– Pero tu tocólogo estaba en Seattle.

– Lo sé. Eso era un problema. Es decir, creo que me preocupaba, pero pensaba que si podía… pasar algún tiempo aquí y terminar la sinopsis, ya sabes, el hilo argumental de mi libro, cuando el bebé hubiera llegado podría pulir los primeros capítulos mientras estaba de baja por maternidad para poder enviárselos a mi agente. Él creía que podría encontrar una editorial interesada… No me acuerdo de más.

– ¿No te siguió ningún coche o furgoneta ni trataron de echarte al arcén?

– No -respondió Randi negando muy lentamente con la cabeza.

– ¿No conoces a nadie que tenga un coche rojo oscuro?

– No que recuerde -afirmo Randi. Entonces, miró las tres fotografías que Kelly había colocado sobre la mesa-. ¿Sabes algo más? -preguntó-. ¿Fue alguno de estos hombres…? No, no pudo ser alguien con quien estuviera saliendo. ¿Alguno de ellos tiene el tipo de coche que me echó de la carretera? -quiso saber. Había palidecido visiblemente al considerar aquella posibilidad.

– Ninguno de estos hombres ha tenido nunca un vehículo que se parezca al que estamos buscando -admitió Kelly-, pero eso no significa que el culpable no pudiera haber tomado prestado el coche de algún amigo o uno robado. El departamento ha realizado una búsqueda muy exhaustiva en todos los talleres de chapa en los alrededores de Glacier Park, Grand Hope y Seattle. Por supuesto, había algún que otro vehículo que podría haber sido el implicado en tu accidente, pero, hasta ahora, no hemos podido establecer relación alguna -añadió. Volvió a tomar su maletín otra vez y le entregó a Randi un listado de nombres-. ¿Conoces a alguna de estas personas? ¿Te suena de alguno de estos nombres?

Randi examinó el listado.

– No lo creo -dijo ella-. Es decir, no recuerdo ningún nombre.

Kurt trató de agarrar el listado.

– ¿Te importa si echo un vistazo?

Kelly quería decirle que se fuera a freír espárragos, pero no lo hizo. Existía la posibilidad de que pudiera ayudar.

– Claro que no.

Striker examinó el informe con una mirada de apreciación. Cuando terminó, observó a Kelly por encima de las hojas.

– Buen trabajo.

– Gracias -dijo, a pesar de que no lo sentía así. No confiaba para nada en aquel tipo. Parecía carecer por completo de escrúpulos.

– Estoy buscando un socio.

– Yo ya tengo trabajo.

– Probablemente podría hacer que te mereciera la pena.

– No me interesa -replicó, y centró su atención en Randi-. Házmelo saber si recuerdas algo más. Todo esto te lo puedes quedar -añadió, señalando las fotografías y el informe-. Tengo copias.

– Gracias. Te lo haré saber.

– Te acompañaré hasta la salida -dijo el detective.

– No es necesario.

Él la acompañó de todos modos y, cuando la puerta principal se cerró tras ellos, le dijo a Kelly:

– No sé por qué no te fías de mí, pero esto no ayuda al caso. Podemos trabajar juntos o por separado, pero sería más fácil, más rápido y más eficaz que uniéramos nuestros recursos.

– Lo que quieres decir es que yo debería darte toda la información que tengo, todo lo que sabe el departamento del sheriff y facilitarte de ese modo el trabajo y ayudarte a resolver el caso, y así llevarte todo el mérito y el dinero sin poner las horas y el esfuerzo.

– Yo sólo quiero llegar al final de todo esto -replicó Striker, con la expresión tan fría como la noche.

– Está bien -murmuró ella-. Lo tendré en cuenta.

Kelly bajó dos escalones del porche. Justo entonces, Striker volvió a tomar la palabra.

– ¿Sabes una cosa, detective? A menos que me equivoque, creo que estás enojada y no tiene que ver tanto conmigo como con Matt McCafferty.

Kelly se mordió los labios para no responder y siguió andando. No pensaba morder el anzuelo, sobre todo porque, maldita sea. Striker tenía razón.


– Te pagaré bien, McCafferty. Ya he hecho que valoraran el rancho dos inmobiliarias de la zona, pero si no te gusta la cifra que me han sugerido, puedes hacer que haga la valoración otra empresa.

Mike estaba sentado en su vieja furgoneta con sus muletas y Arrow, su viejo perro, sentado a su lado. Matt, por su parte, estaba de pie en el sendero, charlando con Mike Kavanaugh a través de la ventana. Mike se metió la mano en el bolsillo y sacó un sobre doblado.

