Casada con el Jefe

Casada con el jefe

Título Original: The boss's pregnancy proposal (2007)

Capítulo 1

LA OFICINA estaba vacía y a oscuras. Daba un poco de miedo. Callie Stevens subió las escaleras. No quería utilizar el ascensor. Hacía demasiado ruido y lo último que quería era que el guardia de seguridad se fijara en ella.

Cuando llegó a la quinta planta de ACW Properties, ya no estaba tan segura de no necesitar el ascensor.

Tenía que tener cuidado. Harry Carver, el presidente de la empresa, la había despedido, así que se suponía que no tenía que andar por allí.

Al llegar a la sexta planta, se paró para tomar aire y se quedó escuchando por si acaso. Los apliques de los pasillos estaban encendidos, la luz era tenue y no se oía a nadie.

Callie suspiró aliviada y siguió adelante, hacia la zona en la que estaba su pequeño cubículo.

La luz procedente del pasillo confería a la estancia un halo un tanto lúgubre, con sombras y rincones oscuros.

Callie se paró para reorientarse y sintió una gran pena. Aquel trabajo le gustaba. Lo iba a echar de menos. Por supuesto, también iba a echar de menos el sueldo.

Tras mirar a su alrededor, vio el precioso objeto que había ido a buscar: su orquídea.

En los apenas diez minutos que había tenido para recoger sus cosas, no le había dado tiempo de llevársela y temía que alguien la hubiera tirado a la basura.

Por suerte, no había sido así.

La habían dejado sobre una cajonera de metal. Callie miró a su alrededor rápidamente, en busca de algo a lo que subirse. No había escaleras, así que arrimó una silla y se subió.

Casi llegaba.

Estaba tocando la maceta con las yemas de los dedos cuando se encendieron las luces de la habitación y una grave voz masculina le pegó un susto de muerte.

– ¿Busca usted algo, señorita Stevens?

Aquello la hizo gritar.

No fue un grito muy agudo mi muy alto, pero sí suficiente como para perder el equilibrio. Callie intentó agarrarse a la estantería, pero no pudo y cayó junto a la orquídea que había ido a rescatar.

Se dio contra el suelo con gran estruendo, pero no se hizo demasiado daño. Tardó un par de segundos en darse cuenta de que el hombre que la había asustado había acudido en su ayuda al verla caer y ahora estaba en el suelo con él, en un abrazo fatal y embarazoso.

Aquello no iba bien.

– ¡Oh!

Callie se puso en pie a toda velocidad y miró al hombre.

Se trataba de Grant Carver, el que había sido su supervisor, sobrino del presidente de la empresa que la había despedido y una de las últimas personas a las que le apetecía ver.

El hombre parecía aturdido y Callie pensó que, si salía corriendo a toda velocidad, podría huir. Tomó aire, miró a su alrededor…

En aquel instante, vio que el hombre tenía sangre en la comisura del labio y no pudo evitar asustarse, lo que la llevó a arrodillarse a su lado suponiendo que lo había golpeado en la cara al caer.

– Vaya, ¿está bien? Madre mía, está herido.

Grant levantó los ojos y la miró con frialdad.

– ¿De verdad? -murmuró.

Con una mueca de dolor, se llevó la mano al labio y, al retirarla, vio que tenía sangre.

– Oh, cuánto lo siento -se lamentó Callie-. ¿Qué puedo hacer?

– Muy fácil -contestó Grant-. Vaya a esa mesa -le indicó señalando la mesa del supervisor.

Callie se puso en pie y obedeció.

– ¿A ésta?

– Sí -contestó Grant mordiéndose el labio-. Descuelgue el teléfono.

Callie así lo hizo y esperó sus instrucciones.

– Marque el 9, seguridad interna, y dígales que llamen a la policía porque hay una intrusa en el edificio a la que hay que arrestar.

– ¡Oh! -exclamó Callie colgando el auricular.

Tendría que haberlo supuesto. Al instante, se evaporó de ella todo rastro de compasión hacia aquel hombre.

En el año y medio que había trabajado en aquella empresa, había trabajado varias veces con Grant Carver y todavía no había conseguido conocerlo. Aunque era frío e irónico superficialmente, Callie había tenido la sensación varias veces de que tras la fachada había mucho más.

Muchas de sus compañeras babeaban cuando lo veían pasar, pero Callie nunca se había dejado impactar por su espalda ancha y sus ojos azules.

