¿Sería que, al igual que él, al ser viuda, quería tener hijos pero sin las complicaciones de otra relación? Había muchas posibilidades y, cuanto más lo había pensado, más se había convencido Grant de que así tenía que ser, así que había terminado entusiasmándose.

Antes de acercarse a la consulta de su primo, había estado en otras dos clínicas e incluso había llegado a entrevistar a un par de madres de alquiler. Ninguna de las dos lo había impresionado, pero si Callie Stevens estuviera dispuesta a…

En cuanto la idea se le había ocurrido, Grant se había dado cuenta de que Callie jamás tendría un hijo por dinero, lo que lo había llevado a plantearse qué podía ofrecerle para incentivarla.

Había pensado en ello durante días y, al final, se le había ocurrido algo que le había parecido beneficioso para ambos.

Era obvio que Callie quería tener un hijo y él podría mantenerla si ella estaba dispuesta a tenerlo con él y a quedarse a su lado cuidándolo en calidad de niñera.

De aquella manera, ambos obtendrían lo que buscaba.

A él le había parecido bien.

Al día siguiente, la había llamado a su despacho y se lo había contado. Callie se había comportado como si Grant formara parte de una red de contrabando de niños y le había faltado tiempo para salir corriendo de su despacho.

Su reacción había sido tan trágica que Grant había temido que dejara el trabajo o que lo denunciara. Por suerte, Callie no había hecho ninguna de las dos cosas pero, a partir de entonces, se había comportado con mucha prudencia ante él.

Por supuesto, Grant jamás había vuelto a decirle nada de aquello, pero ahora…

Capítulo 2

ESTÁ SANGRANDO otra vez -dijo Callie devolviendo a Grant al presente-. Vamos a tener que ir al médico.

– No, no me apetece, ya me curo yo.

– No -lo contradijo Callie exasperada-. Ya sé que le gusta tenerlo todo, absolutamente todo, bajo control, pero hay cosas en la vida que uno no puede controlar y hay que saber admitir que se necesita ayuda.

Grant la miró a los ojos muy serio.

– ¿Qué le hace suponer que me conoce de algo, señorita Callie Stevens?

– No lo conozco a usted en concreto, señor Grant Carver, pero conozco a los hombres como usted -contestó Callie.

– ¿A los hombres como yo? Por favor, cuénteme cómo soy.

Callie se quedó mirándolo y tuvo la impresión de que parecía un luchador después de la lucha, vulnerable y herido.

– Adelante -insistió Grant-. Quiero saber qué opina de mí.

– Muy bien -contestó Callie levantando el mentón-. Es usted arrogante, controlador y tirano. ¿Quiere que continúe?

– No hace falta, me hago una idea. Es evidente que no le caigo muy bien, ¿eh?

Callie parpadeó y sintió que las palabras se le quedaban atravesadas en la garganta. ¿Qué tenía que ver que le cayera bien o no?

Tal y como le acababa de decir, no lo conocía de nada, así que ¿qué derecho tenía a estar diciéndole todo aquello? De repente, se arrepintió de lo que había dicho.

El pañuelo que Grant tenía en el labio estaba lleno de sangre, así que se apresuró a buscar otro por la mesa. Cuanto más se tocaba la herida, peor se la estaba poniendo.

Callie frunció el ceño.

– Debería sentarse mientras decidimos qué hacemos con su cara.

Grant la miró divertido.

– ¿Tampoco le gusta mi cara? -bromeó en tono lastimero.

Callie se mordió el labio para no sonreír.

– Siéntese.

– No necesito sentarme, lo que necesito es…

Callie lo empujó levemente, obligándolo a sentarse en el sofá de cuero que tenía detrás. Grant la dejó hacer sin resistirse, sentándose y mirándola con curiosidad, como si le interesara saber qué iba a hacer con él.

– Descuelgue el teléfono y llame al médico -le ordenó Callie.

– Hablemos en serio -contestó Grant mirándola con escepticismo.

– Yo estoy hablando muy en serio. Necesita ayuda. No pienso dejarlo aquí sangrando para que se muera de una hemorragia durante la noche. Descuelgue el teléfono.

– Al ritmo que estoy sangrando, necesitaría una semana entera para desangrarme -objetó Grant-. Mire, mi hermana es médico. Si creo que es necesario llamarla, la llamaré y ella se hará cargo de todo.

– Llámela -insistió Callie señalando el teléfono.

– Son más de las diez de la noche. No la puedo llamar.

