Callie se arrepintió de haber criticado a su amiga, que ya tenía bastante con la enfermedad como para que viniera ella diciéndole cómo tenía que criar a su hija.

– ¿Qué tal la reunión? -le preguntó Tina cambiando de tema.

Callie dudó. No sabía qué contarle.

– Me ha ofrecido trabajo como secretaria en el departamento jurídico.

– ¡Eso es genial!

Callie sacudió la cabeza. Su vida se había acelerado y no sabía cómo pararla.

– No puedo aceptarlo. Ese hombre está loco -contestó.

A continuación, levantó la mano para indicarle a su amiga que, por favor, no le hiciera preguntas. Necesitaba tiempo para pensar sobre lo que había sucedido antes de compartirlo con ella.

– Lo siento mucho, Tina, pero ahora mismo no puedo hablar de ello. Luego.

– Muy bien -contestó Tina sorprendida-. Por cierto, han llamado de la residencia de tu suegra. Dicen que no te pueden reservar su habitación durante más tiempo. Si no les pagas el viernes, la van a cambiar al ala pública.

Callie sintió como si le hubieran dado un puñetazo en la boca del estómago. Sin embargo, tomó aire e intentó sonreír.

– Callie, si no hubiera sido por ti, no habría podido estar en una residencia privada durante más de un año. Te has portado muy bien con ella. Lo cierto es que no sé por qué te has cargado con esa responsabilidad a las espaldas.

– Porque es la madre de mi marido y siempre se portó bien conmigo -contestó Callie.

– Pero tu marido, no.

– No, pero eso no fue culpa suya. Yo soy el único pariente que tiene y ella es la única familia que yo tengo.

Tina suspiró y miró a su hija, que estaba jugando en el suelo.

– Te diré que no creo que haya muchas hijas en el mundo que sean tan generosas como tú con sus madres, así que ni hablar de las nueras con las suegras. Callie, deberías pensar en ti más a menudo.

– Te aseguro que ya lo hago. No te preocupes por mí. Estoy bien.

A continuación, Callie se trasladó a la cocina y comenzó a limpiar las encimeras. Sobre todo, porque necesitaba hacer algo, no porque realmente estuvieran sucias.

No podía dejar de pensar en la propuesta que le había hecho Grant Carver. Lo que le había sugerido era una locura.

Imposible.

Indignante.

¡Le había pedido que se casara con él!

Callie había estado a punto de caerse a la fuente.

Al principio, había pensado que estaba de broma, pero, al ver que no sonreía, se había dado cuenta de que lo decía en serio. Se quería casar con ella. Había algo más. Quería tener un hijo con ella.

Aquello mismo le había propuesto seis meses atrás. Sí, Grant Carver le había propuesto que tuviera un hijo con él y que se quedara trabajando como niñera en su casa. Por supuesto, Callie se había negado. Le había parecido una propuesta fría y distante.

Sin embargo, ahora Grant había ido más lejos y le había propuesto matrimonio. ¿Y qué diferencia había? Lo que le estaba proponiendo básicamente era pagarle por tener un hijo con él.

La gente normal no hacía cosas así.

Bueno, sí lo hacía, pero…

Grant le había hablado de aquel día en el que habían coincidido en la clínica de fertilización artificial y Callie había tenido que admitir que había ido allí para informarse sobre la posibilidad de hacerse inseminar artificialmente porque estaba tan desesperada como él por tener un hijo.

También le había contado que, al igual que él, tampoco quería casarse y que, al final, no habría podido seguir adelante con el proceso.

Sin embargo, eso no significaba que quisiera casarse con Grant Carver. Por mucho que él había insistido en dejarle claro que sería más un matrimonio de conveniencia que un matrimonio por amor, a Callie le seguía pareciendo una locura.

Callie abrió la nevera y sacó una cebolla y unas cuantas zanahorias. Poniéndolas sobre una tabla de madera, comenzó a cortarlas e intentó pensar en otra cosa.

Sin embargo, su mente se había quedado sin ideas. Lo único en lo que podía pensar era en aquella loca propuesta.

¿Qué derecho tenía Grant a aparecer en su vida y a ponérsela patas arriba? Ella, que era perfectamente feliz… bueno, a lo mejor no tan perfectamente feliz, pero feliz más o menos. Bueno, un poco estresada, pero aun así…

Grant le había hecho pensar en cosas en las que ella no quería pensar. Por ejemplo, ¿qué demonios quería hacer con su vida?

