– No lo sé, mis trofeos -contestó Grant-. Venga, vamos.

Todo aquello había sido una broma, así que Callie lo siguió tan contenta hasta una habitación muy grande que daba al jardín trasero. En el medio de la estancia había una cama gigante.

– Vaya, qué cama más grande. Se podría hacer una fiesta en ella -comentó Callie.

Se ruborizó cuando Grant se rió haciéndole darse cuenta de la segunda lectura que tenían sus palabras.

– Es una pena que fuera tan tímido de joven y que nunca se me ocurriera la posibilidad -se lamentó Grant.

Callie lo miró con escepticismo.

– ¿Tímido tú? Ya.

Callie se sentó en el borde de la cama y miró a su alrededor. Había balones de baloncesto, guantes de béisbol, una tabla de snowboard, una bicicleta de carreras, trofeos y estandartes.

No cabía duda de que aquella habitación había sido de un chico. En un abrir y cerrar de ojos, Callie se imaginó la cantidad de amigos y de fantasías que habrían pasado por allí durante los años.

– Esto es una locura -comentó Callie mirándolo-. ¿Cómo me voy a casar contigo si no te conozco de nada? No sé cómo eres realmente -añadió frunciendo el ceño-. No sé si has sido un chico serio o un ligón empedernido, no sé si pagas tus impuestos o… o si te dedicas a rescatar burros cuando nieva. ¿Quién eres?

Grant se quedó mirándola fijamente.

– En Texas, no suele nevar -contestó.

Callie se mordió el labio para no reírse, se puso en pie y comenzó a mirar los artefactos que había repartidos por la habitación.

– Cuéntame algo que no sepa -le dijo tomando una fotografía de Grant con uniforme de fútbol-. Cuéntame cómo eras cuando eras pequeño -añadió dejándola en su sitio.

– ¿Cuando era pequeño? Era un genio, por supuesto -contestó Grant encogiéndose de hombros.

– Por supuesto -comentó Callie hojeando los libros que tenía en las estanterías-. Cuéntame más cosas.

– Bueno, veamos -contestó Grant poniéndose serio como si estuviera intentando recordar-. Por supuesto, fui boy scout, así que ayudé a cruzar la calle a un montón de ancianitas y me dieron muchas medallas.

– ¿Qué más?

– No hay mucho más.

– Venga, haz un esfuerzo. Necesito saber más cosas sobre ti -insistió Callie.

Grant se encogió de hombros y comenzó a hablar como si fuera un locutor de radio.

– Siempre se me dieron bien los estudios, sacaba muy buenas notas en todas las asignaturas, iba andando al colegio en mitad de la nieve.

– ¿No acabas de decir que por aquí no nieva?

– Hablaba en sentido metafórico, por supuesto.

Callie suspiró y perdió toda esperanza de que Grant le contara algo en serio.

– Debería haberlo marginado -dijo para sí misma.

– Cuando no estaba estudiando, me dedicaba a coleccionar cosas. Monedas, sellos, mariposas…

– ¿Novias? -sugirió Callie, que había encontrado un montón de álbumes del colegio y los estaba mirando.

– Jamás.

– Ya -sonrió Callie viendo la cantidad de fotos que había de Grant rodeado de chicas.

– Por supuesto, era un estudiante ejemplar. En verano, me iba a un campamento de ciencias, participaba en el periódico del colegio y era el presidente del club de entomología, tutor de varios estudiantes más jóvenes, campeón de ajedrez… ya te imaginarás que no tenía tiempo para cosas frívolas como las chicas y las fiestas y…

– Ya. Entonces, supongo que este álbum debe de ser de otro chico que se llamaba también Grant. Aquí hay una nota de una chica que se llamaba Snookie que dice así: «Querido Grant -comenzó Callie levantando la mirada de vez en cuando para ver la reacción de Grant-: muchas gracias por darme tu foto. La tengo metida debajo de la almohada para darte todas las noches un beso. Me hago la ilusión de que soy la única chica que te gusta aunque ya sé que me has dicho que tú no quieres relaciones serias…». ¡Caradura!

Grant se encogió de hombros e intentó poner expresión inocente.

– ¿Snookie? No me suena de nada.

– Aquí hay otra. «¡Grant, tío bueno! Te guardé sitio en clase ayer, pero no apareciste. Me apetece mucho verte el viernes por la noche. ¡Qué bueno estás! Te quiero, Mimi».

Era evidente por la cara que estaba poniendo que Grant tenía ganas de reírse.

– Tampoco recuerdo a ninguna Mimi -comentó.