– Llámela. Seguro que no le importa.

– ¿La conoce? -se extrañó Grant.

– No, pero sé cómo son las hermanas -sonrió Callie.

Grant se quedó mirándola.

– Está bien -accedió por fin.

A continuación, Grant agarró su teléfono móvil y marcó el número de su hermana.

– Hola, Gena -la saludó-. Soy Grant. Perdona por llamarte tan tarde. No, no me pasa nada. Sólo quería saludarte y…

Grant no vio el movimiento de Callie, que arrebató el teléfono en un abrir y cerrar de ojos. Obviamente, no se le había ocurrido que nadie se atreviera a hacer algo parecido.

Era evidente que a Callie no le había parecido que la conversación con su hermana fuera a ningún sitio, así que había decidido tomar cartas en el asunto.

– Hola, Gena, soy Callie Stevens.

– ¿Pero qué hace? -gruñó Grant.

Callie hizo un ademán con la mano en el aire para que se callara.

– No nos conocemos, pero trabajo… más bien, trabajaba para su hermano. Sólo quería decirle que ha tenido un accidente…

Grant maldijo, pero Callie lo ignoró.

– No, no le ha pasado nada grave, pero se ha herido en el labio y a mí me parece que habría que darle puntos porque no para de sangrar y… sí, perfecto… sí, estamos en su despacho. Gracias -se despidió Callie colgando el teléfono y devolviéndoselo a Grant-. Ya viene -añadió sonriendo con autosuficiencia.

– ¿Cómo?

– Me ha dicho que estará aquí en unos minutos.

– Un momento -insistió Grant muy serio-. No me entero de nada. ¿A quién han despedido hoy, a usted o a mí?

La sonrisa de superioridad estaba funcionando, así que Callie decidió mantenerla.

– Quiero que alguien se ocupe de usted. Ahora estamos en paz y me voy.

– No tan rápido. La llave, por favor -dijo Grant extendiendo la mano.

– ¿Qué llave? -contestó Callie con inocencia.

– La que, obviamente, tiene. De no ser así, no habría podido entrar.

«Ah, esa llave», pensó Callie.

Se trataba de una llave que le habían dado unos meses atrás porque había tenido que abrir ella la oficina durante un proyecto y se la había encontrado en su mesa cuando había recogido sus cosas aquella tarde.

Callie se metió la mano en el bolsillo y se la entregó.

– Un momento. Tenemos que hablar -dijo Grant.

– Escríbame una carta -contestó Callie yendo hacia la puerta.

Grant se puso en pie y la siguió.

– Se lo digo en serio. Hay algo de lo que quiero que hablemos. Tengo una idea para que vuelva a trabajar en ACW. ¿Le gustaría recuperar su puesto de trabajo?

Callie lo miró satisfecha. Aquello era casi como una disculpa, ¿no? Sí, evidentemente, estaba admitiendo que no tendrían que haberla despedido.

– ¿Podría hacer que recuperara mi trabajo? -le preguntó mirándolo a los ojos.

– Por supuesto -contestó Grant-. De haberlo sabido antes, no habría permitido que mi tío la echara. Llevo toda la semana fuera de la empresa, como ya sabe, y me he enterado cuando he vuelto esta tarde de que habían despedido a todo el departamento de investigación.

Callie dudó.

– ¿Qué le hace pensar que iba a querer volver a una empresa que me ha tratado tan mal?

– Por favor, no me venga con monsergas. ¿No me acaba de decir hace un rato que necesitaba este trabajo desesperadamente?

Callie abrió la boca para hablar, pero decidió no hacerlo, así que se limitó a sacudir la cabeza. En ese momento, se dio cuenta de que se dejaba la orquídea y avanzó hacia la mesa de Grant.

Se negaba a dejarla atrás después de todos los problemas que habían surgido para recuperarla.

– Así que, en realidad, no me estaba presionando para recuperar su trabajo, ¿verdad? -recapacitó Grant-. Lo que estaba intentando era darme pena.

Callie lo miró, pero no contestó. ¿Qué podía decir? Al fin y al cabo, tenía razón en parte. Por alguna razón, Grant parecía furioso.

– Entre usted y yo, señorita Stevens, nunca me da pena nadie -le dijo agarrándola de la muñeca y mirándola a los ojos con frialdad.

Callie sintió que la sangre se le helaba en las venas. Iba a tirar del brazo con fuerza para zafarse de sus garras, pero no tuvo que hacerlo porque Grant la soltó de repente.

