– Espera un poco, ¿quieres? -le pidió Slade-. Le hemos puesto el nombre de J.R., como si fuera Júnior o por el nombre de papá. Está con Juanita en el rancho y, tan pronto como sea posible, os reuniremos a los dos.

– No perdáis ningún momento -insistió Randi. Evidentemente, se estaba empezando a cansar-. En cuanto al nombre, ya hablaremos de eso. No creo que yo quiera que mi hijo se llame J.R. ¡Venga ya! ¿Como papá? ¿De quién ha sido la brillante idea? -preguntó mirando a todos sus hermanos.

– Mía -confesó Thorne.

– Me lo tendría que haber imaginado. Tú siempre fuiste el más mirado de todos, aunque no podías soportar a papá.

Thorne abrió la boca para protestar, pero decidió contener la lengua. Kelly dio un paso al frente y se acercó a la cama de Randi.

– Me llamo Kelly Dillinger. Trabajo para el departamento del sheriff -dijo muy claramente, mientras le dedicaba a Randi una sonrisa-. Cuando los médicos estén de acuerdo, me gustaría hablar con usted sobre el accidente.

A Randi se le nubló la vista.

– El accidente… -repitió sacudiendo la cabeza.

– Sí, cerca de Glacier Park. La obligaron a salirse de la carretera, o, al menos, eso es lo que creemos.

– ¿Quiere decir que alguien trató de matarme?

– Es una posibilidad -admitió Kelly-. También pudo ser un mero accidente y el conductor del otro coche decidió huir sin ayudarla, aunque esta posibilidad parece poco probable dado que alguien entró en su habitación de hospital hace unos días y le inyectó insulina. Estamos tratando lo ocurrido como un intento de homicidio.

Randi miró a sus hermanos.

– Decidme que esta mujer está exagerando.

– Me temo que no -replicó Matt.

– Oh, Dios…

Randi perdió por completo la compostura y se desmoronó sobre su almohada.

– Yo… no me acuerdo de nada… De hecho, no recuerdo mucho -admitió-. Es decir, os conozco a todos y sé que estoy en un hospital. Sé que soy escritora y que normalmente vivo en Seattle, pero… todo lo demás está completamente borroso…

Thorne tensó los hombros.

– ¿Y qué me dices del padre de tu hijo? -preguntó él. La habitación quedó inmediatamente sumida en un completo silencio-. ¿Quién es el padre de J.R.?

Randi tragó saliva y palideció. Se miró las manos. Sobre una de ellas aún llevaba puesta la vía. No llevaba alianza alguna.

– El padre de mi hijo… -susurró. Se mordió el labio-. Yo… no me acuerdo… es decir… maldita sea… -añadió. Parpadeó rápidamente, como si estuviera tratando de contener las lágrimas.

– Ya basta -dijo Nicole-. Necesita descansar.

– ¡No! -insistió Randi-. ¿Tienes hijos? -le preguntó a la que muy pronto iba a ser su cuñada.

– Sí. Tengo dos hijas.

– En ese caso, creo que me comprenderás. Quiero ver a mi hijo. Y, en cuanto a usted -añadió, mirando a Kelly-, la ayudaré en todo lo que pueda, pero en estos momentos no recuerdo nada. Tal vez el hecho de ver a mi hijo me ayude a recuperar la memoria.

– Yo me encargaré de eso -dijo Matt, a pesar de que conocía a su hermana y no estaba del todo seguro de que ella no estuviera mintiendo para conseguir salirse con la suya.

– Un momento.

Nicole había dado un paso al frente. Educada, pero firmemente, le recordó:

– Por supuesto que traeremos a J.R. En cuanto sea posible.

Matt miró a su hermana, que seguía tumbada sobre la cama.

– Te prometo que yo me encargaré de ello -le dijo. Lo decía en serio. Al diablo con el procedimiento médico y hospitalario y la investigación policial. En aquellos momentos, lo único que importaba era que J.R. pudiera descansar por fin en los ansiosos brazos de su madre.


– Más o menos eso es todo -concluyó Kelly, tras contarle a Espinoza todo lo que ocurrido a última hora del día. Él también había estado en el hospital, pero el personal médico no le había permitido ver a Randi. Por lo tanto, escuchó atentamente todo lo que Kelly tenía que contarle sobre su viaje a Seattle y su breve conversación con Randi McCafferty.

– ¿Crees que está amnésica?