Sabía por experiencia que la belleza masculina podía esconder un alma marchita. En cualquier caso, ¿qué más daba? Aunque quisiera, no tenía motivos suficientes para que la policía la arrestara, así que no le podía hacer nada.

– Lo siento mucho, pero, obviamente, no voy a seguir sus instrucciones -le dijo acercándose lentamente a él, que se había sentado en el suelo.

Grant se estaba masajeando la nuca, como si se hubiera hecho un chichón. Iba ataviado con un traje gris y camisa blanca aunque la tenía abierta y no llevaba ni corbata ni chaqueta.

Por supuesto, a Callie no se le pasó por alto que era un hombre muy guapo, pero ese dato le había dado exactamente igual cuando trabajaba para él, así que ¿por qué no le iba a seguir dando igual ahora?

– No creo que pudiera usted hacer que me arrestaran -le dijo muy seria, observando cómo Grant se sacaba un pañuelo del bolsillo y se lo apretaba contra el labio.

– ¿Ah, no?

– No -contestó Callie.

– Yo creo que tengo motivos más que suficientes -insistió Grant comenzando a contar-. Allanamiento de morada, probablemente con alevosía y nocturnidad y, por supuesto, agresión con… ¿qué es eso?

Callie recogió del suelo lo que quedaba de la maceta morada, que se había roto en varios pedazos. Por suerte, el contenedor de plástico estaba intacto y la orquídea estaba bien.

– Una maceta -contestó.

– Muy bien. Agresión con una maceta -declaró Grant-. La verdad es que, ahora que lo pienso mejor, creo que no voy a llamar a policía -añadió sacudiendo la cabeza y poniéndose en pie-. Sé exactamente cuál va a ser tu castigo.

Callie se estremeció de pies a cabeza, pero consiguió mantener la compostura. Antes muerta que dejar que aquel hombre se diera cuenta de que le tenía miedo.

Lo tenía al lado. Intentó decirse que no era tan alto, que era porque llevaba botas de vaquero, pero sabía que aquel hombre era enorme.

– No creo que eso vaya a ser necesario -le dijo mirándolo a los ojos.

– No creo que sea usted la persona adecuada para tomar esa decisión -le espetó Grant.

– Mire, la única razón por la que me he caído has sido porque usted me ha asustado -se defendió Callie-. ¿Y qué hace aquí, por cierto?

– ¿Cómo que qué hago aquí? Le recuerdo que esta empresa es de mi familia.

Callie se encogió de hombros.

– ¿No iba a estar toda la semana en Texas?

– He vuelto antes de lo previsto.

Eso parecía. Qué mala suerte.

– Se supone que el edificio tiene que estar cerrado a estas horas.

Grant se quedó mirándola como si se hubiera vuelto loca.

– Así que ahora resulta que soy yo el que se está saltando las normas.

Ridículo. Callie era perfectamente consciente de ello, pero no tenía nada que perder. ¿No decían que la mejor defensa era un buen ataque? Desde luego, no tenía ninguna intención de pedir clemencia, así que debía intentarlo todo.

– Exacto -contestó sin dejar de mirarlo a los ojos-. Obviamente, ha sido usted el que ha originado todo esto.

Grant se quedó mirándola fijamente y sonrió. De repente, estalló en carcajadas.

Callie dio un paso atrás, asustada. ¿Aquel hombre tenía sentido del humor? Aquello la pilló completamente por sorpresa. Sabía defenderse de un hombre alto y fuerte, pero no sabía qué hacer con un hombre que se reía a mandíbula batiente.

– Me parece que la culpa de todo esto la ha tenido la orquídea -comentó Grant en tono divertido.

Callie se miró las manos, en la que tenía los restos de la maceta. Grant la miró y chasqueó con la lengua. Por lo visto, aquella mujer se tomaba muy en serio lo que le estaba diciendo. Aquello le recordó por qué siempre le había caído bien.

Callie Stevens nunca había intentado ligar con él.

Grant ya estaba harto de que las mujeres intentaran siempre ligar con él. A veces, respondían ante él como flores abiertas bajo el sol. Había habido un tiempo en el que aquella reacción lo había llenado de júbilo, pero aquello había quedado atrás hacía mucho. Ahora, le molestaba terriblemente.

Por supuesto, sentía cierta atracción física por Callie Stevens porque aquella mujer de pelo rubio y ojos enormes y oscuros era una belleza ante la que era imposible no quedar prendado.