– La quiero ver aquí mañana a primera hora -gruñó consultando su agenda-. Un momento. Tengo dos reuniones importantes por la mañana. Mejor, después de comer. ¿Qué le parece a las dos aquí?

Callie se encogió de hombros con superioridad.

– Me lo pensaré -contestó.

– Seguro que sí -contestó Grant con sarcasmo-. Por si acaso se le ocurre no venir, me quedo con esto -añadió apoderándose la orquídea.

– ¡No puede hacer eso! -gritó Callie yendo hacia él-. ¡Esa planta es de mi propiedad! -protestó.

– Le recuerdo que está usted aquí porque ha entrado en mi propiedad -contestó Grant-. Estamos iguales de nuevo.

Callie sintió ganas de gritar, así que apretó los dientes.

– Devuélvame mi planta.

– Me la quedo para asegurarme de que vendrá usted mañana.

– Eso es… eso es chantaje.

Grant se quedó pensativo.

– Más bien, soborno -apuntó.

– Lo que sea, pero es ilegal.

Grant sonrió.

– Pues denúncieme.

– A lo mejor lo hago -contestó Callie sin convicción-. Quiero que sepa una cosa. Si hubiera estado en mi mano, yo sí lo habría despedido a usted -se despidió furibunda.

Y, dicho aquello, bajó a toda velocidad por las escaleras porque necesitaba dejar salir de alguna manera la rabia que llevaba dentro.

Eran más de las doce de la noche y Grant seguía sentado en su despacho, admirando la oscuridad de la noche desde la ventana.

Su hermana había estado allí y ya se había ido, lo había curado y le había dejado la mitad de la cara anestesiada, pero no era eso lo que lo tenía pensativo.

Su encuentro con Callie no se le iba de la cabeza. Le había estado dando muchas vueltas y había tomado una decisión.

Callie Stevens era la mujer perfecta con la que tener un hijo.

Grant recordó la ocasión en la que le había mencionado el tema. Desde su punto de vista, la reacción de Callie había sido excesiva, sobre todo teniendo en cuenta que era una mujer muy calmada y lógica.

¿Por qué no había aplicado más calma y lógica a aquel asunto? Tal y como se lo había planteado Grant, toda la situación sería beneficiosa para ella. Sin embargo, sabía que, si le planteaba la idea de igual manera, lo que obtendría sería la misma reacción irracional por su parte.

Así que sólo podía hacerlo de una manera: tenía que dilucidar cómo llegarle al corazón y hacer que viera las cosas como las veía él.

¿Y qué había sido eso de obligarla a que se presentara al día siguiente a la cita de las dos? ¿Y si Callie había decidido que no le interesaba volver a trabajar para él y que su orquídea no valía la pena volver a verlo?

Grant no estaba dispuesto a esperar. Tenía intención de salir a su encuentro antes de que a Callie le diera tiempo de desarrollar un programa de oposición. No tenía ni idea de dónde vivía, pero seguro que su dirección estaría en algún registro de la oficina.

Sí, eso era lo que iba a hacer.

Grant miró el sofá e hizo una mueca de disgusto, pero sabía que no le quedaba más remedio que dormir allí unas cuantas horas, ducharse en el vestuario y llevarle la orquídea a casa.

Sería una buena excusa. En cualquier caso, no tendría que habérsela quedado. Había sido una tontería por su parte y se arrepentía de ello.

Sí, además de llevarle la orquídea, pararía en algún sitio a comprar unos bollos para el desayuno. Iba a ser una visita a pacífica y amistosa.

Así, vería dónde vivía Callie y se haría una idea de su situación. Incluso, a lo mejor, podría hacerse su amigo.

Grant se encogió de hombros.

Merecía la pena intentarlo.

– ¿Y es tan sexy como dicen?

Tina Ramos había puesto cara de póquer, pero el brillo travieso de sus ojos la delató. Estaba sentada en el desgastado sofá, con las piernas cruzadas y una taza de café humeante en las manos.

Callie se quedó mirando a su amiga, con la que compartía piso. Estaban sentadas en el salón, observando cómo la hija de trece meses de Tina jugaba frente a ellas y Callie le acababa de contar a su amiga lo que había ocurrido la noche anterior cuando había ido a buscar su planta abandonada.

– ¿Sexy? ¿Cómo? ¿Quién? -contestó Callie.

A pesar de sus palabras, era consciente de que no iba a conseguir engañar a su amiga.