Sin embargo, de repente su mirada se distanció y se volvió más fría.

– Espero que haya servido de algo -comentó-. Tendremos que seguir intentándolo hasta que…

Callie cerró los ojos, triste, y retiró la mano. Ella pensando en el amor y él siempre tan calculador. Por unos instantes, Callie entendió aquello que decían muchas personas de que del amor al odio había un paso.

«Por favor, Grant, no estropees este momento».

Grant se inclinó sobre ella y comenzó a besarla alrededor del ombligo. Para su sorpresa, Callie se encontró deseándolo de nuevo como si no acabara de haberle satisfecho unos momentos antes.

«Así que así van a ser las cosas entre nosotros», pensó Callie.

Parecía que su relación iba a alternar alegría y pena. Bueno, si aquello era lo que el destino le había deparado, lo aceptaba. Admitía que, más o menos, le gustaba.

Para cuando terminó su luna de miel, habían pasado dos días gloriosos. Callie no había sido jamás tan feliz. Después de aquellas horas con Grant, era toda una experta en hacer el amor. Aquello la hacía reír, pero era verdad.

La primera noche habían hecho el amor tres veces y, desde entonces, había perdido la cuenta. Y en cada ocasión había tenido la sensación de aprender un poco más sobre el hombre con el que se había casado.

Durante el corto periodo de tiempo que pasaron juntos en la isla, se desarrolló entre ellos una cercanía que la asombró. Grant se había mostrado amable y afectuoso y Callie tenía la sensación de que podía contarle o pedirle cualquier cosa.

Bueno, casi cualquier cosa porque no se atrevía a hablarle ni de su primera mujer ni de su hija.

Estaban recogiendo las cosas para irse y Callie ya echaba de menos aquel lugar.

– ¿Te lo has pasado bien? -le preguntó Grant con una gran sonrisa.

– Oh, esto ha sido un paraíso -contestó Callie.

– Es un lugar precioso, ¿verdad? Bueno, lo tenemos todo, ¿no?

– Creo que sí.

– Tenemos doce minutos hasta que llegue el coche para llevarnos al aeropuerto -comentó Grant consultando el reloj-. Doce minutos.

Callie sonrió con un brillo especial en los ojos.

– ¿Doce minutos, dices?

Grant sonrió y enarcó una ceja.

– ¿Qué me dices?

Callie se encogió de hombros.

– ¿Por qué no?

Riendo ambos, se desnudaron a toda velocidad y se volvieron a meter en la cama, donde dieron rienda suelta a la pasión.

Callie estaba maravillada ante lo poco que hacía falta para que se excitara en compañía de Grant, y no sabía si era porque lo amaba o porque amaba la forma en la que le hacía el amor.

Volver fue como salir de una maravillosa fantasía y entrar en la dura y fría realidad.

Llegaron tarde del aeropuerto y Callie se fue directamente a la cocina para comenzar a familiarizarse con aquella casa a la que había ido un par de veces antes de la boda para preparar su habitación.

Grant se preguntaba por qué necesitaba Callie un espacio para ella sola, pero no había dicho nada.

Callie preparó chocolate caliente y se sentaron los dos en la cocina a tomárselo mientras recordaban el fin de semana.

Los dos estaban cansados y Grant iba a proponer que se fueran a la cama cuando Callie sonrió, se puso en pie y se perdió por el pasillo tras darle las buenas noches.

Y Grant se quedó allí, sentado a la mesa de la cocina, con la boca abierta. Por supuesto, comprendía que Callie estuviera cansada, pero no entendía por qué no quería dormir con él cuando él se moría de ganas por dormir a su lado, abrazándola…

Hacía tanto tiempo que no dormía con nadie…

Desde Jan, por supuesto, desde Jan.

Lo primero que se le pasó por la cabeza fue acercarse a la puerta del dormitorio de Callie y preguntarle qué demonios estaba haciendo, pero consiguió controlarse porque quería permitirle que tuviera su propio espacio y que las cosas se desarrollaran de manera natural.

De momento, iba a tener que aguantarse y confiar en que Callie se diera cuenta de que el hecho de haber pasado un fin de semana juntos en el Caribe no era suficiente como para asegurar la descendencia.

Callie estaba apoyada contra la puerta de su dormitorio con los ojos cerrados, escuchando atentamente. Había avanzado en silencio por el pasillo, esperando oír su voz y perdiendo la esperanza con cada paso.