– Seguro que ella sí que se acuerda de ti -contestó Callie.

Grant frunció el ceño, se metió las manos en los bolsillos y suspiró.

– Sí, me parece que vas a tener razón y, al final, lo que tenemos ante nosotros es un caso de identidad cambiada.

– ¿De verdad?

– Sí, debía de haber otro Grant en el colegio.

– Claro, seguro que en tu colegio había un montón de chicos que se llamaban Grant Carver.

– En mi colegio había un montón de chicos que querían ser Grant Carver -murmuró Grant.

Callie sonrió.

– A ver -dijo Callie yendo al índice del álbum-. El Grant Carver del que estamos hablando aquí fue capitán del equipo de natación, rey del baile de graduación, delegado de clase el último año. ¿Te suena?

Grant negó con la cabeza.

– Ya ni siquiera me acuerdo del colegio.

– ¡Espera! Este Grant Carver del que estamos hablando fue votado como «la persona que tiene más probabilidades de que un marido celoso lo mate a tiros» -sonrió Callie viendo que Grant estaba incómodo-. Grant, aquí no pone nada del club de ajedrez.

– Se les debió de olvidar -contestó Grant-. Bueno, da igual. ¿Bajamos a ver si está hecha la comida?

Callie negó con la cabeza.

– Quiero seguir leyendo las notitas de tus amigas.

– No -dijo Grant intentando arrebatarle el álbum.

Callie se quitó los zapatos a toda velocidad y se subió a la cama para que no la agarrara.

– «Querido Grant: eres guay y besas que te mueres» -leyó Callie riéndose-. Desde luego, todas parecían estar de acuerdo en que estabas muy bueno y besabas muy bien.

Grant también se estaba riendo, pero estaba intentando disimular.

– Dame el álbum -le dijo.

– ¡No! -gritó Callie apartándose-. Vamos a leer todas las notas. ¡La verdad debe prevalecer! Tu pasado salvaje no debe quedar suprimido para siempre. ¿De verdad que cuando estabas en el colegio eras así de ligón, canalla?

– Ya te he dicho que no soy yo.

– ¿Entonces quién es? ¿Tu hermano gemelo?

– A lo mejor. No lo sabré hasta que no me hayas dado el álbum.

– ¡Ja!

Grant alargó el brazo.

– Dame el álbum.

– Oblígame -gritó Callie con una sonrisa.

Grant no dudó. En un abrir y cerrar de ojos, se había subido a la cama con ella. Riéndose, Callie intentó huir, pero no le dio resultado, así que agarró el álbum con todas sus fuerzas. Tampoco aquello le dio resultado porque Grant era más fuerte que ella y no le costó mucho arrebatárselo.

Al hacerlo, Callie cayó sobre la cama y Grant cayó encima de ella. Cayeron enfrente el uno del otro. Callie se estaba riendo, pero, cuando miró a los ojos de Grant, vio algo que le preocupó.

– Hola -dijo lentamente.

Grant no pudo contestar. Estaba demasiado ocupado intentando no desearla. Tenía los puños apretados para no tocarla y se encontró preguntándose si iba a ser capaz de casarse con otra mujer.

Grant miró a Callie a los ojos y buscó la respuesta en ellos. Callie lo estaba mirando con impaciencia, como si estuviera esperando a que sucediera algo y ya se estuviera empezando a hartar de que no llegara.

– Si no eres ni siquiera capaz de besarme, ¿cómo vamos a hacer el amor? -le dijo pasándole los brazos por el cuello.

Grant se quedó mirándola muy serio.

Callie no había entendido nada. El sexo era sólo sexo y él era capaz de practicarlo en cualquier momento y en cualquier lugar. Sin embargo, los besos… eso era muy diferente… un beso era un puente de unión entre el corazón y el alma.

Si la besaba…

Callie se rindió, retiró los brazos y lo miró dolida. Grant no podía soportar verla así, así que, sin pensárselo dos veces, se inclinó sobre ella y la besó.

El beso fue tan maravilloso que Grant temió no poder parar jamás. De repente, se dio cuenta de que la estaba deseando e intentó apartarse, diciéndose que no quería sentir aquella necesidad de tenerla cerca, de poseerla; pero hacía tanto tiempo que no abrazaba a una mujer que su cuerpo la deseaba intensamente.

En cualquier caso, no podía dejarse llevar, no era libre para hacer lo que le apeteciera. Tenía que recordar que…

– Lo siento -dijo Callie.

Grant la miró asombrado.

– No debería haberte dicho nada -añadió Callie-. Sé que no querías besarme.

