Lleno de deseo, él extendió las manos para estrecharla contra su cuerpo y poder perderse en ella.
¡Riiing!
Matt abrió los ojos. Había estado soñando. Con Kelly Dillinger. Y tenía por ello una erección de campeonato. Parpadeó y su imagen desapareció entre las sombras de la noche. Por los pasillos del viejo rancho, el teléfono volvió a sonar. Medio adormilado, miró los números digitales de su despertador. Eran casi las doce. Eso significaba que, fuera quien fuera quien estaba llamando, no lo hacía para despertar a los McCafferty con buenas noticias.
«Randi». El corazón estuvo a punto de detenérsele. Encendió inmediatamente la luz, pero no esperó a que los ojos se acostumbraran. Se puso un par de vaqueros que había dejado extendidos sobre los pies de la cama y se metió una sudadera por la cabeza. Avanzaba descalzo por el pasillo cuando la puerta de la habitación principal se abrió de par en par. Thorne, en calzoncillos, con su escayola y una bata que ni siquiera se había molestado en abrocharse, se dirigía cojeando hacia la escalera.
– Era Nicole, desde el hospital. Alguien ha tratado de matar a Randi -dijo secamente.
– ¿Cómo dices?
– Que alguien le inyectó algo en la maldita vía.
– ¡No! -exclamó Matt. De repente, el cuerpo entero se le había cubierto de un sudor frío-. ¿Está bien?
– Por lo que parece sí -respondió Thorne, frunciendo el ceño.
– ¿Y cómo ha podido ocurrir algo así?
– Nadie lo sabe aún. Se ha armado la de Dios allí. El corazón le dejó de latir. Tuvieron que utilizar las palas de reanimación.
– ¡Hijo de perra!
– Eso es precisamente lo que yo estaba pensando.
Thorne se detuvo frente a la puerta de la habitación de Slade y llamó con fuerza. Cuando la abrió, se encontró al menor de sus hermanos a medio vestir, con el cabello revuelto y los dedos tratando de abrocharse los botones de una camisa de franela.
– He oído que sonaba el teléfono. Me he imaginado que serían malas noticias -musitó Slade.
– Y has imaginado bien -comentó Thorne. Rápidamente, le dio todos los detalles de lo ocurrido. La expresión del menor de los McCafferty se hizo sombría.
– Por el amor de Dios. ¡Les advertimos de que esto podría ocurrir! ¡Esos policías no están haciendo nada! -exclamó, agitando las manos en el aire-. ¿Quién está haciendo todo esto?
– ¿Y por qué? -preguntó Thorne, entornando los ojos lleno de furia.
– Vamos -dijo Slade mientras se metía la camisa por dentro de los vaqueros.
– No podemos ir todos al hospital -observó Thorne al ver que Slade tomaba un par de botas-. Alguien tiene que quedarse aquí con J.R. y las niñas.
– Eso te corresponde a ti -decidió Matt-. Tú vas a ser el padrastro de esas niñas y, de todos modos, no hay mucho que puedas hacer con la pierna escayolada.
– Pero no me puedo quedar aquí y…
– No discutas conmigo. Eso ya lo hemos oído antes -dijo Matt-. Tú crees que estás a cargo de la situación en la que se encuentra Randi, pero no es así, tanto si quieres admitirlo como si no. Tienes dos opciones: despertar al bebé y a las hijas de Nicole y sacarlas al frío de la noche para llevártelas a un hospital que seguramente está sumido en el caos, o quedarte aquí y esperar a que uno de nosotros te llame o venga a buscarte.
Los ojos grises de Thorne se oscurecieron. Entonces, frunció las cejas lleno de frustración.
– Pero yo creo…
– Por una vez, confía en nosotros, ¿de acuerdo? Podemos ocuparnos de todos -dijo Matt, que ya estaba a mitad de camino de su habitación, donde se puso unos calcetines, las botas y un par de guantes. Estaba terminando de hacerlo, cuando Thorne apareció en el umbral de su puerta.
– No me gusta esto.
– Por supuesto que no. No puedes soportar no estar al mando.
– Me sentiría mejor si…
– Por el amor de Dios, déjalo estar, ¿de acuerdo? Yo me sentiría mejor si tú cerraras la boca y te quedaras aquí con los niños, coordinando la situación. Recibiendo y realizando llamadas. Alguien vendrá a relevarte pronto y podrás irte al hospital y hacerte cargo de las cosas, ¿de acuerdo? Hasta entonces, tendrás que ejercer de niñera, tío Thorne. Ahora, apártate de mi camino.