– No lo sé -respondió ella-. Evidentemente, se acordaba de sus hermanos, de su trabajo, de la ciudad en la que trabajaba, pero del accidente nada. Cualquier referencia al hecho de que alguien pudo intentar matarla le quitaba las ganas de hablar, pero estaba más que decidida a ver a su hijo. Hasta que J.R. y ella se reúnan, no creo que podamos sacarle mucho. Ni siquiera el nombre del padre de su hijo.

– Qué raro -comentó Espinoza.

– En realidad, no. Creo que el instinto materno es el más fuerte del planeta.

Espinoza la miró como si fuera a preguntarle que cómo lo sabía ella, pero no lo hizo. Estuvieron charlando un rato más. Entonces, él le preguntó cómo se había enterado de que Randi se había despertado. Le explicó que él había llamado a la habitación de su hotel, pero que nadie había contestado. Kelly tuvo que admitir que se había enterado a través de Matt McCafferty, con quien se había encontrado en Seattle. Espinoza hizo un gesto de extrañeza, como invitándola a que se explicara, pero Kelly evitó hacerlo. Aún estaba tratando de ordenar sus sentimientos en aquel tema. No quería consejos ni paternales ni fraternales de nadie, y mucho menos de su jefe.

– Algunas personas siguen pensando que uno o tal vez todos los McCafferty deberían ser sospechosos.

– ¿Por qué?

– Por el hecho de que la hermana heredara la mitad del rancho, para empezar. Evidentemente, era la favorita del viejo. Si ella quedaba fuera de combate, el niño heredaría todo y, dado que no hay padre conocido, los hermanos de Randi serían nombrados tutores del pequeño.

– Creo que te dije que pensaba que esa teoría resulta descabellada.

– Simplemente te lo recuerdo.

– Bien. Pues ya está -le espetó Kelly. Entonces, notó la censura en los ojos de Espinoza. La había estado poniendo a prueba y ella había mordido el cebo sin pensárselo.

Irritada con Espinoza, con su trabajo, consigo misma y con la vida en general, Kelly se marchó del despacho de su jefe. Fue a por una taza de café y se dirigió a su despacho, donde empezó a redactar informes, a devolver llamadas y, en general, a ponerse al día. Trabajó durante su hora de almorzar y luego se pasó la tarde repasando el caso McCafferty. Había algo de lo que Espinoza había hecho que la había empujado a repasar sus notas. El motivo. Eso era lo que necesitaban. Aparte de sus hermanos, ¿quién se beneficiaría de la muerte de Randi? ¿Estaba alguien tratando de quedarse con su trabajo? ¿El padre de J.R., fuera quien fuera? ¿Alguien con una rencilla del pasado hacia la familia, como su propia madre?

Efectivamente, John Randall se había forjado muchos enemigos a lo largo de su vida, pero ya estaba muerto. Ciertamente, nadie buscaría venganza contra su progenie. ¿Y Randi? ¿Había ofendido a alguien en sus columnas, provocando sin saberlo una respuesta homicida en alguien que le había escrito para buscar consejo? ¿Y el libro? ¿Sabía alguien que estaba escribiendo sobre el rodeo y la corrupción? Si era así, ¿de quién se trataba?

Con más preguntas que respuestas, se dio finalmente por vencida y se estiró. Apagó el ordenador y se levantó de su silla. Se puso su chaquetón y se marchó de la comisaría.

Hacía casi diez grados bajo cero, sin contar con la sensación de frío que producía el viento. Había empezado de nuevo a nevar y bailaba delante de los faros del coche y se le pegaba al parabrisas.

Ajustó la calefacción y encendió la radio. Un locutor le recordó que Randi McCafferty había salido del coma.

Llegó a su casa a las siete. Subió las escaleras, se quitó la ropa y se dio una larga ducha. Acababa de abrir una lata de sopa cuando el teléfono comenzó a sonar. El corazón se le sobresaltó al pensar que podía ser Matt. Cuando respondió, se sintió algo desilusionada al comprobar que era su hermana.

– Ya iba siendo hora de que llegaras a casa -la regañó Karla.

Kelly tiró del cordón del teléfono para poder remover la sopa mientras se calentaba.

– Trabajo para ganarme la vida.

– Y yo también.

– Mira, no estoy para bromas. Estoy de muy mal humor.

– Vaya… Yo creía que estarías contentísima de que Randi McCafferty se hubiera despertado.

– Veo que ya te has enterado.

– Todo el mundo se ha enterado. Me pregunto qué es lo que ha dicho.

– No mucho… Además, ya sabes que no puedo hablar de mis casos contigo.

– Sí, pero he oído en el Pub'n'Grub que Randi no le ha dicho a nadie quién es el padre de su hijo.

– No deberías escuchar los rumores.