Aun así, Grant tenía la suficiente experiencia como para saber que la belleza de una mujer no significaba nada para él, la belleza no era importante, no conseguía llegarle al corazón.

La vida era mucho más fácil así.

– Las orquídeas son plantas -estaba diciendo Callie mirándolo con el ceño fruncido, señal inequívoca de que se había dado cuenta de que le había tomado el pelo.

Por lo visto, quería desafiarlo de todas maneras.

– En eso, estamos acuerdo. ¿Y?

Callie lo miró triunfante.

– Si son plantas, no tienen voluntad propia. Por lo tanto, no le podemos echar la culpa a ella de lo que ha sucedido. Ella no quería salir volando por los aires.

– Admito que tiene cierta razón -contestó Grant siguiéndole la corriente.

Callie dudó un segundo. Si Grant estaba admitiendo que tenía razón, definitivamente había llegado el momento de hacer la gran salida.

– Por supuesto que tengo razón, toda la razón -insistió-. Ahora, si me perdona, me tengo que ir… -declaró girándose para hacerlo.

Pero Grant la agarró de la muñeca. Callie lo miró, deseando poder leer sus intenciones en aquellos ojos azules claros como el cielo.

– Un momento, todavía no hemos terminado -dijo Grant.

Por primera vez, Callie se encontró incómoda de verdad. Estaba a solas en un edificio a oscuras con un hombre al que no conocía realmente de nada.

Había pertenecido al grupo de siete personas del equipo de investigación que supervisaba Grant Carver, pero, aparte del suyo, supervisaba otros cuatro grupos.

Había trabajado de cerca con él en un par de proyectos, pero siempre había habido entre ellos una reserva natural y no había sido solamente por su parte.

Unos meses atrás había tenido un encuentro muy raro con él en el que Grant le había hecho una propuesta tan increíble que, a veces, Callie se preguntaba si no lo habría soñado todo.

En aquella ocasión, se había dicho que no debía tenérselo en cuenta, pero el episodio había hecho que Callie se hiciera ciertas preguntas.

Sabía que a Grant le habían pasado ciertas cosas. Si no lo hubiera sabido por los rumores que corrían por la empresa, lo habría visto en las profundidades de sus ojos.

Grant no era un hombre extrovertido al que le gustara hablar de sí mismo. De hecho, se estaba mostrando más natural aquella noche que en el año largo que había trabajado para él.

Por alguna razón, Callie deslizó la mirada hasta su cuello, allí donde la camisa dibujaba un triángulo. No veía nada del otro mundo ya que apenas había luz, pero, de alguna manera, el hecho de que la llevara abierta y sin corbata, dejando expuesto un trozo de su piel, le parecía íntimo y excitante.

Al instante, Callie percibió que se le había acelerado el pulso.

No debía permitir que Grant se diera cuenta.

– He venido a buscar mi orquídea y ya la tengo, así que me voy -anunció.

– Seguro que había otra manera más fácil de recuperarla -comentó Grant.

– Seguro, pero por lo visto yo no hago las cosas de manera fácil.

Grant asintió.

– Por lo que he visto, hace las cosas muy bien. Si mal no recuerdo, el año pasado trabajó en el proyecto del rancho Ames, ¿no es así?

Trabajo. Sí, si mantenían la conversación a nivel profesional, podría soportarlo. Y, si no la estuviera tocando, sería todavía más fácil. Grant la había agarrado de la muñeca y no la había soltado todavía. Callie había intentado zafarse en un par de ocasiones, pero él no se lo había permitido.

A todos los efectos, la tenía atrapada.

– Sí, así es -contestó.

– Por lo que recuerdo, fue usted la única persona del equipo que se dio cuenta de qué demonios estaba pasando allí -declaró Grant.

«¿Te diste cuenta?», se preguntó Callie. «¿Y por qué diablos no dijiste nada?».

– Estoy convencido de que usted y yo podríamos hacer grandes cosas juntos. Tengo un proyecto…

Callie lo miró con los ojos muy abiertos.

– Demasiado tarde. Su tío me ha despedido hoy. ¿No lo sabía?

Se lo había dicho buscando sorprenderlo. ¿No acababa de decirle que era una de sus mejores empleadas? A lo mejor, cuando se enterara de lo que había pasado, hacía algo por ella.