Matt pasó al lado de su hermano mayor, recogió a Slade y los dos bajaron rápidamente la escalera. Allí, se pusieron sus chaquetones y sus sombreros.
Matt se tensó cuando pensó en Randi, completamente vulnerable tumbada en su cama de hospital. Dios, cualquiera habría pensado que allí estaría segura.
En el exterior, la nieve había empezado a caer y hacía un frío de muerte. Matt se sentó al volante de su vehículo y arrancó. Slade se sentó a su lado. Matt hizo que el vehículo se moviera mucho antes de que Slade tuviera tiempo de cerrar la puerta.
¿Quién había tratado de matar a su hermana? ¿Por qué alguien sería capaz de llegar hasta aquel punto para conseguir verla muerta? ¿Acaso había alguien que quería que Randi no hablara? ¿Sería venganza? ¿Tendría algo que ver con J.R. y el padre misterioso de éste?
– ¿Qué demonios está pasando? -gruñó. El miedo y la preocupación lo estaban corroyendo por dentro.
¿Y si Randi no conseguía salir adelante? ¿Y si la persona que había intentado matarla se salía con la suya?
– No sé -admitió Slade-, pero te aseguro que vamos a descubrirlo.
Eso era cierto. Aunque no hiciera otra cosa en su vida, Matt tenía la intención de descubrir quién había sido capaz de hacerle algo así a su hermana. Cuando lo hiciera, se aseguraría de que aquel canalla se arrepintiera hasta el final de sus días.
El Hospital de St. James era una casa de locos. La prensa se había enterado de que un paciente había estado a punto de ser asesinado y ya estaban allí, frente a la puerta, una furgoneta de televisión, un equipo de cámaras y periodistas de dos cadenas. Kelly pudo zafarse de un micrófono que le pusieron delante de la boca con un rápido:
– Sin comentarios.
Cuando entró en el hospital, vio que había otro periodista en el vestíbulo. Kelly se apresuró a tomar las escaleras que la llevaban al tercer piso. El corazón le latía como si fuera un tambor, al ritmo que marcaba el taconeo de sus botas sobre la escalera. En el exterior de la UCI, se encontró con el detective Espinoza, dos ayudantes del departamento del sheriff y una mujer policía.
– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó.
– Randi McCafferty sufrió un ataque al corazón. Parece que alguien podría habérselo provocado inyectándole algo en la vía.
– ¿Cómo?
– Eso es lo que estamos tratando de averiguar.
– ¿Se encuentra Randi bien?
– Por el momento parece estar fuera de peligro -dijo Espinoza mientras se frotaba la nuca con una mano.
– Dame todos los detalles.
– Una de las doctoras del hospital, Nicole Stevenson, se pasó a ver a la que muy pronto va a ser su cuñada. La doctora Stevenson está comprometida con Thorne McCafferty.
– Lo sé.
– Randi estaba en una habitación privada en la cuarta planta. Cuando la doctora Stevenson salió del ascensor, vio a una persona con una bata blanca que salía de la habitación de Randi. El tipo, aunque podría haber sido una mujer porque la doctora Stevenson no llegó a ver al asesino o asesina con claridad, se dio la vuelta y se marchó precipitadamente por el pasillo para bajar por la escalera de personal. A la doctora Stevenson no le pareció nada del otro mundo hasta que entró en la habitación de Randi. Esta no respiraba. Nicole empezó a reanimarla mientras llamaba a gritos a las enfermeras.
– ¿Y no reconoció a la persona que huía?
– Ya te he dicho que ni siquiera está segura de si era hombre o mujer. Lo único que recuerda es que el sospechoso medía aproximadamente un metro setenta y tenía el cabello castaño, demasiado largo para un hombre y muy corto para ser el de una mujer. De constitución media. No pudo verle el rostro, pero cree que la persona en cuestión podría llevar gafas. No hay mucho más.
– Es mejor que nada.
A continuación, Espinoza explicó a Kelly que un equipo de forenses estaba examinado la habitación en la que había ocurrido el intento de asesinato, aunque estaban seguros de que había pocas posibilidades de encontrar huellas dactilares del asesino o cualquier otro tipo de prueba. También había dos policías comprobando los turnos de los empleados del hospital y habían recibido instrucciones de interrogar a los que estaban de guardia. Por el momento, Espinoza creía que Randi estaba a salvo porque le habían puesto una policía a la puerta de la UCI.
– Creo que quien haya intentado matarla anteriormente, no volverá a intentarlo esta noche. Lo dejará estar durante un tiempo -concluyó Espinoza.
– A menos que no pueda hacerlo. Evidentemente, le preocupa que Randi se pueda despertar y que hable -observó Kelly.
