Kelly no era inmune a lo que Randi le estaba diciendo. A Espinoza no le gustaría, pero a Kelly no le interesaba especialmente estar a buenas con él. Aún se sentía dolida por las insinuaciones que el detective había hecho sobre su vida amorosa.

«No se trata de tu vida amorosa. No te engañes. La otra noche te lo pasaste bien, pero fue sexo. Nada más. Al menos para Matt»

Acababa de pensar en estas palabras cuando él entró por la puerta. Matt la miró a los ojos y, durante un instante, ella sintió el mismo calor y la misma intensidad que antes. El estómago se le tensó. Tuvo que mirar de nuevo a Randi.

– Lo comprendo. Pasaré a verla más tarde. Después de cenar.

– Gracias -dijo ella-. Estoy segura de que mis hermanos podrán ocuparse de mí hasta entonces.

– Lo intentaremos -afirmó Matt. Entonces, ofreció a Kelly una sonrisa que a ella le recordó la pasión que habían compartido. Lo más ridículo fue que se sonrojó. Por el amor de Dios, era policía. No podía consentir que un vaquero le hiciera comportarse como si fuera una estúpida colegiala-. ¿Cómo estás?

– Bien. Sólo quiero salir de aquí… oh… veo que no estabas hablando conmigo -dijo Randi.

– Me refería a ambas.

– Estoy bien -replicó Kelly-. Estaré en el pasillo y me aseguraré de que puede entrar en el vehículo sin problemas con la prensa.

– Creo que podremos arreglárnoslas. Slade se está ocupando de los papeles del alta y hemos aparcado el coche cerca de una entrada trasera.

– Muy bien -afirmó Kelly-. Iré a verla esta noche sobre las siete, ¿le parece bien?

– Sí. Y gracias.

Kelly salió de la habitación. ¿Por qué se sentía tan incómoda con Matt? Habían hecho el amor. ¿Y qué? Tenía treinta y dos años, por el amor de Dios, y era detective de profesión. Tenía todo el derecho a hacer lo que quisiera, pero jamás había sido una mujer promiscua. Jamás había creído en el sexo por el sexo ni se había permitido tener aventuras sin alguna clase de sentimiento. De hecho, aparte de su novio del instituto, el de la universidad y otro hombre, no había tenido más relaciones. Su hermana, por el contrario, se había enamorado en una docena de ocasiones y se había casado dos veces. Kelly siempre se había mostrado muy cautelosa y había vivido su vida utilizando la cabeza en vez de escuchar al corazón.

Hasta aquel momento.

Hasta Matt.

Él la alcanzó antes de que se marchara.

– Sólo quería decirte que la cena de Acción de Gracias será mañana a las seis.

– No salgo hasta las cinco, pero sí, me encantaría.

– Bien. Además… el sábado es la boda de Thorne y Nicole. Me gustaría que fueras mi pareja.

– Sí, ¿verdad? -bromeó ella.

– A menos que tengas otros planes.

Kelly se echó a reír. ¿Qué era lo que tenía Matt McCafferty? Un minuto hacía que ella se sintiera muy tímida y, al siguiente, la hacía flirtear con él como nunca lo había hecho en toda su vida.

– Los cancelaré -bromeó ella. Entonces, echó a andar de nuevo, pero Matt la agarró por el brazo y, tras darle la vuelta, la besó hasta hacerle perder el sentido.

– Hazlo -afirmó. Con eso, se dio la vuelta y volvió a entrar en la habitación de Randi.

Kelly se aclaró la garganta. Vio que dos enfermeras apartaban rápidamente la mirada, fingiendo que no habían visto nada. Entonces, vio a Nicole que avanzaba por el pasillo.

– Es un canalla arrogante, ¿verdad? -comentó la doctora mientras Kelly trataba de recuperar un poco de integridad.

– El peor.

– Como sus hermanos -replicó Nicole con una sonrisa-. Sé que a veces me he excedido un poco, sobre todo en lo que se refiere a mis pacientes, pero espero que comprendas que no se trataba de nada personal.

– Lo comprendo.

– Y espero que vengas a la boda. Sé que no te he avisado con mucho tiempo, pero Thorne y yo queríamos esperar hasta que Randi pudiera asistir. Es este sábado por la noche.

– Allí estaré -prometió Kelly.

