Callie asintió imaginándose la situación y decidió que, cuando encontrara el momento apropiado, iba a hablar con Grant para que cambiara su manera de actuar.
Grant tenía una manera muy extraña de lidiar con el dolor. Además de cómo se comportaba con Molly, en su casa no tenía ni una sola fotografía de su primera familia. Callie había registrado todas las habitaciones. Nada. En aquella casa no había absolutamente ninguna señal que indicara que el hombre que la habitada hubiera estado casado y hubiera tenido una hija.
Y, sin embargo, de alguna manera, la presencia de Jan se dejaba sentir en toda la casa hasta el punto de que Callie se preguntaba si iba a ser capaz de deshacerse de ella algún día.
Aun así, en general, su relación con Grant era cada día mejor. Además, estaba encantada con su trabajo y, aunque se le hacía un poco raro estar casada con el jefe y sabía que los demás rumoreaban a sus espaldas, no le importaba.
A ella lo único que le importaba era hacer bien su trabajo, ocuparse de Tina y de Molly y, por supuesto, quedarse embarazada.
A ver si se quedaba de una vez porque hacía ya más de un mes que lo estaban intentando y nada. Se estaba empezando a preocupar.
– No te preocupes -le dijo su cuñada-. Relájate y deja que la Madre Naturaleza siga su curso. Ya no eres una adolescente y tu cuerpo se ha acostumbrado a cierta manera de vivir. Ahora, le pides un gran cambio. Debes darle tiempo. Ya verás, cuando menos te lo esperes te quedarás embarazada.
Las palabras de Gena resultaron proféticas porque, efectivamente, Callie se quedó embarazada. Probablemente, ya lo estaba la noche en la que habló con su cuñada.
Estaba completamente segura de que estaba embarazada porque se había hecho una prueba en casa, pero no quería decírselo a Grant porque tenía miedo de que dejara de hacerle caso, de que se concentrara en el trabajo y ya no quisiera hacerle el amor.
Aunque al admitírselo a sí misma se sonrojara, lo cierto era que le encantaba cómo le hacía el amor y no quería que dejara de hacerlo. Le encantaba la intensidad de las sensaciones que se apoderaban de ambos en aquellos momentos y el poder abrazarlo y apoyar la cabeza en su pecho y soñar con que él también la amaba.
Callie estaba segura de que sentía cierto aprecio por ella, pero tenía miedo de que la apartara de su lado. Si se sentía culpable por Lisa, ¿no le estaría sucediendo lo mismo con Jan? ¿Y si decidía que no podía justificarse a sí mismo seguir haciendo el amor con una mujer que no era la suya ahora que ya no había necesidad?
Aquella noche, tumbada a su lado, escuchando su respiración, se dijo que no estaba haciendo lo correcto. Grant era un buen hombre y merecía saber la verdad, así que Callie decidió contársela la noche siguiente.
Al día siguiente, se levantó muy nerviosa, salió antes del trabajo, se fue a casa y preparó una cena especial, encendió velas y esperó.
Cuando Grant llegó a casa, apenas la miró.
– Tengo un viaje de negocios -anunció-. Siento mucho decírtelo con tan poca anticipación. Me tengo que ir a Madrid. Las negociaciones que estábamos manteniendo allí van muy mal y puede que esté fuera dos semanas.
– ¿Cómo? -se sorprendió Callie.
– Lo siento mucho, ya sé que no es el mejor momento para que me vaya, pero no tengo elección. Me tengo que ir -contestó Grant abrazándola y besándola.
Aquel gesto, tan espontáneo, dejó a Callie encantada para el resto de la noche porque no era normal que Grant dejara fluir su afecto así.
Lo malo era que no le había dicho nada del embarazo y ahora iba a tener que esperar a que volviera de Europa.
Sí se lo decía ahora, tal vez le haría más difícil tener que irse de viaje y era evidente que no podía aplazarlo, así que Callie decidió esperar, se guardó el secreto y se regocijó en la ilusión que le iba a hacer a Grant cuando se lo dijera.
Capítulo 9
TINA murió en paz un lunes por la mañana. Callie estuvo a su lado. No lloró.
Ya había llorado suficiente en las semanas previas y quería estar serena para acompañar a su amiga en aquellos momentos y para estar con Molly.
Por suerte, la niña no parecía darse cuenta del cambio. Hacía semanas que no veía a su madre excepto en las rápidas visitas en el hospital al principio y luego, una vez en casa, desde la puerta y siempre dormida.