Grant no era capaz de procesar pensamientos coherentes en aquellos momentos, así que se limitó a mirarla.

– Esto no nos va resultar fácil a ninguno de los dos -comentó por fin-. Lo que tenemos previsto hacer irá en contra de los instintos básicos de ambos.

– Ya lo sé -contestó Callie.

A continuación, se levantó y lo miró. El beso la había dejado temblando de pies a cabeza, pero estaba haciendo todo lo que podía para disimular.

¡Le temblaban los labios! Jamás antes la habían besado de aquella manera y Callie se moría por que Grant la volviera a besar. ¿Debería decírselo? ¿Debería confesar que no estaba segura de poder mantener la distancia que ambos habían acordado mantener una vez casados? Tal vez, lo mejor sería que se lo dijera. Grant tenía derecho a saberlo.

Sin embargo, no le dio tiempo porque Rosa los llamó desde la planta baja para decirles que la comida se estaba enfriando.

Ambos se arreglaron la ropa y bajaron y Callie dejó que el momento pasara.

La comida, a base de tortillas de trigo y tacos, resultó deliciosa. Mientras comían, tanto Grant como Callie olvidaron lo que había sucedido y acabaron charlando y bromeando como si no se hubiera producido una conexión sensual entre ellos.

– Anda, dime cuál es la verdad sobre ti -le dijo Callie mientras tomaban el postre.

– ¿Sobre mí? -contestó Grant encogiéndose de hombros como si aquello no tuviera importancia-. Es difícil de decir. Probablemente, esté entre lo que tú piensas y lo que yo digo.

– Ah -dijo Callie pensativa-. Bueno, supongo que eso me sirve de algo. En cierta manera.

– Está bien, te voy a contar la verdad. Te advierto que es una historia aburrida. Mis padres fueron buenas personas conmigo, tuve una hermana maravillosa, amigos increíbles y una familia muy grande. En el colegio siempre me fue bien, pero n® era el mejor. Fui a una buena universidad y también allí me fue bien. En la universidad, conocí a una chica maravillosa… -añadió con voz trémula.

Callie estaba segura de que Grant quería hablarle de Jan, pero no podía.

– Como verás, un adolescente estadounidense normal y corriente -concluyó dejando la servilleta sobre la mesa.

– Ya veo -contestó Callie-. Con bastante más dinero que la media, una familia mejor situada, un rancho enorme y una empresa familiar increíble. Admítelo, Grant, fuiste todo un privilegiado.

Grant asintió.

– Sí, tienes razón. Crecí con muchos privilegios y doy gracias por ello -admitió-. Sin embargo, te aseguro que estaría dispuesto a cambiar todo eso por un par de cosas -añadió poniéndose en pie y saliendo del comedor.

Callie se quedó sola, mirando a su alrededor y preguntándose cuántas veces habría compartido una comida allí con Jan.

Era evidente que Grant la echaba de menos y que estaba haciendo un gran esfuerzo para seguir adelante con su vida.

A Callie le habría encantado poder ayudarlo, pero temía que aquella herida fuera de las que nunca curaban.

¿Iba a ser capaz de vivir con aquello? No iba a tener más remedio que hacerlo. Eso o abandonar el proyecto.

Por lo visto, Jan iba a ser el tercer miembro de su matrimonio y no podría decir que Grant no se lo había advertido.

A la mañana siguiente, aprovechó la hora de la comida para ir a ver a su suegra.

Marge Stevens estaba inconsciente la mayor parte del tiempo, pero siempre se alegraba cuando Callie iba a verla y se daba cuenta de que era ella cuando la besaba en la mejilla.

Gracias a Grant, ahora estaba en una residencia maravillosa en la que cuidaban de ella las veinticuatro horas del día con mimo y cariño.

Callie pensaba que el abuelo de Grant tenía mucha suerte de poder seguir viviendo en su casa aunque no tuviera mucha movilidad. Por otra parte, era una pena que no pudiera asistir a la boda que tanto le interesaba que tuviera lugar.

Fue entonces cuando se le ocurrió una idea que la hizo pasarse por el despacho de Grant al volver al trabajo.

– Grant, como me dijiste que tu abuelo no puede bajar a la ciudad para la boda, se me ha ocurrido que podríamos llevarle la boda a casa. ¿Por qué no le dices al juez de paz que nos case en el rancho? ¿Se podría?

A Grant le pareció una idea maravillosa y Callie se dio cuenta de que realmente le agradecía que hubiera pensado en su abuelo. Aquello hizo que Callie se sintiera de maravilla durante el resto de la tarde.