– Sí.

– Les dije a mamá y a papá que no le hicieran ascos al dinero, pero ya sabes cómo son. Están convencidos de que ha habido un error. ¿Qué te parece a ti?

– ¿Cómo se llama el bufete?

– Jansen, Monteith y Stone -dijo Karla-. Mamá me ha dicho que cuando trabajó para John Randall, era el bufete que él utilizaba. ¿Te parece que es una coincidencia?

– Soy policía, Karla. Yo no creo en las coincidencias.

– Y yo soy esteticista, Kelly. Creo en el pasado, en la reencarnación, en las personalidades divididas, en ganar la lotería y, por si acaso se me había olvidado, en la coincidencia.

– Lo comprobaré.

– Me imaginaba que lo harías. Ahora, que te diviertas en la boda.

– No va a ser divertido.

– Seguramente, si ésa es la actitud con la que vas. Vamos, Kelly. Anímate. No te puede hacer mal.

Kelly no estaba tan segura.


Matt se metió dos dedos por el cuello de la camisa y tiró de él para poder respirar. Los lugares pequeños le hacían sentir claustrofobia y aquella antesala de la capilla en la que Thorne estaba a punto de casarse era tan minúscula que casi no cabían el reverendo y los tres hermanos McCafferty. Podría ser porque Matt no tenía una buena relación con Dios, o tal vez porque el termostato de la sala debía de estar roto y la calefacción estaba funcionando al máximo. También porque estaba afrontando el hecho de que volvería a ver de nuevo a Kelly.

Kelly. La detective Kelly Ann Dillinger.

La mujer que no le había devuelto ni una sola de sus llamadas.

Hacía doce horas que había regresado a Grand Hope y, en ese tiempo, le había dejado tres mensajes. No había obtenido respuesta alguna, pero Nicole estaba segura de que Kelly iba a asistir a la boda.

Bien. Matt quería respuestas.

– Bueno, firmaremos los papeles la semana que viene -dijo Slade mientras se miraba en un pequeño espejo, fruncía el ceño y se apartaba un mechón de cabello negro de la frente-. En cuanto el abogado se ponga en contacto con nosotros.

– ¿Bill Jansen? -dijo Thorne, aunque resultaba evidente que sus pensamientos estaban en otro lugar.

– No. Su socia. Jamie Parsons.

Slade se quedó completamente inmóvil.

– ¿Quién?

– Jamie Parsons. Ha venido aquí para vender la casa de su abuela. ¿Es que la conoces, Slade? -preguntó Matt, al ver la sombra que acababa de cruzar los ojos azules de su hermano pequeño-. Estudió aquí el último curso del instituto. Su abuela se llamaba Anita.

– Nita.

– Sí. Así es. Veo que has oído hablar de ella.

– Hace mucho tiempo -admitió Slade. De repente, el órgano comenzó a sonar en la capilla-. Ya está -le dijo a Thorne, como si estuviera deseando cambiar de tema-. Tus últimos segundos de soltero.

Thorne sonrió lleno de felicidad.

– Aún puedes echarte atrás -sugirió Slade.

– Por supuesto que no -replicó Thorne, riendo. Matt se preguntó si había visto alguna vez antes tan feliz a su hermano. No era un sentimiento que hubiera atribuido a su hermano mayor. Hasta que conoció a Nicole. Había cambiado en aquel mismo instante y el cambio era, decididamente, para mejor.

La puerta de la capilla se abrió y el reverendo entró en la antesala.

– ¿Estamos listos?

– Por supuesto -respondió Thorne.

– En ese caso, vamos.

Thorne se detuvo un instante para decirles a sus hermanos:

– Os ocurrirá a vosotros también. Vuestros días de solteros están contados.

Slade se mofó de él.

Matt no realizó comentario alguno.

– No para mí -replicó el pequeño de los McCafferty.

– Cuanto más alto, más dura será la caída.

– Bueno, tal vez para Matt. De todos modos, él ya está medio enganchado.

Por una vez, Matt no discutió. Sí, él estaba listo, pero la mujer que quería como esposa parecía estar evitándolo.

Los tres hermanos entraron en la capilla. Era pequeña y muy antigua. Los bancos estaban repletos de familiares y amigos.

Matt se fijó inmediatamente en Kelly. El corazón le dio un vuelco al verla. El resto de invitados pareció desaparecer. A pesar de que su atención debería haberse centrado en las dos damas de honor, Randi y una doctora amiga de Nicole, él casi no podía apartar la mirada de Kelly. Dios, estaba tan hermosa… Se obligó a apartar la mirada de ella para centrarse durante un momento en la novia. Nicole, ataviada con un vestido largo de color crema, avanzaba lentamente hacia el altar. Allí, tomó la mano de Thorne.