– Estará siempre vigilada -dijo Espinoza-. Si ese tipo es tan estúpido como para volver a intentarlo, estaremos preparados.
– ¿Y cómo está la paciente? ¿Sigue en coma?
Espinoza asintió y miró hacia las puertas de la UCI.
– Hasta ahora. Antes del ataque, un par de enfermeras estaban seguras de que no iba a tardar en despertarse.
– Tal vez por eso el asesino decidió actuar precisamente esta noche.
– Eso parece.
– En ese caso, regresará -afirmó Kelly.
Las puertas del ascensor se abrieron y dos de los hermanos McCafferty salieron de su interior. Kelly se tensó y sintió que el pulso se le aceleraba al ver a Matt.
– ¿Qué diablos es lo que ha ocurrido? -preguntó éste con el rostro desencajado, como si ella tuviera la culpa de algo-. ¿Dónde está Randi?
Miró a su alrededor y, al ver las puertas de la UCI, se dirigió hacia ellas.
– No puedes entrar ahí -le advirtió Kelly. Entonces, extendió la mano para tratar de impedírselo.
– De eso ni hablar -replicó Matt. Su mirada la cortó hasta el alma. Tenía una mano sobre la puerta. Su hermano Slade estaba sólo a un paso de él.
– Ella tiene razón -comentó Espinoza.
– Randi es mi hermana -dijo Matt secamente-. Van a hacer falta mucho más que dos policías para impedirme ver por mí mismo que ella está bien.
Espinoza dio un paso al frente, pero Kelly, al percatarse de que Matt necesitaba asegurarse de que su hermana estaba viva, agarró a su compañero por el brazo y dejó que los dos hermanos McCafferty entraran en la UCI.
– Las enfermeras se encargarán de echarlos -susurró. Efectivamente, a los pocos segundos Matt y Slade volvían a salir al pasillo. Parecían estar más calmados, pero la ira no había desaparecido del rostro de Matt.
– Esto no debería haber ocurrido -afirmó mirándola a ella fijamente antes de centrarse en Espinoza-. La policía estaba sentada sin hacer nada mientras un asesino anda suelto.
– De eso no podemos estar seguros -dijo Espinoza.
– ¿Cómo me puede decir algo así? -rugió Matt poniéndose cara a cara con el detective. Los anchos hombros emanaban tensión, los tendones del cuello estaban estirados al máximo y había flexionado los músculos, como si estuviera preparado para entablar una pelea-. Tal vez antes no estaba seguro, pero yo diría que ahora las dudas han desaparecido por completo.
– Las cosas han cambiado.
– Y tanto que han cambiado. Mi hermana ha estado a punto de morir -afirmó Matt con furia, mirando a los dos detectives con desaprobación-. Ahora, espero que se pongan en firme con la investigación.
– Tal vez deberías dejar que hagamos nuestro trabajo -le espetó Kelly, más por su propia reacción ante el hombre que era que por ser el hermano de una víctima. Estar cerca de él la ponía muy nerviosa. La parte más femenina de su ser, la que tanto había luchado por reprimir, gritaba a voces que la liberaran siempre que estaba cerca de Matt McCafferty. Sus sentimientos estaban completamente revolucionados. Le resultaba casi imposible contenerlos y mantener al mismo tiempo su profesionalidad.
– ¿Hacer su trabajo? Pues espero que me digan cuándo empiezan -replicó Matt.
– Espera un minuto…
– No -rugió él, lleno de furia-. La que tiene que esperar un minuto eres tú. Mi hermana ha estado a punto de morir, ¿verdad? Por segunda vez. No creo que pueda darles permiso para que se tomen todo el tiempo que necesiten.
– Estamos haciendo todo lo posible por averiguar qué es lo que ha ocurrido -dijo Kelly cuadrando los hombros. No estaba dispuesta a ceder ni un milímetro a pesar de que lo que más deseaba era alejarse de él para poder pensar.
– Entonces, ¿qué me dicen del Ford rojo oscuro? Fue Kurt Striker el que descubrió que mi hermana había recibido un golpe de otro vehículo. Las muestras de pintura que él tomó del parachoques encajan con la pintura que se utiliza en los Ford.
– Eso ya lo sabemos y lo estamos investigando -afirmó Espinoza. En aquel mismo instante, las puertas del ascensor volvieron a abrirse y dejaron salir a una mujer menuda, muy bien vestida. Kelly reconoció a una periodista local.
"Caricias del corazón" отзывы
Отзывы читателей о книге "Caricias del corazón". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Caricias del corazón" друзьям в соцсетях.