– ¿Qué pasa? -se asustó Callie.
– Ha tirado toda la comida encima de la alfombra blanca -contestó Grant señalando la alfombra-. La ha destrozado.
Callie se fijó en la alfombra, que tenía toda la pinta de ser realmente cara, y miró a Molly, que estaba sonriendo tan contenta. En ese momento, la niña tomó un poco de puré de patata con la cuchara y lo lanzó por el aire. El puré de patata fue a darle a Grant en la nariz.
Grant se giró hacia Callie.
– Está bien, creo que ha llegado el momento de deshacernos de esta alfombra -anunció Callie.
– ¿Cómo? -se extrañó Grant.
– ¿Te crees que Molly va a ser el único bebé que tire comida encima de la alfombra? Las alfombras blancas y los niños no son compatibles.
– Pero…
– Espera y verás -insistió Callie-. Este chiquitín se va a cargar la casa -añadió señalándose la tripa-. Vamos a tener que retirar un montón de cosas.
– ¿De mi casa?
– ¿No lo hiciste cuando nació…?
Había estado a punto de pronunciar el nombre de Lisa, algo que nunca había hecho. De repente, se le ocurrió que no hacerlo era completamente malsano. Aquella niña había existido, había sido una persona de verdad y merecía que hablaran de ella con toda naturalidad.
Lo que hacía su padre, aquello de no hablar jamás de ella, era como negar su existencia. Seguro que Grant tenía recuerdos maravillosos de la pequeña. ¿Por qué no compartirlos?
– Seguro que, cuando Lisa empezó a andar, tuvisteis que hacer un montón de arreglos -dijo deliberadamente.
Grant la miró sorprendido. Era la primera vez que Callie pronunciaba el nombre de su hija. Se quedó mirándola unos segundos y, a continuación, sin decir nada, se fue.
Callie pensó que, tal vez, se había equivocado, pero sabía que algo tenía que hacer para conseguir que Grant superara aquella situación.
Al día siguiente, por la noche, lo intentó de nuevo. Grant y ella estaban sentados en el sofá, charlando tranquilamente antes de irse a la cama, cuando Callie decidió sacar el tema.
– Creo que deberíamos poner una fotografía de Jan y de Lisa en el salón.
– ¿Qué dices? -exclamó Grant.
– Grant, fueron una parte de tu vida, no puedes hacer como que jamás existieron.
– Pienso en ellas todos los días, créeme -contestó Grant a la defensiva.
– Sí, pero lo haces de una manera horrible. Piensas en sus muertes y en lo mal que lo has pasado sin ellas. Deberías pensar también en los buenos momentos. Tal vez, si ponemos fotos suyas…
– No entiendes nada.
Callie ignoró aquel comentario.
– Quiero que nuestros hijos sepan quiénes eran y que siguen siendo importantes en nuestras vidas.
– Solamente son importantes para mí.
– Te equivocas. Forman parte de quién eres y eso es importante para mí también.
– Entonces, ¿también ponemos una fotografía de Ralph?
– No, Ralph no fue importante realmente para nadie más que para su madre -sonrió Callie-. La verdad es que yo creo que para mí era más importante su madre que él.
Aquello le recordó que tenía que ir a visitar a Marge pues hacía dos semanas que no la veía y quería decirle que estaba embarazada.
A Grant no le había parecido bien que pusieran fotografías de Jan y de Lisa, pero Callie estaba convencida de que terminaría cediendo porque todo aquello era por su bien.
De momento, prefirió no insistir.
La noche siguiente lo intentó de otra manera.
– ¿Podríamos comprar otro escáner para el ordenador? -le preguntó-. El que tenemos no es muy bueno, pero sé que hay algunos nuevos que escanean fotografías de maravilla.
– ¿Qué quieres escanear?
– He encontrado un cajón lleno de fotografías de… de Jan y de Lisa, y me gustaría escanear algunas, copiarlas para…
– ¿Cómo? -exclamó Grant como si se hubiera vuelto loca.
– Sí, quiero hacer un álbum con la historia de tu familia y ellas forman parte, no las quiero dejar en el olvido.
A Grant no le hizo ninguna gracia la idea, pero no comentó nada más y, al día siguiente, Callie encontró un escáner nuevo en el vestíbulo.
Durante días, habiéndose instalado en la habitación que había junto a la cocina, fue sacando tiempo para ir trabajando en el proyecto. En un par de ocasiones, Grant se quedó mirándola desde la puerta, en silencio.