Regresó a su despacho y se encerró para poder avanzar un poco con todo el papeleo que tenía atrasado de otros casos, pero, como siempre, terminó hojeando el expediente de Randi McCafferty. Releyó los mismos nombres de siempre, pero ninguno de ellos le pareció ser un enemigo en potencia. Aparte de sus hermanos, tenía una tía por parte de madre que se llamaba Bonnie Lancer, y una prima, Nora. Se mantenía en contacto con sus amigos a través del correo electrónico y ocasionales llamadas de teléfono. Kelly había hablado con todos los que habían mantenido contacto con Randi durante los tres meses anteriores al accidente, pero no había conseguido nada. No habían sacado nada en claro del Ford rojo oscuro que supuestamente la había echado de la carretera, y Kelly no se imaginaba cómo el libro de Randi podría tener algo que ver con lo sucedido.

Estaba a punto de dar su jornada por terminaba cuando Stella la llamó por el interfono.

– Detective Dillinger… hay alguien aquí que quiere… un momento, no lo haga otra vez…

Justo en aquel momento, la puerta del despacho de Kelly se abrió de par en par. Era Matt.

– Tienes que dejar de hacer esto -lo amonestó ella. Una vez más, Stella apareció en la puerta con aspecto muy abrumado-. No importa -añadió antes de que Stella tuviera oportunidad de disculparse-. Estás en la oficina del sheriff, no puedes entrar como si fuera tu casa. La pobre Stella va a tener ataques de ansiedad.

– Tenemos que hablar.

– Supongo que se tratará de algo profesional.

– En parte.

– Estoy en mi puesto de trabajo -insistió ella, pero le indicó que tomara asiento-. Tiene que ser algo profesional. Al cien por cien.

– ¿Sí? -la desafió él. Kelly vio el brillo de los ojos de Matt y sintió que el corazón estaba a punto de detenérsele. En un instante, supo que él estaba recordando la noche que pasaron juntos. La garganta se le secó ante los recuerdos de las febriles caricias.

– Sí. Bueno, creo que eso sería lo mejor. ¿Qué puedo hacer por ti?

Matt tuvo la audacia de sonreír. Lentamente.

– Vaya, ésa sí que es una pregunta comprometida…

– Supongo que tienes una razón, que espero que sea buena, para haber entrado aquí de ese modo.

– Te he oído decir que esta noche ibas a venir a mi casa.

– Más tarde. Sobre las siete.

– ¿Qué te parece ahora mismo?

– ¿Por qué?

– Se trata de Randi. No está cooperando.

– ¿Y eso qué significa?

– No parece estar tomándose en serio los ataques que sufrió. Se niega a tener guardaespaldas y no hace más que contestar de mala manera. Afirma que todos estamos paranoicos y que todo está igual que antes.

– ¿Por qué?

– No lo sé… Se me ha ocurrido que tal vez tú puedas instilarle un poco de sentido común. En el hospital, pareció que te escuchaba.

– No mucho.

– Siempre ha sido muy testaruda, pero tal vez una mujer pueda convencerla. Nicole sigue en el hospital y Jenny se está ocupando de las gemelas y, además, es muy joven… ¿Qué te parece?

– Dame diez minutos. Te seguiré.

– Bien.

Matt se dirigió a la puerta. De repente, sin saber qué se apoderó de ella, Kelly lo agarró del brazo. Le hizo darse la vuelta y, tras ponerse de puntillas, le dio un beso en los labios. Matt la abrazó inmediatamente. Por suerte, había echado las persianas de su despacho para poder trabajar en paz aquella tarde.

– Estás buscándote problemas -le advirtió él mientras la besaba de nuevo.

– ¿Y quién me los va a dar? -replicó Kelly tras echarse un poco hacia atrás-. Además, sólo te estaba dando un poco de tu propia medicina.

Para su sorpresa, Matt se echó a reír.

– No pierdas ese pensamiento -dijo, antes de tocarse levemente el sombrero y abrir la puerta-. Te veré en el rancho.

«Así será, vaquero».

Kelly agarró el teléfono y buscó entre sus notas el número de Kurt Striker. Necesitaba ponerse en contacto con él para comprobar si tenía nueva información. Llamó a su motel y esperó. Al ver que él no contestaba, dejó un mensaje en el contestador.

Decidió que volvería a llamarlo más tarde. Colgó el teléfono y tomó su chaquetón y sus guantes. Mientras salía de su despacho, se encontró con Roberto Espinoza.

– No me lo digas. Vas de camino al Flying M, ¿verdad? -comentó él, muy serio.

– Hoy han dado el alta a Randi McCafferty y ahora ha decidido no cooperar ni con los médicos, ni con sus hermanos ni con nadie.

– Y el guaperas pensó que tú podrías instilarle a su hermanita un poco de sentido común, ¿no?

– Tengo que volver a interrogarla -dijo Kelly tensándose.

Espinoza parecía furioso.