– Ah, claro. Da la casualidad de que trabajo en un salón de belleza, Kelly.

– En ese caso, ya lo deberías saber todo.

– Muy graciosa. Además, he oído las noticias de mediodía. Sugerían que había más información, e incluso una entrevista con Randi en el telediario de la noche.

Kelly apoyó un hombro contra la pared de la cocina y miró por la ventana.

– Tendrán que romper una barricada de hermanastros y de la seguridad del hospital para conseguir llegar hasta ella. Y de ser así, no creo que ella tuviera mucho que decir.

– ¿A qué te refieres?

– Mira, ya te he dicho mucho más de lo que debería -replicó Kelly-. ¿Cómo están mis sobrinos favoritos? -preguntó, esperando cambiar de tema.

– En un buen lío -respondió Karla-. Aaron encontró unos tubos de tinte para el cabello en casa y Spencer decidió darle al conejo un nuevo color de pelo. Trató de teñirle el pelaje a Honey de color rojo… Deberías ver al pobrecito animal. Está lleno de manchurrones rojos. Este año no vamos a teñir huevos de Pascua. Nosotros teñimos conejos para el día de Acción de Gracias.

– ¿Y Honey está bien?

– Sí. Sólo le da vergüenza que lo vean. A lo mejor voy a tener que llevarlo a uno de esos psiquiatras de animales, porque parece que está completamente traumatizado -respondió Karla. Kelly se echó a reír-. Supongo que debería considerarme afortunada de que no se le ocurriera hacerle una permanente. Piensa en lo que habría salido de ahí… En realidad, no tiene ninguna gracia. Le podrían haber echado tinte en los ojos y entonces, imagínate. Bueno, dejemos este tema. Háblame de tu vida amorosa.

– ¿Cómo? -preguntó Kelly. La pregunta de su hermana le había sorprendido por completo.

– Ayer estabas en Seattle, ¿no? Matt McCafferty también. De eso me enteré en la cafetería. Supongo que no se trata de ninguna coincidencia.

– Estás cotilleando otra vez.

– Y tú estás evitando la pregunta.

– ¿Desde cuándo es mi vida amorosa asunto tuyo?

Se produjo una pausa. Entonces, la voz de Karla resonó sin el humor que la había acompañado hasta entonces.

– Desde que te enamoraste de ese hijo de perra de Matt McCafferty.


El día de Acción de Gracias fue una pesadilla. Aunque Kelly disfrutaba estando con su familia, se sentía distante, apartada en cierto modo de la festividad. Su madre y su padre se tenían el uno al otro, Karla tenía a sus hijos y, aunque Kelly formaba parte de todo aquello, se sentía muy sola.

Por Matt.

Una parte de ella deseaba compartir aquella festividad con él. Había encargado un pastel de manzana y otro de calabaza de la panadería local y se había pasado toda la mañana ayudando a su madre a rellenar el pavo y a preparar las batatas, pero le faltaba algo.

La familia había rezado junta y su padre había trinchado el pavo, pero, por primera vez en su vida, Kelly se sentía como si debiera estar en otro lugar, lo que era una completa estupidez.

– Sé que algo te preocupa -le dijo su madre mientras cargaban el lavavajillas. Karla estaba limpiando la mesa y no pudo evitar escuchar la conversación dado que sus hijos estaban con su abuelo preparando las listas de regalos de Navidad.

– Estoy bien -replicó Kelly.

– ¿Se trata del caso?

Karla lanzó un bufido.

– No exactamente -dijo.

– ¿Qué diablos significa eso? -preguntó Eva muy preocupada-. ¿Kelly?

– No es nada, mamá.

– Kelly está enamorada, mamá -anunció Karla.

– ¿De verdad? -preguntó Eva. La preocupación desapareció de su rostro y sonrió. Aquélla era la noticia que llevaba años esperando.

Kelly le lanzó a su hermana una mirada de advertencia.

– ¿Y quién es el afortunado? -quiso saber Eva.

– Karla no debería haber dicho eso. No es cierto que esté enamorada -mintió Kelly.

– Pero estás saliendo con alguien. ¿De quién se trata?

Kelly cuadró los hombros.

– No es nada serio, de verdad… -susurró. Sentía deseos de estrangular a su hermana. Si las miradas pudieran matar, Karla ya estaría enterrada con dos metros de tierra encima.

– Yo no…

La voz y la sonrisa de Eva se desvanecieron al ver que su esposo entraba en la cocina.

– ¿Qué ocurre? -preguntó él-. ¿De qué estáis hablando? ¿Kelly tiene novio?