Desde luego, no quería casarse. Tampoco esperaba encontrar a su príncipe azul. Habían pasado ya seis años desde que había muerto Ralph y no había conocido a ningún hombre con el que se hubiera planteado ni remotamente casarse.

Bueno, sólo uno.

Grant Carver.

Entonces, ¿por qué no quería casarse con él ahora? ¿Por qué no consideraba su propuesta?

«¡Porque no te quiere, estúpida!».

Por lo menos, había sido sincero a ese respecto. Aun así, una pequeña parte, minúscula parte del cerebro de Callie no podía parar de preguntarse qué pasaría si…

«¡No!».

Prefería pasarse el resto de la vida sola que compartirla con un hombre que no la amara. Callie se paró un momento y reflexionó. ¿De verdad estaba analizando sinceramente la situación o se estaba limitando a repetir frases hechas?

De repente, se le ocurrió que, si accedía a la propuesta de Grant, les estaría haciendo la vida más fácil a cuatro personas sin contarse a ella misma.

No, imposible. Tenía que haber otra manera.

Callie se fijó en que Tina había dejado el correo sobre la mesa de la cocina y, al ojearlo, comprobó que se trataba de facturas.

Al instante, sintió que el estómago le daba un vuelco.

También había una nota de Karen, la dueña del edificio.

Callie, lo siento, pero si el viernes no me has entregado el cheque de pago del alquiler del mes…

El vuelco en el corazón de Callie se convirtió en un agudo dolor y Callie sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. No era la primera vez que no llegaba a fin de mes, pero en esta ocasión realmente lo estaba pasando mal.

¿Qué iba a hacer? Aunque aceptara el trabajo que Grant le había ofrecido, el sueldo no le llegaría para pagar todas las deudas en las que se estaba metiendo.

– Caee.

Callie miró hacia abajo y vio que Molly le tiraba de la falda. Sonrió a la adorable niña y pensó en que Grant había perdido a una niña muy parecida. Por un instante, le pareció que comprendía lo terrible que tenía que haber sido para él.

Molly le echó los brazos y Callie se agachó para recogerla. La niña se quedó mirando fijamente las lágrimas que corrían por las mejillas de Callie, alargó el brazo y le tocó el pómulo, abriendo la boca sorprendida al comprobar que tenía la punta del dedo mojada.

Aquella hizo reír a Callie, que dejó que Molly le quitara las demás lágrimas una por una. A continuación, la abrazó con fuerza y le dio un gran beso, maravillándose ante la capacidad que tenía un bebé de disipar los problemas con su dulzura.

Callie deseaba con toda su alma tener un hijo, y tener a Molly en brazos no hacía sino recordárselo con fuerza. Un hijo era algo real y permanente.

Toda su vida había sido siempre temporal. Nunca había conocido a su padre. Su madre había sido de esas mujeres que necesitaban tener siempre a un hombre a su lado, pero que no tienen capacidad para que los novios les duren más que unos cuantos meses. Cuando ella murió, Callie había pasado a vivir en varios hogares de acogida. Nada de verdad, sólido ni duradero. Su vida había sido siempre incierta, nunca había tenido nada a lo que agarrarse de verdad.

Cuando se había casado con Ralph, había creído que lo había encontrado, pero pronto se dio cuenta de que no era así. Ralph había cambiado mucho de ser su novio a convertirse en su marido.

Y, de nuevo, estaba sola.

Callie era perfectamente consciente de que ésa era una de las razones por las que estaba tan empeñada en tener un hijo. Un hijo no era temporal. Un hijo era para siempre. Un hijo era ternura y confianza.

Un bebé llenaba los brazos de una mujer con algo más que olor a limpio; un bebé llenaba los brazos de una mujer con amor, felicidad, esperanza y confianza del futuro.

Y eso era exactamente lo que Callie quería. Lo necesitaba.

Si era sincera consigo misma, tenía que admitir que Grant podía hacer aquello por ella y que ella podía hacer lo mismo por él.

Podía darle eso a Grant.

Tenía la capacidad de hacerlo.

Podía dárselo a sí misma.

¿Iba a tener el valor de hacerlo?

