojo cubriéndole el rostro, se estiraba y bostezaba. Sus hermosos ojos marrones parpadeaban para ayudarla a salir de un profundo sueño.

– ¿Cuándo?

– Hace un rato.

– ¿Ha dicho algo? -preguntó él.

Kelly se despertó inmediatamente. Su sopor desapareció por completo. Se levantó todo lo rápidamente que pudo por el otro lado de la cama para tomar su ropa.

– Todavía no. Yo voy ahora de camino al hospital.

– Nosotros tomaremos el siguiente vuelo de regreso.

– ¿Nosotros? -repitió Slade.

Matt se dio cuenta de su error.

Slade soltó una carcajada. Su sonido molestó profundamente a Matt.

– Espero que me lo cuentes todo cuando regreses a Grand Hope, hermano -dijo Slade. Con esto, colgó el teléfono.

Matt comenzó a vestirse.

– ¿Randi? -preguntó Kelly.

– Se ha despertado.

Kelly se puso en marcha inmediatamente.

– ¿A qué estamos esperando?


– Tal vez vosotros me podáis decir qué es lo que está pasando -dijo Randi al ver que Matt y Kelly estaban en una concurrida habitación de hospital. Slade, Thorne y Nicole rodeaban la cama en la que Randi parecía dispuesta a comenzar una guerra-. Quiero ver a mi hijo.

Randi no sólo estaba despierta, sino que parecía dispuesta a matar a cualquiera que cometiera el error de decirle que no podía ver a su hijo. Los miraba a todos con frialdad, pero, al mirarla, Matt sintió que le habían quitado un enorme peso de los hombros.

Randi tenía los ojos muy alerta, aunque su rostro estaba algo hinchado y el cabello despeinado. Cuando levantaba el brazo derecho, hacía gestos de dolor como si las costillas que se había roto aún le dolieran. Sin embargo, resultaba fácil leer la expresión de su rostro. Estaba furiosa. Y mucho.

– ¿Hay alguna razón por la que no pueda ver a J.R.? -preguntó Matt mirando a Nicole.

– Lo estamos organizando.

– Pues que sea rápido -insistió Randi mientras leía la placa con el nombre que Nicole llevaba sobre la bata-. ¿Quién es usted?

– La doctora Stevenson -respondió Nicole.

– Eso ya lo veo, pero ya he conocido a dos médicos más que afirman estar ocupándose de mí -dijo. Hablaba con dificultad, forzando las palabras. Estas sonaban algo ahogadas, pero el mensaje estaba claro. Randi McCafferty estaba despierta y se sentía furiosa. Bien. Eso significaba que, definitivamente, se estaba poniendo mejor.

– Yo estaba aquí cuando te trajeron -explicó Nicole-, y estabas en muy mal estado. Aparte de estar en coma, tenías conmoción cerebral, un pulmón perforado, costillas rotas, la mandíbula fracturada y un fémur prácticamente destrozado. Algunos de tus huesos ya han sanado y puedes hablar, pero tardarás algún tiempo en poder volver a caminar. Además, tenemos la complicación de que se te tuvo que hacer una cesárea. Después, alguien decidió inyectarte insulina y estuviste a punto de morir. Por todo esto, creo que sería mejor que te tomaras tu tiempo, que escucharas las órdenes de los médicos y que trataras de ponerte bien antes de empezar a hacer demasiadas peticiones.

– Entonces, ¿es usted la que está al mando?

– No. Te atiende un equipo entero. A mí sólo me interesa porque eras mi paciente y… y porque tengo algo que ver con tu familia.

– ¿Con mi familia? ¿Qué quieres decir con eso?

– Nicole es mi prometida -explicó Thorne. Se acercó un poco a la cama y entrelazó los dedos con los de Nicole-. Créeme. Te traeremos al niño en cuanto el pediatra y tus médicos digan que es el momento adecuado.

– ¿Prometida? -susurró Randi. Entonces, hizo un gesto repentino, como si un fuerte dolor le hubiera atravesado el cerebro-. Espera un momento, Thorne. ¿Te vas a casar?

– Así es. Sólo estábamos esperando a que tú te recuperaras para que pudieras asistir a la ceremonia.

– Un momento… Todo esto es demasiado para mí… ¿Cuánto tiempo he estado en coma?

– Mas de un mes -dijo Slade.

– ¡Santa María! -exclamó. Entonces, levantó la mano para que nadie le dijera nada más-. Ahora, esperad un minuto -dijo. Por fin se había dado cuenta de que Thorne llevaba escayola y un bastón-. ¿Y a ti qué te ha pasado?

– Tuve un accidente, pero hubo suerte. Mi avión cayó.

– ¿Cómo? ¿Y tú? -le preguntó a Slade-. ¿A ti también te ha pasado algo?

Slade se tocó la fina cicatriz que le recorría toda la mejilla, desde la ceja hasta la barbilla.

– No. Es por un accidente de esquí. ¿Es que no te acuerdas?

Randi negó con la cabeza.

– Ocurrió el invierno pasado. No hace ni un año. Viste la cicatriz en el entierro de papá.

Los ojos de Randi se llenaron de lágrimas.

– Hay muchas cosas de las que no me acuerdo -admitió. Entonces centró su atención en Matt-. ¿Se está desmoronando toda la familia? ¿Y tú? Parece que todos los que tienen el apellido McCafferty están malditos. ¿Qué te ha pasado a ti?

– Nada.

– ¿No has tenido ninguna experiencia cercana a la muerte, ni ninguna herida, ni te has comprometido?

– Hasta ahora no -comentó él, y vio que los hombros de Kelly se tensaban ligeramente.

– Bien. En cuanto a ti -le dijo Randi a Thorne-. Me pondré al día de tu vida amorosa más tarde. Por el momento, lo que quiero es ver a mi hijo. Por lo tanto, o me lo traéis o me marcho ahora mismo.