– ¿Por qué deseas tan fervientemente ser el dueño de estas tierras?

Mike sonrió y le entregó el sobre a Matt.

– Carolyn está embarazada y nuestra casa se nos está quedando pequeña. Se me ha ocurrido que podríamos arreglar la vieja granja y que, mientras tanto, podríamos vivir aquí -añadió señalando la casa que Matt consideraba su hogar-. Seguramente dentro de un par de veranos, para cuando el niño haya empezado a andar, estaremos listos para mudarnos aquí y yo podré alquilar mi casa al capataz.

– ¿Tienes capataz?

Mike sonrió de nuevo.

– Para entonces, lo tendré. Si las cosas salen bien. Ya sabes que habría comprado todo esto la última vez que salió a la venta, pero tú te me adelantaste. Ahora, tengo un poco de dinero y tú nunca estás aquí, así que supongo que es lo mejor para los dos. No me irás a decir que me equivoco, ¿verdad?

Matt frunció el ceño y miró a su alrededor. La casa era bastante grande, pero la planta superior no estaba terminada. En la planta baja, había que reformar la cocina y lo mismo se podía decir del cuarto de baño, que era poco más que un armario. Toda la casa necesitaba una nueva instalación eléctrica, nueva fontanería y aislamiento.

Había estado bien para él. A Matt no le importaba no tener comodidades, pero seguramente no serviría para una familia con esposa e hijos. Junto con los dos establos, uno de cien años y el otro de cinco, el rancho se componía de bastantes hectáreas que llegaban hasta el bosque. El riachuelo que recorría la propiedad iba a desembocar en la finca de Kavanaugh.

Abrió el sobre y vio la oferta. Era justa. Sabía muy bien lo que valía su rancho, al menos en términos económicos. Emocionalmente, nada lo ataba allí.

– Faltaría firmar un contrato. Está todo detallado en la oferta -dijo Kavanaugh.

Matt apretó los labios y miró la casa por última vez.

– Está bien, Mike. El rancho es tuyo -añadió. Estrechó la mano de su vecino a través de la ventana.

– ¿Así de fácil?

– Así de fácil. Llamaré a los abogados que se ocuparon de todo el papeleo cuando lo compré yo. Se trata de un bufete llamado Jansen, Monteith y Stone, en Missoula. Thorne trabajó allí cuando terminó el instituto y siempre se ocuparon de los asuntos legales de mi padre.

Mike asintió.

– He oído hablar de ellos.

Estuvieron hablando durante unos minutos más. Después, Kavanaugh se marchó. Matt se dirigió a la casa. De repente, sintió que no había nada que lo atara a aquel lugar. No perdió tiempo y marcó enseguida el número del bufete y habló con Bill Jansen, el abogado que se había ocupado de la división del Flying M según la última voluntad de John Randall.

– ¿Qué puedo hacer por ti? -le preguntó Bill, después de una breve conversación de cortesía.

Matt le explicó lo que quería hacer. Quería ofrecerles a sus hermanos el dinero que sacara de la venta de su rancho para comprarles su parte del Flying M. Además, quería crear una especie de fondo para Eva Dillinger, según el acuerdo que ella había tenido con John Randall cuando trabajaba para él.

– Eso podría ser más difícil de lo que te imaginas -admitió Bill-. Sé que John Randall y Eva habían hablado de una especie de fondo de pensiones, pero las condiciones de ese acuerdo jamás se redactaron legalmente.

– Sabías del asunto, ¿verdad?

– Él lo había mencionado alguna vez.

– En ese caso, veamos cómo se puede enmendar la situación. No estoy tratando de dejar acomodada a Eva para el resto de su vida, simplemente darle lo que se le debe. Hablaré con mis hermanos. Por supuesto, esto tiene que ser completamente anónimo.

– No creo que eso sea posible.

– Todo es posible.

– En realidad, no. No sólo los beneficiarios querrán respuestas, sino también el Gobierno.

– ¿No puedes crear una especie de identidad ficticia? -preguntó. Al darse cuenta de lo que había dicho, se echó a reír. Había hablado como si fuera un experto en economía-. No importa. Simplemente no quería tener que ocuparme ahora de ese asunto. No importa -repitió- Daré las explicaciones necesarias.

– En ese caso, no será anónimo.

– Está bien. Yo me ocuparé -dijo Matt-. ¿Sería posible recibir todo el papeleo dentro de unos pocos días? Envíalo por fax al rancho y me encargaré de que mis hermanos lo firmen. ¿Puedes trabajar tan rápido?