Matt no podía dejar de mirar a Kelly. «Debería ser yo. Deberíamos ser Kelly y yo los que estuvieran a punto de intercambiar los votos matrimoniales». Recordó el día en el que su padre lo había observado mientras trataba de domar a Diablo Rojo. John Randall le había aconsejado que sentara la cabeza, que empezara una familia y que se asegurara de que el apellido McCafferty perduraba.

Matt sintió un nudo en la garganta.

El viejo tenía razón.

Matt había encontrado a la mujer con la que quería compartir su vida. Sólo tenía que encontrar el modo de conseguir que ella se convirtiera en su esposa.

De algún modo, consiguió superar la ceremonia. Vio que a Nicole se le saltaban las lágrimas cuando Thorne le colocó una alianza en el dedo y sintió una profunda envidia cuando Thorne besó a su esposa delante de todos los invitados. Cuando la ceremonia terminó, Matt siguió a los novios al exterior.

Mientras Slade lo llevaba al Badger Creek Hotel para el banquete de bodas, Matt no articuló ni una sola palabra. Cuando llegaron al elegante hotel, Slade decidió fumarse un cigarrillo en el aparcamiento, pero Matt se dirigió rápidamente al salón donde se iba a celebrar la recepción con la esperanza de poder hablar con Kelly. Se había sorprendido mucho al verla en la boda y esperaba que asistiera al banquete.

Ya habían llegado algunos de los invitados. Una pequeña orquesta tocaba desde un rincón mientras que una fuente de champán burbujeaba cerca de la escultura de hielo de un caballo.

La vio en el instante en el que ella entró. Sin el abrigo, ataviada con un hermoso vestido azul oscuro, estaba bellísima. Un collar de plata le adornaba el largo cuello. Llevaba el cabello recogido, lo que le daba un aire de sofisticación que terminó de enamorar a Matt.

Tomó dos copas de champán de una mesa y se dirigió hacia ella.

– Bien, detective -susurró-. Estás… fantástica.

Ella sonrió.

– Venga ya, McCafferty. Echas de menos el uniforme. Admítelo.

Al menos, aún le quedaba sentido del humor.

– Te echo de menos.

– No te comprendo.

– Mentirosa -susurró. Le dio una copa de champán, de la que ella comenzó inmediatamente a tomar un sobro.

– Espera. Creo que van a proponer un brindis.

– ¿Por los novios?

– Eso vendrá más tarde -preguntó él, sin explicar nada. Simplemente le tomó la mano y la sacó hacia la terraza que, como era de esperar, estaba cubierta de nieve.

– Espera un momento.

– No. Ya he esperado demasiado.

Sujetando la copa con una mano, la estrechó contra su cuerpo. Antes de que Kelly pudiera protestar, la besó. Esperó hasta que sintió que ella se relajaba para soltarla.

– ¿No te parece mejor así?

– No, es decir… Mira, Matt. He estado tratando de decirte que lo nuestro ha terminado. Puedes olvidarte de la charada.

– ¿Charada? -preguntó él, aunque empezó a presentir de qué se trataba.

– Sé que me has estado cortejando sólo para tener mejor acceso a la investigación.

– No, yo…

– No lo niegues. Escuché una conversación entre Randi y Slade -dijo. La ira volvió a adueñarse de ella-. Sé que este flirteo, o como quieras llamarlo, fue porque Kurt Striker te lo dijo. Para meterme en la cama y sonsacarme información sobre el caso.

– ¿Y te lo creíste?

– Sí.

La ira se apoderó de él. Abrió la boca para responder y vio la tristeza con la que ella lo miraba.

– No me tomes por tonta, ¿de acuerdo? No es necesario.

– No lo haría nunca.

– Bien. En ese caso, podemos seguir con nuestras vidas y olvidarnos de lo que ocurrió entre nosotros.

– No.

– Matt, de verdad…

Kelly se dirigió hacia la puerta, pero, en aquella ocasión, él no se molestó en intentar detenerla.

– Yo jamás lo olvidaré, Kelly. Jamás.

Cuando ella alcanzó la puerta, se volvió para mirarlo. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

– No me hagas esto…

– Te amo.

Kelly cerró los ojos. Entonces, una lágrima, iluminada por la luz de la luna, comenzó a deslizársele por la mejilla.

– No tienes que…

– Te amo, maldita sea.

– No quiero hacer esto, Matt. Sólo he venido porque mi jefe me lo ha pedido. Por la investigación.