Un día, encontró una fotografía preciosa de Jan y de Lisa y decidió enmarcarla y ponerla en la entrada.
Cuando Grant llegó a casa aquella noche fue lo primero que vio al entrar.
– ¿Qué demonios es esto?
– A mí me parece que está muy claro -contestó Callie intentando mantener la calma a pesar de que el corazón le latía aceleradamente.
– Si quiero una fotografía así en la entrada de casa, la pongo yo -dijo Grant tomando la fotografía.
– No es sólo para ti. También es para mí y para nuestro hijo. Si no quieres verla, pasa por el otro lado del vestíbulo.
– Callie, ¿qué demonios estás haciendo?
– Estoy intentando ayudarte a normalizar tus sentimientos. No puedes dejar que las heridas duren para siempre.
– ¿Y qué derecho tienes tú a decidir cómo tengo que curar yo mis heridas?
Callie tomó aire y se enfrentó a él con valentía.
– Para mí, ninguno, pero tengo todo el derecho del mundo en nombre del hijo que vamos a tener.
Grant la miró pensativo.
– No. A lo mejor, eso me lo podrás decir cuando el niño haya nacido, pero ahora no -insistió llevándose la fotografía-. Lo siento mucho, Callie, pero la respuesta sigue siendo «no».
Mientras se alejaba, Callie se fijó en que miraba la fotografía y se dijo que, aunque hubiera perdido aquella batalla, todavía podía ganar la guerra.
Capítulo 10
UNAS NOCHES después, Grant y Callie recogieron la cocina después de cenar y se dirigieron al salón a leer el periódico antes de irse a la cama.
De repente, por el rabillo del ojo, Callie vio que Molly, que se suponía que tenía que estar ya acostada, entraba en el salón con prudencia, como si supiera que no era completamente bien recibida.
Callie se quitó las gafas con intención de interceptar a la pequeña, pero Molly fue más veloz que ella y, para cuando a Callie le dio tiempo a reaccionar, la niña ya estaba junto a Grant, tirándole del pantalón y dándole una piruleta a medio comer.
– ¡Papá! -le dijo.
La expresión de Grant habría sido cómica si la situación no hubiera sido tan triste.
– Acéptalo -le dijo Callie-. Grant, acéptalo.
A regañadientes, Grant alargó el brazo y tomó el caramelo medio comido.
– ¿Y ahora qué hago con esto? -protestó.
Callie tomó al bebé en brazos y la abrazó.
– Grant te das las gracias, Molly. A Grant le encantan las piruletas, como a ti -le dijo Callie a la niña llevándola con la niñera.
Al volver, se encontró a Grant lavándose las manos.
– Espero que te hayas dado cuenta de que te estaba ofreciendo su posesión más preciada -le dijo con sequedad-. Supongo que voy a tener que enseñarle que el amor no se compra.
– Callie…
Callie vio que Grant lo estaba pasando mal y se arrepintió de lo que le había dicho.
– Lo siento, pero es sólo una niña y quiere caerte bien.
– Me cae bien -insistió Grant un poco forzado-. No es culpa suya que me recuerde tanto a…
– A Lisa -dijo Callie-. Ya lo sé y también sé que estás intentando ser amable con ella. Sé que estás haciendo un esfuerzo.
– Estoy haciendo un esfuerzo, pero tú quieres que la quiera como si fuera mi hija y eso no puede ser, Callie.
Tal vez, Grant tuviera razón. A lo mejor, todos los esfuerzos que estaba haciendo Callie no sirvieran de nada. A lo mejor, un día tendría que elegir entre Molly o Grant.
A la mañana siguiente, Grant detectó movimiento en su cama y se despertó. Al instante, el corazón le dio un vuelco. ¿Callie había decidido hacerle una visita?
Al girarse, se encontró con un enorme par de ojos oscuros que lo miraban divertidos.
– ¡Papá! -exclamó Molly.
Grant se echó hacia atrás.
– ¡Callie! -gritó.
Molly comenzó a saltar en la cama, riéndose sin parar. Grant se quedó mirándola con el ceño fruncido, pero, cuanto más la miraba, más adorable la encontraba.
Cuánto le gustaría poder mirarla sin ver la cara de reproche de Lisa.
– Ah, así que estás aquí, ¿eh, pequeñaja? -dijo Callie entrando en el dormitorio de Grant y yendo hacia su cama-. ¿Torturando a Grant otra vez?
Molly se rió y se escapó.
– Vamonos, venga -dijo Callie intentando atraparla.
Grant sonrió.
