– ¿No te parece que está más segura aquí?
– Sí. Está mejor que en el hospital. Aquí no hay tanta gente entrando y saliendo. No hay desconocidos ni periodistas.
– Hasta ahora -comentó Kelly-, pero eso podría no durar.
– Maldita sea… El problema es que Randi no se da cuenta de que ahora lo más importante, lo único que importa, es descubrir quién la tiene tomada con ella. Ninguna otra cosa puede ser una prioridad.
– ¿Ni siquiera un hijo?
– Todo esto es precisamente por ese niño -replicó Matt, muy serio-. Por su seguridad. ¿Qué crees que pasaría si Randi lo perdiera?
– Ni siquiera consideremos esa opción -susurró Kelly. El corazón se le había parado con sólo pensarlo.
– Por mucho que nos cueste, tenemos que encontrar quién está detrás de esto…
De repente, unos fuertes pasos resonaron en la escalera. Al mismo tiempo, el teléfono comenzó a sonar. Las gemelas no tardaron mucho en aparecer, seguidas de Nicole, que llevaba dos pares de pantaloncitos vaqueros en las manos. Estaba tratando de terminar de vestir a sus hijas, pero éstas, cuando llegaron al pie de la escalera, salieron corriendo con una enorme sonrisa en el rostro y los ojos brillantes de alegría. Las dos iban vestidas tan sólo con una sudadera y unas braguitas.
– Aquí no hay nunca ni un minuto de aburrimiento -dijo Nicole-. Lo único que quiero es que se prueben los vestidos de la boda, pero cualquiera pensaría que les he pedido que se pongan unas esposas.
Matt sonrió.
– Tal vez deberías dejar que su padrastro se ocupara de eso.
– ¡Qué idea más estupenda! -exclamó Nicole.
Justo en aquel momento, Thorne salió del despacho.
– Matt, Kavanaugh te llama por teléfono.
– Perdón -dijo éste entrando inmediatamente en el despacho.
– Volveré enseguida cuando acorrale a las niñas -le dijo Nicole a Kelly-. ¿Por qué no te reúnes conmigo en la cocina para que podamos conocernos un poco?
– Dentro de un minuto -prometió Kelly, pensando que podría tratar de hablar con Randi una vez más. Matt tenía razón. La prioridad era averiguar quién había tratado de matar a Randi. Además, se trataba de su trabajo, algo que parecía estar perdiendo un poco de vista por lo que sentía por Matt.
Durante toda su vida, había querido ser policía, seguir los pasos de su padre. No la había distraído nada en su camino. Hasta aquel momento. El amor que sentía por Matthew McCafferty lo había cambiado todo.
Se quedó parada en la puerta de la habitación de Randi, esperando que Slade se despidiera de ella y saliera. Oyó que las gemelas, ya en la cocina, hablaban y reían mientras el aroma de la canela y de la nuez moscada se mezclaba con las fragancias de las manzanas asadas y de la calabaza. No podía oír qué era lo que decía Matt, pero escuchaba el murmullo de su voz de vez en cuando. Le había resultado tan fácil enamorarse de él…
Miró las fotografías que componían la galería de fotos de los McCafferty y, una vez más, se detuvo en la de Matt montado a lomos de un caballo de rodeo. Era mucho más joven, por supuesto, pero resultaba tan salvaje como el animal que estaba tratando de dominar. Un alborotador. Un rompecorazones. Anita Espinoza había sido sólo una de las muchas mujeres que habían esperado poder ser la elegida para capturar su indomable corazón.
«Igual que tú».
De repente, el ruido que provenía de la cocina remitió y Kelly no pudo evitar escuchar la conversación que Randi estaba teniendo con Slade a través de la puerta abierta del dormitorio.
– Quiero decir, ¿qué es lo que está pasando? -preguntaba Randi-. He estado fuera de combate durante poco más de un mes y cuando me despierto, no sólo me encuentro con este precioso bebé en el mundo, sino también con que Thorne, Thorne nada menos, está perdidamente enamorado y se va a casar. ¿Quién lo habría pensado? Era el soltero más recalcitrante que he visto nunca. En cuanto a Matt… ¿Qué demonios le pasa? Siempre había pensado que el rancho que tanto le costó comprar era lo más importante de su vida y que nada ni nadie podría superarlo nunca en su estima. Prácticamente le vendió el alma a Satán para comprar esas malditas tierras. Ahora, todo ha cambiado.
– Sólo está preocupado por ti -dijo Slade.
Randi se echó a reír.