¿Por qué no la había llamado? ¿Por qué no le había dicho: «Eh, ¿adonde vas? Te quiero en mi cama inmediatamente»?

Callie supuso que era porque Grant no quería que ocupara el lugar de Jan en su cama, así que decidió no presionarlo. Era consciente de que, para Grant, Jan seguía siendo su verdadera mujer.

Ella era su socia en aquella historia de tener un hijo.

No debía presionarlo, no debía intentar que Grant le diera más de lo que habían acordado, pero se le iba a hacer muy difícil después de lo que habían compartido en Santa Talia.

Tina estaba peor.

Los médicos habían decidido que no podían operarla y las posibilidades no eran muchas. Callie volvió a cuidarla y corría a su lado en cuanto salía del trabajo porque quería ayudar a que la transición fuera lo menos traumática posible para su amiga y para su hija.

Así que los maravillosos días que había pasado en el Caribe con su marido fueron quedando atrás hasta que le parecieron un sueño.

Aquella noche, Grant no estaba de humor y ella tampoco estaba muy tranquila. Los dos sabían que se acercaba un momento de sinceridad.

Grant había estado trabajando hasta muy tarde en el despacho y Callie se había pasado por casa de Tina y había estado allí un par de horas.

Prepararon la cena entre los dos y cenaron tranquilamente, hablando sobre un proyecto de la empresa, evitando hablar de Tina.

– Trabajas demasiado -dijo Grant al verla bostezar-. Y, además, no duermes bien.

– Tienes razón, pero tengo muchas cosas que hacer.

– Podrías dejar de trabajar y así tendrías más tiempo para estar con Tina -le propuso Grant.

– Lo he pensado, pero no me parece justo para mis compañeros de trabajo.

– Callie, esta situación es especial y es sólo temporal, así que tómate todo el tiempo que necesites. Tu amiga te necesita.

Callie sonrió, agradecida por su consideración, aunque sabía que, en el fondo, lo que había movido a Grant a decirle algo así era que quería que le hiciera más caso.

– Lo cierto es que la que más me necesita es Molly -comentó.

Al instante, a Grant se le ensombrecieron los ojos y desvió la mirada, como siempre que hablaban de la niña. Aquella reacción molestaba mucho a Callie, pero no tuvo ocasión de preguntarle nada porque Grant ya estaba hablando de un par de viajes de negocios que tenía que hacer.

Tras recoger la mesa, se sentaron a tomar un café y a hablar durante "media hora.

– Callie, ¿no te parece que deberíamos volver a ponernos manos a la obra? -le preguntó Grant de repente.

Callie lo miró asombrada.

– ¿Te refieres a…?

– Sí, a eso me refiero.

– ¿Estás seguro? -le preguntó Callie mirándolo a los ojos.

– ¿De qué?

Callie tomó aire.

– No sabía si me deseabas.

– Callie, mírame. Te deseo. No lo dudes. Me tendría que haber puesto un cartel en la frente que dijera: «Deseo a Callie».

Callie sonrió.

– ¿Estás seguro?

– Estoy seguro.

Callie se encogió de hombros y dejó la taza de café en el fregadero.

– Muy bien, entonces. ¿En tu habitación o en la mía?

Grant se puso en pie, la tomó en brazos y la condujo a su dormitorio.

– Te voy a enseñar cuál es tu sitio en esta casa -contestó.

Callie se rió a carcajadas mientras Grant la depositaba en el centro de su cama y siguió riéndose mientras se quitaba la blusa y el sujetador, pero, cuando sintió los labios de Grant en uno de sus pezones, dejó de reírse y se convirtió en la mujer apasionada que había aprendido a ser en el Caribe.

Una hora después, con las luces apagadas y la casa cerrada, Grant se dio cuenta de que se sentía bien por primera vez en todo el día.

Le gustaba cómo olía el pelo de Callie y lo suave que era su piel, le encantaba sentir sus piernas entrelazadas alrededor de sus caderas y sus dedos en sus hombros. Y los gritos que daba al llegar al orgasmo lo volvían loco.

De repente, se encontró pensando que Jan nunca había sido tan apasionada, hacer el amor nunca había sido nada importante para ella. Callie, sin embargo, se entregaba por completo.

Al instante, se dijo que debía apartar aquel pensamiento de su mente. No debía hacer comparaciones. No estaba bien y no era justo.