– Mientras se trate de una visita profesional…

– ¿Y qué si no lo es? -replicó ella. ¿Quién diablos se creía Espinoza que era?-. Te recuerdo que soy una profesional, Bob.

– Lo sé, pero es que…

Fuera lo que fuera lo que estaba pensando el detective, no lo dijo. Frunció el ceño, se quitó el sombrero y se mesó el cabello con las manos.

– Supongo que es tu funeral.

– Lo recordaré.

Kelly trató de contenerse. Estallar en aquel momento sólo conseguiría empeorar las cosas. Durante el momento, tenía que mantener la compostura, reunirse con Randi McCafferty y tratar de decidir cuánto era lo que no recordaba. A Kelly le daba la sensación de que Randi sabía mucho más de lo que decía.

Kelly debía averiguar si era así y, pasara lo que pasara, iba a hacerlo.

Doce

– Ya te he dicho que no recuerdo nada -insistió Randi, pero Kelly no se lo creía.

Estaba acostada sobre la cama del hospital, con el niño en brazos. Kelly estaba segura de que Randi no le estaba contando más que mentiras y no se le daba demasiado bien. Además, no le interesaba nada más que su hijo. Mientras lo tuviera en brazos, no parecía importarle que alguien estuviera tratando de matarla. Probablemente no se habría dado ni cuenta aunque el mundo hubiera dejado de girar.

Kelly estaba de pie cerca de la cama y Matt en la puerta, apoyado contra el umbral. Le dedicó a Kelly una mirada que contenía un gesto de «ya te lo había dicho».

– Me pediste que viniera y me prometiste que me responderías algunas preguntas -le recordó a Randi.

– Lo haré, cuando J.R., y que conste que ése no es su nombre, se acueste. No me mires como si estuviera loca, ¿de acuerdo? Muchas personas se marchan a sus casas después de dar a luz sin que el bebé tenga nombre… Bueno, de acuerdo, no muchas -corrigió al ver la mirada que le dedicaba Matt-, pero sí algunas. Quiero el nombre adecuado para mi hijo, así que no me incordiéis. Podéis llamarlo J.R. si queréis, pero en cuanto se me ocurra el nombre perfecto, se lo vamos a cambiar.

– Podría ser demasiado tarde -comentó Matt.

– Nunca. He hablado de esto en alguna ocasión en mis artículos -replicó ella-. El valor de un nombre y todo esto.

– ¿Es que no habías escogido ninguno?

– Sí. Sara, pero, de algún modo, no me parece que le vaya a ir bien a mi hijo. Oh…

Randi sonrió al ver que Juanita entraba en la habitación con un biberón caliente para el niño.

– Gracias, Juanita. Eres un amor.

El ama de llaves se sonrojó. Randi tomó el biberón, se colocó bien al bebé y le ofreció la leche. El pequeño J.R. contemplaba a su madre con enormes ojos mientras comía ávidamente.

– ¿No es precioso? -susurró Randi, completamente enamorada de su hijo. Kelly, con cierta envidia, asintió en silencio.

– Y más listo que el diablo y sin duda muy atlético. Creo que lo van a llamar de Harvard cualquier día de éstos -bromeó Matt. Randi se echó a reír.

– No me sorprendería. ¿Y a ti, calabacita? -le preguntó al bebé, mientras Juanita lo observaba también con una sonrisa en los labios.

– Oh, no. No le llames esas cosas al niño… «campeón», «chaval» o algo parecido sí está bien, pero nada de «calabacita» ni «precioso» ni ninguna de esas cosas de niñas, ¿de acuerdo? -insistió Matt.

– Cállate -le espetó Juanita-. Es un ángel. Es perfecto.

– Le vais a engordar el ego desde pequeñito -gruñó Matt-. Mira lo que le ocurrió a Slade.

– Te he oído -dijo éste, que justamente en aquel momento se detenía al lado de la puerta.

Kelly comprendió que no iba a sacarle más información a Randi hasta que estuviera sola.

– Volveré cuando el niño se haya dormido.

– Gracias -respondió ella muy agradecida.

– Y yo… es mejor que yo me vaya a echarles un vistazo a los pasteles que tengo en el horno para mañana -observó Juanita, y se marchó en dirección a la cocina.

Kelly salió de la habitación.

– ¿Ves lo que yo decía? Se niega a hablar de nada en serio -gruñó Matt tras salir al pasillo con ella.

– Sólo quiere ocuparse de su hijo.

– Y enterrar la cabeza en la arena. Si no descubrimos quién trató de matarla y él vuelve a golpear otra vez, ella no tendrá que preocuparse por nada más. Ni siquiera por su bebé.