– ¡Sí, claro! Por eso no le pierde la pista a esa detective, la que ha estado aquí antes.
– Se llama Kelly.
Al oír su nombre, Kelly se tensó.
– Sí, Kelly. Matt es un hombre completamente diferente con ella. De hecho, se diría que es la única mujer sobre este planeta por el modo en el que la mira.
Kelly sonrió. Sabía que estaba mal escuchar las conversaciones ajenas, pero no podía evitarlo.
– Podría no ser tan serio como tú crees.
– ¿Cómo? ¿Por esa mujer, Nell, la de la ciudad donde él vive?
– No. Eso terminó hace meses.
Kelly se quedó inmóvil. Matt nunca le había hablado de otra mujer. Nadie lo había hecho. «Tú sabías que siempre había tenido muchas aventuras, ¿no? Es un hombre muy viril. ¿Por qué no iba a tener una mujer en la ciudad en la que él vivía?».
– Tengo ojos, Slade. Matt está enamorado, tanto si él lo sabe como si no.
– O está fingiendo. Ya sabes cómo es con las mujeres. Llega una y se enamora perdidamente durante unas semanas y luego…
Se produjo una larga pausa. Kelly sintió que el corazón se le encogía en el pecho.
– Hasta que ella se convierte en otra muesca en su cinturón.
– Yo no iba a decirlo de ese modo.
– Muy bien. Digamos que puede ser otra conquista más, otro revolcón en el heno. Como tú quieras decirlo. Es lo mismo.
Al escuchar aquellas palabras, Kelly quiso morirse.
– No me gusta nada eso -comentó Randi-. Resulta degradante para las mujeres. En mi trabajo, lo veo todos los días. Las mujeres escriben para hablarme sobre hombres que las utilizan, fingen estar interesados, hacen que piensen que se están enamorando y entonces salen corriendo en la dirección opuesta en el momento en el que ellas empiezan a ir en serio. Es algo tan viejo como el mundo, Slade. Muy normal.
– Yo simplemente te estoy contando los detalles. Además, pensaba que no te acordabas mucho de tu trabajo, de tu vida. ¿Sabes una cosa? Estoy empezando a creer que eso de tu amnesia es una estratagema, hermanita. No me lo digas. Deja que lo adivine. Alguien te hizo algo. ¿No? ¿Tal vez el padre de tu hijo?
Se produjo un momento de tensión. Kelly deseó poder ver la expresión de Randi. A pesar de su propia vergüenza, necesitaba averiguar quién era el padre de J.R.
– Estábamos hablando de Matt y de sus mujeres… Yo esperaba que hubiera superado esa tontería adolescente de ligarse a una mujer para luego dejarla plantada.
– Fue idea de Striker -confesó Slade-. Pensó que uno de nosotros debía mantener una buena relación con la policía para seguir de cerca la investigación.
– ¿Por qué? ¿Es que no confiáis en la policía? -preguntó Randi. Justo en aquel momento, el bebé empezó a llorar.
– Simplemente queremos saber qué es lo que está pasando. Algunas veces los policías pueden ser bastante herméticos.
– Por eso Striker sugirió que Matt se enamorara de… No, un momento. Que Matt se llevara a la cama a la detective… Oh, Dios, Slade. Dime que no se trata de eso. Dime que Matt no está utilizando a esa detective. No lo creo, porque ella es bastante lista y estoy segura de que no va a caer en ese tipo de trampas. Además, me parece algo… asqueroso.
En ese momento, Kelly deseó que se la tragara la tierra.
– Bueno, sólo esperaba que tuvieran una pequeña conversación de almohada -comentó Slade por encima del llanto del bebé.
Completamente asqueada, Kelly sintió que se le doblaban las rodillas.
«No flaquees, Dillinger. Levanta la barbilla. La espalda recta. Cuadra los hombros. Eres una profesional. Una detective».
– En ese caso, Matt es un idiota porque esa mujer me parece demasiado inteligente como para picar en eso. De hecho, probablemente sea demasiado buena para él -añadió Randi. Evidentemente, se sentía furiosa-. Y, tanto si él lo sabe como si no, se está enamorando. Me encantaría estrangularlo, y a ti y a Striker y a todos los demás que estén implicados.
El rubor cubrió las mejillas de Kelly. Se sentía completamente mortificada. Que estúpida había sido.
El bebé seguía llorando, pero Randi debía de haber centrado su atención en él porque ella dijo:
– Venga, venga… calla…
Kelly, por su parte, había oído más que suficiente. Con mucho cuidado, se dirigió al salón y fingió interés por una revista que había sobre la mesa. Slade salió del dormitorio. De soslayo, ella vio que él la miraba y que luego se marchaba hacia la cocina justo cuando Matt salía del despacho.