Se había acostumbrado a vivir con Callie y con Nadine, la niñera que había contratado Grant, así que no le extrañó que Callie recogiera sus cosas y se la llevara a su casa.
El entierro fue el jueves y fue una ceremonia muy íntima porque Tina no tenía muchos amigos.
Gena fue y Callie se lo agradeció profundamente. El que no pudo estar fue Grant porque, aunque voló de noche, su vuelo se retrasó y no llegó a tiempo.
Cuando, una vez finalizada la misa, Callie lo vio aparecer, todo el dolor que había estado conteniendo se desbordó. Grant corrió a su lado y, entre sus brazos, Callie dio rienda suelta a las lágrimas.
Callie recuperó el control en el trayecto de vuelta a casa de Grant. Para entonces, una vez en la puerta, fue capaz de contarle a su marido cómo habían sido los últimos días de vida de su amiga.
Grant escuchó atento mientras abría la puerta. A continuación, entraron en casa y, tras unos segundos de silencio en el recibidor, los grititos de júbilo de Molly les dieron la bienvenida.
– ¿Qué demonios…? -dijo Grant girándose asombrado hacia Callie.
Callie tomó a la niña en brazos y la abrazó con fuerza. Había decidido no llevarla al entierro y la había dejado en casa con Nadine.
– Hola, cariño -la saludó-. ¿Te has portado bien mientras hemos estado fuera?
– Se ha portado de maravilla -contestó la niñera acercándose a ellos- ¿Ha tenido un buen viaje, señor Carver?
Grant estaba tan estupefacto al haberse encontrado a la niña en su casa que no contestó inmediatamente. Callie se mordió el labio. Ojalá se lo pudiera haber dicho antes, pero ya no había nada que hacer.
Grant le contestó algo a la niñera educadamente, pero sin apartar la mirada de Callie. Era obvio que quería respuestas. Callie estaba a punto de dejar a Molly en el suelo cuando la niña se lanzó hacia Grant.
– ¡Papá! -lo llamó echándole los brazos.
Entre Callie y Nadine consiguieron controlarla y la niñera se la llevó. Callie se reunió con Grant en el salón. Grant estaba esperándola muy serio.
– ¿Qué hace Molly aquí? -le preguntó.
Callie suspiró.
– Me hubiera gustado habértelo dicho de otra manera, pero, ya que no ha habido tiempo, te voy a exponer los hechos tal y como son.
– Muy bien.
– Molly se va a quedar con nosotros -anunció Callie con mucha tranquilidad.
Grant se quedó mirándola como si le hubiera pegado un bofetón.
– Ya sé que no te gusta tenerla cerca, pero estoy segura de que ese sentimiento se irá disipando si dejas que…
– No -la interrumpió Grant negando con la cabeza-. Es imposible. Lo siento, Callie, no puede vivir con nosotros. No puedo soportarlo.
Callie tomó aire.
– Grant, deberías intentar superarlo.
– ¿Superar qué? ¿Cómo supera uno que su vida quede destrozada? ¿Cómo superas perder un hijo?
– Grant, esta niña nos necesita. Tal vez, ayudando a esta niña superes la ausencia de la hija que perdiste.
– No, basta -insistió Grant apretando los dientes.
– Sé que perder a tu hija tuvo que ser horrible, pero la vida continúa y no puedes pagarlo con otra niña.
Grant frunció el ceño.
– No lo estoy pagando con Molly. Lo único que digo es que no puedo hacerlo. No puedo vivir en la misma casa que ella. No puedo. ¿Tina no tenía ningún familiar que se pueda hacer cargo de la niña?
Callie sacudió la cabeza, incapaz de creer lo que estaba escuchando.
– Venga, Callie, seguro que hay alguien. Todo el mundo tiene algún familiar.
– Yo no. Sólo te tengo a ti.
Había dicho aquellas palabras en voz baja y, por lo visto, Grant no las había oído porque no reaccionó.
– ¿Y pretendes hacerme creer que Tina tampoco tenía a nadie? Es imposible que estuviera completamente sola en el mundo.
– Tiene una madrastra, pero no sé dónde está y, además, la odiaba. Decía que era un diablo. Llevaban años sin hablarse.
– Aun así, sigue siendo de su familia…
Callie lo miró a los ojos.
– Esa mujer dejó que los Servicios Sociales se hicieran cargo de Tina. Prefirió que se la llevaran a hacerse cargo de ella cuando murió su padre. ¿Por qué iba a querer hacerse cargo de su hija?