– ¿Has visto alguien que te parezca sospechoso?

– Tan sólo el novio y sus hermanos -bromeó, pero ninguno de los dos sonrió-. Mira, sé que has creado una especie de fondo para mi madre, probablemente porque tenías mala conciencia por lo que tu padre le hizo y… y… bueno, está muy bien, en realidad, pero no deberías haberlo hecho. El problema era de tu padre, no tuyo.

– Tú eres mi…

– Tu problema… ¿no?

– ¡No me refería a eso!

– El pasado, pasado está. Mi familia está bien… podemos cuidarnos unos a otros. No necesitamos ninguna clase de caridad tardía.

– No se trata de eso…

– No importa.

– ¡Ni hablar! -exclamó Matt. Dejó caer su copa de champán y avanzó hacia ella-. Has venido aquí para verme. Yo hice lo que hice por tu madre para enmendar un error, mis hermanos accedieron a ello y, en cuanto a lo de dejarte en paz, no puedo. Al menos, no hasta que me digas que te vas a convertir en mi esposa.

– ¿Cómo? ¡Oh, Dios! Tu ego no tiene límites.

– Te amo -repitió.

Kelly sintió que el corazón se le hacía mil pedazos. Deseó poder creerlo, confiar en él, pero sabía que no podía hacerlo. Abrió la boca para protestar, pero él le quitó la copa de champán de los dedos, la arrojó hacia el arroyo y volvió a tomarla entre sus brazos.

– ¿Qué tengo que hacer para convencerte?

– No puedes.

– Claro que puedo. Nos fugaremos esta noche.

– Estás loco.

– Hablo en serio.

– Yo… yo no me lo creo -susurró.

– He vendido mi rancho. Me vuelvo a vivir a Grand Hope. Para siempre. Y quiero que seas mi esposa y la madre de mis hijos. ¿Me amas?

– Sí.

– En ese caso, casémonos.

– A mí… a mí me gustaría.

– Entonces, ya está todo acordado -dijo él, con una maravillosa sonrisa.

– Yo… yo no sé qué decir -murmuró Kelly. Se sentía aturdida por el giro que habían dado los acontecimientos.

– En ese caso, no digas nada. Sólo bésame.

Kelly estuvo a punto de echarse a llorar mientras reía, pero hizo lo que él le había pedido. La música se filtró por la puerta abierta. Matt comenzó a bailar con ella sobre la nieve, rodeados por el frío viento del invierno de Montana y las estrellas que relucían en su maravilloso cielo.

Kelly se apoyó sobre él y pensó en la investigación, en el peligro que aún rodeaba a los McCafferty, en especial a Randi y al pequeño J.R. En aquel momento, sabiendo que se iba a casar con Matt, estaba más decidida que nunca a encontrar al culpable de aterrorizar a aquella familia… su familia.

Sin embargo, aquella noche, se limitaría a bailar con Matt y a reír con él, sabiendo que, fuera lo que fuera lo que el destino les deparara, lo afrontarían juntos.

– ¿Lo anunciamos? -preguntó él.

– ¿Esta noche?

– ¿Y por qué esperar?

Tenía razón, pero…

– Esperemos hasta mañana. Esta fiesta les pertenece a Thorne y a Nicole -dijo Kelly. Miró hacia el salón y vio a la feliz pareja bailando. Los ojos de Nicole brillaban como las estrellas. Tenía las mejillas sonrojadas. En cuanto la música terminó, todos aplaudieron.

– En ese caso, mañana -dijo Matt.

– Sí, mañana.

Matt volvió a besarla. Kelly lo abrazó con fuerza.

– Está bien, detective. Unámonos a la fiesta. Parece que has perdido tu copa de champán, pero ¿no se suponía que esta noche debías estar buscando a los malos? ¿No era ésa tu misión?

– Así es, vaquero.

– ¿Y de verdad no has descubierto a ninguno de los malos?

– Sólo a los hermanos McCafferty -volvió a bromear ella. Lo abrazó y comenzaron a bailar junto al resto de los invitados.

El corazón de Kelly latía con fuerza y la cabeza le daba vueltas. Estaba teniendo que hacer un gran esfuerzo para no llorar de pura felicidad. Mientras Matt la llevaba con facilidad por la pista de baile, Kelly sonrió al hombre que amaba, al hombre que llevaba esperando toda su vida, al hombre que muy pronto sería su esposo, un vaquero que le había conquistado por completo el corazón.

Señora de Matt McCafferty.

Detective Kelly McCafferty.

Fuera como fuera, sonaba bien.