Lo importante era que se sentía saciado y satisfecho, como un gato panza arriba al sol. Hacer el amor con ella era algo tan maravilloso que no había pensado en que Callie pudiera querer irse.

Sin embargo, sintió que se escapaba de la cama y se ponía la bata. Grant se quedó muy quieto, con los ojos cerrados, sintiendo cómo salía de la habitación y se iba por el pasillo, cómo se alejaba de él.

¿Por qué no querría quedarse a su lado?

Su ausencia era insoportable y Grant decidió que iba a tener que hacer algo al respecto.

Callie debía admitir que las últimas noches estaban resultando maravillosas.

Los días, sin embargo, estaban resultando terribles.

Mostrarse alegre con Tina se le estaba haciendo cada vez más difícil. Su amiga estaba constantemente medicada y, normalmente, dormida. Una enfermera del hospital acudía dos veces al día y, por supuesto, estaban las enfermeras que Grant había contratado.

Molly disponía de una niñera para ella sola durante todo el día, pero no entendía por qué su madre estaba todo el rato en la cama. Callie intentaba estar todo el tiempo que podía con ella con la idea de mantener las cosas dentro de una relativa normalidad.

Lo más importante era la niña.

Era imposible que una criatura tan pequeña entendiera lo que estaba sucediendo exactamente, pero obviamente presentía que no era nada bueno.

Callie se sentía muy mal porque sabía que Molly lo estaba pasando mal y debía de estar asustada. Ella sabía por experiencia lo que era sentirse asustada en la infancia porque había tenido que soportar las borracheras de muchos novios de su madre,

No quería que Molly tuviera aquellos recuerdos. Debía protegerla fuera como fuese.

Había una cosa que no le encajaba en todo aquello. Grant se había portado de maravilla, pagando las enfermeras y la niñera y pasando a ver Tina siempre que podía, pero ¿por qué se comportaba de manera tan extraña siempre que estaba con Molly?

Solía intentar evitar a la niña y lo más triste de todo era que la pequeña estaba fascinada con él y se iluminaba como un arbolito de Navidad siempre que lo veía.

Un día, Callie reunió valor y le preguntó a su cuñada:

– Gena, ¿qué le pasa a Grant con Molly? ¿Por qué no le cae bien?

Gena la miró apenada.

– ¿La evita?

– Sí, como si tuviera la peste.

Gena asintió y apretó los labios.

– Supongo que debería decírtelo él, pero, ya que no lo ha hecho, te lo voy a decir yo -contestó-. Molly le recuerda a Lisa.

Callie frunció el ceño.

– Es cierto que las dos tienen el pelo oscuro y rizado, pero…

– Yo opino lo mismo que tú. No se parecen en nada, pero Grant les encuentra un parecido insoportable y se le hace imposible estar cerca de la pequeña.

– Pero va a tener que aceptarla porque… bueno, porque Molly se va a quedar conmigo.

Gena la miró con los ojos muy abiertos.

– ¿La vas a adoptar si Tina se muere?

Callie asintió.

– Se lo he prometido.

– Te entiendo perfectamente -suspiró Gena abrazándola-. Madre mía, me parece que se avecinan tiempos duros en tu matrimonio.

– Si pudiera hacer que Grant viera a la niña con otros ojos…

– No tiene nada que ver con Molly -le aseguró Gena-. Mi hermano se siente culpable porque cree que no pasó suficiente tiempo con su hija y por eso reacciona tan mal cuando está Molly cerca.

– No te entiendo -contestó Callie confusa.

– Grant era el típico adicto al trabajo. Mi hermano vivía para el trabajo y Jan hacía más o menos lo mismo, pero con sus actividades y sus amigas. Tenían una niñera contratada. Había días en los que quedaban después del trabajo para cenar por ahí y, cuando volvían a casa, era tarde y Lisa ya estaba acostada. Lo cierto es que solían hacerlo a menudo. Eran una pareja de lo más moderna que trataba a su hija como si fuera la mascota.

Aquello sorprendió sobremanera a Callie. No se podía imaginar a Grant haciendo algo así.

– ¿Me estás diciendo que Grant se siente culpable por haber descuidado a Lisa y por eso descuida a Molly?

– Decir tanto es exagerado. Lo que estoy diciendo es que Grant se siente culpable, se imagina a su hija mirándolo, llorando, demandando más atención y se ve a sí mismo yéndose a trabajar en lugar de atendiéndola.