– Si no me encuentro problemas inesperados…

– No lo creo.

– Una de mis socias va a estar en Grand Hope dentro de un par de días. Le diré lo que está pasando y, si tienes algún problema, te puedes reunir con ella mientras esté en la ciudad. Se llama Jaime Parsons y estudió el último año del instituto allí. Tal vez la conozcas.

El nombre le resultaba a Matt familiar, pero no recordaba por qué.

– No creo.

– Haré que te llame cuando llegue a Grand Hope. Se va a quedar allí durante unas cuantas semanas. Va a vender la casa de su abuela.

– Parsons… -repitió Matt.

– Su abuela se llamaba Nita Parsons.

– El nombre me resulta vagamente familiar.

– Nita murió hace un par de meses. Tal vez tu padre la conocía.

– Posiblemente.

– Bueno, me pondré con lo de la venta y la transferencia de propiedades inmediatamente. Lo único que necesito es la firma de tus hermanos.

– Las tendrás -dijo Matt, a pesar de que no le había mencionado aquel plan ni a Thorne ni a Slade. No obstante, estaba seguro de que no supondría ningún problema. Thorne ya había mencionado que quería irse a un rancho cercano y Slade no era de los que echaban raíces. Matt era el ranchero de los tres hermanos. Les compraría su parte a sus hermanos y se convertiría en el dueño de la mitad del Flying M.

Colgó el teléfono y observó el interior de la vieja casa. Había pasado muchos años allí. Solo. Había estado bien, pero en aquellos momentos esperaba algo más de la vida. Y ese algo tenía mucho que ver con una policía pelirroja.

No había razón alguna para no empezar con las negociaciones. Llamó rápidamente al Flying M, habló con Thorne y le expuso su plan.

– Haz que Slade se ponga en el supletorio. He estado pensando mucho desde que llevo aquí. Mike Kavanaugh me va a comprar mi rancho, por lo que quiero instalarme en Grand Hope. Sugeridme un precio justo y os compraré vuestra parte.

– ¿Así de fácil?

– Si queréis vender…

Thorne se lo pensó durante un instante.

– No veo ningún problema. Deja que Slade se ponga al teléfono y lo solucionaremos en un momento.

– ¿Así de fácil? -replicó Matt, riendo.

– Sí. Así es como hago yo los negocios.


Kelly estaba quemada. Y mucho. El último lugar en el que quería estar era en la boda de Thorne McCafferty, pero no le había quedado elección. Espinoza había insistido.

– Mira, la investigación sigue abierta -le había dicho su jefe-. El asesino podría estar allí. Esta es tu oportunidad para conocer a las personas que están más cerca de la familia.

– ¿En una boda? -había protestado ella.

– En una boda, vestida como uno de los invitados y mezclándote con todo el mundo en la recepción. ¿Te supone eso un problema, detective?

– En absoluto -le había respondido ella.

Por lo tanto, allí estaba, ataviada con un vestido azul medianoche de seda, recogiéndose el cabello en la base del cuello y muerta de miedo ante la perspectiva de volver a ver a Matt.

«Lo superarás. Se trata sólo de trabajo».

Sin embargo, mientras se empolvaba la nariz, se aplicaba rímel en las pestañas y se retocaba el lápiz de labios, se sintió una mentirosa. Tenía una sensación de tensión en el estómago. Ella, una experimentada oficial de policía que no temía enfrentarse a ningún delincuente, se sentía intimidada antes la perspectiva de asistir a una boda.

Sólo era una noche. Conseguiría superarla. Tomó su abrigo y miró en el bolso para asegurarse de que tenía las llaves del coche. Antes de que pudiera marcharse, el teléfono comenzó a sonar. Estuvo a punto de no contestar, pero al final cambió de opinión.

– ¿Kelly? -le dijo su hermana. Parecía estar sin aliento, como si hubiera estado corriendo-. ¿Qué sabes sobre un fondo que ha sido creado para mamá? -preguntó sin andarse por las ramas.

– ¿Un fondo?

– Eso es. Mamá ha recibido una carta de una abogada de Missoula, una tal Jamie Parsons, en la que se le comunica que es la beneficiaria de un fondo.

– ¿De qué?

– Eso es lo que te estoy preguntando.

– ¿No se lo dijeron?

– No. Cuando mamá llamó al bufete y habló con la abogada, ésta no se mostró muy cooperadora a la hora de darle información. Le dijo que ella iba a venir a la ciudad dentro de unas semanas. ¿No te parece muy raro?