El corazón de Kelly dio un vuelco. En silencio, se volvió a decir que era una idiota de la peor clase imaginable.
– Lo siento mucho -dijo él. No había ningún tipo de mofa en su voz-. El tipo que se suponía que debía estar cuidando de mi rancho me acaba de llamar. Se ha caído y se ha roto una pierna, por lo que parece que voy a tener que tomar el próximo avión para regresar a casa.
Kelly forzó una sonrisa que no sentía.
– Lo comprendo -dijo. «Mucho más de lo que te imaginas, McCafferty. Muchísimo más».
– No voy a estar aquí mañana para la fiesta de Acción de Gracias -añadió él.
No dijo que, por lo tanto, ella ya no estaba invitada. No tuvo que hacerlo.
Kelly agarró su chaquetón y se lo puso. Entonces, metió la mano en el bolsillo para sacar los guantes.
– No te preocupes por ello. Yo ya lo he celebrado -repuso ella con voz gélida-. Es mejor que me marche. Randi no parece estar muy interesada en hablar con nadie del departamento del sheriff en estos momentos. Volveré.
Se dirigió hacia la puerta. Cuando él trató de agarrarle el codo, ella se zafó. Había caído en aquel truco en demasiadas ocasiones. Incluso ella misma lo había hecho víctima de aquel juego una vez. Qué idiota había sido.
– ¿Kelly?
– Sé de qué vas, McCafferty.
Abrió la puerta sin molestarse en explicarle nada. Quería que él pensara que se refería a lo de agarrarla por el codo cuando ella se marchaba para besarla después. Ya no importaba que se refiriera a algo mucho más serio.
Salió al exterior. El viento soplaba con fuerza, pero no le importaba. El gélido aire la hizo reaccionar y hacerse más fuerte, recordándola que no estaba muerta aunque se estaba empezando a sentir muy vacía por dentro.
– Te acompañaré al coche -anunció él. Se puso a caminar a su lado, sin preocuparse de ponerse un abrigo ni nada por el estilo.
– No te molestes.
– No es molestia alguna.
– Soy policía, McCafferty. Puedo llegar sola a mi coche sin problemas.
– Espera un minuto.
Kelly no lo hizo. Simplemente siguió andando sobre la crujiente nieve.
– Kelly, ¿qué diablos ha pasado? -le preguntó Matt mientras ella abría la puerta del todoterreno.
– He despertado -respondió ella mientras se sentaba al volante-. Ahora, tengo que marcharme. Regresaré para hablar con Randi y te mantendré informado sobre todo lo que ocurra con la investigación, pero he estado pensando y creo que no es buena idea que ninguno de los dos se implique demasiado en una relación en estos momentos…
– Espera un minuto, maldita sea…
– Mira, lo de Seattle estuvo bien, pero creo que es mejor que yo mantenga la perspectiva. No me gustaría hacer nada que comprometiera mi profesionalidad.
– Pensaba que ya habíamos hablado de esto.
– Y te repito que lo he estado pensando otra vez. Lo que ocurre es que tú y yo tenemos intereses muy diferentes. Estamos en etapas muy distintas de nuestras idas.
– Eso suena como si fuera un discurso enlatado.
– No lo es. Tengo mi trabajo. Tú tienes tu rancho.
– ¿Y?
– No hay nada más que decir. Voy a terminar esta investigación o moriré intentándolo, y tú vas a regresar a la frontera de Idaho -afirmó. Entonces, arrancó el motor del coche-. Adiós, Matt…
El corazón se le retorció de dolor al escucharse decir aquellas palabras. Vio los sentimientos encontrados que se reflejaban en el rostro de Matt. Incredulidad, desconfianza e ira.
Mala suerte.
Decidió que él lo superaría. Metió la primera marcha del todoterreno y puso el vehículo en movimiento.
Él siempre lo superaba.
¿Qué diablos acababa de ocurrir? Matt metió un par de vaqueros, dos camisas y sus cosas de aseo en su bolsa de viaje. No entendía nada del cambio de actitud que se había producido en Kelly. Un minuto antes había estado flirteando con él y, a continuación, después de que él estuviera unos minutos hablando por teléfono, se había mostrado tan fría como el hielo mientras le decía en pocas palabras que su relación, tan tórrida y apasionada pocos días antes, había terminado. No se lo podía creer.
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