Capítulo 4

HABÍAN comenzado las negociaciones. Grant y Callie habían quedado en una cafetería de moda cuyo mobiliario era de vanguardia. Ambos habían acudido al encuentro de buen humor y con la intención de ver qué tenía que decir el otro. Ninguno de los dos sabía lo que iba a suceder.

– ¿Qué vamos a hacer exactamente? -preguntó Callie intentando sonar calmada y tranquila cuando, en realidad, estaba muy nerviosa-. Creo que lo mejor sería que dejáramos muy claro desde el principio todos los detalles. Así, los dos sabríamos la situación exacta en la que nos encontramos.

Grant asintió.

– Para empezar, quiero que quede muy claro que estamos hablando de un matrimonio de conveniencia y no de un matrimonio por amor -apuntó.

No era la primera vez que se lo decía y Callie estaba segura de que se lo iba a repetir unas cuantas veces más.

– Sí, eso lo tengo muy claro -le aseguró.

Por lo menos, así lo creía. Lo cierto era que Callie no tenía muy claro qué era exactamente una relación de amor. Ni siquiera estaba segura de que creyera en el amor. Cuando se había casado con Ralph, lo había hecho por gratitud y no por pasión.

Desde el principio había sabido que el amor no era un ingrediente de su unión por su parte y, ahora que lo pensaba, tampoco creía que hubiera habido mucho amor por parte de Ralph.

Más bien, había sido una obsesión, una obsesión que los había hecho pasar muy rápidamente de ser muy buenos amigos a horribles adversarios, y Callie no estaba segura de cómo ni por qué había sucedido aquello.

Lo único que sabía era que no quería que le pasara lo mismo con Grant.

– De hecho, cuando se me ocurrió esta idea, el matrimonio no formaba parte de ella -estaba comentando Grant.

– Pero ahora forma parte y a mí me parece que es imprescindible -se apresuró a comentar Callie.

Grant asintió.

– Sí, no te preocupes -sonrió-. Lo he pensado y estoy de acuerdo.

– Bien.

Callie estaba haciendo gran esfuerzo para parecer tranquila, pero Grant percibía que estaba incómoda y quería que se tranquilizara.

Había elegido adrede un restaurante ruidoso para reunirse con ella. No había querido llevarla a un local de mantel de hilo blanco, rosas sobre la mesa y música de violines de fondo. No, había preferido un local con música tecno y mesas de colores. Así, fijarían las futuras directrices de su relación en un ambiente frío y neutral.

Nada de emociones.

El día anterior había sido infernal. Se había sentido muy torpe por cómo le había planteado a Callie que se casara con él. Le había intentado explicar que su familia necesitaba un heredero y que él necesitaba un hijo.

Al principio, Callie se lo había tomado a broma. Luego, había creído que estaba loco. Al final, le había dicho que no lo quería volver a ver en su vida y que, por favor, no se pusiera en contacto con ella jamás.

Y no era para menos porque, la verdad, Grant se lo había montado fatal.

Se había pasado la noche paseándose por su casa, nervioso, intentando dilucidar una manera mejor de aproximarse a ella.

Normalmente, aquellas cosas se le daban bien. Había gente que incluso decía que era capaz de convencer a cualquiera de que hiciera lo que él quisiera, pero su habilidad natural se evaporaba cuando se mezclaban las emociones de manera tan fuerte.

Por eso precisamente Grant quería mantener controladas y bloqueadas sus emociones.

Cuando Callie no había ido a trabajar a la mañana siguiente, Grant se había dado cuenta de que lo había estropeado todo. Por la tarde, estaba pensando en ir a su casa a hablar con ella cuando su secretaria había entrado en su despacho.

– Tienes una visita -le había dicho con aire desaprobador.

Cuando había visto entrar a Callie, Grant había sentido que el corazón le daba un vuelco.

– Me he tranquilizado y me gustaría hablar las cosas -le había dicho ella.

Y así era como habían terminado en el Zigzag Café, rodeados de jóvenes de veintitantos años que se reunían allí a comer algo mientras escuchaban aquella música electrónica que a Grant le ponía los pelos de punta, pero lo ayudaba a mantener las emociones alejadas.

Más o menos.

– Me parece que deberíamos dejar muy claro qué esperas de todo esto -dijo Callie dejando su taza de café sobre la mesa.