– ¿Y por qué no te unes a nosotros? -le dijo tomándola de la mano y tirando de ella.
– ¡Grant! -se rió Callie cayendo encima de su marido-. ¿Qué haces?
– Disfrutando -murmuró.
– Me alegro de oírte decir eso.
– Me encantaría poder despertarme todos los días así -dijo Grant acariciándole la punta de la nariz.
De repente, Molly se coló entre sus cabezas, decidida a formar parte de la conversación. Al instante, Callie se incorporó para llevársela, pero Grant estaba más tranquilo.
– No pasa nada, déjale que se quede -le dijo.
Callie lo miró feliz.
– Hoy se ha despertado con ganas de marcha, ¿sabes? -le dijo mirando a la niña con cariño-. Por lo visto, me ha contado Nadine que ayer se pasó todo el día corriendo detrás de ella porque abría todos los cajones que se encontraba y los vaciaba.
– Sí, hay una edad en la que les encanta hacer eso -contestó Grant recordando que Lisa también lo hacía.
Al pensar en su hija, se tensó y esperó que una punzada dolosa se apoderara de él, pero el dolor no llegó. Grant se preguntó por qué, pero se olvidó de ello porque ahora tenía a Callie a su lado y podía disfrutar de unos minutos más de paz y mimos antes de tener que irse a trabajar.
Callie estaba segura de que estaban haciendo progresos, pero era cierto que todavía había un gran obstáculo. Gena le había dicho que Grant se sentía culpable.
De ser así, seguro que le iba bien hablar de ello, pero Callie no sabía si iba a tener el valor de sacar el tema de conversación.
Una noche, aproximadamente una semana después, Grant estaba haciendo la maleta para irse de nuevo a un viaje de negocios y a Callie le pareció un buen momento, así que le dijo que quería hablar con él.
Una vez hecha la maleta, Grant se reunió con ella en el salón y Callie le expuso la situación. Grant escuchó su versión de la teoría de su hermana sobre su sentimiento de culpa por no haber atendido a Lisa mientras estaba viva y no dijo nada.
Al cabo de un rato, se puso en pie, se sirvió una copa y fue a tomársela al balcón, lejos de Callie.
Callie supuso que estaba furioso con ella, pero una hora después la buscó, la tomó entre sus brazos y hundió la cara entre su pelo.
– Aquel día… -comenzó con voz trémula-. Era obvio que a Lisa le pasaba algo por la mañana, pero yo tenía una reunión y su madre una presentación, así que ninguno de los dos le hicimos mucho caso. Teníamos cosas mucho más importantes que hacer -añadió al borde del llanto-. La niñera estuvo todo el día intentando localizarnos, pero mi teléfono móvil no funcionaba bien y Jan lo tenía apagado. Cuando llegó a casa, a última hora de la tarde, la niña tenía mucha fiebre y la niñera estaba histérica. Jan me llamó varias veces, pero el teléfono seguía sin funcionar y mi secretaria no estaba en el despacho aquella tarde, así que metió a la niña en el coche y se fue al hospital. Se saltó un semáforo y provocó un accidente. Ella sobrevivió durante veinticuatro horas más, pero Lisa se mató en el acto.
– Oh, Grant. Oh, cuánto lo siento.
Grant se apartó y sacudió la cabeza.
– En cualquier caso, no fue culpa tuya -le dijo Callie.
– Por favor, Callie, por supuesto que fue culpa mía. Si hubiera sido un buen padre y un buen marido, el accidente jamás habría ocurrido. Por supuesto que fue mi culpa y pagaré por ello todos los días de mi vida.
Callie no iba a aceptar aquello, así que lo siguió hasta su dormitorio y se enfrentó a él.
– Grant Carver, quiero que me escuches bien -le advirtió-. Eres un nombre maravilloso. A lo mejor, fuiste descuidado en el pasado, pero ahora has aprendido, eres más maduro y estoy segura de que jamás desatenderás a tu familia.
– ¿Cómo lo sabes?
– Lo sé porque te conozco, porque te he visto actuar y, sobre todo, porque te quiero -contestó Callie acercándose a él.
Grant la miró sorprendido. Obviamente, no se esperaba aquella contestación. Callie se había saltado las reglas.
– Hazme el amor, Grant -le dijo pasándole los brazos por el cuello-. Si no puedes amarme, por lo menos, hazme el amor. Prometiste que lo harías y te exijo que cumplas tu promesa.
– Cumpliré mi promesa si tú me prometes que te quedarás conmigo toda la noche, ¿de acuerdo?
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