– ¿Y una pareja que quiera adoptarla? -propuso Grant-. Molly es una niña preciosa, seguro que no tiene problema para encontrar a una familia que la quiera.
Callie apretó los dientes.
– Ya tiene a alguien que la quiere. Yo.
– Oh, Callie -se quejó Grant.
Callie sentía unas terribles ganas de llorar, pero no iba a hacerlo.
– Estamos hablando de Molly, de mi Molly.
– ¿Tu Molly?
– Sí. La semana pasada, Tina dejó estipulado por escrito y ante notario que soy su tutora legal. La voy a adoptar.
Grant la miró con frialdad.
– ¿Por qué no me lo habías dicho?
– Porque no estabas aquí -contestó Callie mirándolo atentamente-. Te lo voy a decir muy claro, Grant. Mi responsabilidad para con Molly va mucho más allá del compromiso que tengo contigo. No la puedo abandonar y no voy a hacerlo -le aseguró con vehemencia-. No tiene a nadie -insistió-. Si eso significa que nuestra relación se tiene que acabar, se acabará porque no estoy dispuesta a separarla de mi lado.
Grant se dio cuenta de lo que le estaba pidiendo y se preguntó si podría vivir sin ella. Sí, seguro que sí, podría encontrar a otra mujer, seguro que no era tan difícil.
Y, de repente, la verdad lo sacudió con toda su fuerza. No, no podría vivir sin Callie, no se podía imaginar su vida sin ella, la necesitaba cerca, la posibilidad de perderla lo volvía loco.
Si quería mantenerla a su lado, iba a tener que hacer un gran esfuerzo. ¿Sería capaz? Grant tomó aire e intentó pensar las cosas con calma.
Molly era una niña maravillosa y no era culpa suya que lo hiciera reaccionar así. Tal vez… no, era imposible, no podría hacerlo.
Seguro que había alguien que pudiera hacerse cargo de la niña, tenía que tener un familiar en algún lugar. Grant decidió ponerse en contacto con el detective de la empresa a la mañana siguiente. Mientras tanto, tenía que hacer lo que fuese para que Callie no se fuera.
– Podemos intentarlo, ver qué pasa -dijo con dificultad.
Callie lo miró esperanzada.
– Eso quiere decir que quieres que me quede -comentó.
– Por supuesto que quiero que te quedes -contestó Grant emocionado.
– Menos mal -suspiró Callie comenzando a relajarse-. Me alegro mucho porque… porque tengo que estar aquí después de Navidad sea como sea -sonrió-. Para esas fechas nacerá nuestro hijo.
– ¿Cómo? – exclamó Grant sintiendo que la habitación le daba vueltas-. ¿Estás embarazada?
– Sí -contestó Callie con lágrimas en los ojos.
– Callie -dijo Grant tomándola entre sus brazos y llenándola de besos-. Ah, Callie, soy el hombre más feliz del mundo.
Y, en aquellos momentos, era cierto que lo era.
Entre ellos se estableció una cómoda rutina.
Grant y Callie desayunaban juntos todas las mañanas. Luego, Grant se iba al despacho y Callie se quedaba con Molly, dándole de desayunar y jugando con ella hasta que también se iba a trabajar. Por la tarde, hacía recados e iba a la compra. A continuación, se iba a casa para estar con la niña durante el resto de la tarde.
Normalmente, Grant llegaba tarde, cuando Molly ya estaba acostada. Callie suponía que lo hacía adrede, que así le resultaba más fácil.
A ella le habría gustado que Grant se implicara más, que hiciera un esfuerzo por conocer a la pequeña, pero, de momento, decidió dejarlo pasar y no presionarlo.
El temor de que Grant no le hiciera caso ahora que ya estaba embarazada se demostró injustificado. Su relación iba cada vez mejor. Hasta el punto de que una persona que no los conociera de nada pensaría que estaban enamorados.
Donde mejor se entendían, era en la cama. Lejos de perder el interés, ahora que estaba embarazada, Grant parecía más interesado que nunca en su cuerpo.
El embarazo iba bien.
Grant insistió en acompañarla a la primera visita al médico, donde escuchó de boca del propio doctor que Callie estaba en excelente forma y que todo iba fenomenal.
Aquella tarde, al habérsela tomado libre y no haber ido al despacho, llegaron antes a casa, justo a tiempo de dar de cenar a Molly.
La niña estaba sentada en su trona y Callie estaba limpiando un juguete en el fregadero cuando Grant entró en la habitación.
– ¡Qué horror! -exclamó.
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